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Alternativas sistémicas. Una reflexión

Marian R. Gómez - Pepe Campana - 15/15\15


El coordinador de 15/15\15 nos sugirió preparar una reseña sobre el libro Alternativas sistémicas, edición conjunta de Focus on the Global South, Attac France y Fundación Solón (La Paz, Bolivia, 2017, disponible bajo licencia CC BY-NC-ND en www.systemicalternatives.org).

Nos pusimos a ello, pensando en escribir, si acaso, unas notas animando a los lectores a intersarse por el libro. Al cabo nos encontramos con más de quince páginas en lo que podía ser cualquier cosa menos una reseña. Hemos optado por resumirlas y dejarlas en apenas nueve [en el documento RTF original]. 

Sirva como apunte inicial el siguiente párrafo extraído de la introducción al libro[1]:
Ninguna de la propuestas, ni el Vivir Bien, ni el decrecimiento, ni el ecofeminismo, ni la desglobalización, ni los derechos de la Madre Tierra, ni los comunes, pueden enfrentar solas satisfactoriamente la crisis sistémica. Todas estas propuestas y muchas otras más necesitan complementarse para forjar alternativas sistémicas.
Es en esta confluencia donde probablemente tenga que encontrar cada uno su sitio. El libro que comentamos no es un manual, ni probablemente oriente a quien lo lea sobre las bondades de unas alternativas frente a otras. Es posible que no sea, siquiera, un texto para consulta. Pero permite que cada quien haga su propia reflexión. Aquí está la nuestra.


Las orillas de los ríos Morona y Santiago a su paso por los departamentos peruanos de Amazonas y Loreto, abarcando una extensión de unos 1,3 millones de hectáreas de bosques tropicales, constituyen el territorio de la nación Wampis, formada aproximadamente por unos 15.000 individuos que se autodenominan shuar (gente).

No hace mucho el diario Independent se hacía eco de la nación Wampis publicando un artículo firmado por Chantal Da Silva y Jacob Balzani Lööv, que tenía por título “El primer gobierno indígena autónomo del Perú gana una importante batalla enfrentándose a las compañías petroleras”[2]. El artículo en cuestión narra en unos pocos párrafos, el éxito alcanzado por los wampis al conseguir que el Cuarto Juzgado Constitucional de Perú prohibiera a una compañía petrolera con derechos concedidos previamente por el gobierno peruano, a continuar haciendo prospecciones en sus territorios ya que, reconociendo que pueden afectar a sus derechos colectivos, no se han sometido a consulta previa tal como obliga la ley[3].

El compromiso de los wampis con su territorio, que suponemos se ha visto reforzado con la sentencia judicial de la que hablábamos antes, se pone claramente de manifiesto a través de sus propias leyes. En efecto, el 29 de noviembre de 2015 los wampis declararon la formación del Gobierno Territorial Autónomo de la Nación Wampis (no reconocido oficialmente por el gobierno peruano), eligieron a su presidente –pamuk en lengua wampis–, y aprobaron el Estatuto de la Nación Wampis,[4] y una primera ordenanza[5] que tiene por objetivo “reafirmar y auto reconocer el sistema de vida –el Territorio Integral– de la nación Wampis y pautar su administración interna.”[6]
En el Estatuto de la Nación Wampis se describe su visión:
Que la nación Wampis se perpetúe por todos los siglos conservando su ideología y su sabiduría ancestral con los aportes que cada generación le incorpore; que los otros pueblos y naciones lo respeten y lo reconozcan como igual; que nunca se someta a voluntad ajena ni perjudique la libertad de otros pueblos; que nuestro territorio sea siempre sano, respetado y garantizado, nunca vendido ni puesto en riesgo por decisiones ambiciosas; que nuestros jóvenes, hombres y mujeres, aprendan a amarlo y a aprovecharlo sin perjudicar a los demás y sin malograrlo, de manera que a ninguna familia Wampis se le prive de sus medios de subsistencia y que todos reconozcamos nuestra tierra como madre alimentadora y creadora de la vida.
Al igual que los wampis, otros pueblos indígenas de América también han luchado y luchan por mantener su identidad y proteger los territorios donde han permanecido y se han desarrollado por miles de años. Considérese, por ejemplo, la resistencia de los sioux de Standing Rock, quienes desde hace varios meses se enfrenta a los intereses de las empresas petroleras y del propio gobierno de Estados Unidos[7], interponiéndose en la construcción del Dakota Access Pipeline (el DAPL), resistencia que comparten en otros ámbitos y territorios con los inuit[8] , con la oposición de los mams y de los sipakapenses guatemaltecos a las actividades mineras a cielo abierto[9], y con el esfuerzo de las comunidades caucas, tumbando caña para agrocombustible y sembrando en su lugar maíz para comer[10], por citar algunos ejemplos.

Todos ellos tienen un denominador común: en su configuración se enfrentan dos modelos de consumo radicalmente opuestos, uno extractivista, fundamentado en el crecimiento y la necesidad pareja de arramplar con todos los recursos que son económicamente accesibles, sin importar las consecuencias que a medio o largo plazo puedan suponer estas prácticas al entorno (paisaje, flora, fauna, sociedad), y otra (a la que Capra y Mattei denominan generadora), profundamente ligado al concepto de pertenencia al territorio, al que no solo se le valora como proveedor de los recursos básicos para la subsistencia, sino también como referencia patrimonial de las generaciones y morada de los espíritus de donde proceden la fortaleza, el conocimiento y la fertilidad necesarias para garantizar la continuidad de suministro, y de la que se sienten protectores ante los graves daños que causa la voracidad de quienes profesan el primer modelo[11].

Este es igualmente, el sentir de los aymaras (Bolivia) y los quechuas (Ecuador), quienes durante siglos han practicado respectivamente el suma qamaña y el sumaq kawsay, sistemas que más recientemente han dado lugar a los conceptos del Vivir Bien y del Buen Vivir, los cuales a su vez han terminado incorporándose en los textos constitucionales de ambos países.

Del Vivir Bien es a lo que dedica el libro que reseñamos su primer capítulo. Escrito por Pablo Solón[12], el texto introduce los elementos esenciales del suma qamaña y el sumaq kawsay, de entre los que ocupa un lugar relevante la Pacha, –la unidad indisoluble del tiempo y del espacio, el todo. “La cosmovisión andina –escribe Solón refiriéndose a la Pacha– coloca el principio de la ‘totalidad’ en el núcleo de su existencia”. En contraste con los sistemas antropocéntricos, el Vivir Bien es esencialmente pachacéntrico; cuestiona el crecimiento continuo y la estabilidad y promueve el equilibrio como paradigma post-capitalista y post-socialista; un equilibrio dinámico que busca continuamente cómo superar la contradicción que habita en el todo.

Es precisamente en esta visión del “todo” en equilibrio dinámico, fuente del movimiento, del cambio de ciclo en la unidad espacio-tiempo, donde reside, en opinión de Solón, la fortaleza del Vivir Bien y del Buen Vivir frente a las demás alternativas. Admitir la diversidad y sus contradicciones, resolver sus tensiones, reforzarse en lo contrario, ganar en resiliencia, desarrollar la visión autogestionaria del territorio, no solo desde el punto de vista político y económico, sino promoviendo también la descolonización del ser, independizándolo culturalmente para superar las creencias y valores que impiden el reencuentro con la cosmovisión andina, el reencuentro con “la Pacha como un todo que tiene vida”, tal como dice Solón citando a Estermann, son los pilares que sostienen el Vivir Bien.
Pero ¿son el Buen Vivir y el Vivir Bien, una vez que han saltado al plano de lo institucional, el paradigma que pretendían ser?

Solón, quien por varios años desempeñó cargos de responsabilidad en el gobierno de Evo Morales llegando a ser embajador del Estado Plurinacional de Bolivia ante las Naciones Unidas, se refiere a la experiencia ecuatoriana y boliviana, en los siguientes términos:
El triunfo de estos conceptos a nivel constitucional impulsó la complementariedad de alternativas con otras visiones (…). Sin embargo, este triunfo constitucional del Vivir Bien fue también el principio de una nueva fase de controversias donde lo central pasó a ser su aplicación concreta en la realidad de ambos países [Ecuador y Bolivia].
Y más adelante:
Todo acto de institucionalización y formalización de una cosmovisión siempre conlleva un proceso de descuartizamiento de esa visión. Hay algunos aspectos que se resaltan y otros que se dejan de lado. Algunos significados se destacan y otros se pierden. Al final queda un cuerpo mutilado que puede tener mayor audiencia pero que está incompleto.
Esto ocurrió con el Vivir Bien y el Buen Vivir con los gobiernos de Evo Morales y Rafael Correa.
Para concluir después que tanto en la constitución del Ecuador como en la de Bolivia, los conceptos del Buen Vivir y del Vivir Bien “conviven, se articulan y son instrumentalizados en función de una visión desarrollista y productivista dominante”.

