decrecimiento.blogspot.com

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¿Iguales o diferentes?

Reclamar la igualdad, como mujeres, me parece la expresión equivocada de un objetivo real. Reclamar la igualdad implica un término de comparación. ¿A qué o a quién desean igualarse las mujeres?. ¿A los hombres?. ¿A un salario?. ¿A un puesto público?. ¿A qué modelo?. ¿Por qué no a sí mismas?.

Un análisis mínimamente riguroso de las pretensiones de igualdad las justifica en el plano de una crítica superficial de la cultura, pero desvela su naturaleza utópica como medio de liberación para las mujeres. Su explotación está basada en la diferencia sexual y sólo por la diferencia sexual puede resolverse. Ciertas tendencias de nuestra época, ciertas feministas de nuestro tiempo, reivindican ruidosamente la neutralización del sexo. Neutralización que, de ser posible, significaría el fin de la especie humana.

La especie está dividida en dos ‘géneros’ que aseguran su producción y su reproducción. Lo realmente importante, al contrario, es definir los valores de la pertenencia a un género que resulten aceptables para cada uno de los sexos. Lo indispensable es elaborar una cultura de lo sexual, aún inexistente, desde el respeto a los dos géneros.

La mujer debe ser madre y el hombre padre dentro de la familia, pero que carecemos de valores positivos y éticos que permitan a los dos sexos de una misma generación formar una pareja humana creadora y no meramente procreadora. Uno de los principales obstáculos para la creación y el reconocimiento de tales valores es el dominio, mas o menos velado, de modelos patriarcales y falocráticos en el conjunto de nuestra civilización desde hace ya siglos.

Es de pura y simple justicia social, reequilibrar el poder de un sexo sobre el otro, dando o devolviendo, ciertos valores culturales a la sexualidad femenina. La igualdad entre hombres y mujeres no puede hacerse realidad sin un pensamiento del género en tanto que sexuado, sin una nueva inclusión de derechos y deberes de cada sexo, considerado como diferente, en los derechos y deberes sociales.

Para saber más: Yo, tú, nosotras. Luce Irigaray. 1992.

Lactancia materna

Imaginemos que en el mundo se hubiera inventado el producto ideal para alimentar y vacunar a todos los bebés.


Imaginemos también que ese producto estuviera al alcance de todos, que no contaminara y no requiriera almacenamiento ni distribución, y que ayudara a las madres a planificar sus familias y redujera al mismo tiempo el riesgo de cáncer.

E imaginemos ahora que el mundo se negara a aprovecharlo.

Hacia el fin de este siglo de descubrimientos e invenciones sin precedentes, la situación descrita no es, lamentablemente ficticia, el producto ideal es la Lactancia Materna, a la que todos tenemos acceso al nacer y la que, sin embargo, no estamos aprovechando....”

¿Por qué es necesario hablar de la Lactancia Materna? ¿Por qué debemos volver a enseñar algo que es inherente a la especie humana?

Pues porque hemos perdido la cultura del amamantamiento y la hemos reemplazado por la del biberón, impuesta a las familias por las empresas lácteas multinacionales y otros intereses a través de la publicidad y –lamentablemente- también por medio de los profesionales de la salud. Una cultura que explota la necesidad y el derecho de las madres de salir del hogar para trabajar sin que en sus lugares de trabajo se apoye, se facilite o siquiera se respeten las insuficientes normas vigentes para la preservación de la Lactancia Materna.

En el mundo, más de un millón y medio de niños mueren anualmente antes de cumplir el primer año de vida por enfermedades evitables con sólo recibir leche materna, como la desnutrición y las diarreas.

Volver a la lactancia materna, aceptar la maravillosa ofrenda de la “sangre blanca” es un acto tanto de amor como de inteligencia. Y en tiempos de crisis, un imperativo ético.

Para saber más: Dar de mamar

La lógica del caracol

 
"El caracol construye la delicada arquitectura de su concha añadiendo una tras otra las espiras cada vez más amplias; después cesa bruscamente y comienza a enroscarse esta vez en decrecimiento, ya que una sola espira más daría a la concha una dimensión dieciséis veces más grande, lo que en lugar de contribuir al bienestar del animal, lo sobrecargaría. Y desde entonces, cualquier aumento de su productividad serviría sólo para paliar las dificultades creadas por esta ampliación de la concha, fuera de los límites fijados por su finalidad. Pasado el punto límite de la ampliación de las espiras, los problemas del sobrecrecimiento se multiplican en progresión geométrica, mientras que la capacidad biológica del caracol sólo puede, en el mejor de los casos, seguir una progresión aritmética".

