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Decrecer para vivir mejor


Almudena Barragán Gaspar - Periodista

Decrecer para vivir mejor. El crecimiento económico no genera necesariamente cohesión social.

Producimos, consumimos y gastamos por encima de nuestras posibilidades. La versión dominante de las sociedades opulentas presenta el crecimiento económico como la solución que resuelve todos los males. El crecimiento garantiza la cohesión social, los servicios públicos se mantienen y el desempleo y la desigualdad territorial no aumentan. Falso. El crecimiento económico no genera necesariamente cohesión social; provoca problemas medioambientales, en muchos casos irreversibles, causa el agotamiento de recursos escasos que no estarán a disposición de generaciones futuras y permite el triunfo de un modo de vida esclavo, que nos dice que seremos más felices cuantas más horas trabajemos, más dinero ganemos y más bienes queramos consumir.
Existen palabras envenenadas que se venden con el dulzor del progreso, y contaminan a las personas con la idea del desarrollo a cualquier precio, según el escritor Serge Latouche. El desarrollo se halla impregnado, en los hechos, de todos los rasgos positivos y negativos, propios del crecimiento.
El desarrollo transforma en mercancía la relación entre los seres humanos y las que éstos mantienen con la naturaleza. 

En su libro En defensa del decrecimiento, Carlos Taibo comenta que, para asegurar el bienestar de la humanidad, el Banco Mundial estima que la producción debería ser en 2050 cuatro veces superior a la de hoy, para lo que bastaría un crecimiento anual del 3%. La limitación de las materias primas del planeta invita a pensar que es inconcebible un PIB mundial de 172 billones de dólares, que es el que se registraría en 2050 (frente a los 43 billones de hoy). Con un crecimiento del 3% anual, el PIB francés se multiplicaría por 20 en un siglo, por 400 en dos y por 8000 en tres. En el caso de China, de mantenerse niveles de crecimiento anual del orden del 10%, el producto nacional bruto se multiplicará por 736 al cabo de un siglo. Las situaciones anteriores serían insostenibles.
Un decrecimiento de 1% anual permitiría economizar un 25% de la producción en 19 años y un 50% en 69. 

Si a esto sumamos el crecimiento de la demanda de minerales del futuro, para proporcionar las cantidades necesarias para 11.000 millones de seres humanos que consumirán como lo hace en estos momentos la población rica del planeta, el 43% de las existencias de los 36 minerales más codiciados habrá desaparecido. Esto impediría garantizar petróleo, gas, carbón y uranio que necesitarían esos seres humanos para su modelo de consumo.

De igual manera, la alimentación de una persona en un país rico ocupa dos hectáreas de tierra. Para permitir que esos niveles de consumo alimentario se extiendan a 11.000 millones de personas, serían precisos casi dos planetas iguales. 

Las expectativas de crecimiento de factores como la producción mundial La superficie regable, los fertilizantes, la oferta de pescado y las tierras disponibles para el cultivo de cereales han demostrado ser en exceso optimistas. La productividad biológica de la Tierra se está reduciendo y tiene límites.
Es necesario que los países ricos reduzcan la producción y el consumo para dejar de vivir por encima de sus posibilidades. Es urgente cortar emisiones que dañan peligrosamente el medio, además de que empiezan a faltar materias primas vitales. 

Si se gasta más de lo que se consume de forma indefinida, la quiebra es inminente; parece increíble que no se emplee el mismo razonamiento a la hora de pensar en nuestro planeta finito y lo que el modelo de desarrollo actual está haciendo con los recursos. 

Esta postura de decrecimiento no incluye a países que ni siquiera han podido alcanzar un mínimo nivel de crecimiento. Las exigencias de moderarse están dirigidas a un Norte capitalista que necesita frenar y analizar sus posibilidades, replegarse para no perecer. Es necesario que todos los países alcancen un nivel de vida equilibrado, que algunos decrezcan para que la vida siga floreciendo y otros puedan vivir mejor.

ccs@solidarios.org.es

Devolver el control de la agricultura a los campesinos


 Gustavo Duch

“Puede ser difícil de aceptar, pero, desde el punto de vista ecológico, no hay posibilidad alguna de mantener un planeta con recursos finitos que se basen en modelos de crecimiento ilimitado. No existe tierra cultivable suficiente para mantener una agricultura productiva que alimente a las personas, alimente a la ganadería intensiva y que, como nos explican ahora, genere la energía del futuro, los biocombustibles.

No podemos aceptar más políticas de crecimiento económico sabiendo que esconden la generación de pobreza y que comprometen la vida de generaciones futuras. Entonces aparece la propuesta y la necesidad de pensar en el decrecimiento: supeditar el mercado a la sociedad, sustituir la competencia por la cooperación, acomodar la economía a la economía de la naturaleza y del sustento para poder estar en condiciones de retomar el control de nuestras vidas.

La ciudadanía del mundo no pierde nada, pierden las corporaciones. El decrecimiento nos llevará a vivir mejor con menos: menos comida basura, menos estrés, menos pleitesía al consumo. Y también aquí el modelo agrícola puede ilustrar bien estas propuestas. Devolver el control de la agricultura a los campesinos, que con la complicidad del resto de la sociedad aseguren, mediante modelos productivos ecológicos (donde los ecosistemas no están al servicio de la economía sino al revés), el consumo de temporada y una distribución en mercados locales de alimentos sanos.

Apostar por el decrecimiento es encarrilarse en un nuevo rumbo, donde más gente encontrará lugares de vida y trabajo que, sin dañar el medio ambiente, sin competir ni empobrecer a otras regiones, puedan asegurar alimentos de buena calidad y buenos sabores para nosotros., las poblaciones del sur y las futuras generaciones.”

Extraído de: “Lo que hay que tragar. Minienciclopedia de política y alimentación”. Gustavo Duch.

¿Decrecimiento en el sur?


David Llistar

Los límites físicos de nuestro planeta imponen decrecimiento energético y material a los metabolismos sociales de EEUU, Europa, Japón y el resto de países consumidores industriales. Comemos demasiado y demasiado rápido. Se han constituido así metabolismos construidos contemporáneamente bajo el paradigma de “hidrocarburo bueno-bonito-barato” e infinito (civilización petrolera), y organizados alrededor del máximo crecimiento posible en el menor tiempo posible (turbocapitalismo).

Ahora bien, situando nuestra mirada más hacia el Sur: ¿Acaso se puede exigir decrecimiento en Mozambique, el Ecuador o Vietnam? ¿Debe también respetarse el derecho de los chino/as o los indio/as a crecer anualmente cerca de un 10% de su PIB? 

Lo/as teórico/as han ido con cuidado sin profundizar demasiado en esa esquina conceptual del decrecimiento. Autores como Gorz o Latouche sugieren que el esquema tiene sentido en los países del Centro (ás industrializados) desarrollados pero también en los países de la Periferia : “La problemática del decrecimiento ofrece la posibilidad de no pasar por la época industrial y acceder directamente a un ‘equilibrio posindustrial’ dentro de un poscapitalismo” (Latouche, 2008). En países como el Ecuador, ese “poscapitalismo” difícil de visualizar, se debate y pone en marcha en forma de políticas públicas bajo la óptica de que el desarrollo capitalista les ha perjudicado a lo largo de la historia y les sigue perjudicando (SENPLADES, 2009). Por ello han recuperado el término suma kawsay del Pueblo originario quíchwa, es decir, de ‘vivir y convivir bien’, sustituyendo al crecimiento y de mito de desarrollo capitalista por la búsqueda de una ‘vida en plenitud’ como objeto de la sociedad ecuatoriana.

Grupos de interés y no países

En mi opinión, la pregunta planteada más arriba parte de una unidad de análisis -la unidad estatal- cada vez más estrecha e insatisfactoria para comprender nuestro mundo y sacarlo de las n crisis. Se resuelve mucho mejor si se plantea un sistema mundial formado por muy distintos grupos de interés, interfiriendo entre sí y entre los cuales existen asimetrías en términos del poder dependiendo de su ubicación en ese sistema. Una especie de lucha de grupos de interés, muy parecida a la lucha de clases planteada por los marxistas. Algunos grupos de interés son locales, otros regionales, algunos nacionales, y otros estatales. Pero otros muchos son de carácter transnacional, incluso global, y escapan en su mayoría a la lógica del Estados-nación. Por ejemplo, podemos citar el caso de los productores y consumidores europeos preocupados por su dependencia energética. Esta preocupación les lleva a interferir a miles de quilómetros de distancia en la vida de campesinos e indígenas colombianos, indonesios, sudafricanos. Sin saberlo, su necesidad energética implica que estas poblaciones sean arrancadas de sus ecosistemas vitales al serles impuestos monocultivos “energéticos”, destinados a suministrar a Europa con palma africana para biodiesel.

Mi experiencia china 

Una vez estuve en China, junto a algunos amigos ecologistas destacados -por cuestiones de imagen no contaré cómo llegamos allí- para discutir asuntos como los conflictos ambientales birregionales entre Asia y Europa. En Beijing, como suele sucederles últimamente a los extranjeros, me quedé con “cara de pollo comprado”, al contemplar el emergente poderío económico urbano chino, en forma de cientos de modernísimos edificios, cantidades asombrosas de Mercedes Benz y Audi ejecutivos, junto a un turbio y enorme smoke que reducía el brillo del sol de la mega-urbe a intensidades sub-árticas.