Y en efecto, los datos que el propio autor facilita no dejan espacio para la duda: crecimientos medios anuales del PIB del 4,2% (Ecuador) y del 5% (Bolivia), que si bien han permitido disminuir la pobreza en ambos países, se deben fundamentalmente a un aumento de la inversión pública que ha encontrado sus fuentes de financiación en la exportación de materias primas y la renegociación de la distribución de ingresos con las empresas extractivistas y en ningún caso desmantelando el poder de los latifundistas o limitando el enriquecimiento de las oligarquías nacionales o de las empresas transnacionales.

Sobre estas premisas, el maltrato que recibe la naturaleza, y el debilitamiento de la comunidad y de las organizaciones sociales, son corolarios evidentes. “El Buen Vivir –concluye Solón– ha estado ausente y confinado solamente a discursos”, corroborando lo que ya otros autores habían puesto de manifiesto: la desconexión entre el Buen Vivir y otras alternativas al desarrollo cuando aquel no tiene como fundamento conceptual ni la crítica radical a toda forma de desarrollo ni la defensa de alternativas que son, simultáneamente, post-capitalistas y post-socialistas[13].

Admitiendo pues, la necesidad de retornar a su formulación original, surge una pregunta del todo necesaria: ¿es posible el Vivir Bien?

En su artículo, Solón no responde directamente a esta pregunta. Sin embargo, basándose en su propia experiencia y en la de los gobiernos progresistas de Ecuador y Bolivia, y reconociendo al mismo tiempo que la crítica a la mala implementación del Buen Vivir no ha ido acompañada de una recopilación holística de propuestas a diferentes niveles, sí sugiere varios aspectos que en su opinión deberían considerarse muy cuidadosamente a la hora de aplicar el Buen Vivir. Menciona, por ejemplo, la necesidad de superar el rol organizador y planificador que se le confiere al Estado, en beneficio del poder autogestionario e interpelador que caracteriza al Buen Vivir; de recuperar el equilibrio –de la suficiencia diríamos seguramente en otros contextos– en todos los niveles; de redistribuir la riqueza alterando el poder de los poderosos; de potenciar una economía local; de implementar sistemas de participación directa en la adopción de las decisiones que afectan a la comunidad; de garantizar la equidad de género; y de otros muchos aspectos más que Solón resume, retomando la esencia del suma qamaña y el sumaq kawsay, en no olvidar el más importante postulado del Buen Vivir, el de la totalidad e integralidad.

Siendo este su sentir, no es de extrañar que en un capítulo posterior del libro que comentamos el mismo Pablo Solón se interese por los derechos de la Madre Tierra, “un llamado –dice– a abandonar el paradigma antropocéntrico dominante e imaginar una nueva sociedad de la Tierra”.

Solón describe en este capítulo, las corrientes –indígena, científica, ética y jurídica–, que han dado origen a esta alternativa. Es probable que de las cuatro la corriente más pragmática sea la denominada “corriente jurídica”. Los que la promueven centran su esfuerzo y atención en el desarrollo, aprobación y aplicación de los mecanismos legales necesarios para hacer efectivos los derechos de la Madre Tierra.

En los casos conocidos, tales derechos se formulan en forma de declaraciones de principios que para ser plenamente efectivos requieren de un desarrollo posterior. Es probable que sea aquí donde la corriente jurídica encuentra su mayor escollo. Valga a título de ejemplo, la advertencia de Solón sobre las dos experiencias legislativas más significativas hasta el momento[14]: Según nos cuenta, la propuesta de derechos de la Madre Tierra no está siendo implementada y “varios de sus postulados están siendo violados por los gobiernos que los promovieron.” Como consecuencia, la propuesta “se encuentra en un momento muy complejo” que solo podrá superarse si se solucionan “algunas preocupaciones y desafíos centrales en relación a [su] cumplimiento e implementación”. Entre ellas Solón enumera el rechazo al pago por servicios ambientales y la economía verde, los derechos de propiedad y la necesidad de avanzar hacia una democracia de la comunidad de la Tierra.

Sin menoscabo de las cada vez más numerosas iniciativas aparecidas en diferentes regiones geográficas[15], pensamos que los tres factores indicados son imposibles de salvar por el mero hecho legislativo. La economía verde y los mecanismos de intercambio en los que se fundamenta se utilizan para promover un hipotético desarrollo sostenible consistente en hacer del medioambiente un negocio; el derecho de propiedad se convierte en elemento de diferenciación social y modo de acumulación de poder, haciendo posible que los defensores del ecologismo social puedan ser acusados ya de comunistas ya de ecofascistas[16]; los propios estados son quienes traicionan los acuerdos que ellos mismos promueven, haciendo de sus regímenes políticos una farsa y de la democracia de la comunidad de la Tierra pura fantasía. Nuestras dudas pueden resumirse en una única pregunta ¿es viable contemplar los derechos de la Madre Tierra –la sostenibilidad ecológica en su concepción más radical– en la ley y regularlos de forma efectiva cuando la sociedad afectada está constituida, educada y orientada al crecimiento económico perpetuo? 

La respuesta la encontramos en la conclusión a la que llega el propio Pablo Solón, influido quizá por el recurrente concepto de totalidad, de la pacha: “el Buen Vivir no es posible a nivel de un solo país –los derechos de la Madre Tierra no se reconocerán de forma efectiva, ni siquiera a nivel de un solo país, añadimos nosotros– en el marco de una economía mundial capitalista, productivista, patriarcal y antropocéntrica.”

Un razonamiento similar formula también el mismo autor en el capítulo dedicado a la “desglobalización”. Reconociendo que la desglobalización persigue entre otros objetivos[17] una redistribución equitativa de las fuentes de vida, Solón nos dice que para su logro son necesarias “medidas impositivas, controles financieros, expropiaciones, nacionalizaciones, una profunda reforma agraria y urbana, la eliminación de los productos financieros derivados y los paraísos fiscales, y procesos ampliados de control y socialización de los grandes capitales”, lo que le lleva a afirmar que un país sólo puede avanzar en la construcción de un modelo alternativo si es “a través de la alianza con otros países que estén en el mismo camino”.

Pensamos sin embargo, que este enfoque no es suficiente. Aun suponiendo que en algún momento se iniciaran transiciones como las descritas, ¿cómo mantenerlas cuando se entiende que han de ser universales y, en todo caso, resultado del empoderamiento de la población? Avanzar por esta vía requiere vencer la inercia de una sociedad, la occidental, que está de forma mayoritaria, acomodada en un sistema político basado en los principios de la democracia representativa –no participativa y menos directa–, en la que se confía cada vez más en la expertocracia, y que se identifica, matícese hasta donde se quiera, con un sistema producción-consumo en el que se valora ora la aportación del capital ora la aportación del trabajo, sin considerar “ni la expropiación ni la destrucción de las condiciones y de las formas de vida que escapan a la valorización del mercado”[18] (el subrayado es nuestro). Los intereses cruzados son enormes, y con frecuencia sirven para construir idearios que refuerzan el statu quo proyectando escenarios del tipo business as usual en los que caben conceptos tales como crecimiento verde, sostenible, e inmaterial, y también desacoplamiento, eficiencia y tecnología amistosa con el medioambiente, y otros muchos similares, en un gatopardismo interminable. 

¿Debemos admitir entonces, tal como sugiere el propio Solón, que el proceso de transición tiene que ir acompañado de “reformas y revoluciones a diferentes niveles donde el indicador principal de avance está dado por el empoderamiento y participación real de la población”? No negamos que sea así, pero sí decimos que la revolución o es pacífica, o no es revolución y que por lo antedicho, las reformas y revoluciones a las que se pueda referir las vemos tan alejadas en el tiempo y en las formas, que apenas si nos aporta teorizar sobre ellas y sobre lo que han de traer. 

Pensamos, sin embargo, que es posible poner en práctica alternativas que siendo altamente resilientes y por lo tanto, resistentes a la reacción contraria y frecuentemente represora de los que hoy ostentan el poder, no necesitan ni de su concurrencia ni de su universalidad, para que lleguen a desplegarse con éxito. Valoramos entre ellas al movimiento decrecentista, al que Geneviève Azam[19] dedica el segundo capítulo del libro comentado, y a los comunes, sobre los que Christophe Aguiton[20] coincidiendo con Helfrich, Bollier y otros autores concluye que no son el recurso común en sí, sino un comuneando, un commoning, un proceso dinámico[21] afectado por el compromiso social y las prácticas de gestión del recurso material o inmaterial de que se trate.

