Oriol Neira y Stefano Puddu - Mientras tanto
Entrevista a Serge Latouche
En
los últimos dos años has dedicado una parte importante de tu tiempo
a viajar por distintos países para hablar de decrecimiento. ¿Qué
te ha sorprendido del público que te viene a escuchar? ¿Qué les
preocupa?
Me
ha sorprendido la juventud del público asistente. A menudo los
organizadores de las charlas y de los encuentros son viejos
«combatientes», ex-sesenta y ocho, altermundialistas, etc. de mi
generación. Ellos son los primeros sorprendidos por la afluencia de
jóvenes (menores de treinta años y estudiantes de secundaria). Para
mí, esto es un motivo de gran satisfacción porque a ellos les va a
tocar intentar salvar el planeta. Las preguntas son, obviamente, muy
variadas en función del auditorio, edad de los asistentes y estatus
social. Muy pocas personas cuestionan el análisis y la mayoría
simpatizan con el objetivo. Las preguntas se orientan sobre todo
hacia los medios para alcanzarlo. ¿Cómo cambiar las cosas, las
mentalidades, los hábitos? Con el cambio de comportamientos a nivel
personal, ¿es suficiente? La política, ¿puede ayudar a cambiar las
cosas? ¿Y la educación, la enseñanza? ¿Cómo evitar la
manipulación de la que somos vícitmas? ¿Cómo proponer el
decrecimiento en los países pobres? Y después, ¿qué hacer con
China? ¿No somos ya muchos en el planeta?
En
tus viajes has entrado en contacto con realidades y experiencias que
orientaban sus acciones hacia el decrecimiento, ¿cuáles te han
parecido más interesantes?
En
el contexto europeo actual, la acción local puede revestir dos
formas principales complementarias: la protesta y la propuesta. La
protesta se concreta en las movilizaciones que se organizan
regionalmente y localmente contra los «grandes proyectos»
(autopistas, TGV, centrales nucleares, etc.) que sacrifican las
poblaciones reales y su bienestar concreto y local en el altar del
indicador de bienestar estadístico abstracto, deslocalizado. En
Italia, las resistencias se multiplican: en el valle de Susa contra
el TGV Lion-Turín y su tunel monstruoso; contra el megapuente sobre
el estrecho de Mesina, la Mose en la laguna de Venecia, las
incineradoras –hipócritamente denominadas termogeneradores (en
Trento y otros sitios), la central eléctrica de carbón en
Civitavecchia, los regasificadores en los puertos, etc. Para esquivar
las críticas de los tecnócratas, que acusan a las localidades
afectadas de padecer el complejo NIMBY (not
in my backyard –«no en mi patio
de atrás»), los opositores han decidido apoyarse mutuamente (Patto
di mutuo soccorso), creando así una consciencia global de los retos
locales (y oponiendo al acrónimo NIMBY, su BANANA, build
absolutely nothing anywhere near anything).
En Francia, la resistencia a los «grandes proyectos» -centrales
térmicas de carbón, proyecto Iter, grandes infraestructuras de
transporte- ha estado más mal coordinada y se ha desarrollado
centralizadamente y desde el poder administrativo, pero ahora ya
empieza a funcionar.
Uno
de los medios no violentos frecuentemente eficaz es la interpelación
de los cargos electos o de los responsables administrativos,
técnicos, económicos, incluso, el asedio jurídico. Ante el efecto
apisonadora de las lógicas dominantes, se asiste a una lucha
titánica donde aquellos que persiguen una alternativa a menudo hacen
el papel de Sísifo. Sin embargo, suelen obtener un considerable
apoyo en las campañas de recogidas de firmas, pueden conseguir la
reapertura de una estación con las batallas jurídicas, o el
mantenimiento de una escuela o de un hospital, el bloqueo de un
proyecto de incineradora o de una línea de alta tensión. Por otro
lado, las batallas locales contra los proyectos concretos son
frecuentemente el terreno favorable para una visión más amplia de
disfunciones del sistema y para la emergencia de un equipo municipal
alternativo como las listas cívicas surgidas de la sociedad civil en
varios países.
¿Y
la propuesta?
Para
mantener sus resistencias, en Francia y en Italia y desde hace poco
en Bélgica y España, los grupos sobre decrecimiento se constituyen
espontáneamente, organizan marchas, tejen redes. El camino del
decrecimiento inspira comportamientos “virtuosos”. Citemos el
movimiento “Cambiaresti”, formado por 1300 famílias (sólo en la
región de Venecia) que intentan vivir de acuerdo con un “balance
de justicia”, esto es, con una huella ecológica equitativa; o bien
las ecovilas, las AMAP (Asociaciones para el mantenimiento de una
agricultura rural) en Francia, los GAS (Gruppi
d’acquisto solidali –Grupos de
compra solidarios-) en Italia que descansan sobre circuitos cortos y
una alianza productores-consumidores, los que practican la
simplicidad voluntaria, etc. Así se construye poco a poco una
ciudadanía ecológica local, base para una nueva identidad.
A
la espera de los cambios necesarios de las governances
mundiales y de la llegada al poder de gobiernos nacionales favorables
a la objección del crecimiento, numerosos actores locales se han
apropiado implícita o explícitamente de la utopía fecunda del
decrecimiento. Colectividades locales, desde Carolina del Norte a
Châlon-sur-Saône, toman la delantera y empiezan a poner en juego la
lucha contra el cambio climático. La disminución del consumo de
energía puede coger como modelo el ejemplo de BedZED (por Beddington
Zero Energy) y fijarse el objetivo de las “ciudades perdurables”
(Nadia Gorbatko, Villes durables: quartier libre à l’utopie, TGV,
magasine, octubre 2007). Ciertas regiones deciden rechazar los OGM
(La Alta Austria, la Toscana, y Polonia).