Ivan Illich

Extraído de la primera entrada del blog 'La alternativa ética del decrecimiento'



Unabomber

Esperamos haber convencido al lector de que el sistema no puede ser reformado de tal manera como para reconciliar libertad y tecnología. La única salida es librarnos del sistema tecnológico industrial en su conjunto. Esto implica la revolución, no necesariamente un levantamiento armado, pero ciertamente un cambio radical y fundamental en la naturaleza de la sociedad.

La gente tiende a asumir que como una revolución envuelve un mayor cambio de lo que lo hace una reforma, es más difícil producirla. Realmente, bajo determinadas circunstancias, la revolución es más sencilla que la reforma. La razón es que un movimiento revolucionario puede inspirar una intensidad de compromiso que un movimiento reformista no puede. Un movimiento reformista meramente ofrece arreglar un problema social en particular. Un movimiento revolucionario ofrece resolver todos los problemas de golpe y crear un nuevo mundo entero. Proporciona la clase de ideal por el cual la gente correría grandes riesgos y haría grandes sacrificios.

Por esta razón sería más fácil el derribar todo el sistema tecnológico que poner restricciones efectivas y permanentes en el desarrollo de la aplicación de cualquier segmento de tecnología, tal cómo la ingeniería genética; bajo condiciones adecuadas un gran número de gente se puede dedicar apasionadamente a una revolución contra el sistema tecnológico-industrial, los reformistas pretendiendo limitar ciertos aspectos de la tecnología estarían trabajando para evitar un resultado negativo. Pero los revolucionarios trabajan para ganar una recompensa poderosa y, por eso, más duramente y más persistentemente que lo hacen los reformistas.

La reforma está siempre restringida por el temor a las consecuencias dolorosas si los cambios van demasiado lejos. Pero una vez la fiebre revolucionaria ha tomado asidero en una sociedad, la gente voluntariamente experimenta trabajo arduo ilimitado por la razón de su revolución. Esto se vio claramente en las Revoluciones Francesa y Rusa. Puede ser que en tales casos sólo una minoría de la población esté realmente comprometida, pero esta minoría es suficientemente grande y activa como para convertirse el la fuerza dominante en la sociedad.

Texto extraído del Manifiesto Unabomber de Theodore Kaczynski.

La enfermedad del transporte

 Antonio Estevan

"Miro por mi ventana y veo el huerto, con el arbolado, los arbustos, la hierba... Naturaleza fija, aplicada a realizar su transporte vertical cotidiano. Sólo se ve moverse a algunos pájaros y a algunos insectos, y se intuye que algunos roedores y reptiles también se estarán moviendo por ahí. En total, algunos kilogramos de materia viva animal, a lo sumo, entre los cientos de toneladas de materia vegetal viviente que abarca la vista.

Más del 99 por ciento de la biosfera terrestre está formada por biomasa vegetal fija. La Naturaleza no está organizada para moverse, ni para soportar grandes movimientos a su través. Los ecosistemas terrestres se deterioran visiblemente cuando los atraviesan constantemente grandes masas en movimiento, ya se trate de rebaños de elefantes o de automóviles. La diferencia es que las huellas que dejan estos últimos son indelebles, y sus residuos son indigeribles por la Naturaleza, a diferencia de los que pueda expulsar hasta el más enorme paquidermo.

Lo que llamamos transporte, esto es, el movimiento horizontal masivo de personas y mercancías, es en su esencia una anomalía en el orden natural, que la Naturaleza no resiste. Aceptar esta realidad es imprescindible para entender las conflictivas relaciones que aparecen en todas partes entre medio ambiente y transporte. En realidad, a partir de un cierto punto, lo que se presenta es una elección: o medio ambiente, o transporte. La conciliación no es posible. No existe el transporte mecanizado masivo respetuoso con el entorno, ni la movilidad sostenible, si se está aludiendo a la movilidad motorizada masiva. Esas nociones son simples construcciones publicitarias, imprescindibles para tranquilizar a la población frente al crecimiento indefinido del transporte, y a sus visibles consecuencias.