En efecto, por un lado, el decrecentismo tiene a su favor, tal como apunta Azam, ser “un movimiento social, plural y diverso, en el cual convergen diferentes corrientes, experiencias y estrategias que buscan la construcción de sociedades autónomas y frugales” que se encarna en una multiplicidad de manifestaciones prácticas[22] que hacen de él no una “alternativa sistémica” sino más bien una “matriz de alternativas”. Vemos en esta diversidad la mayor de sus fortalezas[23]. Por otro lado, el ejercicio de los comunes ha de servir para “cuidar aquel elemento sobre el cual intervienen y, al mismo tiempo, reproducir y enriquecer sus formas de organización social.” Se ponen aquí de manifiesto los dos aspectos que habrán de considerarse en toda discusión que comprenda a los comunes. En primer lugar, la relación de “cooperación y reciprocidad” en la que, a decir de Weston y Bollier[24], se basa el concepto de commoning. En segundo lugar, y en gran medida reforzado por el primero, la idea del cuidado. “Los comunes –dice Aguiton– se constituyen en uno de los enfoques más favorables para ejercer el cuidado de lo común”, y también: “sólo la gestión directa y el “cuidado” que realizan las comunidades permiten la sostenibilidad de los comunes”, dando a entender que el cuidado es para los comunes una vía que se practica en ambos sentidos: para y por el cuidado son y se sostienen los comunes.

En ambos casos la práctica se desarrolla en ámbitos de cooperación estrechos en los que predomina de forma natural la interacción y la toma de decisiones directa entre los integrantes de la comunidad, al modo como se desarrolla en las poblaciones indígenas que mencionábamos al inicio de este artículo, en lo que podríamos imaginar –hay muchos ejemplos de ello– iniciativas de Transición, procedan o no de la ecología profunda y hayan producido o no los resultados esperados[25].

Ahora bien, en el camino que se ha de andar para poner en práctica cualquiera de estas alternativas, siempre se deberá tener en cuenta que en lo que afecta a la utilización de los recursos que provee la naturaleza, compiten, que no cooperan, dos visiones antagónicas. Una, generadora en el sentido de Capra y Mattei, defendida por quienes haciendo uso de tales recursos, pretenden también su cuidado, preservándolo para las generaciones futuras[26], y otra, productivista, extractivista, que ve en los objetos libres presentes en el mundo físico valores de cambio, generadores de beneficio económico y, por lo tanto, apropiables, valorables e intercambiables, sin importar el efecto que puedan tener tales prácticas en el “medioambiente inestudiado”[27]. Dos visiones, en suma, excluyentes, que para su desarrollo necesitan contar con la complicidad del poder, frecuentemente decantado en favor de los que defienden la visión economicista. Dos visiones en cuya confrontación se demuestra, no pocas veces, con qué facilidad tentativas que pudieran parecer exitosas, terminan en verdaderas tragedias[28].

Nos lleva esto a considerar las corrientes ecofeministas, a las que hemos dejado para el final. El motivo es solo uno: pensamos que los ecofeminismos[29] sitúan la discusión en un ámbito más extenso al que es propio de otras alternativas sistémicas. Así es: mediante el examen de las sinergias entre ecologismo y feminismo, todas las corrientes ecofeministas abordan en su formulación la ecodependencia y la interdependencia de los seres humanos; denuncian la falsa creencia en la que se sostiene el sistema capitalista y patriarcal, la supuesta autonomía del ser humano y su pretendida capacidad de supervivencia descuidada; y tratan de resolver los problemas de dominio que el patriarcado –añádase aquí colonialismo– capitalista ejerce simultáneamente sobre la mujer y la naturaleza.

Sus aportaciones, nos recuerda Elizabeth Peredo Beltrán[30] en el capítulo del que es autora, “son de un valor civilizatorio inmenso, pues exigen una mirada absolutamente distinta de la organización social: aquella que señala la insostenibilidad de la sociedad actual, aquella que en lugar de aceptar el dogma neoliberal, reconoce el trabajo de cuidados, de armonía con la naturaleza y de solidaridad como la base más real y benefactora de la sociedad; es decir, las sociedades del cuidado de la vida y de una vida que ‘merezca ser vivida’.”

En este contexto y con este programa tan amplio, queda en un segundo plano de la discusión, sin quitarle por ello el valor que tiene para quienes investigan el ecofeminismo y sus diversas manifestaciones, saber hasta qué punto una línea de trabajo es más avanzada[31] que otra, o indagar sobre las diferencias programáticas que las separan. Sobre esto, el artículo de Peredo Beltrán proporciona numerosas pistas. Nos interesa, sin embargo, resaltar la amplitud del horizonte de transformación que plantea el ecofeminismo llevando, tal como afirma la propia autora, “la contradicción hasta sus últimas consecuencias abordando las bases estructurales económicas, filosóficas, relacionales que subyacen a las relaciones humanas de opresión de género”.

La vulnerabilidad y finitud de los cuerpos y su cuidado; el dominio sobre la mujer y sobre la naturaleza; la explotación inherente a un sistema que propugna el crecimiento y lo considera independiente de la vida y de las condiciones que la hacen viable; la reproducción y el control de la población; el optimismo tecnológico y la creencia ciega en soluciones futuras que resolverán mañana los problemas que el propio desarrollo tecnológico está generando hoy; y muchos otros asuntos más son, todos ellos, objeto de estudio y campo de acción en ese proceso de transformación social. Debido a esta amplitud, es fácil imaginar cuánto bebe el ecofeminismo de otras disciplinas y, simultáneamente, cuánto aporta al conjunto de todas ellas. 

Siendo así, ¿puede admitirse que el ecofeminismo es la alternativa capaz de aglutinar el esfuerzo necesario para romper el “marco de una economía mundial capitalista, productivista, patriarcal y antropocéntrica” al que se refería Solón en el capítulo comentado en el inicio de este artículo?

No nos atreveremos a afirmarlo, pero sí señalamos nuestro convencimiento de que al igual que “todos los ecofeminismos están reflexionando, evolucionando, y construyendo teoría, filosofía, visión y propuestas de transformación emancipatorias desde su propia práctica y sus propios contextos en una sola dirección: la destrucción del patriarcado, el colonialismo y el capitalismo”, así también constituyen una propuesta que se imbrica con facilidad en el ámbito de actuación de otras alternativas sistémicas y en sus correspondientes programas de acción, de modo que, aun discurriendo por diferentes vías, fácilmente se complementan hasta confluir en un objetivo que debiera ser común: “la defensa y el cuidado de la vida”.