La
nueva red de municipios intenta promover un cambio a nivel
institucional complementario a las iniciativas citadas. Se trata de
una asociación constituida por investigadores, movimientos sociales
y numerosos responsables locales provenientes de los pequeños
municipios, pero también de entidades más importantes como la
provincia de Milán y la región de la Toscana, que quieren
resolver, de manera honesta, a nivel local, los problemas generados
por la desmesura de una sociedad de crecimiento. La originalidad de
la red consiste en escoger una estrategia que descansa en el
territorio entre actores sociales, medio ambiente físico y
patrimonios territoriales. Según el manifiesto se trata de «un
proyecto político que valora los recursos y las especificidades
locales, impulsando procesos de autonomía consciente y responsable y
rechazando el pilotaje (heterodirección) de la mano invisible del
mercado planetario». (Carta del Nuevo Municipio en
www.nuovomunicipio.org).
Dicho de otra forma: se trata de laboratorios de análisis crítico y
de autogobierno para la defensa de los bienes comunes reincorporando
la idea de “villa urbana” y la senda trazada por los movimientos
de las “ciudades lentas” (slowcity,
red mundial de ciudades medianas que limitan voluntariamente su
crecimiento demográfico a 60.000 habitantes). Este movimiento
completo es el del Slowfood,
al cual se han adherido cien mil productores, campesinos, artesanos,
pescadores que luchan contra la uniformización de la alimentación y
por reencontrar el gusto y los sabores. También se puede mencionar
el movimiento de las ciudades en transición en Irlanda e Inglaterra
(Kinsale, Cork) o la experiencia de Mouans Sartou. Todas las
experiencias constituyen los mismos laboratorios de una alternativa y
participan de estos “monasterios del tercer milenio” —como los
denomina Maurizio Pallante— para preparar la civilización del
mañana o, en caso de catástrofe global, preservar un mínimo de
civilidad para construir el futuro.
Parece
bastante claro que nuestra sociedad ha de decrecer. Pero existen
otros países que aspiran aún a un crecimiento de su sistema
económico y de su nivel de vida. ¿Crees que este hecho puede abrir
una prospectiva peligrosa y habría de ser considerada una amenaza a
escala mundial?
Naturalmente
el hecho de que nosotros, occidentales, hayamos logrado –no sin
causar daño: dos guerras del opio y 50 años de comunismo en China,
un siglo de colonización en África, la India, Brasil– inocular el
virus del crecimiento económico en el resto del mundo hace que el
cambio sea más difícil. La colonización del imaginario ha sido el
éxito más grande de Occidente y será también su tragedia más
grande. Salvo algunos “supervivientes” de los primeros pueblos y
de pequeñas minorías en los países del Sur, que estan y quieren
permanecer fuera del crecimiento y del desarrollo, la inmensa mayoría
de la población mundial aspira (es fácilmente comprensible) al
nivel y al modo de vida norteamericanos. Resulta claro que la
generalización del “sueño” americano es imposible y que todo
avance en este sentido sella la aceleración del fin de nuestro
ecosistema.
Es
evidente que el crecimiento económico chino (e indio) comporta un
problema planetario. Aunque China no sea aún el primer contaminador
mundial del planeta en términos absolutos y se halle muy y muy lejos
en términos relativos (su huella ecológica por habitante en el 2004
corresponde justamente a un planeta y es, en términos ambientales,
seis veces inferior a la de Estados Unidos), es a partir de ahora la
manufactura del universo. Seria inmoral, y por otro lado muy difícil,
imponer alguna cosa que fuera contra su voluntad. La aspiración de
las clases emergentes chinas (de 100 a 200 millones de individuos,
sin embargo…) al coche privado y al malbaratamiento desenfrenado
del consumismo occidental es menos censurable en tanto nosotros somos
en gran medida responsables. Volkswagen y General Motors preven
fabricar 3 millones de vehículos por año en China en los próximos
años y Peugeot, para no quedar al margen, inicia unas inversiones
gigantescas … Nosotros mismos no hemos entrado aún en la via de
una sociedad autónoma y sostenible, alegre tal vez, pero
necesariamente frugal a nivel material.
Sea
como sea, el destino del mundo y de la humanidad reposa en no poca
medida en las decisiones de los responsables chinos. El hecho de que
ellos sean conscientes de los desastres ecológicos presentes y de
las amenazas más reales que pesan sobre su futuro (y el nuestro) y
de que sepan que los costes ecológicos de su crecimiento anulan o
superan sus beneficios en una contabilidad ecológica (aunque no sean
los mismos los que reciben los dividendos de quienes sufren los
costes), todo ello, junto a una tradición milenaria de sabiduría,
muy alejada de la racionalidad y voluntad de poder occidentales, nos
lleva a esperar que no irán hasta el final del callejón sin salida
del crecimiento que nosotros estamos a punto de alcanzar. A partir de
ahora, tras el informe Stern, la China ha adoptado un programa
ambicioso para reducir un 20% entre 2006 y 2010 la energia utilizada
por cada unidad de PIB y para promover las energías renovables. La
India se halla en una situación comparable y se está preparando
para lanzar en el mismo período una política de mejora de la
eficiencia energética. Sólo logrando atraer decididamente hacia el
camino de una sociedad de decrecimiento y demostrando que el “modelo”
es exportable, podemos convencer –y proporcionar los medios– a
los indios y a los chinos y a los brasileños para cambiar de
dirección y salvar a la Humanidad de un destino funesto.
Impresionante blog y está bien escrito para entenderlo.
ResponderEliminarInspección Vietnam