Porque el transporte mecanizado masivo, allá donde llega a registrar altas intensidades, primero acaba con la Naturaleza, y acto seguido comienza a socavar las bases de la organización humana, haciendo el territorio inhabitable y deteriorando incluso las relaciones entre las personas, hasta que se acaba alterando esa compleja combinación de valores y relaciones materiales e inmateriales que llamamos “cultura”. Esta sería la fase terminal de la enfermedad del transporte, que sin embargo no suele acabar en colapsos repentinos, sino que se prolonga durante largo tiempo, tanto, que puede parecer indefinido."

Extraído de: Transporte contra natura. La inviabilidad ecológica del transporte horizontal. Antonio Estevan.

Hacia la reconversión ecológica del transporte en España. Antonio Estevan y Alfonso Sanz.

Las cuentas ecológicas del transporte. Alfonso Sanz, Pilar Vega, y Miguel Mateos.

Documental: 'Líneas discontinuas'.

El crecimiento infinito es imposible

Unas cuentas de grosso modo para que aprecies lo imposible del modelo del crecimiento infinito basado no en límites tecnológicos, sino en límites físicos [basados en los límites de la naturaleza descubiertos por la ciencia].


Pongamos un crecimiento productivo anual del 2% (1,02).

Cada 116,28 años, el crecimiento total habrá sido de x10 - 1000% (Dem. 1,02^116,28~=10).

Todo el universo accesible potencialmente por el ser humano es el universo observable, con una estimación de masa de 3E52 Kg de masa (3 y 52 ceros).

Con un reactor nuclear de eficiencia perfecta, capaz de destrozar la materia pura y tener una eficiencia perfecta, convirtiendo toda la masa del universo, se podría producir 9E16 Julios por kilogramo, y por tanto, consumir toda la masa del universo observable para producir 27E68 julios de energía.

Pues bien, a raíz de un crecimiento del 2% anual, consumiendo 1 julio el primer año, se tardarían 117*70=8190 años en consumir más de 1E70 Julios de energía, una cantidad superior de energía a toda la energía potencial del universo observable.

1,02^8190

Estos son los límites de la naturaleza.

Comentario del usuario LoadLin en el foro de Crisis Energética

Un mundo feliz

—Es horrible, es horrible —repetía una y otra vez—. ¿Cómo puedes hablar así? ¿Cómo puedes decir que no quieres ser una parte del cuerpo social? Al fin y al cabo, todo el mundo trabaja para todo el mundo. No podemos prescindir de nadie. Hasta los Epsilones...

—Sí, ya lo sé —dijo Bernard, burlonamente—. Hasta los Epsilones son útiles. Y yo también. ¡Ojalá no lo fuera!

Lenina se escandalizó ante aquella exclamación blasfema.

—¡Bernard! —protestó, dolida y asombrada—.¿Cómo puedes decir esto?

—¿Cómo puedo decirlo? —repitió Bernard en otro tono, meditabundo—. No, el verdadero problema es: ¿Por qué no puedo decirlo? O, mejor aún, puesto que, en realidad, sé perfectamente por qué, ¿qué sensación experimentaría si pudiera, si fuese libre, si no me hallara esclavizado por mi condicionamiento?

—Pero, Bernard, dices unas cosas horribles.

—¿Es que tú no deseas ser libre, Lenina?

—No sé qué quieres decir. Yo soy libre. Libre de divertirme cuanto quiera. Hoy día todo el mundo es feliz.

Bernard rió.

—Sí, hoy día todo el mundo es feliz. Eso es lo que ya les decimos a los niños a los cinco años. Pero ¿no te gustaría tener la libertad de ser feliz... de otra manera? A tu modo, por ejemplo; no a la manera de todos.

—No comprendo lo que quieres decir —repitió Lenina. Después, volviéndose hacia él, imploró—: ¡Oh!, volvamos ya, Bernard. No me gusta nada todo esto.

Fragmento de la obra Un mundo feliz de Aldous Huxley.

1984

- ¿Recuerdas haber escrito en tu Diario: “La libertad es poder decir que dos más dos son cuatro?”.

- Sí , dijo Winston

O’Brien levantó la mano izquierda, con el reverso hacia Winston, y escondiendo el dedo pulgar extendió los otros cuatro

- ¿Cuántos dedos hay aquí, Winston? —Cuatro.

- ¿Y si el Partido dice que no son cuatro sino cinco? Entonces, ¿cuántos hay?

- Cuatro.

- La palabra terminó con un espasmo de dolor. La aguja de la esfera había subido a cincuenta y cinco. A Winston le sudaba todo el cuerpo. Aunque apretaba los dientes, no podía evitar los roncos gemidos. O’Brien lo contemplaba, con los cuatro dedos todavía extendidos. Soltó la palanca y el dolor, aunque no desapareció del todo, se alivió bastante.