Pepe Campana

Notas

[1] Salvo que se indique lo contrario, todas las citas entrecomilladas proceden del libro comentado.
[2] http://www.independent.co.uk/news/world/americas/peru-indigenous-tribe-amazon-protect-land-oil-drilling-land-a7716321.html
[3] El proceso de consulta previa se regula en Perú a través de la Ley Nº 29785 del derecho a la consulta previa a los pueblos indígenas u originarios, reconocido en el convenio 169 de la organización internacional del trabajo (OIT), de 31 de agosto de 2011. Esta ley puede consultarse en Acnur.org (pdf, 1,4MB).
[4] Estatuto de la nación Wampis (pdf, 335KB).
[5] Ordenanza 001-2015-GTANW (pdf, 87KB).
[6] Tanto el Estatuto como las ordenanzas aprobadas por el gobierno territorial autónomo son conformes con las obligaciones del Estado Peruano en cuanto al respeto de los derechos y la autonomía de los pueblos y naciones indígenas y, en consecuencia, no deberían representar una vulneración de sus leyes.
[7] Hasta finales de 2015, el actual presidente de EEUU, Donald Trump, poseía acciones de la principal promotora del DAPL, Energy Transfer Partners (ETP), por valor de más de un millón de dólares (véase, por ejemplo, http://blogs.publico.es/delconsejoeditorial/3217/un-llamamiento-a-bbva/).
[8] Sobre la resistencia de los Inuit frente a las compañías petroleras véase, por ejemplo, http://rabble.ca/blogs/bloggers/david-suzuki/2016/08/clyde-river-inuit-fight-to-protect-territory-and-livelihoods-big
[9] Para saber más acerca del impacto que la actividad minera tiene y ha tenido sobre el territorio y sobre la población guatemalteca véase el documental El oro o la vida, CARACOL PRODUCCIONES, 2012,
[10] Véase la TL de @KiweNasa. Por ejemplo: https://twitter.com/KiweNasa/status/863804282822430724
[11] Dicen que el nombre wampis proviene de una especie de pez que tiene la cualidad de escaparse fácilmente de sus enemigos. Es posible que gracias a esta habilidad los wampis hayan sido capaces de sobrevivir durante más de 7.000 años en las tierras que habitan y que gracias a la visión integradora de su territorio hayan sabido identificar quién es su actual enemigo y cómo evitar caer en su trampa.
[12] Pablo Solón Romero es director de la Fundación Solón y miembro del Observatorio boliviano de cambio climático y desarrollo.
[13] Véase, por ejemplo, Eduardo Gudynas. 48, “Buen Vivir”, en Degrowth: Vocabulario para una nueva era, editado por Giacomo D’Alisa, Federico Demaria y Giorgos Kallis.
[14] Se trata de las experiencias de Ecuador, donde la constitución recoge los derechos de Pacha Mama, y de Bolivia, donde la Ley 71 de 21 de diciembre de 2010, de derechos de la Madre Tierra transcribe íntegramente la declaración universal sobre los derechos de la Madre Tierra, aprobada por esas mismas fechas CMNUCC.
[15] La autodenominada Nature’s Rights, una organización internacional sin fines lucrativos que persigue el reconocimiento de personalidad legal propia a los ecosistemas y las especies y que se defiendan por ley sus correspondientes derechos, promueve una iniciativa ciudadana europea (ECI), para que se consideren los derechos de la naturaleza en la agenda política europea. El borrador de la propuesta de directiva puede encontrarse en su sitio web (en inglés).
[16] Refiriéndose a Ron Arnold, presidente del Wise Use Movement, Michael E. Zimmerman escribe: “Arnold quiere polarizar a la opinión pública: o se es un ciudadano leal a la constitución de los EEUU o se es un ecologista radical que favorece a la naturaleza sobre los seres humanos, el bien común sobre la propiedad privada y el comunismo o el ecofascismo, sobre la libertad individual” (“Ecofascism: An Enduring Temptation” en Environmental Philosophy: From Animal Rights to Radical Ecology, 4ª ed., de Michael E. Zimmerman, et al., Upper Saddle River: Prentice Hall, 2004).
[17] Además del mencionado de la redistribución, Solón se refiere, por ejemplo, a la eliminación de las fronteras entre Estados; la protección hasta sus últimas consecuencias, del sistema Tierra; la aplicación consecuente del principio de subsidiariedad política y económica; la protección de los derechos de la población, incluyendo la soberanía alimentaria, y su prevalencia frente a las reglas del mercado; el desarrollo de nuevas formas de organización y cooperación. etc.
[18] Geneviève Azam, en el capítulo “Decrecimiento”.
[19] Profesora de Economía e investigadora en la Universidad De Toulouse II. Activista ecologista y antiglobalización, es también miembro de Attac France.
[20] Activista de Attac France, profesor en las universidades de Marne-la-Vallée y de la Sorbona París-I, sindicalista e investigador de los comunes, autor del capítulo 4, “Los Comunes”, del libro comentado.
[21] Véase, Silke Helfrich y David Bollier. 14, “Los comunes”, en Degrowth: Vocabulario para una nueva era.
[22] Véase, por ejemplo, el apartado “Decrecimiento y movimientos sociales” (pág. 72 y siguientes), y la amplia relación de movimientos sociales que a decir de Geneviève Azam “se inscriben en la matriz del decrecimiento, sin obligatoriamente reivindicarse del mismo”.
[23] No exenta de riesgos. Sobre ellos Azam nos previene de la dificultad de concebir la transición hacia una sociedad de post-crecimiento y nos alerta del riesgo de que devenga en “nuevas formas de totalitarismo” si la reflexión no se construye “a partir de relaciones sociales y experiencias concretas”. Este mismo riesgo, añadimos nosotros, no es menor cuando se trata decidir sobre la distribución de la riqueza y del reparto de los recursos y de la carga de trabajo en un ámbito geográfico más amplio, que pensamos sólo posible si es a partir de redes de cooperación solidarias, estables y efectivas.
[24] Citados por Aguiton, pág. 90.
[25] Sobre los Comunes de la Naturaleza, nos habla Aguiton de los éxitos habidos en Bolivia –Cochabamba y El Alto– y en Italia, para evitar la privatización del agua. Pero inmediatamente después nos recuerda que, por diversas razones, estas victorias “no han devenido en un incremento de la capacidad de la población para gestionar el agua como bien común”. Para una visión muy rápida sobre el éxito y fracaso de las Ciudades de Transición puede consultarse Samuel Alexander, 2012: “Ted Trainer y la Vía de la Simplicidad”, (hay traducción de M. Casal Lodeiro en Revista Papeles, nº 136, invierno 2016/2017).
[26] No necesariamente humanas.
[27] Véase Naredo, J.M. (2007, 2ªed.) Raíces económicas del deterioro económico y social. Más allá de los dogmas. Siglo XXI, Madrid.
[28] En 2015 murieron asesinados 156 activistas medioambientales. En 2016 la cifra aumentó hasta los 281. http://elpais.com/elpais/2017/05/16/planeta_futuro/1494909957_528995.html
[29] Coincidimos con Elisabeth Peredo en utilizar el plural, ecofeminismos, y no el singular. Escribe Peredo en este sentido que el ecofeminismo, “al tiempo de ser una propuesta teórica y política, es también un movimiento social, por lo que con más propiedad podemos hablar de «los ecofeminismos», es decir, de una diversidad de movimientos, posturas y corrientes que se encuentran en diálogo y debate”.
[30] Psicóloga y activista boliviana por los derechos ambientales y los derechos de las mujeres, Elizabeth Peredo Beltrán es la autora del capítulo titulado “Ecofeminismo”, en el libro que comentamos.
[31] Se refiere Peredo Beltrán en su escrito a la tesis defendida por Yayo Herrero según la cual, en la evolución del ecofeminismo se pueden distinguir, por este orden, los ecofeminismos esencialistas, los ecofeminismos del sur y los ecofeminismos constructivistas.

La fórmula del decrecimiento

Alexis Texeiro- Trátalo

La sociedad actual en los países del primer mundo vive a una velocidad muy por encima de lo sostenible.



Esta se transforma en velocidad crucero si hablamos de apropiación de recursos y de generación de residuos, porcentajes bastante superiores de las capacidades del entorno. Estamos generando gases de efecto invernadero (proveniente de los residuos) por encima de la capacidad de ser asumidos por parte de la atmósfera (la cual utilizamos como sumidero).

El posible agotamiento del petróleo (que usamos como recurso) se debe a que estamos consumiéndolo por encima de su tasa de renovación. Si hacemos un repaso por todos los problemas ambientales, los podemos situar en estas dos categorías:

Todos sabemos cuál es la solución.

Es sencillo; consumir menos recursos y producir menos residuos, todo a un ritmo asumible por la naturaleza.

Entonces, ¿por qué avanzamos justo en la dirección contraria?

Nuestro sistema actual, el capitalista, funciona con una única premisa: maximizar los beneficios individuales en el más corto espacio de tiempo. Y una de sus consecuencias es que el consumo de recursos y la producción de residuos no para de aumentar a velocidades exponenciales.

No es que haya un villano que diga: quiero cargarme el planeta. Es una simple cuestión de reglas de juego, o maximizas tus beneficios o te quedas fuera.

Quedarse fuera es que tu empresa sea absorbida o pierda su mercado. Para atajar este problema de sobre velocidad, de competencia caníbal que esquilma, exprime y erosiona nuestro planeta pasa por abandonar la obsesión del crecimiento.

Significa que los ciudadanos del primer mundo tendremos que recortar drástica mente nuestro consumo de recursos para solo acceder a las cosas que sean exclusivamente necesarias. Para así, acoplar la producción de residuos a la capacidad de asimilación de la naturaleza.

El decrecimiento no implica que todo el mundo decrezca, ni que decrezcamos en cualquier cosa, sino que busca la equidad en la austeridad. La apuesta por el decrecimiento no es anti-capitalista si no anti-productivista, busca dar lugar a un mundo donde primen los valores humanos por encima de los técnicos y económicos.

No se trata de regresar a los bosques a la luz de las hogueras (…) para nada… sino de establecer prioridades.

Es comprender que vivir mejor es vivir con menos.

El decrecimiento no es un objetivo, es un medio hasta alcanzar parámetros de sostenibilidad. Y Trátalo quiere ser punta de lanza del decrecentismo, con nuestra apuesta para reducir el consumo a través del acceso a las cosas, y en el caso que ocupa, alquilándolas.

¿Y tú? ¿te apuntas al decrecentismo?

