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Diez experiencias de autogestión

Diez experiencias de autogestión que demuestran que otro mundo es posible - 
Sin dinero

Hoy me he atrevido a publicar un “Top ten” de experiencias de autogestión que a mi juicio todo el mundo debería conocer, y cuyo éxito nos demuestra que otro mundo es posible y que la utopía es una cuestión de voluntad y perseverancia. Como no era mi intención explayarme mucho, sólo he adjuntado un breve texto introductorio a cada iniciativa…quien quiera profundizar sólo tiene que visitar los enlaces correspondientes y/o investigar utilizando los socorridos buscadores. Al ser una lista de únicamente diez proyectos autogestionarios, soy consciente de haberme dejado en el tintero unos cuantos más que sin duda merecen integrar la misma (pido disculpas a los “excluidos”). Por ello, invito a las personas interesadas a compartir con nosotros esas experencias basadas en los principios de asamblearismo, horizontalidad y autogestión, con el fin de aportar más ejemplos que apoyen nuestra fe en otro modelo de organización social.

1) Escuela Popular de la Prospe : la Prospe es una escuela autogestionaria de personas adultas que funciona de forma asamblearia. Surgió en 1973 en el barrio de Prosperidad, en Madrid, bajo la dictadura franquista, como respuesta a las relativamente altas tasas de analfabetismo en el barrio y ante la necesidad de un movimiento asociativo vecinal no clandestino.

2) Lakabe, ecoaldea autogestionada : Lakabe es experiencia comunitaria que nació en 1980 con la “okupación” y recuperación de un pueblo en el norte de Navarra por parte de unas treinta personas. Puede decirse que la mítica ecoaldea ha conseguido la autosuficiencia, coexistiendo en perfecta armonía con el entorno natural, y habiéndose convertido en un referente dentro del movimiento neo-rural.

3) Biblioteca Popular de Aluche “La Candela” : la Biblioteca Popular de Aluche “La Candela” (Madrid) lleva funcionando desde el 2001 gracias a la donación de materiales y libros (que no se encuentran en las bibliotecas oficiales) por parte de los vecinos del barrio. Se practica la autogestión con el objetivo de conseguir una autonomía e independencia completa que mantenga el proyecto fuera de la influencia de las instituciones y sus subvenciones mediatizadoras.

4) Bajo el Asfalto está la Huerta (BAH) : El BAH es una cooperativa agroecológica (de producción-distribución-consumo) que sigue los principios de la autogestión y el asamblearismo. Surgió a comienzos del otoño de 1.999 con la “okupación” pacífica de una finca en desuso.

5) Hotel Bauen, “okupado” y autogestionado : “el hotel Bauen de Buenos Aires, creado durante la dictadura militar argentina para recibir huéspedes en el mundial de fútbol del año 1978, fue centro de reunión de todas las expresiones del capitalismo nativo e internacional. Ante la crisis, los dueños deciden cerrar y despedir a los trabajadores. Después de grandes debates se decide resistir y ocupar las instalaciones. Hoy es una empresa autogestionada y un intento de crear nuevas relaciones sociales”

6) “Strike Bike”, fábrica “okupada” en Alemania : “Ocurrió en julio del 2007, 124 trabajadores se resistieron a abandonar su trabajo en la fábrica de bicicletas Bike Systems (Nordhausen, ex-RDA), recientemente adquirida por una compañía yankee cuyo objetivo era el desmantelamiento de la misma. Los trabajadores ocuparon la fábrica y decidieron reanudar la producción de bicicletas de forma autogestionada”

7) Zanon, un laboratorio de autogestión obrera en Argentina : FaSinPat (Fábrica Sin Patrones), conocida anteriormente como Zanon, es una fábrica de cerámicas controlada por los trabajadores en la provincia argentina de Neuquén, y una de las más emblemáticas en el movimiento argentino de recuperación de fábricas.

8) Huertos comunitarios de Can Masdeu (Barcelona) : según wikipedia…”Can Masdeu es un centro social ocupado, residencia y huerto comunitario en el parque Collserola a las afueras de Barcelona”. Y extraído de elperiodico.com, “Can Masdeu es mucho más que una masía okupada. Se trata de una comunidad formada por 25 adultos y tres niños que viven de forma prácticamente autónoma y autogestionada en plena naturaleza, a pocos metros de la metrópoli,”

9) Patio Maravillas (Madrid) : famoso centro “okupa” madrileño (Espacio Polivalente Autogestionado, según los impulsores del proyecto) que arrancó con la “okupación” en verano del 2007 de un antiguo colegio en la calle Acuerdo 8. Tras el desalojo de esa primera ubicación, se han trasladado a la calle Pez 21, donde siguen desarrollando un sinfín de actividades (taller de reparación de bicicletas, activismo hacklab, proyecciones de cine, talleres de todo tipo, etc etc).

10) Radio ELA, Emisora Libre Autogestionada (Madrid): Radio ELA es un proyecto de comunicación autogestionado que practica la contrainformación y la disidencia. “Radio ELA se construye colectivamente, funcionamos en asamblea, todo aquel que se acerca al micro es gestor de nuestra radio. Renunciamos a la subvención, publicidad o cualquier modelo de sostenibilidad tutelado, nos procuramos nuestros recursos, trabajamos para nosotros.”

Estas son nuestras armas


Algunas reflexiones sobre el papel de la música en los movimientos sociales de resistencia.
 
Marta Pascual, Coordinadora del Área de Educación de Ecologistas en Acción. Revista El Ecologista nº 75.

No hay revolución ni sueño de revolución que no esté vinculado a una música que la haya alentado y la simbolice. La música también es una potente herramienta de cohesión social, que ayuda a construir una identidad de grupo, una épica propia. En definitiva, las canciones, la música, pueden ayudar a canalizar emociones y sentimientos hacia el cambio tan necesario en nuestra sociedad.

Puerta del Sol, Madrid, mayo de 2011. La orquesta Solfónica actúa en medio de una plaza repleta de mensajes reivindicativos, de gente esperanzada, en medio de una pequeña ciudad indignada. Cuando terminan agitan en alto violines, flautas, partituras y corean “estas son nuestras armas”. No muy lejos el cordón policial observa atento.