- ¿Cuántos dedos, Winston?

- Cuatro.

- La aguja subió a sesenta.

- ¿Cuántos dedos, Winston?

- ¡¡Cuatro!! ¡¡Cuatro!! ¿Qué voy a decirte? ¡Cuatro!

- La aguja debía de marcar más, pero Winston no la miró. El rostro severo y pesado y los cuatro dedos ocupaban por completo su visión. Los dedos, ante sus ojos, parecían columnas, enormes, borrosos y vibrantes, pero seguían siendo cuatro, sin duda alguna.

- ¿Cuántos dedos, Winston?

- ¡¡Cuatro!! ¡Para eso, para eso! ¡No sigas, es inútil!

- ¿Cuántos dedos, Winston?

- ¡Cinco! ¡Cinco! ¡Cinco!

- No, Winston; así no vale. Estás mintiendo. Sigues creyendo que son cuatro. Por favor, ¿cuántos dedos?

- ¡¡Cuatro!! ¡¡Cinco!! ¡¡Cuatro!! Lo que quieras, pero termina de una vez. Para este dolor.

Fragmento de la obra 1984 escrita por George Orwell.

Convivencialidad

Una sociedad convivencial es la que ofrece al hombre la posibilidad de ejercer la acción más autónoma y más creativa, con ayuda de las herramientas menos controlables por los otros. La productividad se conjuga en términos de tener, la convivencialidad en términos de ser. En tanto que el incremento de la instrumentación, pasados los umbrales críticos, produce siempre más uniformación reglamentada, mayor dependencia, explotación e impotencia, el respeto a los límites garantizará un libre florecimiento de la autonomía y de la creatividad humanas.

Claramente, yo empleo el término herramienta en el sentido más amplio posible, como instrumento o como medio, independientemente de ser producto de la actividad fabricadora, organizadora o racionalizante del hombre o, como es el caso del sílex prehistórico, simplemente apropiado por la mano del hombre para realizar una tarea específica, es decir, para ser puesto al servicio de una intencionalidad.

Una escoba, un bolígrafo, un destornillador, una jeringa, un ladrillo, un motor, son herramientas, a igual título que un automóvil o un televisor. Una fábrica de empanadas o una central eléctrica, como instituciones productoras de bienes, entran también en la categoría de la herramienta. Dentro del herramental, hay que ordenar también las instituciones productoras de servicios, como son la escuela, la institución médica, la investigación, los medios de comunicación o los centros de planificación. Las leyes sobre el matrimonio o los programas escolares conforman la vida social del mismo modo que las redes de carreteras. La categoría de la herramienta engloba todos los instrumentos razonados de la acción humana, la máquina y su modo de empleo, el código y su operador, el pan y el circo.

Como se ve, el campo abierto al concepto de herramienta varía de una cultura a otra. Depende de la impronta que una sociedad determinada ejerza sobre su estructura y su medio ambiente. Todo objeto tomado como medio para un fin se convierte en herramienta.

La herramienta es inherente a la relación social. En tanto actúo como hombre, me sirvo de herramientas. Según que yo la domine o ella me domine, la herramienta o me liga, o me desliga del cuerpo social. En tanto que yo domine la herramienta, yo doy al mundo mi sentido; cuando la herramienta me domina, su estructura conforma e informa la representación que tengo de mí mismo. La herramienta convivencial es la que me deja la mayor latitud y el mayor poder para modificar el mundo en la medida de mi intención. La herramienta industrial me niega ese poder; más aún, por su medio, es otro quien determina mi demanda, reduce mi margen de control y rige mi propio sentido. La mayoría de las herramientas que hoy me rodean no podrían ser utilizadas de manera convivencial .

Para saber más: La convivencialidad. Iván Illich. 1978.

Los condenados de la Tierra

No hace mucho tiempo, la tierra estaba poblada por dos mil millones de habitantes, es decir, quinientos millones de hombres y mil quinientos millones de indígenas. Los primeros disponían del Verbo, los otros lo tomaban prestado. Entre aquéllos y éstos, reyezuelos vendidos, señores feudales, una falsa burguesía forjada de una sola pieza servían de intermediarios. En las colonias, la verdad aparecía desnuda; las "metrópolis" la preferían vestida; era necesario que los indígenas las amaran. Como a madres, en cierto sentido.

