Jesús M. Castillo - La réplica
Conforme
Podemos se acerca al poder institucional el debate sobre su modelo
económico se profundiza. La “casta” política, sus voceros y la
oligarquía para la que trabaja, asustadas, pregonan que el programa
económico de Podemos suena bien pero es irrealizable. Y es que,
los que viven anclados ideológicamente y lucrándose del
neoliberalismo no pueden, ni quieren, admitir otras alternativas.
Sus
posiciones en el sistema condicionan una ética antidemocrática que
ve en los rescates a las grandes empresas, las liberalizaciones de
mercados, la explotación laboral y medioambiental, los recortes del
gasto social y las privatizaciones de servicios públicos medidas
económicas para volver a la “senda del crecimiento”. Un
crecimiento que se ha demostrado que conlleva la concentración de
las riquezas en unas pocas manos
y, tarde o temprano, conduce a la crisis económica.
Por
otro lado, lo que plantea Podemos es una “ruptura democrática”
que redibuje la acción política aumentando la democracia a todos
los niveles, también en el plano económico. Una “democracia
económica” en pro de un reparto ordenado de las riquezas. Con este
objetivo, desde la dirección de Podemos a nivel estatal se ha
encargado la elaboración del programa económico a economistas que
defienden redistribuir
las riquezas al mismo tiempo que se impulsa, de nuevo, el crecimiento
económico. Este
enfoque adolece de dos contradicciones fundamentales. Por un lado,
para salir de la crisis económica ignora la crisis ecológica,
reflejada por ejemplo en que la huella ecológica del Estado español
es tres veces superior al territorio disponible, es decir, estamos
exportando impactos ambientales y destruyendo capital natural más
allá de nuestras fronteras. Por otro lado, al apostar, de nuevo, por
la “senda del crecimiento” se están poniendo los cimientos para
una nueva crisis económica. Por lo tanto, salir de la crisis
económica creciendo, sin más, es insostenible.
En
este contexto, no se han hecho esperar las críticas
al nuevo gabinete económico de Podemos por parte de un sector
decrecentista
que adolece de una visión consumista y socialmente catastrofista del
decrecimiento. Socialmente catastrofistas porque afirman, la única
alternativa al decrecimiento es el colapso social, sin comprender las
posibilidades de adaptación del sistema capitalista a los cambios.
Una adaptación que puede llevar a evitar el “colapso” social
mediante la represión y el sufrimiento de millones de personas en
todo el planeta. Y una visión consumista porque este sector
decrecentista sigue afirmando que vivimos en una “sociedad del
consumo”. Y esto cuando el
consumo medio de las familias ha caído “solo” cerca de un 10%
desde que estallara la crisis económica,
un 25% de las familias vive bajo el umbral de la pobreza y un 40%
llega muy justa a fin de mes, al mismo tiempo que el Estado español
sigue a la cabeza mundial de huella ecológica per cápita: el 6º
puesto en uso de agua, el puesto 16º en uso de materiales, el 21º
en uso de suelo y el 24º en emisiones de carbono a la atmósfera. Y
es que la mayor parte de los impactos ambientales no están
relacionados directamente con el consumo, sino
con cómo se organiza la producción. El no identificar
claramente las causas de la crisis ecológica global y sus remedios
lleva a este sector decrecentista a posturas muy minoritarias al
intentar ganarse a la población explicando que tendrán que vivir
con menos.
La
gente sabe perfectamente lo que es vivir con menos porque están
sufriendo un decrecimiento forzoso en el marco de una crisis
económica manipulada por unos pocos. Este
decrecimiento significa sufrimiento, desahucios, desempleo,
precariedad laboral, emigración forzosa,
etc. Pero el decrecimiento es, como la ética, una cuestión de clase
social. La clave es decrecer de manera democrática, repartiendo las
riquezas, aprovechando los avances tecnológicos, democratizando la
producción al tiempo que aumenta la calidad de vida de la mayoría
de la población.
Decrecer
ahora significa decir no al fracking y a proyectos “desarrollistas”
como nuevas explotaciones mineras o dragados fluviales que hipotecan
nuestro futuro y el de las generaciones venideras. No
podemos caer de nuevo en el chantaje de elegir entre empleo o medio
ambiente de calidad.
Queremos ambos.
Decrecer
ahora significa comer mejor (y más para muchas personas) usando
menos alimentos y menos agua globalmente en su producción, regular
la temperatura de nuestros hogares a niveles confortables y
desplazarnos mejor usando menos energía (y mucha gente usando más
energía que ahora) y contaminando menos en total, que mucha gente
trabajadora tenga más poder adquisitivo trabajando menos… Es
decir, vivir mejor porque repartimos riquezas, compensamos el consumo
y racionalizamos la producción al tiempo que disminuimos los
impactos ambientales.
Para
impulsar el decrecimiento aprovechando, también en el plano
ambiental, la “ventana de oportunidad” actual, debemos
equilibrar y combinar políticas “neokeynesianas” de crecimiento
a corto-medio plazo, con políticas decrecentistas a corto, medio y
largo plazo. Una
combinación llena de contracciones, el motor del cambio, y sinergias
de avance social, que plantará las semillas de la revolución social
que necesitamos.
Interesantes reflexiones. Uno de los errores del decrecentismo y de la izquierda revolucionaria es atacar la "sociedad de consumo" como si fuera el núcleo de la sociedad actual, olvidando que es solo una manifestación precaria y circunstancial del Reino de la Cantidad.
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