Oriol Neira y Stefano Puddu - Mientras tanto
Entrevista a Paolo Cacciari
¿No
te parece que la crisis energética –aún más que la ambiental–
nos plantea una situación donde las
tesis de Marx sobre las bases materiales que estructuran el orden
social adoptan un paralelismo inesperado con los análisis ecológicos
sobre sostenibilidad?
La
crisis energética presenta diferentes aspectos emblemáticos: la
saturación de contaminantes a la atmósfera provocada por la
combustión de materiales fósiles, el agotamiento de los recursos
naturales (no sólo petróleo sino también uranio, metales
preciosos, diamantes…), el combate interno en el capitalismo para
el control de los yacimientos y las reservas energéticas…
Marx
y Engels tenían bien presente de qué manera la creación de
plusvalua era fruto de la explotación conjunta del trabajo y de los
factores naturales de producción. Marx había escrito: «El trabajo
no es la fuente única de toda riqueza. La naturaleza es la fuente de
los valores de uso (y en esto consiste la riqueza efectiva) tanto
como lo es el trabajo, el cual, a su vez, es la manifestación de una
fuerza natural, la fuerza de trabajo humana». Esta es la teoría del
«recambio orgánico» entre la naturaleza y el trabajo humano. Al
principio de El Capital,
Marx escribirá: «El trabajo no es la única fuente de valores de
uso […] el trabajo es el padre y la tierra la madre». Giorgio
Nebbia nos advierte que fue Engels, de los dos, el más atento a las
cuestiones ambientales. En un ensayo de 1876, incluido en Dialéctica
de la naturaleza, Friedrich Engels
escribió: «el animal se limita a hacer uso de la naturaleza
exterior, al mismo tiempo que la modifica únicamente con su
presencia; el hombre hace que pueda ser utilizada para sus objetivos;
transformándola, la domina. Ésta es la diferencia última y
esencial entre el hombre y los otros animales y una vez más es el
trabajo el que genera esta diferencia». Y continúa: «Ahora bien,
hace falta no hacerse demasiadas ilusiones respecto a nuestra
victoria sobre la naturaleza: porque la naturaleza se venga de cada
victoria nuestra […] A cada paso se nos recuerda que nosotros no
dominamos la naturaleza como un conquistador domina un pueblo
subyugado, que no la dominamos como quien es externo y extraño sino
que le pertenecemos como cuerpo y sangre y cerebro y vivimos en su
vientre; todo nuestro dominio sobre la naturaleza consiste en la
capacidad, que nos eleva por encima el resto de sus criaturas, de
conocer sus leyes y de utilizarlas de la forma más apropiada».
Marx
y Engels también habían entendido claramente como la
industrialización de masas habría dado un ritmo alocado al proceso
de transformación de la sociedad y del mundo físico. Pero su acento
–como es sabido– recayó en la vertiente social, mientras que las
consecuencias catastróficas sobre la biosfera (que sin embargo
habían estado previstas por geógrafos y naturalistas contemporáneos
suyos) no tuvieron el peso necesario. Finalmente, el marxismo ha sido
absorbido por una idea progresista y positivista del desarrollo
científico y tecnológico, y por su capacidad de encontrar siempre
nuevas formas para superar los límites naturales. Para los marxistas
el problema era el de controlar la potencia de la maquinaria
termoindustrial para dirigirla en la buena dirección, es decir,
hacia la mejor distribución de las riquezas producidas. No se
percataron de que el mal (la distorsión que hace aumentar las
incompatibilidades sociales y ambientales del sistema) se halla en la
lógica misma del sistema productivo. Se ha necesitado mucho tiempo
para llegar a entender que la ciencia y la tecnología no son
potencias neutras. La inteligencia colectiva, la investigación y sus
aplicaciones no son libres: siempre hay alguien que las encarga y
estan condicionadas por el contexto económico que las pone en
marcha, exactamente igual que como ocurre con cualquier actividad
heterodirigida, alienada y mercantilizada.
Ahora
bien, el colapso del sistema económico basado en la premisa de un
crecimiento ilimitado así como las catástrofes socioambientales
cada vez más evidentes (desertización, crisis alimentaria,
urbanización, migraciones, etc.) parecerían señalar un «final de
recorrido» debido a la maduración de las contradicciones internas.
La catástrofe arrastra a todo el mundo, comenzando por los sujetos
considerados antagónicos, los trabajadores asalariados, las clases
subalternas. Desmenuzada y extenuada en la fragmentación globalizada
de las tareas, la fuerza de trabajo parece no lograr reconocerse como
clase en la dimensión adecuada, hoy necesariamente planetaria.
En
un escenario de decrecimiento, ¿qué aspectos, prácticos y
teóricos, habrían de ser reconsiderados en relación al tema del
trabajo?