La élite europea se dedicó a fabricar una élite indígena; se seleccionaron adolescentes, se les marcó en la frente, con hierro candente, los principios de la cultura occidental, se les introdujeron en la boca mordazas sonoras, grandes palabras pastosas que se adherían a los dientes; tras una breve estancia en la metrópoli se les regresaba a su país, falsificados. Esas mentiras vivientes no tenían ya nada que decir a sus hermanos; eran un eco; desde París, Londres, Ámsterdam nosotros lanzábamos palabras: "¡Partenón! ¡Fraternidad!" y en alguna parte, en África, en Asia, otros labios se abrían: "¡...tenón! ¡...nidad!" Era la Edad de Oro.

Aquello se acabó: las bocas se abrieron solas; las voces, amarillas y negras, seguían hablando de nuestro humanismo, pero fue para reprocharnos nuestra inhumanidad. Nosotros escuchábamos sin disgusto esas corteses expresiones de amargura. Primero con orgullosa admiración: ¿cómo?, ¿hablan solos? ¡Ved lo que hemos hecho de ellos! No dudábamos de que aceptasen nuestro ideal, puesto que nos acusaban de no serles fieles; Europa creyó en su misión: había helenizado a los asiáticos, había creado esa especie nueva. Los negros grecolatinos. Y añadíamos, entre nosotros, con sentido práctico: hay que dejarlos gritar, eso los calma: perro que ladra no muerde.

Extracto del epílogo escrito por Jean Paul Satre del libro 'Los condenados de la Tierra' de Franz Fanon en 1961.

Todos precarios

Salimos de la sociedad de trabajo sin reemplazarla por ninguna otra. Nos sabemos, nos sentimos, nos aprehendemos a cada uno de nosotros como desempleado en potencia, subempleado en potencia, precario, temporario, “de tiempo parcial en potencia". Pero lo que cada uno de nosotros sabe no se vuelve todavía -y se le impide que se vuelva- conciencia común a todos de nuestra condición común.

Conciencia común, es decir públicamente formulada y aceptada, de que la figura central y la condición “normal", como tendencia al menos, no son más las del “trabajador" -ni a fortiori la del obrero, el empleado, el asalariado-, sino la del precario que ya “trabaja" ya no “trabaja", ejerce de manera discontinua múltiples oficios, de los cuales ninguno es un oficio, no tiene profesión identificable y tiene como profesión el no tenerla; no puede por lo tanto identificarse con su trabajo y no se identifica, sino que considera como su “verdadera" actividad aquella por el ejercicio de la cual se esfuerza en las intermitencias de su “trabajo" remunerado.

Esta figura central del precario es la que se presenta potencialmente como la nuestra; ella es la que se trata de civilizar y de reconocer en el doble sentido de la palabra para que, de condición sufrida, pueda convertirse en modo de vida elegido, deseable, socialmente dominado y valorizado, fuerza de nuevas culturas, libertades y socialidades: para que pueda convertirse en el derecho para todos de elegir discontinuidades de su trabajo sin sufrir discontinuidad en el ingreso.

Todas las potencias establecidas se oponen a este reconocimiento y a lo que este entraña. Pues el poder sin trabas que el capital ha adquirido sobre el trabajo, sobre la sociedad y sobre la vida de todos se remite precisamente a esto: que el "trabajo" -el que se les hace hacer, no el que hacen- conserve en la vida y la consciencia de cada uno su carácter central, aunque sea masivamente eliminado, economizado y abolido en todos los niveles de la producción, en la escala de la sociedad entera y el mundo entero.

Para saber más: Miserias del presente, riqueza de los posible. André Gorz.

El decrecimiento es una cuestión de conciencia

Los automóviles 'verdes' emanan de una lógica de progreso industrial y de crecimiento y no lograrán curar los males del planeta, sostiene el filósofo Jacques Grinevald. El profesor en el Instituto Universitario de Estudios del Desarrollo y pionero en el movimiento del decrecimiento responde a swissinfo al margen del abierto Salón del Automóvil de Ginebra.

swissinfo : Los fabricantes de automóviles aumentan cada vez más la oferta de coches 'verdes'. ¿No es peor el remedio que la enfermedad?

Jacques Grinevald: Su lógica está enfocada en las partes de mercado y en el crecimiento. Las grandes empresas ven posibilidades de abrirse nuevos mercados en los países emergentes. Piensan que se avecinan buenos tiempos, que estamos en el inicio de la era del automóvil.

