Oriol Neira y Stefano Puddu - Mientras tanto
Entrevista a Enrico Euli
¿A
qué se debe la buena fortuna, adhesión y simpatía que suscita la
idea de ‘decrecimiento’ en ámbitos cada vez más extensos, pese
a que pueda indicar un empeoramiento de nuestras condiciones de vida?
Para
los movimientos y para la izquierda es un momento de gran vacío. En
vez de aprovechar el actual horizonte catastrófico para cuestionar
sus premisas más arraigadas (de carácter epistemológico y
metodológico), les resulta más sencillo apuntarse a nuevas
consignas y palabras de moda. Éste es también el riesgo que corre
la idea de decrecimiento: una forma de reciclaje aplicada al personal
político del siglo XX. El elemento positivo es que el decrecimiento
es una idea exigente. En consecuencia, el reciclaje no será tan
sencillo, salvo que la idea se distorsione y se diluya bajo nociones
como sostenibilidad, compatibilidad ambiental, etc., que han estado
precisamente en el punto de arranque crítico que ha dado origen a
esta idea.
Por
lo demás, son los procesos materiales, en el sentido socioeconómico
del término, los que decrecen y se mueven hacia un colapso de
nuestros hábitos de vida y de nuestros consumos psico-biológicos.
No es que la idea funcione: son los procesos históricos y naturales
los que convergen hacia ella y propician su éxito. Tampoco son los
movimientos los que funcionan (más bien, me hacen pensar en la mosca
de la fábula que iba picando los caballos y pensaba que era ella la
que los guiaba y los hacía correr): lo cierto es que es el
decrecimiento el que hace mover a los movimientos, más que lo
contrario.
En
cuanto a nuestras condiciones de vida, en términos psicosociales –es
decir, de verdadero bienestar y felicidad relacional, de equilibrio
sistémico y contextual– son ya pésimas. Sólo podemos ir a peor
en la vertiente económica (que hasta ahora ha sido para nosotros el
único aspecto eficiente y no problemático, a expensas del planeta y
de los otros).
Podemos
imaginarnos –sin mucho esfuerzo– como animales que vivimos
cautivos, encerrados en una gran jaula. En este “zoo humano” es
imposible permanecer quietos e inactivos, sufrimos por el exceso de
proximidad y de presión recíproca. En la jaula, los espacios no son
equivalentes; cada uno ocupa una posición más o menos dominante y
lucha por adquirir un mayor espacio vital, más libertad y seguridad,
unas mejores posibilidades de juego y de movimiento. Quien lo
consigue, se siente mejor y gana prestigio ante los otros. De lo
contrario, se le considera un perdedor; se sentirá triste,
deprimido, impotente, deseoso de huir. Habría que añadir que esta
jaula es autoconstruida y no hay nadie ni nada que la haya hecho para
nosotros, que actúe como guardia y nos pueda hacer entrar o salir, o
tenga las llaves. Y tenemos el convencimiento de que fuera de la
jaula no hay nada, ninguna forma de vida es posible. Sólo dentro de
la jaula nos sentimos protegidos, cuidados, vivos; humanos, en
definitiva.
En
resumen: esta jaula no presenta posibilidades de huida y coincide,
por lo tanto, con la propia vida. Esta creencia se vive como
incuestionable (violencia cultural), genera inevitables jerarquías
(violencia estructural) y formas de agresión (violencia directa). La
violencia, por lo tanto, se presenta como la modalidad mediante la
cual se ha ido desarrollando la evolución de nuestra especie, su
forma dominante en el planeta. Éste es el juego al que jugamos,
principalmente, desde que empezamos a hablar, a escribir, a leer, a
contar … Repito: la violencia no representa un error, una
desviación, una excepción, sino la norma y la esencia encubierta de
nuestra historia, de aquello que nos gusta llamar civilización,
progreso, desarrollo.
De
los experimentos de laboratorio –un concentrado premonitorio de
violencia contra seres vivos indefensos– sabemos que si metemos
unos ratones en una jaula y los dejamos recibiendo descargas
eléctricas sin posibilidades de fuga, pronto empezaran a deprimirse
y, al cabo del tiempo, a enfermar y morir. ¿Qué es lo que hace que
un ratón no se deprima y no enferme dentro de una jaula sin salida?
- Los castigos pueden alternarse con premios; si el animal aprende a hacer algo que pueda ser premiado o aprende que incluso los castigos pueden tener un significado y una utilidad (‘Instrucción’).
- Se puede mantener el ratón constantemente en actividad mediante ejercicios, obligaciones, tareas productivas (‘Trabajo’).
- También se le pueden ofrecer cuidados, asistencia, protección y así crear unos vínculos de dependencia instrumental y ‘afectiva’ con sus ‘defensores’ (‘Seguridad’).
- El ratón puede mantenerse permanentemente distraído y ocupado a través de diversiones, entretenimientos, ofertas de consumo y de servicio (‘Espectáculo’)
- Finalmente, se le puede poner a convivir en un mismo espacio con otro ratón: los dos pueden, de esta forma, competir y agredirse entre ellos (y pueden hacerse daño, incluso matarse, pero dejan de deprimirse y ya no enferman… al contrario, se sienten más vivos que nunca… si siguen vivos…) (‘Guerra’).