Vi a miles de consumidores y productores atacados por la misma obsesión productivista y consumista occidental, enamorados de teléfonos móviles de última generación, de marcas y estética de deportistas globales, generadores de residuos y con capacidad de influencia en el mundo similar a la nuestra. Millones de chinos “urbanitas” consumidores y propietarios enamorados de la globalización, chinos del Norte Global, contribuyendo directa y personalmente al cambio climático global al igual que el europeo medio. Fue con ellos con quienes me encontré. No con campesinos ni con los trabajadoras de las maquiladoras chinas. Y conocí a algunos de ellos que eran representantes de su país en distintos foros internacionales, defendían a China ante cualquier reproche proveniente de los ecologistas asiáticos y europeos. Con ellos tratamos de discutir sobre los males del libre comercio, ante la avalancha de tratados de libre comercio que iban a firmar esas clases dirigentes y …fracasamos.

En realidad, esa gente tan parecida a nosotro/as, convivía en un mismo país con “los otros” chinos. Los más de 1.000 millones de chinos entre campesinos, algunos indígenas, mineros de carbón, mujeres y niñas trabajadoras de las zonas francas para la exportación, obreros inmigrados rurales a las grandes ciudades chinas que ocupan los puestos más bajos,… chinos del Sur Global. Vi a cuando menos dos Chinas solapadas, “Primer” y “Tercer” mundo interpenetrados territorialmente y dependientes unos de otros. Bien podrían haber tenido dos banderas distintas, una con el yuang y el smoke, la otra con una gota de sudor y una semilla. Y me recordaron a las dos Indias que conocí, la ‘fast development India’ y la de los adivasi, los tribal expulsados por los megaproyectos productivos, etc.. que en realidad son más de dos. Y las dos Américas Latinas de Ecuador, México, Brasil, que son más de dos…

En definitiva, llegué a la conclusión de que una China no puede representar a la otra. Las cargas ambientales sobre el planeta de unos chinos y los otros nada tienen que ver, ni mucho menos pueden ser parecidos sus intereses.

Clases globales (socioecológicamente )

Así como lo/as ecologistas no solemos aceptar estadísticas demagógicas cuando los países del Norte quieren continuar contaminando, tampoco deberíamos aceptar que nadie se escondiera bajo la excusa de ser parte de un país todavía pobre escudándose en medias aritméticas que amagan las diferencias internas y las alianzas externas. Ejemplo de ello son los indicadores per cápita, sean estos de renta, contaminación, emisiones, ingesta energética o material, etc. Ni en las negociaciones sobre cambio climático, ni sobre conservación de biodiversidad, ni sobre responsabilidad ambiental de cualquier índole, ni sobre otros temas de gobernanza ambiental global. En su lugar, debemos entrar a valorar las distribuciones de los distintos activos y pasivos ambientales entre la población mundial (qué grupos contaminan, cuáles se enferman, cuáles disfrutan de qué, quiénes ganan y quiénes pierden) más allá de los estados a los que pertenecen. La emergente ecología política, herramienta interpretativa clave para nuevos escenarios de justicia ambiental, nos puede ayudar en eso.
Volviendo a nuestra pregunta y desde una perspectiva internacionalista, los ciudadano/as del Sur Global, deberían gritarnos a todos los ciudadano/as del Norte Global un lema conocido: “!No en nuestro nombre!”. Grito y confrontación no sólo ante los “tradicionales ricos” sino también ante los ‘nuevos ricos’ y las oligarquías de países del Sur -algunas que poco tienen de nuevas- porque los enriquecidos se han ampliado y dispersado geográficamente. ¡Qué me importa a mi que el CO2 haya sido generado por una limousina de un apoderado español o la de otro filipino!

El Norte/Sur Globales son categorías que describen mucho mejor la realidad de todos esos grupos de interés en conflicto, que no la dicotomía Norte/Sur geográficos basada en la comparación entre países. También en los conflictos por la distribución de cargas ambientales. Ejemplo de ello fue el resultado de la Cumbre de Copenhagen en diciembre 2009 en la que se impusiera la voluntad de llegar al mínimo acuerdo posible de un paradójico eje crecimentista EEUU-China-Sector privado petrolero. Existen otras categorías socioecológicas interesantes como la de “clase consumidora mundial” a la cual se estimaba que en 2002 pertenecían 1.400 millones de personas distribuídos de forma irregular por todo el mundo, no sólo en el Norte (400 de ellos en tre China e India, 168 millones en América Latina y Caribe, 34 millones en África Subsahariana) (2004, Worldwatch Institute).

Conclusión: el decrecimiento se debe exigir en el Sur a los ricos y a las clases medias

Por todo ello, la pregunta inicial se responde afirmando primero que quien debe decrecer y reorganizarse son todos y cada uno de los grupos de interés que conforman el Norte Global, quieran ser estos transnacionales, europeos, chinos, rusos, marroquíes, peruanos, angoleños o apátridas.

En segundo lugar, el Sur Global no tiene porqué decrecer material y energéticamente. Lo cual no significa que se olvide de los límites de la naturaleza, ni que deba organizarse bajo lógicas de crecimiento y desarrollo capitalista, soviético incluso socialistas del s.XXI. Cosmovisiones y lógicas organizativas propias de culturas indígenas y campesinas como las asociadas a la ‘vida en plenitud’ andinas (suma kawsay en quíchua, suma q’amaña en aymara), plantean el vivir bien en contraposición al vivir mejor occidental (vivir mejor que el prójimo), y definen una relación de reciprocidad y armonía con la naturaleza. Por tanto se encuentran en plena sintonía con las ideas del decrecimiento -con ese equilibrio postindustiral al que se refiere Latouche- incluso las puede inspirar junto a muchas otras visiones hermanas similares procedentes de la periferia del sistema.

Finalmente y en términos políticos, como apunta Joan Martínez Alier, “Los movimientos de Justicia Ambiental y del Ecologismo de los Pobres del Sur son de hecho los mejores aliados del Decrecimiento Sostenible del Norte” (Martínez-Alier, 2008). Muchas comunidades del Sur Global, sin concebirse a si mismos como ecologistas, luchan contra distintas formas de anticooperación procedente de grupos de interés que presionan para expandirse, para crecer en espacio ajeno, y garantizar sus suministros de materiales y energía (Llistar, 2009). Luchan, aunque a menudo sea por propia supervivencia de sus comunidades, por el decrecimiento.

Bibliografía:
  • Acosta, A. (2008). El buen vivir. Una oportunidad por construir. Revista Ecuador Debate. (disponible en http://www.economiasolidaria.org, visitado 4/5/2010)
  • Martínez Alier, J. (2008). Decrecimiento Sostenible. Revista Ecologia Política, n. 35. Barcelona: Icària editorial.
  • Latouche, S. (2008). La apuesta por el decrecimiento. Barcelona: Icària editorial.
  • Llistar, D. (2009). Anticooperación. Interferencias Norte Sur. Los problemas del Sur no se resuelven con más ayuda internacional. Barcelona: Icaria editorial.
  • Senplades (2009). Plan Nacional de Desarrollo del Buen Vivir. Gobierno del Ecuador.
  • Worldwatch Institute (2004). El estado del mundo. Barcelona: Icària editorial.
David Llistar, Observatoio de la Deuda en la Globalización. Publicado en Ecologista (n. 65) Mayo 2010
Autor de (2009) Anticooperación. Interferencias Norte Sur. Los problemas del Sur no se resuelven con más ayuda Barcelona: Icària editorial.

La ternura


La ternura es la dimensión humana que tiene la capacidad de reconstruir el mundo y el conocimiento a partir de los lazos afectivos que nos estremecen, se trata de una forma de entendimiento emotivo que vive en el presente. Una forma de ligar a las personas y a los espacios en los que habitamos.

La experiencia de emocionarnos a través del cuidado corporal fraterno y el intercambio lúdico implica una manera de percibir a los otros, una manera de sentir principalmente a través del tacto, el olor o el gusto (todas ellas sensaciones que son limitadas por nuestra sociedad en beneficio de la vista y la audición).

Llenar la vida cotidiana de ternura exige una inversión sensorial para resignificar nuestro modo de comprender, percibir la singularidad de cuanto nos rodea requiere de esos pequeños goces y exaltaciones emocionales que estimulan nuestra voluptuosidad.

La caricia es la expresión táctil que dispone para la ternura. La mano (cuyo acto decisivo de poder está en el agarrar), que renuncia a la posesión, acaricia, y a la vez que acaricia es acariciada. Creación compartida, intento de transmitir sentimientos, símbolo de nuestra finitud, donde emerge la singularidad, vaivén, deriva, azar compartido, conjura contra nuestra agresividad.

Experiencia de la fragilidad humana, canción de cuna, calidez de unos instantes, acto de debilidad compartida, camino que recorremos cuando nos hemos dado cuenta de la falibilidad humana, de la cercanía del odio y de la facilidad con que nos convertimos en sujetos maltratantes.