Aseguran que el modelo X o Y es mucho más limpio, y de esta manera hacen todo lo necesario para evitar que el consumidor no establezca una relación con el cambio climático.

Tengo la sensación de que la industria automovilística hace caso omiso de los grandes problemas que se avecinan: la penuria de crudo –las cantidades son insuficientes para satisfacer la avidez del mundo– y sobre todo el cambio climático, que se acelera y ya nadie lo niega.

Los biocarburantes están al orden del día. Pero es ilusorio e irresponsable hacer creer que todo el mundo se habrá recuperado dentro de veinte o treinta años. Hay que alimentar a la población mundial antes de alimentar los coches y las lujosas necesidades de una minoría (los países ricos). Es una elección que nace de la ética, de la conciencia.

swissinfo: Frente a esta lógica, usted respalda y ha sido uno de los artífices de la idea del decrecimiento. ¿Qué se entiende por decrecimiento?

J.G.: El decrecimiento es físico. No se trata de una sociedad de decrecimiento, sino de hacer decrecer los flujos de materia y de energía.

Respecto al automóvil, necesitamos coches menos pesados, que consuman menos gasolina, que tengan menos aceleración y que vayan menos rápido (menos desgaste de los vehículos, menos accidentes). El problema es que esto no interesa desde la lógica del crecimiento.

swissinfo: ¿Es realista y aplicable esta idea del decrecimiento?

J.G.: Personalmente, intento ser coherente con mis ideas. Tengo que admitir que cuando tenía veinte años, me encantaban los coches. Yo soy de la generación del Mini Cooper. A veces sueño con conducir el modelo actual del Mini Cooper, pero me abstengo.

Y recibo no pocas invitaciones. Sin embargo, me niego, por ejemplo, a viajar a Buenos Aires para dar una conferencia de una hora, porque considero que es absurdo.

Algunos jóvenes y también algunos ancianos son conscientes de que nuestra sociedad no es desarrollada, sino excesivamente desarrollada. Es decir, que hemos sobrepasado las capacidades que puede soportar la biosfera.

Esta idea del decrecimiento implica un límite inferior –la miseria o la extrema pobreza– pero también un límite superior – la idea de que hay gente que vive por encima de sus posibilidades, en el sentido ecológico del término.

Se necesita una toma de conciencia, un poco de humildad. Nuestra sociedad occidental, que domina el planeta desde hace varios siglos, se ha convertido en terriblemente arrogante, antropocéntrica. Se trata, pues, de una cuestión de conciencia. Y del sentido que damos a nuestra existencia.

Yo soy docente. Para mí, hay que enfocarse esencialmente en la educación más que en las obligaciones. Hay que evitar caer en un nuevo bolchevismo.

¿En Suiza son contados los defensores del decrecimiento?

J.G.: En primer lugar, la palabra decrecimiento no es un concepto. Es una cosa retórica que nos permite decir: 'Fíjate, ¿y si saliéramos de la lógica del crecimiento?'

Se trata de un movimiento totalmente minoritario y marginal. Pero, a pesar de todo, es uno de los signos culturales que anuncian lo que va a pasar dentro de diez o veinte años.

En ese movimiento hay ayatolás y otra gente que no se da demasiada importancia. El sentido del humor es un factor esencial. 'La gente seria tiene pocas ideas. La gente con ideas nunca es seria', dijo Paul Valéry. Me atrevo a afirmar que esa lógica se aplica también al decrecimiento.

swissinfo: ¿Qué diferencia hace usted entre el decrecimiento y un concepto hoy tan omnipresente como es el desarrollo sostenible?

J.G.: Muchas multinacionales han interpretado el desarrollo sostenible como un crecimiento sostenible, 'ecológicamente bueno'. El problema reside en que el crecimiento económico implica una dimensión física.

En otras palabras: el desarrollo sostenible no cuestiona esta idea de que la riqueza de las naciones es fundamentalmente una riqueza material, en el sentido que la entiende la sociedad industrial.

Entrevista swissinfo: Pierre-François Besson
(Traducción del francés: Belén Couceiro)

Decrecimiento y progreso

Hemos sostenido en un artículo reciente que: "La idea de progreso, según nuestra opinión, tiene que estar vinculada a la idea de equilibrio de los efectos. Progreso en la medida en que las consecuencias o efectos del mismo se equilibran de tal forma que puedo realizar nuevos progresos sin anular los efectos del primero".(1)

Queremos ahora profundizar en la relación entre decrecimiento y progreso, pues nos encontramos con dos hechos indubitables y evidentes, pero que al mismo tiempo se presentan como contradictorios. Por un lado tenemos la acumulación masiva de datos que muestran el desquiciamiento de los ecosistemas planetarios y el deshilachado del tejido social de la naciones tanto pobres como opulentas. Y por otro, el ansia y la tendencia natural del hombre al progreso. ¿Cómo compaginar estos dos hechos irrecusables por evidentes?

