Ecologistas en Acción - Cambiar la gafas para mirar el mundo
Es
a los economistas franceses del siglo XVIII, conocidos como los
Fisiócratas, a quienes debemos el concepto originario de producción.
La
visión económica propia de los Fisiócratas se basaba en el
funcionamiento del mundo físico. En aquel momento, se pensaba que en
el planeta, minerales, animales y plantas aumentaban de forma
continua siguiendo un proceso de generación y crecimiento ilimitado.
La Tierra era el motor de la producción. La idea de que los
materiales de la corteza terrestre se reproducían
igual
que los seres vivos, condujo a los Fisiócratas a considerar que el
crecimiento económico ligado a la producción podía ser ilimitado,
mientras no se degradasen o disminuyesen los bienes
fondo que
permitían que minerales, plantas y animales continuasen
reproduciéndose.
Se
instauró así la idea de sistema económico formado por un conjunto
de procesos (producción, consumo y crecimiento), y se dio paso a
desterrar la idea antigua de que la actividad mercantil era un juego
de suma cero, en el que sólo era posible que alguien adquiera
riqueza a costa de que otro la perdiera.
A
comienzos del siglo XIX, con la economía constituida ya como la
disciplina encargada de fomentar el crecimiento económico, los
descubrimientos de la física y la química se encargaron de
desmontar la idea del crecimiento físico perpetuo de los materiales
de la biosfera. Esto obligó a que los economistas de la época (los
economistas clásicos) aceptaran, aunque fuese de mala gana, la
existencia de límites. Para los economistas clásicos, el aumento
perpetuo de la producción y de los consumos de materias y recursos
se convirtió en algo imposible a largo plazo si los recursos
abióticos no aumentaban.
Paralelamente,
los economistas clásicos comenzaron a dar un peso creciente al
trabajo
como
factor de producción, en detrimento del factor tierra.
Con la preponderancia del trabajo, la naturaleza fue perdiendo
relevancia dentro del sistema económico, a pesar de que representaba
tanto los recursos materiales disponibles, como las funciones que
realizan los ecosistemas (producción de la fotosíntesis, regulación
del ciclo del agua, dinámica de las cadenas tróficas, etc.)
Pero
finalmente serían los economistas de finales del XIX y principios
del XX, los economistas neoclásicos, cuyas ideas continúan
plenamente vigentes y son dominantes en la actualidad, los que se
encargarán de completar el mito de la producción, desvinculándola
del mundo material.
El
cambio que promueven los economistas neoclásicos se produce por la
convergencia de tres diferentes fenómenos. En primer lugar, se
traslada la idea de sistema económico (con sus piezas:
producción, consumo y crecimiento) al campo del mero valor
monetario. En segundo lugar se impone la idea de que tierra
y
trabajo
son
sustituibles por capital,
lo que permite ignorar el mundo físico.
En
tercer lugar, se recorta el concepto de objeto económico. Únicamente
merece la consideración de objeto económico el subconjunto de la
realidad susceptible de apropiación efectiva por parte de los
agentes económicos, que tiene un valor monetario de cambio asociado
y puede ser producible, es decir, se puede operar sobre él alguna
transformación que justifica su comercialización.
Por
ejemplo, el agua de un manantial al cual se pudiera acceder
libremente no sería un objeto económico para los neoclásicos. Sin
embargo, si alguien obtiene la concesión del manantial
(apropiación), embotella el agua (productibilidad) y la vende en el
mercado (valoración monetaria), el mismo manantial se habría
convertido en un objeto económico. Se da la paradoja de que el agua
abundante y limpia no es considerada riqueza, mientras que cuando
escasea, se contamina y ha de embotellarse, entonces se contabiliza
como riqueza económica.
La
transformación en la idea de sistema económico que propugnan y
defienden los economistas neoclásicos supone la reducción de
riqueza social al escenario en el que interactúan el valor de
cambio, industria y propiedad.
Con
los neoclásicos el capital se convirtió en el factor determinante
de la producción y el foco de atención se situó en el incremento
permanente de la producción (en realidad extracción). Al no ser
valoradas económicamente, las implicaciones sobre el deterioro de la
corteza terrestre que iban aparejadas a los aumentos crecientes de la
mal denominada producción, quedaban ocultas.
De
este modo, el concepto original de producción de los Fisiócratas
que permitía incrementar las riquezas que se renuevan sin destruir
los bienes fondo que posibilitan esa renovación, se convierte en la
extracción de materiales que se transforman y se revenden con
beneficio.
Al
vender una tuneladora, por ejemplo, el beneficio monetario que genera
suma como riqueza, pero la extracción de materiales y energía no
renovables necesarios para su construcción, la contaminación que
genera el proceso de fabricación, la que genera su uso durante toda
su vida útil, el suelo que se horada y las toneladas de tierra que
habrá que desplazar, los incrementos del tráfico que supondrá ese
nuevo túnel, las emisiones de gases de efecto invernadero o el
consumo de energía fósil que realizará, no resta en ningún
indicador de riqueza. Estos efectos negativos que conlleva la
producción
de
la tuneladora no tienen valor monetario y por tanto son invisibles.
El
concepto de producción, distorsionado por los economistas
neoclásicos respecto al sentido inicial que le dieron los
Fisiócratas, cuenta sólo la parte que crea valor monetario y no
cuenta los deterioros que el proceso causa en el entorno físico y
social.
El
hecho de resaltar sólo la dimensión creadora de valor e ignorar los
deterioros y pérdidas de riqueza natural que inevitablemente
acompañan a la extracción y transformación, justifica el empeño
en acrecentar permanentemente ese valor económico. De este modo se
consolida el mito del crecimiento económico como motor de riqueza y
bienestar social. Sin crecimiento estamos abocados al atraso y a la
miseria.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarPero desde los economistas del PSOE hasta los premios Nobel.
ResponderEliminarNo saben salirse de lo ya ¨ aprendido ¨ para aprender algo nuevo utilizando su (puta) lógica.