Estadio de Chile. Septiembre de 1973. Cinco mil presos y presas custodiados por el ejército se hacinan en una inmensa prisión improvisada. Allí está Víctor Jara. No es terrorista ni guerrillero. Es dramaturgo y músico. Le torturan y le golpean con saña el cuerpo y las manos de tocar la guitarra. Finalmente es asesinado junto con otras muchas personas. Tienen miedo a su palabra y a su música. Saben del poder de la canción. En ambos casos la música está detrás dando fuerza, poniendo nombre y aunando voluntades.

Cantando soñamos

Cantando denunciamos, soñamos y conjuramos al miedo. A diferencia de los himnos victoriosos de los ejércitos que muestran el orgullo de la superioridad, hablamos aquí de música con voz que se enfrenta la injusticia e imagina un futuro mejor.

No hay revolución ni sueño de revolución que no esté vinculado a una música que la haya alentado y la simbolice. “Grandola Vila Morena” representa la Revolución de los Claveles en Portugal, “la Internacional” es seña de identidad del movimiento obrero, “Ay Carmela” nos trae a la memoria la defensa de la República en la Guerra Civil española.


El crecimiento del PIB

André Gorz - Riqueza sin valor, valor sin riqueza

En primer lugar, debemos preguntarnos ¿qué crecimiento necesitamos? ¿Qué es lo que nos falta y que el crecimiento debería proporcionarnos?. Pero esas preguntas nunca se plantean.

Los economistas, los gobiernos, los hombres de negocios reclaman el crecimiento en sí mismo, sin definir jamás su finalidad. El contenido del crecimiento no interesa a los que deciden. Lo que les interesa es el aumento del PIB, es decir, el aumento de la cantidad de dinero intercambiado, de la cantidad de mercancías compradas y vendidas en el curso de un año, sean cuales fueren esas mercancías. Nada garantiza que el crecimiento del PIB aumente la disponibilidad de los productos que necesita la población. En los hechos, ese crecimiento responde, en primer lugar, a una necesidad de capital, no a las necesidades de la población. Muchas veces, crea más pobres y más pobreza, trae con frecuencia beneficios a una minoría en detrimento de la mayoría y, en vez de mejorar la calidad de vida y del medio ambiente, la deteriora.

¿Cuáles son las riquezas y recursos que faltan con más frecuencia a la población? En primer lugar, una alimentación sana y equilibrada; agua potable de buena calidad; aire puro, luz y espacio; una vivienda salubre y agradable. Pero la evolución del PIB no mide nada de eso. Tomemos un ejemplo: Una aldea hace un pozo y toda la gente puede extraer agua de allí. El agua es un bien común, y el pozo, el producto de un trabajo común. Es la fuente de una mayor riqueza de la comunidad. Pero no aumenta el PIB, pues no da lugar a intercambios de dinero: no se compra ni se vende nada. Pero si un emprendedor privado cava el pozo y se lo apropia, para exigirle a cada aldeano que pague el agua que extrae, el PIB aumentará con los recibos cobrados por el propietario.

Tomemos de nuevo el ejemplo de los campesinos sin tierra. Si se distribuyeran tierras improductivas a 100.000 familias, en las que produjeran lo necesario para su subsistencia, el PIB no cambiaría. Tampoco cambia si esas familias reparten sus tareas de interés general, intercambian productos y servicios sobre una base mutualista y cooperativa. En cambio, si 100 propietarios expulsan a 100.000 familias de sus tierras y hacen que esas tierras produzcan cultivos comerciales destinados a la exportación, el PIB aumenta con el monto de esas exportaciones y con los salarios miserables pagados a los agricultores.

Del decrecimiento a la desconstrucción de la economía

Enrique Leff

La apuesta por el decrecimiento es una toma de conciencia de los límites del crecimiento y la necesidad de desconstruir la economía, una empresa más compleja que desmantelar un arsenal bélico, derrumbar el Muro de Berlín, demoler una ciudad o refundir una industria.

Los años 60 convulsionaron la idea del progreso. Luego de la bomba poblacional, sonó la alarma ecológica. Se cuestionaron los pilares ideológicos de la civilización occidental: la supremacía y derecho del hombre a explotar la naturaleza y el mito del crecimiento económico ilimitado.

Por primera vez, desde que Occidente abrió la historia a la modernidad guiada por los ideales de la libertad y el iluminismo de la razón, se cuestionó el principio del progreso impulsado por la potencia de la ciencia y la tecnología, que pronto se convirtieron en las más serviles y servibles herramientas de la acumulación de capital.

La bioeconomía y la economía ecológica plantearon la relación que guarda el proceso económico con la degradación de la naturaleza, el imperativo de internalizar los costos ecológicos y la necesidad de agregar contrapesos distributivos a los mecanismos del mercado.

En 1972, un estudio del Club de Roma señaló por primera vez "Los límites del crecimiento". De allí surgieron las propuestas del “crecimiento cero” y de una “economía de estado estacionario”.

Cuatro décadas después, la destrucción de los bosques, la degradación ambiental y la contaminación se han incrementado en forma vertiginosa, generando el calentamiento del planeta por las emisiones de gases de efecto invernadero y por las ineluctables leyes de la termodinámica, que han desencadenado la muerte entrópica del planeta.

Los antídotos producidos por el pensamiento crítico y la inventiva tecnológica han resultado poco digeribles por el sistema económico. El desarrollo sostenible se muestra poco duradero, ¡porque no es ecológicamente sustentable!

Hoy, ante el fracaso de los esfuerzos por detener el calentamiento global (el Protocolo de Kyoto había establecido la necesidad de reducir los gases invernadero al nivel de 1990), surge nuevamente la conciencia de los límites del crecimiento y el reclamo por el decrecimiento.

Si bien Lewis Mumford, Iván Illich y Ernst Schumacher vuelven a ser evocados por su crítica a la tecnología y su elogio de “lo pequeño”, el decrecimiento se plantea ante el fracaso del propósito de desmaterializar la producción, el proyecto impulsado por el Instituto Wuppertal que pretendía reducir por cuatro y hasta 10 veces los insumos de naturaleza por unidad de producto.

Resurge así el hecho incontrovertible de que el proceso económico globalizado es insustentable. La ecoeficiencia no resuelve el problema de un mundo de recursos finitos en perpetuo crecimiento, porque la degradación entrópica es irreversible.