Ya
sé que no somos ratones, que posiblemente no haya experimentadores
malvados, se que la historia humana no se reduce a esto y también ha
sido capaz (¿pero hasta qué punto?) de otras cosas; sé que
nuestros espacios de libertad, de cambio y de juego son (o podrían
ser) más amplios… No soy defensor de la sociobiología, ni del
determinismo genético, cultural, ambiental…
Sin
embargo, creo que la catástrofe está más cercana cuando, por
razones diversas, se pierde la capacidad de compensar y recompensar,
cuando un sistema ya no puede continuar redistribuyendo premios (o
éstos pierden valor de uso y de cambio); cuando ya no puede
garantizar el trabajo y la ocupación, la asistencia y la protección.
Entonces, lo único que queda son espectáculo y guerra: ambos
sustituyen la instrucción, el trabajo y la seguridad. Se tornan las
fuentes primarias y omnipresentes de información, producción y
protección. La globalización, con su interdependencia forzosa,
acelera los procesos degenerativos, conduciéndolos hacia el momento
en que, finalmente, el espectáculo se transforma en guerra y la
guerra misma se convierte en el único espectáculo.
¿Cómo
imaginas la transición hacia una sociedad del decrecimiento? ¿Crees
que puede ser pacífica, serena o, como mínimo, ordenada?
Lo
veo poco probable. Considero que seria insensato creer y confiar, de
forma ilusoria, en que los procesos en acto y futuros pueden ser
no-conflictuales (pacíficos, pacifistas y no-violentos). No veo las
condiciones para una transición sin catástrofes. Nadie puede evitar
actuar a partir de las capacidades emocionales-cognitivas y de
determinadas premisas y hábitos mentales: una visión compleja es,
hoy patrimonio de minorías muy reducidas (incluso dentro de los
movimientos sociales alternativos). Por otro lado, hasta los más
perspicaces y preparados se encuentran hoy delante de procesos cuya
evolución trasciende a sí mismos (autotrascendentes) y, en
consecuencia, poco adecuados para que se les cuestione a través de
acciones correctoras. El punto de la gestionabilidad lo hemos dejado
atrás hace tiempo.
Ahora,
únicamente podemos intentar limitar los daños, reducir la violencia
y los efectos destructores de las malas gestiones del conflicto que
se han llevado a cabo hasta el momento. Pero no me parece que sea
éste el camino que han emprendido las masas ni sus gobiernos y mucho
menos aún, las multinacionales y los verdaderos ‘poderes fuertes’
(bancos, máfias, aparato militar-industrial). La opción actual es
–y seguirá siendo– la militarización creciente del conflicto
(como ocurre con la ‘guerra preventiva’ a gran escala, las
prácticas de expulsión y discriminación hacia los inmigrantes, el
uso del ejercito en Nápoles por la gestión de los residuos, etc.),
de la que en el ámbito local tenemos muestras evidentes y
emblemáticas.
¿Cuál
será la generación que protagonizará, en tu opinión, el proceso
de cambio? ¿Cuáles crees que serán, para bien y para mal, los
elementos que la caracterizaran?
Si
habrá generaciones futuras y sobre todo, si estarán políticamente
capacitadas (en el sentido de que puedan tener las condiciones para
actuar políticamente), no está nada claro, pero creo que, en
cualquier caso, si emergen, no será a corto plazo. Ahora toca
atravesar una larga travesía por el desierto, en el cual la política
–como la hemos conocido hasta hoy– ya ha perdido sentido y
función. Lo que hoy tenemos y llamamos ‘democracia’ es algo
totalmente mistificado e inservible.
Si
los movimientos por el decrecimiento quisieran actuar para limitar
los daños que la catástrofe nos traerá, deberían trabajar,
juntamente con otros, para paralizar el actual sistema político
(desarrollo masivo de la acción directa no-violenta, de la
no-colaboración activa, de la desobediencia civil; abstencionismo
público y motivado de las elecciones, creación de un gobierno
paralelo, reducción drástica y voluntaria de los consumos, en
primer lugar, energéticos; boicot y sabotaje de las sedes supremas
de la violencia estrcutural y cultural –bancos, bases militares,
universidades–). Pero, sólo con mencionarlo ya me hace sonreir…
Creo
que se van a continuar haciendo manifestaciones. Al menos mientras lo
sigan permitiendo. Nuestros adversarios, en efecto, saben que están
en guerra y actúan en consecuencia, según sus planes y
declaraciones. Niegan la catástrofe y los cambios que se están
produciendo pero ya actúan como si se hubieran producido e intentan
gestionar la situación a su manera y crear las condiciones para
sacarle partido (economía de choque).
El
movimiento por el decrecimiento es el único que podría estar a la
altura de estos cambios, desde el punto de vista teórico. Pero su
praxis esta lejos de ser adecuada en la fase del conflicto en la que
estamos.
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