Si bien la idea de decrecimiento fue manejada por el anarquismo clásico, como los luddistas que destruían las máquinas al comienzo de la revolución industrial y reclamaban menos horas de trabajo para el estudio y la formación personal, esta idea fue enunciada por primera vez por el mejicano Ivan Illich por los años 60 cuyo apotegma fue: Vivir de otro modo para vivir mejor. A él le siguieron pensadores como Nicholas Georgescu y su propuesta de límites al crecimiento económico, Jacques Ellul que en 1981 proponía no más de dos horas de trabajo diario, para concluir en nuestros días con los trabajos del reconocido sociólogo Serge Latuche: Por una sociedad del decrecimiento (2004) y del ingeniero mejicano Miguel Valencia Mulkay: La apuesta por el decrecimiento (2007). Acaba en estos días de publicar el pensador Alain de Benoist Demain la décroissance. Penser l'écologie jusqu'a bout (Edite, 2007).



Se parte de la base que el crecimiento económico por el crecimiento mismo lleva en sí el germen de su propia destrucción. El límite del crecimiento económico lo está dando el inminente colapso ecológico. Hoy desaparecen 200 especies vegetales y animales diariamente. De modo tal que el crecimiento económico comienza a encontrar límites ecológicos (el calentamiento de la tierra, el agujero de Ozono, el descongelamiento de los Polos, la desertificación del planeta, etc.)

Es que la sociedad capitalista con su idea de crecimiento económico logró convencer a los agentes políticos, económicos y culturales que el crecimiento económico es la solución para todos los problemas. Así hoy el progresismo político ha rebautizado con los amables nombres de "ecodesarrollo", "desarrollo sustentable", "otro crecimiento", "ecoeficiencia", "crecimiento con rostro humano" y otros términos, que demuestran que este falso dios está moribundo.(2)

A contrario sensu de esta tesis el inimputable de George Bush sostuvo el 14/2/2002 en Silver Spring ante las autoridades estadounidenses de meteorología que: "el crecimiento económico es la clave del progreso ecológico". En realidad el pensamiento ecológico se va transformando sin quererlo en subversivo al rechazar la tesis de que el motivo central de nuestro destino es aumentar la producción y el consumo. Esto es, aumentar el producto bruto interno-PBI de los Estados-nación.

La idea de decrecimiento nos invita a huir del totalitarismo economicista, desarrollista y progresista, pues muestra que el crecimiento económico no es una necesidad natural del hombre y la sociedad, salvo la sociedad de consumo que ha hecho una elección por el crecimiento económico y que lo ha adoptado como mito fundador.

El asunto es ¿cómo dejar de lado el objetivo insensato del crecimiento por el crecimiento cuando éste se topa con los límites de la biosfera que ponen en riesgo la vida misma del hombre sobre la tierra? Y ahí, Serge Latuche tiene una respuesta casi genial: avanzar retrocediendo. (3) Es decir, seguir progresando desactivando paulatinamente esta bomba de tiempo que es la búsqueda del crecimiento económico si límites. Y para ello hay que comenzar por un cambio en la mentalidad del homo consumans como designó nuestro amigo Charles Champetier en el libro homónimo, al hombre de hoy.

Sabemos de antemano que esto es muy difícil pues la sociedad mundial en su conjunto a adoptado la economía del crecimiento y vencer a los muchos se hace cuesta arriba, pues como afirmaba el viejo verso del romancero español:

Vinieron los sarracenos

Y nos molieron a palos,

Que Dios protege a los malos

Cuando son más que los buenos.

El establecimiento de una sociedad del decrecimiento no quiere decir que se anule la idea de progreso (4) sino que se la entienda de otra manera, tal como propusimos al comienzo de este artículo. Hay que dejar de lado de una vez y para siempre la idea de progreso indefinido tan cara al pensamiento ilustrado de los últimos tres siglos. Porque sus consecuencias nos sumieron en este estado de riesgo vital que estamos viviendo hoy todos los hombres sin excepción. Debemos superar los aspectos nocivos de la modernidad en este campo, y sólo podemos hacerlo con una respuesta postmoderna que lleve un anclaje premoderno. Por ejemplo, rompiendo el círculo del trabajo para volver a trabajar intentando recuperar, no la pereza como afirma Lafargue, ni la diversión como afirma Tinelli, sino el ocio= la scholé= la scholae= la escuela, esa capacidad tan profundamente humana y tan creativa que nos hace a los hombres personas.