La apuesta por el decrecimiento no es solamente una moral crítica y reactiva, una resistencia a un poder opresivo, destructivo, desigual e injusto; no es una manifestación de creencias, gustos y estilos alternativos de vida; no es un mero descreimiento, sino una toma de conciencia sobre un proceso que se ha instaurado en el corazón del mundo moderno, que atenta contra la vida del planeta y la calidad de la vida humana.

El llamado a decrecer no debe ser un mero recurso retórico para dar vuelo a la crítica del modelo económico imperante. Detener el crecimiento de los países más opulentos, pero seguir estimulando el de los más pobres o menos “desarrollados” es una salida falaz.

Los gigantes de Asia han despertado a la modernidad; tan sólo China e India están alcanzando y rebasando las emisiones de gases invernadero de Estados Unidos. A ellos se sumarían los efectos conjugados de los países de menor grado de desarrollo llevados por la racionalidad económica hegemónica.

Decrecer no sólo implica desescalar o desvincularse de la economía. No equivale a desmaterializar la producción, porque ello no evitaría que la economía en crecimiento continuara consumiendo y transformando naturaleza hasta rebasar los límites de sustentabilidad.

La abstinencia y la frugalidad de algunos consumidores responsables no desactivan la manía de crecimiento instaurada en la raíz y el alma de la racionalidad económica, que conlleva un impulso a la acumulación del capital, a las economías de escala, a la aglomeración urbana, a la globalización del mercado y a la concentración de la riqueza.

Saltar del tren en marcha no conduce directamente a desandar el camino. Para decrecer no basta bajarse de la rueda de la fortuna de la economía.

Las excrecencias del crecimiento, la pus que brota de la piel gangrenada de la Tierra, al ser drenada la savia de la vida por la esclerosis del conocimiento y la reclusión del pensamiento, no se retroalimenta en el cuerpo enfermo del Planeta.

No se trata de reabsorber sus desechos, sino de extirpar el tumor maligno. La cirrosis que corroe a la economía no habrá de curarse inyectado más alcohol a la máquina de combustión de los autos, las industrias y los hogares.

Más allá del rechazo a la mercantilización de la naturaleza, es preciso desconstruir la economía realmente existente y construir otra economía, fundada en una racionalidad ambiental.

La transición de la modernidad hacia la posmodernidad significó pasar de la anticultura, inspirada en la dialéctica, al mundo “pos” (posestructuralismo, poscapitalismo), que anunciaba el advenimiento de algo nuevo.

Pero ese algo nuevo aún no tiene nombre, porque solo hemos sabido nombrar lo que es y no lo por venir. La filosofía posmoderna inauguró la época “des”, abierta por el llamado a la desconstrucción. La solución al crecimiento no es el decrecimiento, sino la desconstrucción de la economía y la transición hacia una nueva racionalidad que construya la sustentabilidad.

Desconstruir la economía insustentable significa cuestionar el pensamiento, la ciencia, la tecnología y las instituciones que han instaurado la jaula de racionalidad de la modernidad.

No es posible mantener una economía en crecimiento que se alimenta de una naturaleza finita, sobre todo una economía fundada en el uso del petróleo y el carbón, transformados en el metabolismo industrial, del transporte y de la economía familiar en dióxido de carbono, el principal gas causante del efecto invernadero y del calentamiento del planeta que hoy amenaza a la vida humana.

El problema de la economía del petróleo no es solo, ni fundamentalmente, el de su gestión como bien público o privado. No es el del incremento de la oferta, explotando las reservas guardadas y los yacimientos de los fondos marinos para abaratar nuevamente el precio de las gasolinas, que ha sobrepasado los cuatro dólares por galón.

El fin de la era del petróleo no resulta de su escasez creciente, sino de su abundancia en relación a la capacidad de absorción y dilución de la naturaleza, del límite de su transmutación y disposición hacia la atmósfera en forma de dióxido de carbono.

La búsqueda del equilibrio de la economía por una sobreproducción de hidrocarburos para seguir alimentando la maquinaria industrial (y agrícola por la producción de biocombustibles), pone en riesgo la sustentabilidad de la vida en el planeta, y de la propia economía.

La "despetrolización" de la economía es un imperativo ante los riesgos catastróficos del cambio climático si se rebasa el umbral de las 450-550 partes por millón de gases de efecto invernadero en la atmósfera, como vaticinan el Informe Stern y el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático.

Y esto plantea un desafío a las economías que dependen de sus recursos petroleros (México, Brasil, Venezuela, en nuestra América Latina), no sólo por su consumo interno, sino por su contribución al cambio climático global.

La racionalidad económica se implanta sobre la Tierra y se alimenta de su savia. Es el monstruo que engulle la naturaleza para expulsarla por sus fauces que exhalan bocanadas de humos a la atmósfera, contaminando el ambiente y calentando el planeta.

El decrecimiento de la economía no solo implica la desconstrucción teórica de sus paradigmas científicos, sino de su institucionalización social y de la subjetivización de los principios que intentan legitimar la racionalidad económica como la forma ineluctable del mundo.

Desconstruir la economía resultaría así una empresa más compleja que desmantelar un arsenal bélico, derrumbar el Muro de Berlín, demoler una ciudad o refundir una industria.

No es la obsolescencia de una máquina o de un equipo, ni el reciclaje de sus materiales para renovar el proceso económico. La destrucción creativa del capital que preconizaba Joseph Schumpeter no apuntaba al decrecimiento, sino al mecanismo interno de la economía que la lleva a “programar” la obsolescencia y destrucción del capital fijo, para reestimular el crecimiento insuflado por la innovación tecnológica como fuelle de la reproducción ampliada del capital.

El crecimiento económico arrastra consigo el problema de su medición. El emblemático producto interno bruto con el que se evalúa el éxito o fracaso de las economías nacionales no mide sus externalidades negativas.

Pero el problema fundamental no se resuelve con una escala múltiple y un método multicriterial de medida, como las “cuentas verdes”, el cálculo de los costos ocultos del crecimiento, un “índice de desarrollo humano” o un “indicador de progreso genuino”.