Espiritualidad, el antídoto del sistema

Javier Arias - Alterglbalizacion's weblog

Un análisis somero de la realidad del mundo que nos rodea nos enfrenta a hechos escalofriantes: Un reducido y privilegiado 20% de la población mundial disfruta del 80% de la riqueza disponible mientras el otro 80% de seres humanos está condenado a pelear por el 20% restante de bienes, es decir porl las sobras y las migajas. Al mismo tiempo el medio ambiente experimenta todo tipo de problemas: disminución brutal de la biodiversidad, elevación incontenible de los niveles de polución en el aire, el agua y la tierra, cambio climático, desertización...



El concepto que auna toda esta cadena de hechos es el sufrimiento; sufrimiento del ser humano y sufrimiento del planeta. La vida cruje, languidece y se degrada mientras la humanidad se debate entre la impotencia y la resignación. El sufrimiento es el hilo que une a todas las razas, religiones y lugares de la Tierra. La víctima, el pobre, el expoliado, el hambriento, el explotado, el humillado son el punto de partida desde el cual todas las religiones pueden mirarse en el espejo. Este es, potencialmente, el núcleo primigenio de un diálogo fraterno, abierto, desgarrador y finalmente fecundo, como un alumbramiento.

La espiritualidad inherente al ser humano nos ofrece una reserva de esperanza ante la catástrofe. Las distintas religiones, partiendo del hecho nuclear del sufrimiento, pueden ser capaces de encontrarse y dialogar, vinculadas por la profunda sensibilidad que atesoran siglos de experiencia y, sobre todo, por elhumanismo responsable que encierran en su interior. Las espiritualidades de las múltiples culturas apuntan hacia la trascendencia, hacia la esperanza, hacia la propuesta transformadora. Ante el sufrimiento no se amedrantan planteando una respuesta anclada en el amor al prójimo como eje de actuación y una dinámica consecuente de liberación.

Frente a la ideología del egoísmo imperante que nos conduce hacia la autodestrucción, las distintas religiones y espiritualidades proponen un modelo totalmente diferente: austeridad frente a despilfarro, generosidad frente a codicia, cooperación frente a competencia, humildad frente a soberbia, fe frente a escepticismo, confianza frente a miedo, amor frente a odio, paz frente a violencia, reparto frente a acumulación...

Budismo, Islamismo, Hinduísmo, Judaísmo, Cristianismo... los principios son sorprendentemente comunes y sus soluciones al sufrimiento eco-humano frontalmente contrapuestas a las proclamadas cada día por el pensamiento suicida de las mentes simples.

Otro mundo es posible

Sobre el término 'decrecimiento'

Carlos Taibo

Crisis energética, inmobiliaria, financiera y bursátil, cambio climático... Un escenario de colapso sistémico que movimientos sociales de base y propuestas transformadoras enfrentan justo cuando no parecen lograr salir del bache. ¿Cómo analizar la situación? ¿Desde qué espacios, territorios, prácticas o líneas avanzar?

Habida cuenta de la magnitud de las agresiones que el capitalismo imperante ha asestado contra la naturaleza, y al menos en el Norte opulento, se impone reducir los niveles de producción y de consumo de muchos bienes. Y ello de resultas de al menos tres circunstancias: vivimos por encima de nuestras posibilidades, es urgente cortar emisiones que dañan peligrosamente el medio y, en fin, empiezan a faltar materias primas vitales.

Ahora bien, ¿es el término ‘decrecimiento’ el adecuado para describir esa propuesta o, por el contrario, y como señalan voces muy respetables, arrastra problemas severos? Hablando en propiedad, ninguno de los conceptos que utilizamos para describir iniciativas complejas deja de suscitar polémicas. Un ejemplo: aunque la mayoría de los improbables lectores de este texto se confesarán anticapitalistas, parece evidente que no todos los discursos que se reclaman de esa etiqueta son suscribibles. Determinadas modulaciones del rigorismo islamista contestan agriamente el capitalismo sin que sus cimientos conceptuales y su propuesta final sean, claro, los nuestros.

A duras penas, y en semejantes condiciones, podría uno pretender que el término ‘decrecimiento’ está libre de carencias. Hay quien señalará, así, que en realidad se ha abierto camino en los últimos meses un activo proceso de decrecimiento que es resultado de la llamada crisis financiera. Salta a la vista que ese proceso nada tiene que ver con lo que proponemos, y ello por mucho que, a la hora de describirlo, resista el empleo –bien es verdad, eso sí, que más bien raro– del mismo término. En paralelo, tampoco faltará quien aduzca que la palabra ‘crecimiento’ en su sentido más cotidiano tiene entre nosotros un cariz positivo –hablamos, por ejemplo, de crecimiento personal–, de tal suerte que no parecería razonable atribuir una condición saludable, también, a su antítesis. Lo suyo es reconocer que lo del decrecimiento acarrea un riesgo nada despreciable: si declaramos rechazar el concepto de ‘crecimiento’ porque entendemos que incorpora una aberrante inclinación en provecho de lo estrictamente cuantitativo y en detrimento de la consideración de variables sociales y medioambientales fundamentales, corremos el riesgo de que, al contraponer el vocablo ‘decrecimiento’, éste se vea impregnado del cuantitativismo de su contrario, de tal suerte que se traslade la idea de que, en los hechos, lo único que demandamos es que se verifiquen reducciones en los niveles de producción y de consumo.

Se aducirá, entonces, que debemos poner el acento, no en la demanda de esas reducciones, sino en la condición del proyecto alternativo –primacía de la lógica social frente al consumo y la propiedad, reparto del trabajo, ocio creativo, reducción del tamaño de infraestructuras, preponderancia de lo local, sobriedad y simplicidad– que defendemos, o, lo que es casi lo mismo, que debemos tirar por la borda el término ‘decrecimiento’. De operar de esa manera, lo que ganaremos por un lado lo perderemos por el otro. No se trata de esquivar la mención, siempre necesaria, de los rasgos del proyecto alternativo. Se trata de preguntarse si la mera enunciación de éste, mil veces realizada desde la trinchera del ecologismo radical, es suficiente, en clave de comunicación pública, para desvelar un problema tan hondo. Y ello por no hablar de que algunas de las manifestaciones del proyecto ecosocialista de siempre no acaban de dar el paso definitivo en el sentido de cuestionar directamente las presuntas virtudes del crecimiento económico. En ese sentido, el término ‘decrecimiento’, pese a sus carencias, tiene la virtud de poner delante de nuestros ojos determinadas exigencias que en otras circunstancias quedarían un tanto mortecinas. Dicho sea de paso, no parece que sea distinto lo que corresponde afirmar del vocablo ‘acrecimiento’, que más bien parece invocar la conveniencia de dejar, sin más, las cosas como están.

Es verdad que la discusión que nos atrae tiene perfiles distintos si utilizamos los indicadores económicos del sistema o si empleamos otros de carácter alternativo. En el primer caso no hay manera de esquivar una conclusión: nuestra demanda de acabar con la actividad –o al menos de reducir ésta– de sectores como el militar, el automovilístico, el de la aviación, el de la construcción o el de la publicidad se traduciría en una reducción del Producto Interior Bruto (PIB), sin que sea sencillo entender qué es lo que de malo aprecian en ello quienes recelan del término ‘decrecimiento’. Parece como si reclamar medidas que deben rebajar los niveles del PIB fuera, en sí misma, una actividad pecaminosa. Harina de otro costal es lo que sucedería si utilizásemos indicadores alternativos que valoren en su justo punto las actividades de cariz social y medioambiental. No hay ningún motivo para rechazar que el retroceso de los sectores económicos cuya actividad queremos que se reduzca se vería compensado entonces por el impulso que recibirían esos menesteres sociales y medioambientales, con lo que, en el cómputo final, la economía en conjunto podría no decrecer.

Pero no debe olvidarse que, por muy lógica que sea esta última consideración, lo cierto es que el común de las gentes razona conforme a los indicadores convencionales, de tal suerte que parece preferible poner delante de los ojos de la ciudadanía lo que aquéllos, pese a su impresentabilidad general, revelan bien a las claras: el peso ingente de actividades económicas extremadamente dañinas para el medio natural y la necesidad consiguiente de ponerles freno. Hay quien aducirá que asumir como propio, aun a regañadientes, ese terreno de juego es una opción delicada, o al menos lo es si uno demanda, en época de elecciones, el cierre de complejos fabriles y el reparto del trabajo (tal vez esto explica, siquiera sólo sea de modo parcial, por qué el ámbito en el que las propuestas de decrecimiento germinan con mayor rapidez es el que proporciona el mundo libertario, por definición ajeno a las consultas electorales).