Somos tiernos cuando abandonamos la arrogancia de una lógica universal y nos sentimos afectados por el contexto, por los otros, por la variedad de especies que nos rodean. Somos tiernos cuando nos abrimos al lenguaje de la sensibilidad, captando en nuestras vísceras el gozo o el dolor del otro. Somos tiernos cuando reconocemos nuestros límites y entendemos que la fuerza nace de compartir con los demás el alimento afectivo. Somos tiernos cuando fomentamos el crecimiento de la diferencia, sin intentar aplastar aquello que nos contrasta. Somos tiernos cuando abandonamos la lógica de la guerra, protegiendo los nichos afectivos y vitales para que no sean contaminados por las exigencias de funcionalidad y productividad a ultranza que pululan en el mundo contemporáneo.

Para saber más: El derecho a la ternura. Luis Carlos Restrepo

El agujero en el pajar



Sin agujeros moriríamos, por los agujeros morimos.

En contra de la ilusión de un cuerpo autónomo, de un individuo separado del mundo, nuestros agujeros nos recuerdan que somos un espacio de interferencias (inter-referencias). El placer, sin que sepamos cómo o por qué, se instala precisamente en esas zonas de fricción con el mundo. El juego que dan esas zonas (la boca, el ano, la piel, la mirada...) siempre se asocia al placer sexual, están condenadas al destino biológico (comer, cagar, transpirar, ver: bendita utilidad) o al sexual (felación, penetración, tacto erógeno, voyeurismo...), a una carencia de necesidad para la supervivencia o a una carencia de objeto.

Podríamos explorarnos como un cuerpo paradójico, no cerrado, placentero o enloquecido, desmembrado, sin imagen, por medio de un uso diferente de nuestros agujeros (¿nuestros?), los agujeros, esa nada que tiene toda su potencia precisamente en su vacío.

¿Cómo erradicar la utilidad biológica y sexual a estas ventanas, a este espacio entre los radio de la rueda?

Son espacio aparentemente muertos, de los que no queremos saber nada, que funcionan en contra de nuestra voluntad. Quiza somos lo que queda de ellos, el cuerpo es un mero soporte de los agujeros, está en función de ellos. La mirada utiliza dos agujeros en el rostro, el culo es lo que sobra del ano, ¿quién produce a quién?

¿Cuál es esa aguja que nos crea, que nos agujerea? Si hemos sido agujereados una vez, podemos invertir el sentido y agujerearnos de nuevo, con cualquier objeto, dado que no sabemos qué nos produjo, cuál fue nuestra aguja.

Tenemos miedo de nuestros agujeros, "nos vamos" por ellos. ¿Qué se va de nosotros por ahí? Nos es extraño ese placer ambivalente de la defecación, algo se va, da placer, y a la vez nostalgia. Queremos mirar lo que ha salido, y a la vez anularlo, purificarnos de la mierda. Sin embargo no solemos jugar al proceso contrario, introducir objetos de nuevo en nuestro cuerpo, introducirlos sin objeto, sólo como juego sin sentido, como reversión del movimiento de salida, explorar sin descubrir.

¿Qué sería lo contrario de mirar? Cuando miramos, ¿sale algo de nosotros, o entra? La mirada deseante parece que sale, que se emite desde el interior de algún lugar, y a la vez vuelve en forma de la imagen vista. No hay interior ni exterior, pero sí zonas de intersección: pozo, puente, pasaje.

¿Por qué no usar el cuerpo como espacio de paso, como el puente, que se divierte viendo pasar las aguas, con pocos afanes de identidad, viviendo -y muriendo- de la utilidad de estar agujereado?

Pero en seguida vuelve el miedo y la pesadilla, ser una boca o un estómago, imágenes de un horror difícil de soportar, sujeto, nombre, cuerpo... desvanecidos.

Lo insoportable, lo que subvierte un orden de uso del cuerpo, es jugar con esos agujeros de forma gratuita, sin obtener placer sexual ni biológico, manifestar su potencial de pasaje, de vacío, de cuerpo abierto con fisuras y sin sentido.

El yo se nos va por los agujeros, diarrea del sujeto, un coloso con pies de mierda.

Hagamos el amor


Alex Rovira

La mayor parte de las actividades que generan placer viven ajenas al mercado: un beso, una melodía, un abrazo, un olor que evoca tiempos pasados, una sonrisa, el contacto con la naturaleza, una conversación; actitudes ante la vida como enfrentarse a los problemas con serenidad, con buen ánimo o relacionarse con las personas con buen humor y apreciándolas, encarar la existencia con sabiduría de forma relajada o disfrutar del sexo, son formas de hacer, de relacionarse y de pensar que nos provocan situaciones placenteras que emergen de nuestro interior.

Las emociones, los sentimientos, los afectos que nos inundan estimulan nuestro sistema hormonal. La oxitocina, endorfina, nos hace sentir bien; mientras que la adrenalina, la noradrenalina y el cortisol nos producen malestar, debilitan nuestro sistema inmunitario y deteriora nuestras capacidades cognitivas. Desgraciadamente la aparición del estrés, la angustia o la ansiedad nos producen adicción porque el cuerpo se acostumbra al ritmo impuesto por la segregación de estas hormonas.

La felicidad la llevamos incorporada: El sentir placer y alegría se puede llevar a cabo modificando los niveles químicos de oxitocina y vasopresina, hormonas que provocan sensaciones de bienestar y controlan los lazos emocionales.

Fomentemos aquellas actividades, relaciones y pensamientos que nos generan sensaciones embriagadoras, gozosas y sensuales; que además no degradan la naturaleza, favorecen nuestra buena salud y satisfacen nuestras necesidades. Dejemos de lado las satisfacciones efímeras que degradan nuestra salud y nuestro entorno.

Hagamos el amor.


Para saber más: La buena crisis. Reinventarse a uno mismo: la revolución de la conciencia. Alex Rovira.

Progreso, innovación y decrecimiento



Los discursos hegemónicos sobre la ciencia y la tecnología sitúan a estas prácticas sociales sobre el eje del progreso."A pesar de los constantes retrocesos y sus graves consecuencias, como guerras, dictaduras y catástrofes insuperables el Renacimiento y la Ilustración fueron sin duda etapas decisivas de la historia de la ciencia, del desarrollo de las civilizaciones y de la emancipación de la humanidad de sus ataduras naturales y sociales. Desde entonces, el desarrollo científico nos ha permitido tener una vida larga y grata" (Detlev Ganten, et al. Vida, naturaleza y ciencia).

Como señala Carl Amery (Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI?) refiriéndose en particular al nazismo, este discurso concibe a las catástrofes, políticas, económicas, medioambientales etc. como momentos particulares y anómalos dentro de una senda de avance y progreso evidente "a partir de la fórmula, hacia la luz a través de la noche". Lo nuevo siempre supera a lo antiguo; lo moderno a lo tradicional; la tecnología actual a la de hace diez años. "Siempre ha habido y habrá pequeñas crisis de confianza en relación a los adelantos técnicos. Estas crisis forman parte del progreso, igual que la ciencia y la técnica" (Ganten)

La objeción al crecimiento es también una objeción a la ideología del progreso y, en particular, a su vertiente tecnocientífica. Las evidencias muestran, en el largo plazo y en las dimensiones macrosociales, una tendencia de las sociedades productivistas hacia la autodestrución más que el avance hacia la luz. La alta racionalidad en sus procesos parciales esconde una alta irracionalidad sistémica. Y el papel de la tecnociencia aliada con la industria ha sido hasta ahora central. Evidentemente no compartimos la opinión de que "hay motivos más que sobrados para mirar hacia el futuro con optimismo” (ibid.). Creemos más bien que el futuro es un bien escaso y que por este motivo hay que cuidar el presente para aumentar las posibilidades de que no todo termine en desastre.

Los decrecentistas no negamos el potencial positivo de la ciencia y la tecnología. Por el contrario, creemos que este puede ampliarse incluso aún más saliendo de su modelo piramidal y elitista. Creemos que hay un desperdicio de talento y creatividad social que no encuentra vías de expresión en los cauces dominantes. Imaginamos una innovación tecnocientífica basada en la sociodiversidad, horizontal, ampliada y distribuida. Una innovación que sea iniciativa de sujetos sociales hasta ahora ausentes y excluidos, distintos a los mercantiles y militares. Una innovación distanciada de los imperativos del consumo, de la velocidad y de la obsolescencia programada. Al igual que otras iniciativas de cambio, el decrecentismo apuesta por “revelar la diversidad y multiplicidad de las prácticas sociales y hacerlas creíbles por contraposición a la credibilidad exclusivista de las prácticas hegemónicas” (Boaventura de Sousa Santos).

Un programa de transformaciones decrecentistas debería apostar por un modelo de ciencia y tecnología “descalza” vinculada a las comunidades y a sus necesidades. Frente a las ciencias y tecnologías estúpidas y banales, afortunadamente, están las tecnologías verdaderamente importantes para el bienestar común. Tecnologías humildes como un horno solar o un “biodigestor” casero ofrecen mucho más valor social y esperanza de convivencia que la sofisticación obsolescente de las tecnologías triviales.