Se trata de desactivar el dispositivo interno, el código genético de la economía, y hacerlo sin desencadenar una recesión de tal magnitud que termine acentuando la pobreza y la destrucción de la naturaleza.

La descolonización del imaginario que sostiene a la economía dominante no habrá de surgir del consumo responsable o de una pedagogía de las catástrofes socio-ambientales, como pudo sugerir Serge Latouche al poner en la mira la apuesta por el decrecimiento.

La racionalidad económica se ha institucionalizado y se ha incorporado a nuestra forma de ser en el mundo: el "homo economicus". Se trata pues de un cambio de piel, de transformar al vuelo un misil antes de que estalle en el cuerpo minado del mundo.

La economía real no es desconstruible mediante una reacción ideológica y un movimiento social revolucionario. No basta con moderarla incorporando otros valores e imperativos sociales para crear una economía social y ecológicamente sostenible.

Es necesario forjar Otra economía, fundada en los potenciales de la naturaleza y en la creatividad de las culturas, en los principios y valores de una racionalidad ambiental.

Las pensiones y el fin del crecimiento

Florent Marcellesi, Coordinador de Ecopolítica, Jean Gadrey, economista y miembro del consejo científico de ATTAC Francia, Borja Barragué, investigador de la Universidad autónoma de Madrid.

Publicado en Diario Público, el 27 de febrero del 2013.


El futuro de las pensiones se plantea con demasiada frecuencia basándose en el crecimiento económico infinito y olvidando completamente la crisis ecológica. Se nos dice a menudo, incluso desde la izquierda, que si el Producto Interior Bruto (PIB) fuese en 2050 más del doble que en 2013 (o sea, una tasa de crecimiento medio del 1,9% anual), no habría un verdadero problema de financiación: si el «pastel» aumenta, puede distribuirse una mayor parte a las personas jubiladas sin quitarle nada a nadie. Es el argumento que, por ejemplo, encontramos en el artículo de Vicenç Navarro publicado el 6 del 2013 en El País (disponible en su blog). Dada nuestra cercanía ideológica con este autor en torno a la cuestión de la justicia social, el propósito de este artículo es debatir algunas de sus aserciones para que los movimientos transformadores integren el fin del crecimiento en sus reflexiones y en su práctica.

Vicenç Navarro comienza su argumentación mediante la constatación de un hecho según él de especial importancia: “El del aumento de la productividad, es decir, que un trabajador dentro de 40 años producirá mucho más que un trabajador ahora” (…) “casi el doble en 2050 que ahora, con lo cual podría mantener casi al doble de pensionistas.” Esta visión se fundamenta en considerar los aumentos de productividad como intrínsecamente positivos, sin cuestionar su calidad y orientación. En este sentido, el caso del sector agrícola, que Vicenç Navarro tomó como ejemplo, es paradigmático. Comenta que “hace 40 años el 18% de los españoles adultos trabajaba en la agricultura. Hoy solo el 2% lo hace, y este 2% produce mucho más de lo que producía [el 18%] hace 40 años.” Sin embargo, el sistema agroalimentario global ha conseguido producir tanta cantidad con tan poca mano de obra sobreexplotando los recursos naturales (y las personas). Es un modelo insostenible (e injusto) que requiere enormes cantidades de petróleo para fertilizantes, pesticidas, ultra-mecanización del campo, transporte globalizado, refrigeración, etc. y es responsable de hasta el 57% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero. En la era del crecimiento, buena parte de los aumentos de productividad alcanzados por la sociedad industrial son productivistas, es decir, nocivos para la sostenibilidad.

Por supuesto, eso no significa que todos los aumentos de productividad sean contraproducentes. En ciertos sectores, como puede ser la agroecología, las energías renovables, la movilidad sostenible, etc., hay aumentos de productividad defendibles desde un punto de visto ecológico y social. Sin embargo, durante la transición hacia una sociedad justa y ambientalmente viable, disminuirá la productividad en muchos sectores en los que se pasaría de producciones «insostenibles» a producciones «sostenibles» con respecto a las redes antiguas dado que hace falta más trabajo (un 30% más en la agricultura ecológica por ejemplo) para producir las mismas cantidades con menos energía. Dicho de otro modo, una cesta de agricultura ecológica relocalizada es menos “productiva” que una cesta de agricultura intensiva globalizada, pero es más saludable y más respetuosa del medioambiente y de las generaciones futuras. Por tanto, una sustitución virtuosa (menos desempleo, menos energía) se traducirá por una disminución de los aumentos de productividad en términos económicos clásicos.


La Declaración de Independencia

Organizaron un pequeño comité para redactar la Declaración de Independencia, que escribió Thomas Jefferson y que finalmente fue adoptada por el Congreso el 2 de julio y proclamada con carácter solemne el día 4 de julio de 1776.

(…)

“Cuando en el curso de los acontecimientos humanos se hace necesario que un pueblo disuelva los vínculos políticos… deben declararse las causas…”. Así empezaba la Declaración de Independencia. Entonces, en el párrafo segundo, llegaba la poderosa declaración filosófica.

“Consideramos patentes estas verdades, que todos los hombres son creados iguales, que su Creador les da ciertos derechos inalienables, entre otros el de la Vida, el de la Libertad y el de la Felicidad. Que para asegurar esos derechos, se instauran gobiernos entre los hombres, derivando sus justos poderes del consentimiento de los gobernados, que cuando cualquier forma de gobierno sea destructiva respecto a estos fines, el pueblo tenga derecho a alterar o abolirla, y a constituir un nuevo gobierno…”

(…)

Todo esto –el lenguaje del control popular sobre los gobiernos, el derecho a la rebelión y a la revolución, la indignación ante la tiranía política, las cargas económicas, los ataques militares- era una jerga que se utilizaba para unir a un gran número de colonos, y a persuadir incluso a los que tenían conflictos entre sí para que se unieran en la causa común contra Inglaterra.

Algunos americanos fueron claramente excluidos de este círculo de intereses que significaba la Declaración de Independencia, como fue el caso de los indios, de los esclavos negros y de las mujeres. De hecho un párrafo de la Declaración acusaba al rey de incitar las rebeliones de los esclavos y los ataques indios:

“Ha provocado insurrecciones domésticas entre nosotros, y ha pretendido echarnos encima los habitantes de nuestras fronteras, los indios salvajes inmisericordes, cuyo dominio del arte de la guerra consiste en la destrucción indiscriminada de toda persona, no importando su edad, sexo o condición”.