No es tan difícil restablecer en economía el principio de reciprocidad de los cambios tanto entre los hombres en el intercambio de mercaderías como entre el hombre y la naturaleza, volviendo a pensar a la naturaleza como amiga. Ese principio de reciprocidad que morigere la salvaje ley de la oferta y al demanda. Si no lo hacemos se encargará con su fuerza interna de mostrárnoslo la propia realidad de las cosas, con la fuerza cruel que impone la pedagogía de las catástrofes.


(1) Dos ideas distintas de progreso, octubre de 2007

(2) Miguel Valencia Mulkay: La apuesta por el decrecimiento (2007)

(3) Serge Latuche: Por una sociedad del decrecimiento (2004)

(4) Tampoco decrecer significa que se niegue el derecho a la vida, sobre todo de los pobres, como sostienen algunos eugenetistas y controladores de la natalidad.

Alberto Buela

¿Decrecimiento?

El hecho de abstraer la finitud de la naturaleza, entraña pronto un nuevo imaginario del crecimiento sin límite, la idea según la cual siempre podremos tirar sobre el "capital natural" (¡y sin embargo finito!): es la ideología productivista, que no se limita al propio capitalismo occidental, sino que se extendió también al "capitalismo burocrático" (en expresión de G. Debord), es decir al comunismo real.



Hoy en día esta tensión entre la ciencia económica y la naturaleza, desembocará o ya ha desembocado, en el expolio/estrago del Planeta. La tesis en boga y ya predominante cuando se citan los grandes del capitalismo está ya consensuada, y es que no hay necesidad de salir del sistema económico, de cambiar las estructuras de nuestra vida cotidiana, sino que habrá que utilizar la técnica y la ciencia (y sin embargo fuente misma de nuestro desequilibrio actual cuando son consideradas como el único medio de acceder al saber) para permitir que este sistema muerto que es la organización actual de nuestras sociedades, sobreviva. Es la tesis del desarrollo sostenible.

El mensaje fundamental que aporta la tesis del decrecimiento en la actual escena política, y sin el cual no estaría del todo claro la razón de ser de tal movimiento, es el de rebelar la aporía de las "falsas buenas soluciones" del desarrollo sostenible. Por tanto avanza la tesis del "efecto rebote" al criticar la trampa que supone el ahorro realizado con las energías alternativas (bio-carburantes...): el efecto del crecimiento del volumen es más importante que la reducción de la fuente del factor de contaminación. La utilización de energías alternativas en una sociedad de crecimiento es contra-productivo, y no hará más que aumentar el volumen global de contaminación emitida.

El problema del desarrollo sostenible es que es un verdadero y trágico engañabobos, porque no es capaz de vislumbrar que el crecimiento anula por completo, por efecto del volumen, los efectos positivos de sus directivas. Las soluciones científicas y técnicas son por tanto un engaño porque no son nunca suficientes. Lo peor es que las reducciones en origen de los factores de polución que se realizan, son perdidas debido al incremento del volumen de los factores de producción reducidos: es el efecto contra-productivo que anula los efectos beneficiosos conseguidos. Con el desarrollo sostenible se consigue dar rienda a los excesos tecno-científicos que nos llevan a la catástrofe ecológica mayor y/o al "accidente integral".

El decrecimiento lanza la idea de que no es solamente necesario cambiar el nivel de los factores de polución en origen (tesis del desarrollo sostenible y hoy en día del capitalismo internacional), sino que sobre todo es necesario cambiar nuestros modos de vida en lo concreto de cada acto, de cada saber-hacer cotidiano (praxis), ligando por tanto su proyecto al situacionismo, que no tenía otro fin como tal, que el de transformar los elementos de la vida cotidiana en un sentido revolucionario. Por tanto no solo necesitamos derrocar al capitalismo, necesitamos también una "inversión civilizacional" (E. Morin). ¡No nos hace falta solamente una política, sino también una meta-política!. Una gran transformación de nuestros imaginarios.

Texto de Clément Homs extraído de El grano de arena.