Lo que en ningún caso debemos hacer es trampear con cuestiones tan delicadas como éstas, toda vez que podríamos deslizarnos por un camino mil veces recorrido, como es el de rebajar nuestras propuestas para que la ciudadanía no vea en ellas lo que a muchos nos gustaría, muy al contrario, que viese con claridad. En este orden de cosas, el término ‘decrecimiento’ tiene la virtud del aldabonazo que coloca delante de nuestros ojos un problema fundamental tras obligarnos a formular preguntas muy delicadas sobre la sinrazón que rodea al crecimiento que nos venden por todas partes. Creo que eso es lo que aprecian en él, por lo demás, la mayoría de los interpelados. Y es que semejante capacidad de despertar conciencias no la tiene ninguno de los vocablos alternativos que se manejan.

Ello no es óbice para que quienes nos reclamamos del decrecimiento pongamos todo nuestro empeño en subrayar que el proyecto correspondiente no implica en modo alguno, antes al contrario, una general infelicidad. Trabajaremos menos y, muchos, ganaremos también menos dinero, pero disfrutaremos de más tiempo para otros menesteres y demostraremos fehacientemente que es posible vivir, más felices, consumiendo mucho menos y asumiendo, claro, un ambicioso proyecto de redistribución de la riqueza.



Artículo de Carlos Taibo en Diagonal

Thoreau y la economía llevan a los estudiantes a aprender a renunciar

Adolescentes del instituto de secundaria Mundelein (Illinois) muestran su capacidad de renuncia en un experimento sobre simplicidad voluntaria

Tara Malone (traducción de Noelia Jiménez)

7 de marzo de 2009

Nathen Cantu anotó decenas de números de teléfono que tenía guardados en el móvil y que nunca se había molestado en memorizar. A continuación, el instituto Mundelein le «confiscó» el teléfono móvil que durante años había sido su principal medio de contacto con sus amigos y la tranquilidad de su familia. Cantu le entregó el teléfono a su profesor esta semana, inaugurando así un mes sin una sola llamada o mensaje de texto. Cinco días después, Cantu empezó a sentir punzadas debidas al síndrome de abstinencia. El viernes decía: «Me siento como desnudo, como si me faltara algo que debería estar ahí».




Más de una docena de estudiantes del mismo instituto de secundaria se comprometieron este año a prescindir de algo distinto cada mes, emulando al escritor Henry David Thoreau que, como es bien sabido, se retiró a vivir en su cabaña junto al lago Walden durante dos años «para vivir deliberadamente, para afrontar los hechos esenciales de la vida, y ver si no era capaz de aprender lo que la naturaleza tenía que enseñarme».

El proyecto de los adolescentes de Mundelein comenzó en noviembre, mes en que renunciaron al azúcar y evitaron las cadenas de restaurantes. En diciembre apagaron el televisor y el reto de enero fue evitar usar hojas de papel nuevo. En febrero prometieron no comprar nada que pudiera terminar en un vertedero. Los próximos retos son los peores: un marzo sin teléfono móvil y un abril sin Internet.
Según Cantu, él y sus compañeros han descubierto algo de sí mismos con cada sacrificio. Al cabo de apenas una semana sin teléfono móvil, Cantu afirma que está más centrado y más inclinado a pasar tiempo con sus amigos en lugar de enviarles un simple mensaje de texto. «También tengo una sensación de orgullo. Hay dignidad en el acto de decir no a las cosas».

Este experimento sobre el autocontrol se lleva a cabo al tiempo que numerosas familias están renunciando a muchas cosas en la vida real debido a la marcha de la economía: se borran del gimnasio, prescinden de las vacaciones e incluso de los colegios privados. Aunque muchos estudiantes manifestaron que se unieron al grupo por razones que no tenían que ver con la economía, reconocen que las lecciones que están aprendiendo podrían ayudarles en la transición hacia una época de presupuestos más ajustados. En una encuesta reciente, dos tercios de los jóvenes admitían estar preocupados por su situación financiera, según un informe nacional elaborado por TRU, una empresa de investigación de mercado con sede en Chicago. Solo el 11% de los encuestados dijeron que no estaban preocupados en absoluto. «Cuanto peores sean las estrecheces económicas de los jóvenes y más tiempo duren, más probable es que se abran a cambiar su forma de vivir», según Rob Callender, director de tendencias de TRU.

La renuncia puede ser buena para los adolescentes, según Madeline Levine, autora de El precio del privilegio: Cómo la presión de los padres y las ventajas materiales están creando una generación de jóvenes desvinculados e infelices. Según Levine, llevarse la comida de casa, renunciar a vestir a la última o prescindir del teléfono móvil da a los jóvenes la oportunidad de contribuir y desempeñar un papel nuevo dentro de la familia, y les ayuda a aprender una lección vital sobre la autodisciplina. En el proceso, los jóvenes que se han criado en una época de abundancia económica pueden replantearse sus expectativas. «Para muchos jóvenes es una oportunidad. Creo que la mayoría de ellos está aceptando muy bien el reto.»
Pasadas las seis de la tarde de un día lectivo reciente, trece estudiantes entraban en un aula del instituto Mundelein. El profesor, Steve Jordan, les recordó la propuesta que les había hecho la semana anterior: «ahora, entregadme vuestros teléfonos móviles, que guardaré durante un mes, para evitaros la tentación». «No, gracias», saltó Karlie Alms, de diecisiete años. «Mierda», dijo otro estudiante, resoplando. Pero Jordan continúa: «estos meses son los más duros, lo sabemos, pero no pasa nada. Queremos que sea duro. Podéis hacerlo.»

Jordan concibió el experimento de simplicidad voluntaria el pasado otoño como una actividad extraescolar que los niños aprueban o suspenden. Se reúnen todas las semanas para comparar sus apuntes y escribir sobre la experiencia. La mayoría de los estudiantes se sumaron al experimento de la vida simple porque suponía un esfuerzo creativo que además contribuiría a cuidar el entorno. Para muchos, las implicaciones económicas vinieron después.

El mes pasado, durante dos semanas, los estudiantes guardaron todas las servilletas y pañuelos de papel y los envoltorios de los alimentos que consumían para mostrar cuánta basura generaban incluso durante el mes de febrero, en que se comprometieron a comprar solamente alimentos, gasolina, desodorante y pasta de dientes.

Al comparar la basura que habían generado, Emily Bauer confesó que había deseado comprar una pulsera a la que ya había echado el ojo semanas antes. Había visto que sus músicos favoritos la llevaban y entró en Internet para ver con más detalle cómo eran las pulseras, que costaban 10 dólares. Tenían estampadas frases como «Stay gold» y «Believe». Bauer, de dieciocho años, mantuvo su compromiso y evitó comprar nada que no fuera necesario, pero la acuciante tentación seguía ahí: «Estoy deseando tenerla, no voy a mentir», dijo riéndose.

Ryan Menary, de dieciséis años, dijo que había estado tentando de comprar varios CD y pagar por descargarse una o dos canciones. Pero contenerse no le había costado demasiado.

A Patrick Bradley, el ejercicio de autocontrol le había parecido sorprendentemente bueno: había gastado muchos menos dinero al recortar sus compras. «No lo echas tanto de menos cuando no lo tienes», afirmó.

Artículo original: Thoreau, economy inspires students to learn lessons of less

Un relato holista sobre la vida


Simay estaba sentado con Sunto, el árbol de la tranquilidad; conversaba con él.

- Las fronteras definen los distintos mundos. La línea de la playa separa el mar del suelo, la superficie de mi piel me separa del resto del mundo, y así quedo definido – comentaba Simay

- Puedes verlo de otra forma –contestó Sunto-. Las fronteras son lo que nos une a los otros. La playa es la conversación que mantienen la mar y la tierra; allí se acarician una a la otra, como diría Glauca. Tu piel es lo que te sirve de contacto con el mundo que ves separado de ti. A través de tu piel y de tus otros sentidos, tus fronteras conversan con el mundo, se intercambian con él.

- Y Gaia nos ha hecho prácticamente todo frontera –Continuó Simay-. De esta forma nos desdibujamos como individuos porque es tan grande la línea o superficie de contacto que el intercambio entre Gaia y yo nos hace en la práctica uno solo.

- ¿Qué quieres decir? –preguntó entusiasmado Sunto con la imagen de Simay.

- Fíjate en tus hojas y en mis pulmones, ¿acaso no son lo mismo? Son la pura ansiedad de unirnos con el aire y entre tú y yo. Tus hojas me dan oxígeno y yo te doy dióxido de carbono. Extiende tus hojas sobre el suelo, ¡ocuparían tanto! Mis pulmones, tan pequeños para ti, podrían rodear tu tronco entero. ¿Y no estamos tú yo hechos de billones de células con las membranas que definen mis células y ocuparían un cuadrado de cuatro Suntos de alto. Y si pones mis células en línea te podrían llevar a la mismísima Luna. ¿Te imaginas lo grande que después de todo soy?