Sacar a la tecnología y a la ciencia de la lógica de la acumulación y de la lógica de la guerra constituye un programa decrecentista máximo. Crear iniciativas de conexión y encuentro de experiencias actuales fuera de estas lógicas y estimular la emergencia de nuevas prácticas es una excelente política en el corto plazo. La función traductora y catalizadora de experiencias sociales dispersas que debe asumir el movimiento decrecentista encuentra en la ciencia y las tecnologías plebeyas un terreno fértil para ponerse a prueba.



Decrecimiento y tiempo para la vida

Paco Puche

Bajo el paradigma de que fuera del capitalismo nos sobrará tiempo para la vida Paco Puche traza en este artículo un recorrido histórico, filosófico y económico de los conceptos del trabajo y el tiempo, censurando el significado que han adquirido en la actualidad, y resaltando lo que supondrán -trabajo y tiempo- en una sociedad que avanza hacia el decrecimiento.

Decrecimiento y tiempo para la vida

“Especialmente atacadas se ven aquellas de nuestras prioridades que proceden de la necesidad humana de compartir, legar, consolar, condolerse y tener esperanza”. John Berger

Todo viene de considerar a la economía actual como el “todo” social, político y cultural.

De la economía

Como dice Polanyi (2009:42) “es por la desproporcionada influencia que el sistema de mercado ha ejercido en la sociedad y en nuestra propia experiencia por lo que encontramos difícil comprender el carácter limitado y subordinado de la economía tal como ésta se presenta fuera de dicho sistema”.

La economía ha de entenderse como un proceso institucionalizado de interacción que sirve para satisfacer las necesidades materiales; en este sentido forma parte vital de todas las sociedades humanas. O en un sentido más amplio, como “las formas en que cada sociedad resuelve sus problemas de sostenimiento de la vida” (Carrasco, 2001:12). Toda sociedad, por tanto tiene que tener alguna forma de economía dentro de la concepción anteriormente expuesta.

Esto nos lleva a dos cuestiones centrales que van a tener mucho que ver con las propuestas de decrecimiento: el trabajo y las necesidades.

Del trabajo

El trabajo puede considerarse una invariante antropológica en el sentido objetivo del segundo principio de termodinámica. Como dice Georgescu-Roegen (1996: 353) “el proceso económico depende de la actividad de los seres humanos que transforman la baja entropía en alta entropía”, esto significa la tarea de ordenar una naturaleza que no está al servicio de los seres humanos en otra que sí pueda servirles, sometiéndose a sus leyes, especialmente a las de la termodinámica, como hemos dicho. Al fin y al cabo la segunda ley mencionada, que dice que la materia y la energía aunque no se crea ni se destruye se transforma en otra de mayor entropía, significa pérdida de utilidad para los seres humanos. Es por tanto una ley en cierto modo antropocéntrica.

Este “trabajo necesario” tiene una finalidad, como la propia economía: satisfacer necesidades, mantener la vida, o el placer de vivir como sostiene Geogescu-Roegen (1996:353). No se debe confundir ni con el empleo remunerado, ni con la penosidad que algunas actividades tienen asociadas, ni con la sociedad salarial, ni con la remuneración, etcétera, que son meras formas históricas de esta actividad necesaria que hemos llamado “trabajo”. El diálogo entre José Manuel Naredo y Jorge Riechmann sobre este asunto resulta esclarecedor (ver Papeles de relaciones ecosociales y cambio global nº 108, 2009, pp 147-161).

La economía feminista no deja dudas sobre la falacia de confundir trabajo con empleo remunerado, porque “esta actividad -los trabajos domésticos y de cuidados- es la que debería servir de referente y no el trabajo realizado en el mercado… por que es el trabajo fundamental para que la vida continúe” (Carrasco 2006:46).

Artículo completo en Ecoportal: decrecimiento y tiempo para la vida



De las necesidades
 
Sobre las necesidades también hay mucho que decir en unos tiempos en que impulsos inducidos por la propaganda masiva, los deseos, los caprichos y la emulación se toman como necesidades irrefrenables. Las declaraciones de Patrick Le Lay, director general de la televisión francesa TF1, son reveladoras: “para que un mensaje sea percibido es necesario que el cerebro del espectador esté disponible. Nuestras emisiones tienen esta vocación… Lo que vendemos a Coca-Cola es tiempo de cerebro humano disponible” (L’Expansion, 9 de julio de 2004). 

El chiste de El Roto en el que un airado varón amenaza con defender lo superfluo con puño amenazante, es más que ilustrativo de la diferenciación que decimos. 

El esquema de Sempere (2009:243) nos ofrece una buena síntesis del estado de la cuestión. Él nos propone distinguir entre dos grandes grupos de necesidades: la universales, transhistóricas e invariables y las emergentes, históricas y variables. 

Las primeras abarcan todas las necesidades biopsicosociales (nutrición, seguridad física y psíquica, salud, descanso, ejercicio, sexo, reconocimiento, autoestima, pertenencia, confianza, etc.) y de potencial humano (autonomía, libertad, participación, autorrealización, afecto, amor, crecimiento moral...); las segundas, históricas y variables, abarcan todas las necesidades instrumentales (satisfactores) y los sistemas sociales pertinentes. 

Muchas de las necesidades tienen un carácter inmaterial y están fuera de la actividad económica propiamente dicha, aunque como otras actividades de la vida personal, social o política tengan que ver con esos que hemos llamado “el mantenimiento de la vida” o el “placer de vivir”, que caracterizan la economía tal como la venimos entendiendo. Al fin y al cabo no es posible segregar unas actividades de otras a lo largo de un día, pues el tiempo en el que discurren es común a todas ellas. Por eso tiene sentido, como recuerda Riechmann en el diálogo citado más arriba, que la actividad laboral pueda ser a la vez productiva, autorrealizadora y socializante, claro, cuando se cumplan condiciones de trabajo no alineado. Explica también el que algunas comunidades primitivas, como las de las islas Trobriand, se afanen en las tareas laborales (huertos, construcción, mantenimiento, etc.) mucho más de lo indispensable. Es como una suerte de trabajo lúdico, o confluencia de ocio y trabajo necesario. Por el contrario, en la Antigüedad había constancia del desprecio por aquellas tareas dependientes y generalmente forzadas por la necesidad (Naredo, 2006:157).
Claro que es difícil separar la economía de la vida, al fin y al cabo aquella es un subsistema de la biosfera, como propone la economía ecológica. 

Manfred Max- Neef (1994:42) establece la pedagógica distinción entre necesidades y satisfactores. Las primeras “finitas, pocas y clasificables… son las mismas en todas las culturas y en todos los periodos históricos”, lo que cambia, lo que está culturalmente determinado son los segundos, los satisfactores de esas necesidades, que son las maneras y medios utilizados para subvenir esas necesidades humanas fundamentales. Con matices (Sempere: 16), coinciden estas propuestas con las de este autor arriba consignadas. 

Es ilustrativa la tabla que Max-Neef propone, cruzando necesidades existenciales y axiológicas, que dan lugar a la matriz de satisfactores siguiente: 

Fuente: Max-Neef (1994: 58-59) (Nota: lo subrayado es inmaterial)
 
Esta matriz nos revela la cantidad de satisfactores (medios) que podemos usar para satisfacer nuestras múltiples necesidades y cómo la mayoría están fuera del mercado o de la economía entendida sólo en sentido material. 

Del tiempo
 
La satisfacción de las necesidades implican trabajo y éste implica tiempo. Y el tiempo es un límite absoluto para el conjunto de actividades humanas. Su distribución a lo largo de un día es un juego de suma cero, lo que dedicamos a una actividad lo sustraemos de otra. 

Una distinción que nos permitirá avanzar en nuestra indagación, es aquella que reestablece entre el tiempo de trabajo socialmente necesario para satisfacer necesidades y el tiempo excedente. El tiempo necesario incluye no solo el trabajo remunerado sino también el tiempo de trabajo doméstico y de cuidados, casi no remunerado. 

Una enfermedad de nuestro tiempo es la falta de tiempo. Del lado del trabajo necesario, por la centralidad del trabajo asalariado (con el trabajo sombra asociado) y el empuje del sistema al consumo despilfarrador, y del lado del tiempo excedente por el predominio del ocio mercantilizado y pasivo. 

Una breve historia del tiempo de trabajo nos llevaría desde las dos horas diarias dedicadas a la agricultura de subsistencia de los Papous Kapauku de Nueva Guinea, a las 20 semanales del siglo XVIII, a las dos o tres de los campesinos rusos antes de la Revolución de Octubre, a las más de 18 diarias en los inicios de la revolución industrial -incluyendo niños-, a las 48 conquistadas después de 1920, para luego con el fordismo aumentar la intensidad del trabajo. Después de 1945, en EEUU, se ha revertido la tendencia y a finales de los ochenta en este país trabajaban 320 horas más al año que en Alemania o Francia. La petición, de momento frustrada, de elevar el horario en la UE hasta las 65 horas semanales marcan las tendencias de nuestro tiempo (Latouche, 2008: 86; Sempere, 2009: 56; Teitelbaum, 2010: 99-100).
Como señalaba Georgescu-Roegen (1996: 314) “uno de los secretos por los que las economías avanzadas han conseguido su espectacular desarrollo económico es una larga jornada laboral”.
En cuanto al denominado tiempo excedente, también solemos conocerlo como tiempo de ocio. El ocio tiene un doble estatuto en cuanto a su consideración: o es denostado como fuente de todos los vicios o es tenido como fuente de sabiduría. “Si el ocio es vulgar trae denuesto; pero si es philosófico, loase” (Corominas, 1993, Tomo IV: 262). 