Pienso
que debe ponerse mucha atención en la noción ‘decrecimiento’.
Una cosa es el decrecimiento real, aquel que nos cae encima de una
forma concreta como consecuencia de la crisis interna del sistema de
desarrollo capitalista (es decir, depresión, reducción del poder de
compra de los salarios, desvalorización del trabajo, destrucción de
las economías de subsistencia, etc. hasta la inevitable
militarización del planeta). Otra cosa, bien distinta, es el
decrecimiento voluntario, escogido, autogestionado. El primer caso
conduce al paro y a la desesperación; el segundo, supone la
liberación del trabajo útil y creativo. Creo que John Holloway
tiene mucha razón cuando dice que la contradicción fundamental,
insalvable, dentro del capitalismo, no es entre capital y trabajo,
sino entre por un lado, trabajo subordinado, atrapado en la
producción de plusvalua en beneficio del capital, y por otro,
trabajo vivo, útil, autodeterminado. Toda persona tiene un impulso
positivo orientado a la actividad, al hacer, una capacidad
transformadora de carácter altruista, no utilitarista, pero que
actualmente se canaliza dentro una división técnica del trabajo y
finalmente acaba exprimida y usada para finalidades que el individuo
ya no comparte. Esta especie de milagro al revés es realizado por la
industria, con la desresponsabilización de cada persona respecto de
la tarea colectiva. Pensemos en los productos mortíferos, los
armamentos, la química, la biogenética… Cuando se dice que la
democracia se detiene a las puertas de la fábrica quiere decirse
exactamente eso: ya no son los hombres y las mujeres quienes han de
decidir sobre su trabajo, sobre qué, cómo y para quién producir,
sino que lo hacen las elites que dominan los mercados económicos.
El
decrecimiento, por lo tanto, es un proyecto político y un movimiento
de opinión para la transformación de la economía, liberada del
mito del crecimiento ilimitado de las mercancías; una economía que
preconiza relaciones sociales, comportamientos colectivos y estilos
de vida individuales que se basan en la sostenibilidad ambiental y en
la solidaridad entre las personas y las poblaciones.
Entre
los actores que van a estar implicados en la transición, más o
menos traumática, hacia el decrecimiento, están los sindicatos:
¿qué papel pueden desempeñar? O dicho de otra forma: ¿qué habría
que transformarse en los sindicatos actuales para que pudieran jugar
un papel positivo en ese período de transición?
Existen
experiencias sindicales realmente interesantes en Italia. Por
ejemplo, algunas estructuras territoriales de la CGIL (uno de los
sindicatos mayoritarios) han redescubierto la dimensión local,
municipal, de la acción sindical, implicando a la administración
local y a las comunidades de sus habitantes. Conozco experiencias de
la ACLI (asociación de trabajadores católicos) que redescubrieron
la dimensión de autodefensa mutualista en el sector de la vivienda
(autoconstrucción y autofinanciamiento) y de la lucha frente a la
subida de los precios (grupos de compra solidaria, donde distintas
familias se organizan para comprar directamente a los productores).
Algunas categorías (funcionarios públicos) se han movilizado en
torno de luchas contra la privatización de bienes comunes (agua y
otros servicios públicos locales). El sindicalismo de base,
tradicionalmente más combativo, se plantea el problema de la
innegociabilidad de algunos valores como la nocividad dentro y fuera
del trabajo.
Sin
embargo, sabemos que los sindicatos estan sometidos a una fuerte
presión respecto a la precarización, fragmentación y etnización
de las relaciones laborales. Solos, los sindicatos no podrán
resistir. De ellos, empero, es legítimo esperar un discurso nuevo
sobre la sociedad que ha de venir, más deseable para todos los
trabajadores. Mientras los sindicatos sigan siendo prisioneros de las
lógicas económicas redistributivas subalternas, puramente
defensivas, de resistencia, no podrá haber grandes cambios. Me
gustaría imaginar un sindicato que empezara a cuestionar realmente
los modelos y los valores del trabajo. Un sindicato que descubriera
las economías alternativas, solidarias, autogestionadas y que las
hiciera valer en las negociaciones con sus contrapartes, públicas y
privadas.
Las
RES (Reti d’Economia Solidale,
Redes de Economía Solidaria) empiezan a ser visibles. Muchas ferias
de la otra economía han surgido por toda Italia con un éxito de
público inesperado. Las ganas de empezar por uno mismo, de modificar
comportamientos y estilos de vida, es contagiosa. Las
administraciones locales estan presionadas por demandas impensables
hasta hace poco (organizar la recogida de residuos puerta a puerta,
ampliar las zonas peatonales y los carriles-bici, los mercados
rurales, las subvenciones para las energías limpias, etc.). Las
asociaciones para un decrecimiento sereno, feliz y autogestionado van
creciendo.
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