Sunto sonreía a su manera y contestó:

- Claro que eres grande, pero frente al mar de fronteras que te rodea, eres bien pequeñito.

Simay miró a la copa de Sunto, luego a la miríada de árboles y plantas que le rodeaban. Metió los dedos en la tierra y al sacarlos húmedos y manchados dijo:

- Sí.

- Es tan grande la superficie de Gaia –continuó Sunto- que necesariamente es ella quien define cómo funciona este planeta; y tal es la magnitud de sus caricias y conversaciones que todo es necesariamente una simbiosis perfecta. Si tus pulmones abarcan mi tronco y mis hojas abarcan a tus pulmones, no nos queda más remedio que colaborar; nuestra relación, no solo por tu necesidad de oxígeno y mi necesidad de dióxido de carbono, se simbiótica por naturaleza. Solidaria por naturaleza.

- De ahí que el amor rija el mundo –intervino sorprendiendo a ambos Glauca.

Extraído de 'El origen de Gaia. Una teoría holista de la evolución'de Carlos de Castro Carranza

Karl Polanyi: La gran transformación


La separación del trabajo de otras actividades de la vida y su sometimiento a las leyes del mercado equivalió a un aniquilamiento de todas las formas orgánicas de la existencia y su sustitución por un tipo de organización diferente, atomizado e individualista.

El plan de destrucción se vio muy bien servido por la aplicación del principio de la libertad de contrato. Esto significaba, en la práctica, que habrían de liquidarse las organizaciones no contractuales del parentesco, la vecindad, la profesión y el credo, porque reclamaban la lealtad del individuo y así restringían su libertad. La representación de este principio como la ausencia de interferencia, como lo hacían los liberales económicos, sólo expresaba un prejuicio arraigado a favor de una clase definida de interferencia: la que destruyera las relaciones no contractuales existentes entre los individuos e impidiera su reformación espontánea.

Este efecto del establecimiento de un mercado de mano de obra es evidente ahora en las regiones coloniales. Los nativos se ven obligados a ganarse la vida vendiendo su trabajo. Para tal fin, sus instituciones tradicionales deben ser destruidas, y debe impedirse su reconstrucción, ya que el individuo de la sociedad primitiva no está en general amenazado por la inanición, a menos que toda la comunidad afronte tal situación.

Es la ausencia de la amenaza de inanición individual lo que vuelve a la sociedad primitiva, en cierto sentido, más humana que la economía de mercado, y al mismo tiempo menos económica. Irónicamente la contribución inicial del hombre blanco al mundo del hombre negro consistió principalmente en su introducción de los usos del flagelo del hambre. Por ejemplo, los colonizadores podrían decidir la tala de árboles del pan a fin de crear una escasez artificial de alimentos, o podrían imponer a los nativos una tributación por choza para obligarlos a ofrecer su trabajo.

Karl Polanyi. La gran transformación. 1944

Otra crianza y otro mundo es posible. Mis 15 razones


Can-Men - El blog alternativo

En un mundo como el nuestro, que desprestigia la maternidad y la crianza, parece que el cuidado de los bebés y niños es un hecho anecdótico y aislado en la historia de la persona, que no tiene influencia más allá de la infancia, y por supuesto ninguna relación con la sociedad.

Vivimos como si funcionase así porque actualmente predomina una crianza mecanizada: de biberón en vez de lactancia, de chupete en vez de consuelo, brazos o teta, de guarderías en vez de madre, de cunas alejadas de la habitación de los padres, de muñecos que imitan el latido cardiaco, de hamacas y columpios varios, de cámaras para vigilar al bebé en la distancia, de CDs de nanas o susurros, etc.

Sin embargo, la crianza sí influye en la edad adulta y por tanto en toda la vida de la persona, y sí determina el cómo es la sociedad. Y sus consecuencias son de tal envergadura y profundidad que llegan a explicar el grado de violencia que vive cada cultura.

A pesar de otro tipo de factores como genéticos, económicos, etc. la variable que mejor define el nivel de equilibrio emocional de una sociedad es el tipo de cuidado que dispensa a sus niños y a las personas de quien depende, su familia. Y nos encontramos entonces con 2 grandes grupos de modelos de crianza y de vida: violentos o pacíficos.

La diferencia entre ellos radica en el tipo de parto, la separación temprana madre-bebé, la existencia de lactancia prolongada o no, el respeto a las necesidades de los niños de día y de noche, el contacto piel con piel que se establece, el número de adultos-cuidadores por niño, la rapidez de respuesta ante el llanto,… y en definitiva, en si existe una crianza de apego o desapego.

Los pueblos poco afectivos con sus crías y con poco contacto piel con piel presenta altos niveles de violencia en la edad adulta. Sin embargo la agresividad es casi nula entre los pueblos que mantienen un contacto muy estrecho y continúo con sus hijos.

Los antropología han constatado este hecho innumerables veces, pero, por si quedaba alguna duda, la moderna psiconeuroendocrinología también lo ha confirmado y justificado: a menor contacto con un bebé, menos protegido y más temeroso se siente y más adrenalina segrega su cerebro. En cambio, a más afecto, contacto y amor, más se activan los circuitos cerebrales de la serotonina.

Teniendo en cuanta la plasticidad cerebral de los primeros años de vida, y cómo las experiencias modelan la arquitectura neuronal y la personalidad del adulto, el predominio de una u otra hormona crea individuos distintos. El contacto físico y emocional constante con la madre (la primera fuente de amor) es lo que asienta los sistemas cerebrales del placer y crea personas seguras, confiadas y amorosas. Cuando el niño no recibe el afecto que necesita se crea una cultura basada en el egocentrismo, la violencia y el autoritarismo.

Cada autor lo ha nombrado de forma diferente: desamparo aprendido, indefensión, aprendizaje de la impotencia, desesperanza, sumisión, … pero en el fondo todo es lo mismo: sufrimiento y resignación, que determinan una actitud fría hacia el mundo y hacia los demás y que sólo en determinadas circunstancias pueden ser revertidos.

Podríamos creer que todas estas teorías de las hormonas y el apego sólo funcionan con tribus remotas y no en una sociedad con mp3, cirugía estética, hipoteca y rayo láser. Pero no es así.

Esa adrenalina y agresividad nos define también a nosotros y explica el grado de devastación al que hemos sometido a la Naturaleza, el injusto orden internacional, las cifras de miseria y hambre, y la violencia entre los países y en el seno de las propias familias.

¿Cómo hemos llegado a esto? Aunque las explicaciones son múltiples, la más potente y brillante (para el sistema) ha sido perturbar la relación madre-hijo que la naturaleza ha previsto para velar por el desarrollo físico, emocional, intelectual y social de una persona.

Atacando el apego desde la raíz se consiguen ciudadanos vulnerables, siempre necesitados y anhelantes de algo más, desorientados, sumisos y dependientes de una sociedad consumista y devoradora.

Pero para lograr una ruptura tan radical se necesita un engranaje de diferentes actores que consigan cegar totalmente el juicio y el instinto de las madres. Lo consiguieron. Y estas son mis 15 acusaciones:

1. Acuso a la industria farmacéutica de haber convertido todos los procesos naturales de la mujer en enfermedades tremendamente rentables: menstruación, anticoncepción, embarazo, parto, lactancia, crianza y menopausia.

2. Acuso a la píldora anticonceptiva (y todos los productos hormonales en general en mujeres sanas) de haber alterado totalmente nuestro delicado equilibrio endocrino y de robarnos los mensajes intuitivos que llegan del inconsciente con las diferentes fases del ciclo menstrual femenino, por la relación entre ovarios, determinadas hormonas y actividades de hemisferios cerebrales. Este es uno de lo problemas de base sorprendentemente ocultado. Las mujeres no se desconectan en el parto de sí mismas por primera vez, sino que llevan años desvinculadas de la sabiduría femenina ancestral y más unidas a un laboratorio que a su propio cuerpo.

3. Acuso al negocio de la fecundación artificial de aprovecharse de las mujeres desesperadas por concebir y someterlas a dolorosos, caros y largos procesos, en vez de analizar las causas verdaderas (y subsanables) del fracaso en los embarazos, y que nos obligarían a replantearnos el ritmo y el estilo de vida que llevamos a todos los niveles.

4. Acuso a la industria de la alimentación de su macabra y eficaz estrategia para convencer a medio siglo de mujeres y conseguir que la leche de un animal (cuyo cerebro es mucho menor que el humano) tratada químicamente, suministrada en plástico, y por manos frías, muchas veces, haya suplido al calor, amor y el milagro de una teta blandita. Este triunfo económico ha significado una condena a muerte a millones de niños en países poco desarrollados, y alto riesgo de enfermedades, menos nivel cognitivo y desapego en los países ricos. Ausencia de lactancia significa ausencia de oxitocina y menos enamoramiento madre-hijo, y a partir de aquí una larga cadena de conductas artificiales.