El capitalismo desarrolla una elaborada estrategia para secuestrar el tiempo de la gente fuera del trabajo propiamente dicho. Es el capitalismo cultural que lucha por ocupar el máximo de tiempo posible de conciencia de cada individuo con contenidos prefabricados. Por ejemplo, en España en el año 2000, la media de horas viendo la televisión era de tres y media al día; en el caso del Japón eran más de ocho, y más de siete en EEUU. 

Por otra parte, “la concentración oligopólica de los medios de comunicación de masas y de los productos del entretenimiento está en su apogeo. Grandes empresas tienen el control mundial de casi todos estos productos, entre ellas General Electric, AOL, Time-Warner, AT&T, Viacom, Walt Disney, News Corp, Bertelsmann, Sony y Liberty Media Corp, que dictan a los seres humanos cómo deben pensar, qué deben consumir, cómo deben utilizar su tiempo libre” (Teitelbaum, 2010:117). El Gran Hermano ya operativo. El capital, pues, ha conseguido en menos de medio siglo colonizar el tiempo de ocio de una gran parte de la población. 

Tiempo para la vida
 
Se trataría de luchar por el tiempo de nuestra vida en las dos dimensiones que hemos analizado, en el trabajo y en el ocio, en un “combate cultural y político por convertir el “tiempo libre” de la industria del ocio en verdadero tiempo liberado, y el tiempo enajenado del trabajo asalariado en tiempo con sentido (Riechmann, 2003: 48). 

En este combate podemos echar mano de tendencias antropológicas sustantivas que operan en el sentido propuesto. Nos referimos al sentido lúdico de la existencia y a la fiesta. Es necesario acudir a dos textos clásicos para referirnos a estos dos temas: “el Homo ludens de Huizinga y la “Cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento” de Mijail Bajtin. 

Huizinga muestra cómo el juego existe previamente a la cultura y la acompaña y penetra desde su comienzo a su extinción. Responde al carácter supralógico de nuestra situación en el cosmos. Es una suspensión temporal de la vida ordinaria, una actividad libre, superflua, sometida a reglas, en su expresión más desarrollada, impregnada de ritmo y armonía y que se agota en sí mismo. Es una de esas actividades llamadas autotélicas, como la experiencia poética o el disfrute emocional de estar con los amigos. De ellas nos dice Riechmann (2003: 50) que “son unas de las principales fuentes de sentido para la existencia humana”. 

Batjin nos deja perplejos al examinar cómo el pueblo en la Edad Media y en el Renacimiento se defendía de la opresión y de la jerarquía. Afirma que a diferencia “de la fiesta oficial, el carnaval era el triunfo de una especie de liberación transitoria, la abolición provisional de las relaciones jerárquicas, privilegios, reglas y tabúes (…) que adoptaba la forma de una segunda vida del pueblo, que temporalmente penetraba en el reino utópico de la universalidad, de la libertad, de la igualdad y de la abundancia (…) Esta segunda vida (basada en el principio de la risa) le permitía establecer nuevas relaciones, verdaderamente humanas con sus semejantes (…) de aquí que todos los símbolos de la legua carnavalesca estén impregnados del lirismo de sucesión y renovación, de la gozosa comprensión de la relatividad de las verdades y autoridades dominantes” (p.15 y 16). 

Las festividades, concluye “son una forma primordial determinante de la civilización humana”. No en vano, en las grandes ciudades, las celebraciones carnavalescas llegaban a durar tres meses por año, y no en vano también la literatura cómica medieval se desarrollo durante más de un milenio. 

Lafargue, yerno de Marx, en su “Elogio a la pereza” lanza la consiga que sigue siendo de actualidad: trabajar tres horas al día y producir en ese tiempo lo necesario, no lo superfluo. Keynes, cincuenta años después, realiza la misma propuesta. Y ya hemos visto, el sistema propone más de diez horas al día. 

Reparto del tiempo de trabajo
 
¿Es posible el pleno empleo remunerado con los horarios actuales?
La búsqueda de pleno empleo es hoy día un oxímoron. En efecto, si la productividad aumenta un 2%, para mantener el empleo se necesita un crecimiento del orden del 2,5% anual. La carrera hacia el pleno empleo en las actuales condiciones de reparto del tiempo de trabajo, con productividad creciente, exigen un crecimiento exponencial e, igualmente, la maximización del beneficio exige también ese crecimiento exponencial. 

Pero en un mundo lleno, en el que ya hemos sobrepasado la capacidad de carga del planeta, un crecimiento exponencial es imposible a largo plazo, y a corto plazo sólo es posible para unos cuantos y a costa de las capacidades del planeta para mantener a las siguientes generaciones. Se dice, con razón, que extender los modos de vida de un americano medio al resto de los habitantes es un imposible, estallaría el mundo. 

“No se trata de recuperar el pleno empleo porque éste nunca ha existido, sino que se ha basado siempre en exclusiones múltiples: la apropiación de los trabajos gratuitos de las mujeres, el expolio de la naturaleza y la explotación de los países no occidentales” (Amaia Pérez, 2005: 28). 

De aquí se desprenden dos conclusiones: una, que el pleno empleo sólo es posible con un reparto del tiempo de trabajo, en un contexto de decrecimiento de materiales, energía y contaminación y en deshacer la ecuación de trabajo igual a empleo, es decir en no seguir invisibilizando el trabajo no remunerado de cuidados en manos, mayormente, de las mujeres. La segunda es que para que ese empleo sea de calidad, como se propone, es necesario atender a las observaciones que la economista Joan Robinson (1976) nos daba hace ya unas décadas; ella nos advertía que el “éxito económico nacional se identifica con las estadísticas del Producto Nacional Bruto (PIB). Nadie se cuestiona acerca del contenido de la producción. El éxito del capitalismo durante los últimos veinticinco años ha estado fuertemente ligado a la carrera de armamentos y al comercio de armas (para no mencionar las guerras en que han sido utilizadas); los gobiernos capitalistas no han logrado superar la pobreza en sus propios países, y tampoco se han visto acompañados del éxito a la hora de ayudar (por llamar de algún modo) a promocionar el desarrollo del Tercer Mundo. Se nos dice ahora que ese capitalismo está en camino de hacer el planeta inhabitable, incluso en tiempo de paz”. 

En una sociedad del decrecimiento hay que repartir el tiempo dedicado al trabajo socialmente necesario que proporcionan valores de uso, incluidos los trabajos de cuidados, en condiciones de calidad laboral y democracia en la empresa. Y aquellos trabajos necesarios con dosis aún de penosidad y alienación (de ahí la etimología latina del trabajo como tripalium, instrumento de tortura con tres palos) hay que también repartirlos equitativamente (ver Naredo y Riechmann, Papeles…). 

Como resume muy bien Carlos Taibo (2009: 60) “el decrecimiento que defendemos tiene por fuerza que reducir la oferta de empleos en la economía competitiva, como tiene la necesidad de redistribuir aquellos y de trabajar menos horas. En paralelo habrán de aumentar las actividades vinculadas con las economías domésticas, con la educación y con el trabajo voluntario”. 

Y Stuart Mill, cien años ha, profetizó: “hay que subrayar que un estado estacionario no significa el estancamiento del mejoramiento humano. Habría más campo que antes para el mejoramiento del arte del vivir cuando las mentes se liberen del dominio del avance material” 

Sentido del tiempo de ocio
 
Y ésto nos lleva al otro tiempo, al que hemos llamado excedente o tiempo de ocio. 

El término “ocio” tiene una raíz etimológica griega muy interesante. Viene del griego skhole, de ahí la palabra “escuela”. Para los griegos el saber y la ciencia no han nacido en la escuela tal como ahora se entiende, sino que era fruto de su ocio, de su tiempo libre, que era aquel en que no estaba reclamado por sus actividades públicas, por la guerra o por el culto. 

De principio a fin de este artículo hemos ido llenando de sentido y de fundamentación al tiempo libre o de ocio para esta sociedad que reclamamos del decrecimiento: compartir, legar, consolar, condolerse y tener esperanza: Y también de “tiempo”, es decir de trasvase de cantidades de tiempo de trabajo al tiempo libre de él.
Santiago Alba (2010: 70), en los tiempos que corren, se permite hacer un elogio del aburrimiento. Dice: “el capitalismo prohíbe básicamente dos cosas. Una es el regalo. La otra el aburrimiento”, porque hay dos formas de impedir pensar, la una trabajar sin descanso y la otra divertirse sin parar. Como afirma Leopardo “el tedio es la quinta esencia de la sabiduría”. Nada más revolucionario que esta imagen del no hacer nada frente a la realidad que las multinacionales se esfuerzan en crear: la del consumidor permanentemente insatisfecho. 