(…)

Thomas Jefferson había escrito un párrafo de la Declaración acusando al rey de transportar esclavos de África a las colonias y de “suprimir todo intento legislativo de prohibir o restringir este comercio exacrable”. Esto parecía expresar una reprobación indignada contra la esclavitud y el comercio de esclavos (la actitud de Jefferson hacia la esclavitud hay que contrastarla con el hecho de que tuvo centenares de esclavos hasta el día que murió). Pero tras esta actitud existía el temor cada vez más agudo entre los virginianos y algunos otros sureños por la creciente cantidad de esclavos negros que había en las colonias (el 20% de la población total) y la amenaza de las revueltas de esclavos a medida que crecía su número.

El Congreso Continental eliminó el párrafo de Jefferson porque los propietarios de esclavos no querían acabar con el comercio de esclavos. En el gran manifiesto libertador de la Revolución Americana no se incluyó ni ese mínimo gesto hacia el esclavo negro.

El uso de la frase “Todos los hombres son creados iguales” seguramente no pretendía referirse a las mujeres. Su inclusión no era ni remotamente posible. Eran políticamente invisibles. Y aunque las necesidades prácticas conferían a las mujeres cierta autoridad en el hogar, ni siquiera se las tomaba en cuenta a la hora de otorgar derechos políticos y nociones de igualdad cívica.

(…)

Cuando se proclamó la Declaración de Independencia –con toda su jerga incendiaria y radical- desde el balcón del Ayuntamiento de Boston, fue leída por Thomas Crafts, miembro del grupo Loyal Nine (Los Nueve Leales), conservadores que se habían opuesto a la acción militante contra los británicos. Cuatro días después de esa lectura, el Comité de Correspondencia de Boston ordenó a los ciudadanos que se presentaran en el ‘Common’ (espacio abierto central) de la ciudad para incorporarse a filas. Pero lo cierto es que los ricos podían evitar el servicio militar si pagaban a unos sustitutos, mientras que los pobres tenían que apechugar. Esto provocó disturbios y el grito de “La tiranía es la tiranía, venga de donde venga”.

Extraído de ‘La otra historia de los Estados Unidos’ de Howard Zinn

Pescanova: la crisis es endeudarse

Gustavo Duch - Palabre-ando

¿Qué les suscita a ustedes el hundimiento de Pescanova? Al leer que una enorme multinacional, con tremendos barcos captura-peces, con piscinas para engordar salmones, rodaballos o langostinos en varios continentes, con los supermercados llenos de sus productos y con más y más ingresos en sus arcas, no encuentra quien quiera financiar su deuda ni otorgarle nuevos créditos, uno interpreta que todo tiene límites: Pescanova no podrá pescar todo lo que necesita para pagar sus deudas.

Porque el crecimiento tiene límites. Dicen que la crisis llegó por gastar por encima de nuestras posibilidades, lo cierto es que llega a quien quiere ganar por encima de las posibilidades del Planeta. Sea quien sea.

Si Pescanova ha perdido crédito -nadie cree en ella- y naufraga, ¿nos hundimos todos? No, las gentes pescadoras artesanales, a pequeña escala y que saben de sostenibilidad, seguirán remando.

Zygmunt Bauman: "Hemos vivido en un mundo irreal, de crecimiento ilimitado"

Sorprendido porque ve "mucho optimismo" en las calles de Barcelona, y eso no es lo que cuentan los diarios, el sociólogo Zygmunt Bauman ha considerado que en los últimos treinta años las sociedades occidentales han vivido "en un mundo irreal", en el que se pensaba que el crecimiento era ilimitado.

Bauman, que ofreció una conferencia en el CCCB, y cuenta con un nuevo libro, Sobre la educación en un mundo líquido (Paidós), ha mantenido en un encuentro con periodistas que durante estas décadas se ha vivido pensando en el "crecimiento ilimitado" y, de repente, "hay un shock y la gente se da cuenta de que el hoy es malo, mañana será peor y pasado mañana llegará el apocalipsis".

En su opinión, se vive en un mundo "como de alquiler", en el que todo se mueve rápidamente, con "cambios radicales que no se esperan", y que también ha definido como un "interregno, en el que se ve que las cosas que se han hecho hasta ahora no han funcionado, pero no se ha encontrado aún la manera de hacerlo diferente".

Advirtiendo, a sus 88 años, que él sólo estudió sociología para explicar lo que ocurre en las sociedades y "no para hacer profecías", ha opinado que se ha vivido "en el mundo de la ilusión", principalmente por la irrupción masiva de la tarjeta de crédito, que provocó el paso "de la cultura del ahorro a la del crédito".

Entiende el pensador de origen polaco que el "boom" del Bienestar se ha basado en que "gastábamos más dinero del que ganábamos, pidiendo préstamos a expensas de nuestros nietos, que pagarán el exceso de este consumismo".

"Ahora -ha proseguido- se ha visto que estábamos en una gran mentira y en un malentendido y cuando ha llegado el mundo real no es muy alentador".

Bauman, británico de adopción desde 1968, ha rememorado que en los años setenta el capitalismo buscaba "tierras vírgenes" para poderse expandir y fue cuando caló la idea de que "los hombres y las mujeres sin tarjeta de crédito no tenían ninguna utilidad, porque no daban beneficios a los bancos". "Las personas se transformaron en alguien que pedía dinero y eran fuente de beneficios constante para los bancos", ha apostillado.

Además ha argumentado que el sistema iba creciendo porque las entidades aseguraban a sus clientes que retornar la deuda no era ningún problema, con lo que las personas "o eran víctimas de una mentira o eran inocentes".

A pesar de la crisis, el padre del concepto de la "modernidad líquida" se ha mostrado cauto con respecto a las teorías que dan por muerto al capitalismo liberal, porque todavía -ha dicho- "se pueden crear tierras vírgenes", que no serán conquistadas por ningún ejército, porque sólo son necesarios "agentes bancarios".

Respecto al "divorcio" entre poder y política, ha hablado de desconfianza hacia el sistema, porque "el poder se ha evaporado en el ciberespacio y la política sufre un déficit de poder".