5. Acuso al sistema obstétrico de haber convertido la normalidad del parto en patología, de haberlo medicalizado hasta el delirio de 50% de cesáreas en algunos países, de no haber respetado la extrema fragilidad del recién nacido y de haber convertido el sagrado acto del nacimiento en una mera extracción y manipulación de bebés.

6. Acuso a los pediatras de haber confundido sus creencias y prejuicios con la verdadera ciencia, de haber frustrado millones de potenciales lactancias exitosas con falsas normas, de haber convertido en enfermedad una pauta de sueño mamífera y de anteponer sus criterios a las recomendaciones de la OMS.

7. Acuso a los neurólogos y psiquiatras de sobre-diagnosticar la hiperactividad, y de drogar y anular a una generación de niños (a pesar de los constatados y denunciados efectos secundarios) con Ritaline/Rubifren: la cocaína pediátrica

8. Acuso a los psicólogos de medrar a costa de todos los errores del sistema en crianza, de no hacer honor a su nombre (psiqué=alma), de crear teorías que han justificado la continua domesticación de los niños anulando el leve instinto materno que quedaba (sobreprotección, falta de límites, permisividad por consentir demasiado, malcriar, etc.), y de haber inventado una falsa socialización temprana que no existe hasta mucho más tarde ( 6-7 años cuando queda establecida la lateralidad cerebral).

9. Acuso a los falsos gurús de crianza: Spock/Ferber/Valman/Estivill y secuaces conductistas de hacer apología de métodos de socio-tortura y vender insensibilidad, crueldad y falta de respeto hacia los niños. Si hubiese un Tribunal de la Haya Emocional, todos estos personajes habrían sido condenados por sufrimiento a la Humanidad.

10. Acuso a las feministas clásicas de haber mutilado a las mujeres humillando nuestra feminidad y maternidad, y de haber vendido a nuestros hijos por una falsa liberación que simplemente fue un cambio de lugar de opresión, y que perpetuó y potenció el sistema y los valores dominantes: masculinidad, competencia, depredación, jerarquía. Nunca hubo ninguna revolución social, sino un continuismo con otra cara. Sí es compatible el trabajo y la crianza, pero para eso hay que transformar el sistema y no abducirnos a nosotras y abandonar a las criaturas.

11. Acuso a las revistas femeninas de fomentar modelos de mujeres descerebradas, consumistas, siliconadas, hipersexuales que cuando tienen hijos se convierten en madres virtuales que atienden por control remoto a sus criaturas a golpe de Visa y continúan con su estresante vida sin inmutarse ni un tacón.

12. Acuso al sistema educativo de precocidad, de tener planes obsoletos que no responden a las verdaderas necesidades de aprendizaje a través del juego y la libertad de expresión, de fomentar la sumisión y obediencia e impedir los procesos de pensamiento independiente y creativos que permiten encontrar el propio camino en la vida .

13. Acuso a toda la sociedad de ser adultocentrista y haber excluido a los bebés y niños de la vida diaria, de infravalorar la maternidad y crianza considerándolo una pérdida del talento de la mujer pero sí valorar a ésta como productora dentro del sistema económico (ni como reproductora ni como cuidadora).

14. Acuso al estado de Bienestar de haber secuestrado la vida de los bebés encerrándolos en guarderías tempranas que se convierten así en una especie de “orfanatos de día” bien decorados, mientras obliga a sus dos padres a trabajar lejos de casa para subsistir en un modelo de vida asfixiante, de haber pasado del concepto de “se necesita una aldea para criar un niño” a la soledad y el desamparo de 8 bebés por cuidadora, de tener unas políticas de conciliación familiar-laboral miserables, de ausencia de ayudas familiares decentes, y evidentemente de haber creado una sociedad del malestar en la que según la OMS en el 2020 la depresión será la segunda enfermedad.

15. Y por supuesto, acuso a las mujeres de no escuchar su corazón ni su instinto, de haber sacrificado a sus hijos para que el sistema los devore (porque ellas ya lo estaban), de acceder a la maternidad y parto con muy poca información y por tanto con una actitud de niñas dóciles que delegan su papel en los demás, de no luchar o exiliarse de este injusto modelo económico ni siquiera dentro del hogar, sino de dirigir la rabia y frustración (consciente o no) contra sus hijos, insensibilizándose ante su llanto y llamadas nocturnas, de obsesionarse por el adiestramiento y las normas (que en el fondo les ayudan a ellas a tener una estructura y orden y a desculpabilizarse de su abandono real), y de centrar todas sus fuerzas en aspectos externos al hogar.

Estos 15 agentes han hecho que llevemos varias décadas con una crianza impregnada del espíritu light de Herodes: subestimar la importancia de satisfacer plenamente los instintos y necesidades de la infancia, y han creado una sociedad DES-MADRADA, no amorosa, no segura de sí misma, no empática con los demás, que es la causa del estado actual de la Tierra.

Afortunadamente esta situación nunca ha sido 100% generalizada y siempre ha habido pediatras, neurólogos, ginecólogos, comadronas, psicólogos, revistas, colegios y madres y padres disidentes de la crianza oficial, que han sufrido muchas burlas, incomprensiones y zancadillas sociales, pero que han mantenido la luz encendida para todos los que venían detrás con los ojos abiertos.

Ese modelo de desapego nos ha obligado a estudiar e informarnos en profundidad (a veces más que muchos profesionales), nos han obligado a citar continuamente a la OMS, a husmear en los estudios antropológicos, a entender el efecto del cortisol y la alteración de la amígdala, a comparar diferentes culturas, a conocer las ayudas de maternidad del norte de Europa, etc. Pero nos han hecho fuertes.

Y por ello, ha llegado la hora de dejar de justificar la crianza mamífera como preferencia caprichosa personal, y de trasmitir que es la única salida posible para el planeta. Y podemos gritar con orgullo que las evidencias científicas, el instinto, la historia del mundo, el corazón y la Ética están de nuestro lado.

Estamos en un NUEVO PARADIGMA que es el de la maternidad consciente, vocacional y amorosa en total consonancia con otras transformaciones sociales: alimentación más sana, respeto y preocupación por el medio ambiente, auge de las medicinas naturales y alternativas, energías verdes, nuevas formas de espiritualidad, etc.

La pregunta ahora no es qué tipo de crianza eliges, sino en qué tipo de mundo quieres vivir: en el actual de niños y padres separados, dominio de la adrenalina y la frustración, o en un mundo de oxitocina, amor, fusiones emocionales y bienestar.

La Política tendrá que hacer sus deberes y subir el PIB de ayudas a familias del 1’1% actual (en España) a más del 2% que es el nivel europeo, aumentar la baja de maternidad, fomentar la creación de espacios familiares, grupos de maternidad y ayuda mutua en el cuidado para compensar el aislamiento y soledad de tantas familias en nuestra sociedad, etc.

Pero las que verdaderamente debemos cambiar el estado de cosas y la mentalidad social somos nosotras: las propias mujeres.

La mujer que gesta y trae al mundo un hijo también gesta de alguna manera la sociedad. En su embarazo, parto, lactancia prolongada y apego con su hijo se gesta la salud física, emocional del niño, su capacidad de amar, de relacionarse con el mundo, su respeto a la vida, su alegría de vivir y su dignidad. Esto es sencillamente: PODER, y, para evitar que lo tengamos, han hecho todo lo posible por desapegarnos de nuestros hijos, ya que los humanos criados de esta manera son sabios y no comulgan con un modelo de sociedad basado en tantas mentiras e injusticias.

La lactancia es el acto más subversivo contra la sociedad actual: es gratuita, crea hijos sanos y felices, colmándoles el estomago, el corazón, los chakras y el alma. En la lactancia hay una parte que todavía no nos han explicado y es la LACTANCIA CUÁNTICA, la unión entre el bebé y el Universo a través de la madre. La lactancia es la alquimia de la vida y es la transmisora del conocimiento ancestral de millones de mujeres a través de una cadena energética de amor. Por ello, hay que defenderla, normalizarla y apoyar su uso como medida prioritaria.

Ahora parece que somos pocos, como una insignificante ola en medio del océano, pero seremos millones, y esa ola se convertirá en un tsunami que cuando llegue a la costa arrasará el Sistema. Los nuevos tiempos nos acompañan.

Otro mundo es imprescindible y está al alcance de la mano con tan sólo tres requisitos: oxitocina, apego y conciencia.

Otra crianza y otro mundo es posible. Mis 15 razones