Hay que recordar aquel afán de un directivo de la General Motors que propugnaba que “la clave de la prosperidad económica consiste en la creación organizada de un sentimiento de insatisfacción”; el resultado de esta filosofía ha sido que este gigante ha tenido que ser nacionalizado para evitar su bancarrota. 

Este tiempo liberado, este tiempo de ocio, podemos también “llenarlo” de múltiples actividades necesarias para el sostenimiento de la vida y para llevar una vida digna, fuera del mercado y fuera de un consumo creciente de materia y energía. La matriz de Max-Neef arriba consignada es muy ilustrativa de la cantidad de satisfactores inmateriales a los que “necesitamos” acceder para subvenir nuestras necesidades fundamentales. 

En un contexto de decrecimiento, podemos resumir como sigue los tiempos alternativos, los otros tiempos para la vida: 

Tiempo para la soledad, el aburrimiento y el pensar. Lleva razón Pascal al afirmar que “he descubierto que toda la desdicha de los hombres proviene de una sola cosa, que es no saber permanecer en reposo, dentro de una habitación”. Ninguna receta mejor que ésta para ser más felices sin consumir. Cada cual tiene que poder llegar a habitar con contento su respectiva “habitación de Pascal”. Sería como el tiempo para perder el tiempo. 

Tiempo para la democracia. Es evidente que si queremos una democracia participativa desde la empresa a la vida propiamente política, hemos de dedicar tiempo a deliberar, a discutir, a aproximar, a reunirnos con frecuencia y a hacer una pedagogía de asamblearismo respetuoso. El socialismo cuesta demasiadas tardes libres, se quejaba Oscar Wilde; por eso la democracia exige tiempo y aprendizaje. Y no supone más que un poco de consumo de materia gris y atención. El activismo ha de ser ilustrado. 

Tiempo para los encuentros y las relaciones. Somos seres sociales y anhelamos la compañía, de ahí también la dificultad de la necesaria soledad de vez en cuando. Como nos recuerda Maturana "los seres humanos modernos somos animales sensuales. Nos acariciamos tocándonos con palabras, y disfrutamos de la cercanía y el contacto corporal". Tiempo, pues, para la familia, los amigos y el amor. 
Como relataba en mi libro “Un librero en apuros” (2004: 108), “Si uno va a Granada y visita El Bañuelo -antiguos baños árabes, en la carrera del Darro- al llegar a una estancia de la derecha, oirá decir a la guía que ‘éste era el lugar de reunión, perdón el lugar de encuentro’. Ya en el siglo XI distinguían muy bien los cruces esporádicos de los convenidos, y en estos contactos imprevistos, pero buscados, se hablaría de lo divino y de lo humano”. 

Tiempo para el juego, la fiesta y todas los demás actividades autotélicas, que como hemos visto responden a invariantes antropológicas que quizá den sentido a la vida y hagan más soportable nuestra finitud y contingencia. 

Tiempo para sentirnos seres vivos y hacer la inmersión mística en nuestra condición gaiana. Tiempo de gozar de la naturaleza y de la poesía, que solo exigen unas buenas botas y unos oídos atentos.
Tiempo para la autoproducción, la artesanía y el bricolaje, como actividades que nos hacen menos dependientes, más creativos y que nos permiten valorar los trabajos ajenos. 

Tiempo para la belleza y la sabiduría. Siguiendo la lectura que hace Castoriadis (1988: 130) de la oración fúnebre de Pericles, el ciudadano ateniense existe y vive la unidad de tres elementos: el amor y la práctica de la belleza, el amor y la práctica de la sabiduría y la responsabilidad del bien público, de la polis. “Los griegos, nos dice, son para nosotros un germen que nunca dejaron de reflexionar sobre la cuestión de saber qué debe realizar la institución de la sociedad”. 

Tiempo para la rebelión y la disidencia, para imaginar y luchar por un mundo nuevo, otro mundo posible dentro de este mundo terrenal. 

Aunque hemos reclamado el aburrimiento para oponerlo al capitalismo y como ocasión para el pensamiento y la sabiduría, tenemos tantas actividades pendientes, fuera del mercado y de la crematística, como para no aburrirnos, en un contexto que además es de decrecimiento. Pero necesariamente hemos de superar el imaginario productivista y consumista en el que muchos andamos enredados. “Tenemos derecho a decir que, en las circunstancias presentes, un plan de demolición sostenible (o de decrecimiento acelerado) supondría un gran progreso para el género humano” (Alba y Fernández: 169).

Fuera del capitalismo nos espera el tiempo para la vida

Un buen remate de todo lo que hemos pretendido comunicar sería leer el capítulo XXXI del libro de Lao Zi (1981: 63), que nos dice así: 

Las palabras verdaderas no son agradables,
las palabras agradables no son verdaderas.
El saber no es la erudición,
el erudito nada sabe.
El bien no es lo mucho,
lo mucho no es bueno.
El sabio no acumula;
obrando para los otros,
tiene cada vez más;
dando a los demás,
posee más cada vez.
Es propio del dao del cielo,
beneficiar y no causar daño;
Es propio del dao del hombre,
actuar y no luchar.

www.ecoportal.net
 
Paco Puche, Librero y ecologista. España. Colaborador de la revista El Observador
Bibliografía:
  • Alba, S. y Fernández Liria, C. (2010), El naufragio del hombre, Editorial Hiru
  • Bajtin, M. (1999), La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. El contexto de François Rabelais, Alianza.
  • Berger, J. (2006), “El coro que llevamos en la cabeza”, Babelia, 26 de agosto de 2006
  • Castoriadis, C. (1988), Los dominios del hombre: las encrucijadas del laberinto, Gedisa.
  • Carrasco, C. (2001), “La sostenibilidad de la vida humana: ¿un asunto de mujeres?”. Disponible en
    alainet.org/publica/mujtra/mujeres-trabajo.pdf
  • Carrasco, C. (2006), “La paradoja del cuidado: necesario pero invisible”, en Revista de economía crítica, nº 5.
  • Corominas, J. y Pascual, J.A. (1996), Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico, 6 volúmenes, Gredos
  • Geogescu-Roegen, N. (1996), La ley de la entropía y el proceso económico, Fundación Argentaria. Edición original de 1971.
  • Huizinga, J. (1972), Homo ludens, Alianza, edición original de 1938
  • Lafargue, P. (2007), El derecho a la pereza, Doble J., edición original 1880.
  • Lao Zi (1981), El libro del Tao, Ediciones Alfaguara, traducción de J.I. Preciado.
  • Latouche, S. (2008), La apuesta por el decrecimiento. ¿Cómo salir del imaginario dominante?, Icaria.
  • Max-Neef, M. (1994), Desarrollo a escala humana. Conceptos, aplicaciones y algunas reflexiones, Nordam comunidad, Icaria.
  • Naredo, J.M. (2006), Raíces económicas del deterioro ecológico, Siglo XXI.
  • Naredo, J.M. y Riechmann, J. (2009), Papeles de relaciones ecosociales y cambio global nº 108, 2009, pp 147-161
  • Pérez A., (2005); “Amenaza tormenta: la crisis de los cuidados y la reorganización del sistema de económico”, en Revista de Economía Crítica, nº 5.
  • Polanyi, K. (2009), El sustento del hombre, Capitán Swing Libros SL, edición original de 1977.
  • Puche, F. (2004), Un librero en apuros. Memorial de afanes y quebrantos, Ediciones del Genal.
  • Riechmann, J. (2003), Tiempo para la vida. La crisis ecológica en su dimensión temporal, Ediciones del Genal.
  • Robinson, J. (2006), Relevancia de la teoría económica, Martínez Roca.
  • Sempere, J. (2009), Mejor con menos. Necesidades, explosión consumista y crisis ecológica, Crítica.
  • Taibo, C. (2009), En defensa del decrecimiento. Sobre capitalismo, crisis y barbarie, Los libros de la Catarata
  • Tietelbaum, A. (2010), La armadura del capitalismo. El poder de las sociedades transnacionales en el mundo contemporáneo, Icaria y Paz con Dignidad.

Decrecimiento y justicia Norte-Sur

Giorgio Mosangini - Col.lectiu d'Estudis sobre Cooperació i Desenvolupament
El crecimiento es indisociable de la desigualdad Norte-Sur

Si alrededor de 1500 empieza la historia del crecimiento económico exponencial, también empieza la historia de las desigualdades Norte-Sur. Al inaugurarse el sistema capitalista mundial nace también su estructura jerárquica. El modelo de crecimiento incorpora progresivamente todos los territorios (proceso aún en marcha hoy en día) aniquilando las estructuras culturales, sociales y económicas preexistentes en beneficio de los países del centro y del modelo de crecimiento ilimitado. El incremento de las desigualdades, la pérdida de autonomía y la confiscación de ecoespacios en la periferia son condición indispensable del crecimiento económico. Por tanto deben ser dimensiones centrales de los análisis y las propuestas del decrecimiento.

La responsabilidad de la crisis sistémica en un mundo desigual

La crisis sistémica que atravesamos exige analizar la responsabilidad de las sociedades de acuerdo a la desigualdad existente. El haber superado las capacidades de carga de la biosfera es responsabilidad de los países del Norte y de las élites del Sur (el 20% de la población que consume más del 83% de los recursos). La gran mayoría de la población humana (el 80% restante) no vive por encima de las capacidades del planeta. Para universalizar el estilo de vida de una estadounidense medio necesitaríamos más de 5 planetas (3 en el caso de un español). La mayoría de los países, en cambio, siguen manteniendo su huella ecológica muy por debajo del techo natural.