Sostiene que lo más importante a resolver durante el siglo será "volver a unir poder y política". "Es un trabajo difícil -ha agregado- pero si no lo hacemos no solucionaremos el problema".

Respecto al auge de los nacionalismos, ha querido recordar que él nació en Polonia en 1925 en el seno de una familia que debió emigrar en la década de 1930 para escapar del nazismo y que en 1968, otra vez en Polonia, se vio obligado a exiliarse a Inglaterra por las purgas del régimen comunista, sintiéndose principalmente europeo.

Ha razonado que antes la identidad "venía dada de nacimiento, igual que la clase social, que se heredaba". "La idea de identidad -ha argumentado- aparece cuando la idea de comunidad se debilita y nos empezamos a mover entre dos valores como la seguridad y la libertad, dos conceptos complementarios y a la vez opuestos".

Según lo que se está viendo, "ahora la gente quiere más seguridad por encima de la libertad y parece que haya una identificación con respecto a la comunidad que queremos que resurja". "Hemos entrado en una nueva época", pronostica.

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¿Y si la felicidad era otra cosa?





Decrecer en sanidad para crecer en salud y equidad


El sistema sanitario es una de las primeras fuentes de crecimiento del PIB en todos los países occidentales. El gasto sanitario total (privado más público) agregado para los 29 países de la OCDE ascendió en el año 2009 a una suma de más de 4 billones de dólares de PPA (paridad de poder adquisitivo). Esto supone un incremento en términos nominales de aproximadamente el 27% con respecto al año 2003. En España, el incremento del gasto en el mismo periodo ha sido del 66%. En relación al PIB, el gasto sanitario del conjunto de la OCDE supuso el 9,5%, el mismo % que para España. Por tanto, dentro de este paradigma decrecentista, que busca la sostenibilidad ecológica y la justicia social, que estamos intentando defender, hacer decrecer el PIB haciendo decrecer la inversión en sanidad debería ser un objetivo prioritario ¿Es éso posible? ¿Es posible justificar un decrecimiento en el, hasta ahora, “intocable” (e imparable) gasto sanitario?


Ya hemos criticado extensamente la interpretación del incremento del PIB como un dato equivalente a desarrollo de un país. En el porcentaje de PIB que los países asignan a sanidad se incluyen gastos muy necesarios como aquéllos destinados a financiar servicios, medicamentos o políticas que mejoran la salud de los individuos y las poblaciones y contribuyen a disminuir las desigualdades en salud. Pero el PIB asignado a sanidad no nos habla para nada de la calidad de esa sanidad; no nos habla de cuánto de efectiva es la atención sanitaria para ayudar a los individuos en sus dolencias, enfermedades y sufrimientos; tampoco de cuánto mejora la salud de las poblaciones o en qué medida mejora la equidad. Es más. Una vez alcanzado un gasto per cápita mínimo, toda inversión por encima podría no estar aportando nada relevante e incluso podría empeorar la salud al incrementar la intensidad de cuidados con algunos innecesarios. Se calcula que por encima de 1500 upps/año deja de haber una correlación entre gasto sanitario y resultados en salud. España invirtió en el año 2009, 2775 upps/año (un 46% más del nivel mínimo que garantiza resultados adecuados). Por tanto, es posible plantear, al menos en teoría, un escenario de decrecimiento en los presupuestos sanitarios españoles sin que eso afecte a la salud de los ciudadanos o las poblaciones e incluso, puedan mejorar. Otra cosa es que sea fácil (diapositiva tomada de JL Conde)



Algunos autores han llamado a “decrecimiento” una “palabra-obús” por su capacidad para destruir los esquemas mentales a los que estamos acostumbrados. La crisis financiera sanitaria no es discutible. Existe un amplio consenso acerca de la necesidad de racionalizar el gasto dedicado a sanidad e intentar frenarlo. Se ha calculado que si se sigue con los incrementos de los años precedentes, el gasto sanitario español podría duplicarse en diez años ¿Alguien piensa que ésto puede pagarse? 



Las respuestas, esquemáticamente, han sido (1) la socialdemócrata que, en España, aboga por equiparar nuestro porcentaje de PIB a la media europea como solución a nuestros males (como si gastando más fuésemos a dejar de generar nuevos déficits; como si en los países que dedican más PIB a la sanidad pública ésta no fuera igual de insostenible que en el nuestro) y mejorar la gestión pública, y (2) la neoliberal, que defiende introducir mecanismos de mercado y cercenar la universalidad y la accesibilidad para poder hacer compatible (más que sostenible) lo que quede del sistema público con sus ganancias económicas privadas.

¿Es nuestra la revolución chavista?

Baldomero Rodríguez 

Nadie conoce ni ha conocido nunca ni conocerá una verdadera democracia realmente existente (ni los antiguos griegos que la crearon --pues por directa que fuera en tanto que implantada en la compleja realidad social hay ‘rozamiento’). Pero si que contamos con criterios evaluativos (no uno, es verdad, sino varios) de que es para nosotros una ‘verdadera’ democracia frente a las seudodemocracias u oligarquías liberales que llaman democracia sin serlo).

La cuestión es si el modelo chavista realmente (¿) implantado en Venezuela esta preñado de socialismo y ‘apunta’ hacia una sociedad autónoma de individuos autónomos, no jerárquica, no autoritaria, no machista, decrecentista, anticapitalista y autogestionada. O nos aparta de ella. Y entiéndaseme bien, no le estoy exigiendo al régimen venezolano de Chaves que sea todo eso aquí y ahora (sería injusto pedírselo, pues todo requiere un tiempo). Lo que estoy diciendo es si el caudillismo, la división entre dirigentes y ejecutantes, y otros aspectos negativos de la cosa posibilitan lo anteriormente dicho o nos apartan de ello. Yo no lo sé.

Soy consciente de que no hay ciencia política ni exacta ni inexacta, pero si que son posibles los atisbos en base a la historia del movimiento obrero y revolucionario que nos muestra que el ‘monstruo’ no siempre es producto, como pretenden los trotskistas, de una degeneración del ángel, sino más bien una consecuencia necesaria del proyecto autoritario, jerárquico y no asambleario originario. Espero equivocarme, pero tal vez haya indicios para pensar que esa no es nuestra revolución, y que el sueño de esa revolución por nuestra izquierda tradicional, engendre monstruos. Insisto en que no lo sé; simplemente estoy pensando en alto.

Ocupando el sistema agrícola y alimentario

Esther Vivas

Se han ocupado plazas, bancos, viviendas, aulas, hospitales e incluso supermercados. Se han desobedecido leyes y prácticas injustas. Hemos reivindicando más democracia en la calle, en las instituciones, en la banca... Una marea indignada ha cuestionado y ha puesto en jaque al actual sistema económico, financiero, político... pero es necesario llevar esta indignación más allá. Y uno de los temas pendientes, entre muchos otros, es ocupar, algo tan básico, como el sistema agrícola y alimentario.

Todos nosotros comemos. Alimentarnos es fundamental para sobrevivir, pero, y aunque puede parecer lo contrario, no tenemos derecho a decidir sobre aquello que consumimos. Hoy un puñado de multinacionales de la industria agroalimentaria deciden qué, cómo y dónde se produce y qué precio se paga por aquello que comemos. Unas empresas que anteponen sus intereses empresariales a las necesidades alimentarias de las personas y que hacen negocio con algo tan imprescindible como la comida.

De aquí que en un mundo donde se produce más alimentos que en ningún otro período histórico, 870 millones de personas pasen hambre. Si no tienes dinero para pagar el precio, cada día más caro, de los alimentos ni acceso a los recursos naturales como la tierra, el agua, la semillas... no comes. Asimismo, en los últimos cien años, según la FAO, ha desaparecido un 75% de la diversidad agrícola. Se produce en función de los intereses del mercado, apostando por variedades resistentes al transporte de largas distancias, que tengan un aspecto óptimo..., dejando de lado otros criterios no mercantiles. El empobrecimiento del campesinado es otra de las consecuencias del actual sistema agroindustrial. Se apuesta por un modelo agrario que prescinde del saber campesino, subvenciona la agroindustria y donde la agricultura familiar y a pequeña escala no tiene cabida.

Un sistema en que los alimentos viajan una media de cinco mil kilómetros antes de llegar a nuestro plato. Se prima, por un lado, la producción en países del Sur, explotando su mano obra y aprovechándose de unas legislaciones medioambientales muy laxas, para luego vender el producto aquí. Y, por el otro, multinacionales subvencionadas con dinero público producen en Europa y Estados Unidos muy por encima de la demanda local y venden su excedente por debajo de su precio de coste en la otra punta del planeta, haciendo la competencia desleal a los productores del Sur. Los campesinos del mundo son los que más salen  perdiendo con un modelo de agricultura globalizada al servicio de los intereses del capital.

Conclusión: actualmente contamos con un modelo de agricultura irracional, que genera hambre, pobreza, desigualdad, impacto medioambiental... y que sólo se justifica porqué da cuantiosos beneficios a las multinacionales que monopolizan el sector. No hay democracia en el sistema agroalimentario. Y por eso es necesario reivindicar esa “democracia real” también en el actual modelo de producción, distribución y consumo de alimentos.

Si algo ha caracterizado al movimiento del 15M es el empezar a construir aquí y ahora ese “otro mundo posible” que reivindicamos. Planteando que son viables otros modelos económicos, sociales, de consumo, energéticos, de cuidados... De la ocupación de plazas se ha pasado a la ocupación de tierras para cultivar huertos urbanos, se han creado redes de intercambio, se han organizado grupos de consumo agroecológico. Generalicemos estas prácticas. Y exijamos: soberanía alimentaria. Volver a decidir sobre aquello que comemos, que los campesinos tengan acceso a los recursos naturales, que no se especule con la comida, que se promueva una agricultura, local, campesina y de calidad. Ocupemos el sistema agroalimentario. Sólo así podremos garantizar que alimentarnos sea un derecho para todos y no un privilegio para unos pocos.


*Artículo publicado en la revista Números rojos, nº5.

+info:  http://esthervivas.com

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El mito del progreso humano

Chris Hedges

Traducido por Silvia Arana para Rebelión

En la obra Réquiem por una especie: ¿Por qué nos resistimos a la verdad sobre el cambio climático? Clive Hamilton describe el lúgubre consuelo derivado de aceptar que "el catastrófico cambio climático es algo virtualmente seguro". Dice que para eliminar cualquier "esperanza falsa" hace falta un conocimiento intelectual y un conocimiento emocional. El primero es algo posible de lograr. El segundo es mucho más difícil de adquirir porque los seres querido, incluyendo nuestros hijos, están condenados a la inseguridad, la miseria y el sufrimiento en el transcurso de pocas décadas -si no en pocos años. Asumir emocionalmente el desastre que nos aguarda, lograr comprender a un nivel visceral que la élite en el poder no responderá racionalmente ante la devastación del ecosistema, es tan difícil como la aceptación de nuestra propia muerte. La lucha existencial más abrumadora de nuestro tiempo es asimilar -intelectual y emocionalmente- esta horrible verdad y continuar resistiendo contra las fuerzas destructivas.

La especie humana, encabezada por europeos y euro-americanos blancos, ha lanzado, desde hace 500 años, una estampida violenta de conquista, saqueo, depredación, explotación y contaminación de la Tierra -matando al mismo tiempo a las comunidades indígenas que hallan en su camino. Pero el juego ha llegado a su fin. Las fuerzas técnicas y científicas que permitieron crear una vida de lujos sin paralelo son las mismas fuerzas que nos condenan. La manía de la expansión económica y explotación sin límites se ha convertido en una maldición, en una sentencia de muerte. Pero incluso mientras se desintegra nuestro sistema económico y del medio ambiente, después del año más caliente en los 48 estados contiguos de EE.UU. desde que se lleva el registro iniciado hace 107 años, carecemos de la creatividad emocional e intelectual para apagar el motor del capitalismo global. Nos hemos atado a una máquina de la muerte, como lo explica el borrador del reporte del Comité Asesor de Evaluación y Desarrollo Climatológico Nacional.