Aunque no tengan responsabilidad sobre la crisis ecológica y la superación de las capacidades de carga de la biosfera, las poblaciones del Sur global son las principales víctimas de sus consecuencias (cambio climático, incremento de fenómenos naturales extremos, etc.). La sobrecarga sobre el planeta incrementa la presión sobre los ecoespacios del Sur. La acumulación del capital y el crecimiento, para proseguir en una situación de escasez, incrementan la presión sobre la materia, la energía, la biodiversidad, los espacios de cultivo, el material genético, etc., del Sur global. Los picos de explotación de recursos tienen influencia directa en la aparición de nuevas fronteras de explotación, que empeoran las condiciones de vida y agudizan los conflictos sociales en las sociedades del Sur.

Determinismo ecológico vs. decrecimiento como proyecto político

Reconocer que hemos superado las capacidades de carga de la biosfera puede conllevar el riesgo de caer en algún tipo de determinismo ecológico. Hay límites, pero dentro de los límites las sociedades humanas son construcciones sociales y políticas, no son sólo el reflejo de una realidad ecológica. Poner en evidencia los límites ecológicos no nos debe alejar de la política, sino que debería llevarnos a asumir políticamente la construcción de sociedades justas y sostenibles. Para que el decrecimiento en un futuro no se traduzca en un ajuste esencialmente ecológico, cientificista o anti-humano, tenemos que poner en primer término nuestros valores: el cuidado de la vida, de la naturaleza y de los seres humanos. El igualitarismo y la lucha contra las desigualdades (en particular en su dimensión Norte-Sur) tienen que ser un elemento central del decrecimiento.


La deuda del crecimiento: la defensa de la justicia Norte-Sur desde el decrecimiento

Proponemos el concepto de deuda del crecimiento como uno de los posibles enfoques para dotar de contenido político la dimensión Norte-Sur en el marco de las propuestas del decrecimiento. Ante la insostenibilidad ecológica alcanzada por la humanidad, la degradación creciente de materia y energía y el incremento resultante de desigualdades e injusticias sociales, los países del Norte y las élites del Sur son deudores de crecimiento mientras que los países del Sur son acreedores de crecimiento. Consideramos que la deuda del crecimiento debería incorporar el conjunto de deudas definidas a partir del estudio de los impactos del modelo de crecimiento occidental en los países del Sur, tales como:



  • La deuda ecológica. La deuda de carbono (el modelo de crecimiento económico del Norte genera emisiones de dióxido de carbono que superan la capacidad de absorción natural y causan impactos ecológicos como el calentamiento global). La biopiratería (las transnacionales del Norte se apropian de la diversidad cultural y biológica registrando la propiedad intelectual de recursos y conocimientos tradicionales existentes en los países del Sur). Los pasivos ambientales (el crecimiento económico en el Norte se nutre de la extracción de recursos a precios muy bajos y con costes ecológicos altos en los países del Sur). La exportación de residuos (residuos del modelo de producción y consumo en el Norte se trasladan a los países del Sur generando graves impactos ecológicos)

  • La deuda social (impacto del crecimiento de los países del Norte en las condiciones de vida, de salud, y de derechos humanos de la poblaciones del Sur)

  • La deuda cultural (el modelo uniforme de producción y consumo impuesto por el crecimiento económico avanza paralelamente a la destrucción de culturas y formas de vida milenarias en los países del Sur)

  • La deuda histórica (el crecimiento económico en el Norte hunde sus raíces en la colonización y las múltiples formas renovadas de dominación)
    La deuda económica (el crecimiento económico del Norte se sustenta en el intercambio desigual con los países del Sur)

  • Etc.

Aunque el "pago" de la deuda del crecimiento pase esencialmente por cambios en el Norte (decrecimiento), también conlleva responsabilidades de compensación a todos los niveles: social, ambiental, económico, cultural…

La cooperación internacional: un ámbito concreto de incidencia para la perspectiva Norte-Sur del decrecimiento

La cooperación internacional al desarrollo parte substancialmente de un imaginario económico (el del crecimiento ilimitado) y se ve contagiada por la incapacidad del modelo occidental de tener en cuenta a la biosfera. Dos grandes rasgos del discurso de la cooperación pueden ser objeto de una revisión crítica por parte del decrecimiento:



  1. La cooperación se entiende fundamentalmente como una respuesta a carencias de los países del Sur. Hasta los años 80, identificaba la falta de crecimiento económico como la mayor carencia de los países del Sur. Por ello, el crecimiento económico fue el principal objetivo de la cooperación durante décadas. A partir de los años 80 han ido ganando fuerza análisis que otorgan un papel central también a carencias situadas en la dimensión social u otras dimensiones no estrictamente económicas (promoción del capital humano, de las capacidades y oportunidades humanas, etc.), sin embargo, el crecimiento económico sigue siendo una condición imprescindible para alcanzar el desarrollo humano.

  2. La ayuda oficial al desarrollo (AOD) no constituye una obligación de los Estados, es voluntaria y discrecional. La propia terminología del modelo de cooperación ("ayuda", "donación", etc.) nos remite a su voluntariedad y no obligatoriedad. En ningún momento aparece el derecho de los países del Sur a reclamar o exigir flujos de AOD. El modelo de cooperación se sustenta en la decisión unilateral del Norte acerca de dónde, cómo, y cuánto "ayudar".

Retomando los análisis del decrecimiento expuestos anteriormente, podemos sacar alguna conclusión sobre la revisión crítica de los dos grandes rasgos de la cooperación internacional señalados:

  1. La cooperación como redistribución. La "pobreza", el supuesto "subdesarrollo" de los países del Sur, no atañen principalmente a problemas relacionados a carencias propias, sino a la confiscación de sus ecoespacios por parte de los países del Norte. El problema no es el crecimiento de los países del Sur (ya sea en términos estrictamente económicos o desde un punto de vista de capacidades). El problema fundamental es de redistribución del uso de los recursos y de sujeción a los límites naturales. No es que el Sur no crezca o no se "desarrolle", sino que lo hace en función de las necesidades e intereses de los países del Norte y de las élites en el Sur. La reflexión nos llevaría por lo tanto hacia la necesidad de repensar el modelo de cooperación, centrando las estrategias en el ajuste ecológico y social del Norte que permita redistribuir con equidad la utilización de los recursos del planeta entre sus habitantes, así como volver a respetar los límites marcados por la biosfera y las capacidades de regeneración del planeta. Ya no se trataría de enfrentar las carencias del Sur, sino los excesos del Norte global.

  2. La cooperación como responsabilidad y obligación. Contemplar la cooperación desde la perspectiva de la deuda del crecimiento nos llevaría a sustituir la voluntariedad por la obligación, la caridad por la responsabilidad. Deberíamos reformular entonces un modelo de cooperación internacional basado en una doble obligación: la obligación de devolver y de no exceder. Compensar y remediar, por un lado, todos los impactos negativos que nuestro modelo ha tenido en los países del Sur. Ajustar ecológica y socialmente nuestro modelo, por otro lado, para que occidente ya no viva a costa de los bioespacios de las poblaciones del Sur y superando las capacidades de carga del planeta.

¿Qué propuestas para/desde el Sur?

Si reajustásemos los excesos e injusticias del sobreconsumo del 20% de las élites mundiales, el 80% de la población humana aún tendría un amplio margen de crecimiento en su consumo de materia, de energía, en sus emisiones de Co2, etc., a medida que éstos decrezcan radicalmente en el Norte global. Ahora bien, esta constatación no implica que el Sur global deba seguir la senda del modelo productivista y extender el economicismo a todas las esferas de la vida. Si el decrecimiento concierne esencialmente al Norte global, también implica cambios en el Sur. El cuestionamiento del crecimiento económico y del desarrollo occidental en el Sur global y la búsqueda de nuevos caminos debería partir en primer término de propuestas políticas y análisis ya existentes, que emergen desde o sobre el Sur global, y auguran fecundos cruces teóricos con el decrecimiento. Señalamos algunas perspectivas con las cuales el decrecimiento podría compartir su camino contra la mercantilización y por la defensa del cuidado de la vida como objetivo básico de las sociedades:

  • Soberanía Alimentaria. La propuesta política de la Vía Campesina (movimiento que aglutina a organizaciones con casi 200 millones de campesinos/as afiliados) defiende el derecho de los pueblos a definir sus propias políticas ecológicamente sustentables de producción distribución y consumo de alimentos, garantizando su derecho a una alimentación nutritiva, segura y cultural y ambientalmente apropiada, con pleno acceso de las familias campesinas a tierra, agua y semillas. La Soberanía Alimentaria también reclama el derecho a proteger la producción agropecuaria local y nacional y el mercado local, contemplando la comercialización de los excedentes sólo después de garantizar las necesidades de la población local. Comparte agenda con el decrecimiento al enfrentarse al modelo agroindustrial y librecambista, que condena al sector agropecuario a la mercantilización y al productivismo. Defienden la agroecología y la multifuncionalidad del campo.