Las civilizaciones complejas tienen el mal hábito de la auto-destrucción. Antropólogos, entre los que se incluye Joseph Tainter en El colapso de sociedades complejas, Charles L. Redman en El impacto humano en los medio ambientes de la antigüedad y Ronald Wright en Breve historia del progreso han expuesto los patrones comunes que conducen a la desintegración de los sistemas. La diferencia es que, en esta época, nuestra destrucción arrastrará a todo el planeta. Con este colapso final no habrá nuevas tierras para explotar, ni nuevas civilizaciones para conquistar, ni nuevos pueblos para sojuzgar. La conclusión de la larga lucha entre la especie humana y la Tierra será que los seres humanos sobrevivientes aprenderán una dolorosa lección sobre la ambición desenfrenada y el egocentrismo.

"Hay un patrón que se repite en las diferentes civilizaciones del pasado de desgaste de los recursos naturales, sobreexplotación del medio ambiente, expansión desmedida y sobrepoblación", sostiene Wright en una conversación telefónica desde su hogar en British Columbia, Canadá. Agrega: "Según el patrón, las sociedades tienden al colapso poco después de alcanzar el periodo de mayor magnificencia y prosperidad. Ese patrón se repite en numerosas sociedades, los antiguos romanos, mayas y sumerios del actual sur de Irak. Hay muchos otros ejemplos, incluyendo sociedades a menor escala como la Isla de Pascua. Las mismas causas de la prosperidad de las sociedades en el corto plazo, especialmente nuevas formas de explotar el medio ambiente como la invención de la irrigación, conducen al desastre en el largo plazo debido a complicaciones que no se pudieron prever. A esto lo llamo "la trampa del progreso" en el libro Breve historia del progreso. Hemos puesto en movimiento una maquinaria industrial de tal nivel de complejidad y dependencia en la expansión que no sabemos cómo arreglarnos con menos ni como lograr estabilidad en relación a nuestra demanda de recursos naturales. Hemos fracasado en el control de la población humana. Se ha triplicado en el curso de mi vida. Y el problema se agudiza por la brecha creciente entre ricos y pobres, la concentración de la riqueza, que asegura que nunca habrá suficiente para repartir. La cantidad de gente en extrema pobreza en la actualidad -cerca de dos mil millones- es mayor de lo que era la población total del mundo a principios del siglo XX. Eso no es progreso."

"Si continuamos negándonos a enfrentar la situación de una manera racional y ordenada marcharemos, tarde o temprano, hacia una suerte de gran catástrofe.", sostiene Wright. "Si tenemos suerte, será lo suficientemente grande como para despertarnos a nivel mundial pero no tanto como para eliminarnos. Ese sería el mejor de los casos. Debemos trascender nuestra historia evolucionista. Somos cazadores de la Era Glacial afeitados y vestidos de traje. No somos buenos pensadores a largo plazo. Preferimos atiborrarnos con carne de mamut sacrificando a todo el rebaño en el precipicio antes que ingeniarnos para conservar el rebaño y tener alimento diario para nosotros y nuestros hijos. Esa es una transición que nuestra civilización debe hacer. Y no la estamos haciendo."


La dominación masculina

Las divisiones constitutivas del orden social y, más exactamente, las relaciones sociales de dominación y de explotación instituidas entre los sexos se inscriben así, de modo progresivo, en dos clases de hábitos diferentes, bajo la forma de hexeis* corporales opuestos y complementarios de principio de visión y de división que conducen a clasificar todas las cosas del mundo y todas las prácticas según unas distinciones reducibles a la oposición entre lo masculino y lo femenino.

Corresponde a los hombres, situados en el campo de lo exterior, de lo oficial, de lo público, del derecho, de los seco, de lo alto, de lo discontinuo, realizar todos los actos a la vez breves, peligrosos y espectaculares, que, como la decapitación del buey, la labranza o la siega, por no mencionar el homicidio o la guerra, marcan unas rupturas en el curso normal de la vida;

Por el contrario, a las mujeres, al estar situadas en el campo de lo interno, de lo húmedo, de abajo, de la curva y de lo continuo, se les adjudican todos los trabajos domésticos, es decir, privado y ocultos, prácticamente ocultos o vergonzosos, como el cuidado de los niños y de los animales, así como todas las tareas exteriores que les son asignadas por la razón mítica, o sea, las relacionas con el agua, con la hierba, con lo verde (como la escardura y la jardinería), con la leche, con la madera, y muy especialmente los más sucios, los más monótonos y los más humildes.

Dado que el mundo limitado al que están constreñidas –la aldea, la casa, el idioma, los instrumentos- encierra las mismas tácitas llamadas al orden, las mujeres sólo pueden llegar a ser lo que son de acuerdo con la razón mítica, lo que confirma, sobre todo a sus propios ojos, que están naturalmente abocadas a lo bajo, a lo torcido, a lo menudo, a lo mezquino, a lo fútil, etc.

Están condenadas en todo momento la apariencia de un fundamento natural a la disminuida identidad que les ha sido socialmente atribuida; a ellas les corresponde la tarea prolongada, ingrata y minuciosa de recoger, incluso del suelo, las aceitunas o las ramitas de madera que los hombres, armados con la vara o con el hacha, han hecho caer; ellas son las que, relegadas a las preocupaciones vulgares de la gestión cotidiana de la economía doméstica, parecen complacerse en las mezquindades del cálculo, del vencimiento de los plazos y del interés que el hombre de honor se cree obligado a ignorar.

Recuerdo ahora que, en mi infancia, los hombres, vecinos y amigos, que habían matado al cerdo por la mañana, en un breve despliegue, siempre ostentoso, de violencia –chillidos del animal que escapa, cuchillos enormes, sangre derramada, etc.- permanecían durante toda la tarde, y a veces hasta el día siguiente, jugando tranquilamente a cartas, interrumpidos muy de vez en cuando para levantar un caldero demasiado pesado, mientras las mujeres de la casa iban de un lado a otro para preparar las salchichas, las morcillas, los salchichones y los patés.

Los hombres (y las propias mujeres) no pueden ver que la lógica de la relación de dominación es la que consigue imponer e inculcar a las mujeres, en la misma medida que las virtudes dictadas por la moral, todas las propiedades negativas que la visión dominante imputa a su naturaleza, como la astucia o, por tomar una característica más favorable, la intuición.

Extraído de ‘La dominación masculina’ de Pierre Bourdieu

*Modo de estar


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