  • Ecofeminismo. El decrecimiento coincide con el ecofeminismo y otras perspectivas feministas críticas en la denuncia del imaginario que sustenta la modernidad occidental y la economía ortodoxa. Imaginario que conlleva la invisibilización y explotación de la naturaleza y de las mujeres. Ambas corrientes ven a la economía hegemónica como un obstáculo para perseguir sus objetivos de cuidado y reproducción de las personas y de la naturaleza.

  • Posdesarrollo. El posdesarrollo es una crítica cultural al desarrollo como principio rector de las sociedades. Defiende modelos culturales localmente adaptados frente a las recetas universales del desarrollo y del crecimiento ilimitado.

  • Buen Vivir (Sumak Kausay). Diversos países, como Ecuador y Perú, han incorporado cosmovisiones indígenas en sus constituciones que rompen con el productivismo y la insostenibilidad ambiental anclados en la cultura occidental. En la constitución ecuatoriana, por ejemplo, la naturaleza (Pachamama) pasa a tener derechos propios. El Buen Vivir tiene muchas semejanzas con el decrecimiento al entender como un todo la sostenibilidad social y ecológica, la justicia social y los derechos de la naturaleza. Desde el Sur nos llegan así propuestas políticas concretas para poner frenos a la mercantilización de la naturaleza, como la Iniciativa ITT, que propuso en el año 2007 no explotar el petróleo del Parque Nacional Yasuní, apelando a la corresponsabilidad de la comunidad internacional y situando a Ecuador en la vanguardia política mundial para alcanzar sociedades post-petroleras y en la denuncia de los efectos sociales y ambientales del modelo de crecimiento ilimitado.

    Documento de trabajo preparado para la Segunda Conferencia Internacional sobre Decrecimiento (Barcelona – marzo de 2010).

El segundo aire de la ecología política: el decrecimiento


Luis Martínez Andrade

El pasado 2 de junio fue presentado en la Casa de México de París el texto La décroissance est-elle souhaitable? del pastor y militante ecologista Stéphane Lavignotte. Dicho texto se encuentra inscrito dentro de un proyecto académico iniciado por Philippe Corcuff (miembro de Attac) y Lilian Matthieu que tiene por objeto la creación de una petite encyclopédie critique donde, indudablemente, la cuestión del decrecimiento juega un papel central. De ahí que el autor de la décroissance realice un análisis no sólo del concepto sino del contexto en el que emergió dicho concepto, esto es en la década de los setenta, que para el sistema-mundo representó el inicio de la fase B de Kondratieff, mientras, que para el hexágono francés implicó el final de los “Treinta Gloriosos”. Con la finalidad de mostrar que la noción de “de-crecimiento” implica un serio cuestionamiento al sistema económico –el capitalismo– y al modelo filosófico dominante, el autor intenta rastrear el origen y las ambigüedades de la corriente de la décroissance.
 
El texto está compuesto por tres secciones. En la primera se aborda la génesis y decadencia del término “decrecimiento”. Después de la publicación del reporte del Club de Roma en 1972 y de la cumbre de Río de Janeiro en 1992 las cuestiones ligadas al problema ecológico han sido asimiladas por el discurso hegemónico (1) contribuyendo a la creación de proyectos políticos y económicos que esconden al verdadero culpable del desastre ecológico. En otras palabras, las Partidos Verdes –sobre todo en América Latina– y las ONG’s de cuño “eco-colonialistas” han servido de simples “costureros” para el diseño del nuevo traje del que precisa actualmente el lobo-capitalista. Por su parte, Lavignotte sostiene que: “la transformación del aparato productivo y la disminución del consumo deben ir a la par” (p. 13).
 
Lavignotte opta por el término “críticos al crecimiento” (objecteur de croissance) que por el de partisanos del decrecimiento. De ahí que el autor analice dos generaciones de “críticos al crecimiento”, la primera representada por los colaboradores de la revista Entropia, Serge Latouche y Jean-Claude Besson-Girard y, la segunda, en torno a Vincent Cheynet y Paul Ariès.
 
En esta primera sección se puntualizan los principales argumentos de los críticos al crecimiento: desprecio por la sociedad de consumo, desconfianza por los indicadores macro-económicos (PIB), renuncia a la ilusión del crecimiento ilimitado y un serio cuestionamiento al papel de la publicidad en la sociedad. Las bases teóricas y analíticas de los críticos al crecimiento se encuentran en pensadores de la talla de Nicolas Georgescu-Roegen, André Gorz, Jacques Ellul e Iván Illich –sí, el fundador del CIDOC de Cuernavaca–. Los críticos del crecimiento cuestionan la entelequia hegemónica que intenta imponer la noción de “capitalismo verde” –que otrora fuese, capitalismo con rostro humano– puesto que oculta las dos contradicciones del sistema: capital/trabajo y fuerzas productivas/condiciones de producción (2) (p. 87).
 
El impacto del movimiento por el decrecimiento puede observarse por ejemplo, en julio de 2005 cuando se realizó una “Marche pour la décroissance” (Caminata por el decrecimiento) que reunió a más de mil jóvenes y terminó en un encuentro en Magny-Cours y que exigió el fin de la Fórmula 1.
 
La segunda parte del libro aborda algunos señalamientos hechos a los críticos del crecimiento por parte de algunos simpatizantes del eco-socialismo. Llamando la atención la diferencia entre S. Latouche y Jean-Marie Harribey –Profesor de la Universidad de Burdeos– en lo que refiere a la occidentalización del mundo; ya que mientras que para Latouche dicha occidentalización ha sido la causante del deterioro ambiental, por su parte, Harribey sostiene que: “de tanto repetir que la economía fue inventada por Occidente se corre el riesgo de confundir el acto de producción –que es una categoría antropológica– con las condiciones sociales y su reproducción –categorías históricas–, o en otras palabras, no podemos homologar el proceso de trabajo en general con el proceso de producción capitalista” (p. 66).
 
Asimismo, el acercamiento por parte de Paul Ariès y de Vicent Cheynet a algunas corrientes psicoanalíticas conservadoras –el caso de los trabajos de Jean-Pierre Lebrun– ha sido cuestionado por Philippe Corcuff quien señala: ¿Por qué no re-leer a los clásicos de la antropología como Marx? ¿No fue Marx quien postuló que el encuentro con el ‘hombre completo’ se efectuaría en una sociedad emancipada ya liberada del marco social donde el reino del dinero y el patrón de medida es impuesto por la mercancía?” (p. 79).
 
Finalmente, la tercera y última parte del libro recupera la provocación efectuada por Paul Ariès en diciembre de 2006 donde criticaba el “productivismo” de la izquierda militante. Sin embargo, como lo muestra Lavignotte, algunos protagonistas del Nuevo Partido Anti-Capitalista (NPA) a través de los textos de Vincent Gay, Cédric Durand y Michael Löwy (3) han analizado y criticado de manera muy aguda al productivismo.
 
Además, resulta interesante que Paul Ariès –recuperando la utopía concreta de Ernst Bloch– utiliza los términos de “esperanza” y de “mito político”. En este sentido, las preocupaciones pre-ecologistas pueden ser recuperadas por un proyecto ecosocialista que van más allá de los proyectos y programas reformistas.
 
Lavignotte nos presenta también el esbozo para una ética del decrecimiento donde los aportes de Serge Moscovici, Paul Ricoeur y Olivier Abel son piezas clave en la construcción de un proyecto alternativo. Sin embargo, el autor toma distancia de la posición de Ariès para quien la cuestión central se reduce a la disyuntiva entre “estar a favor o en contra de las instituciones”. Para Lavignotte, las instituciones son el resultado de costumbres comunes que no tienen porque producir siempre un mismo tipo de hombre (p. 111). En ese sentido, el autor hace un llamado a la puesta en marcha de una “política de la pluralidad” donde una revolución molecular (Guattari) puede influir de manera importante en la transformación social.
 
Por nuestra parte, consideramos el texto de Lavignotte como una valiosa aportación tanto en el plano académico como en el nivel de la militancia política pues es un trabajo que continúa subrayando la relación entre teoría y praxis pero que, además, no omite ni mucho menos intenta ocultar al principal responsable de los males de este mundo: ¡el capitalismo!

(1) Slavoj Zizek ha manifestado su preocupación por la “naturalización del capitalismo”, es decir, por el desarrollo de proyectos eco-capitalistas que simplemente funcionan como paliativos de la contaminación mundial provocada por el sistema de producción capitalista. Cfr. S. Zizek, First as Tragedy, then as Farce, Verso, London, 2009, p. 34.
(2) En marzo se publicó en Francia una excelente compilación sobre las propuestas de una izquierda anti-capitalista donde destacan los artículos de François Chesnais “Ecologie, luttes sociales et projet révolutionnaire” y el de Daniel Tanuro “Marxisme, énergie et écologie:l’heure de vérité”. Cfr. Vicent Gay (comp.), Pistes pour un anticapitalisme vert, Syllepse, Paris, 2010.
(3) Cfr. Michael Löwy (comp.), Ecologie et socialisme, Syllepse, Paris, 2005.