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Transportes y Desvalor- La pérdida de las capacidades humanas inducidas por los transportes

Miguel Valencia Mulkay - Descrecimiento México

Cada año, el territorio donde vivo (la Cuenca del Valle de México), se altera con mayor rapidez. Veo crecer no sólo mi ciudad sino todas las ciudades de México, y aún las de los países poderosos que tienen población en decrecimiento. Desde que se introdujo la máquina de vapor hace más de doscientos años, todo camina en el mundo, hasta las mismas rocas, los montes, los ríos, las casas, los edificios, los pueblos, las ciudades, y los bosques, como aquel famoso bosque en el Macbeth de Shakespeare:No alces la cabeza, rebelión, hasta que camine el Bosque de Birnam. Todo se mueve a mí alrededor todos los días, casi imperceptiblemente, a velocidades diferentes. El paso diario de los transportes cambia continuamente el paisaje: aumentan las personas que se transportan, las unidades de transporte que transitan por mi comunidad. Aumenta la superficie pavimentada o urbanizada; aumentan el número y la altura de los edificios que me rodean; aumenta el volumen de carga; aumenta la velocidad puntual, ocasional, de los transportes. El transporte mueve, disloca, cambia todo lo que está en su cercanía y altera el paisaje rural y urbano. Cambian los usos del suelo. El transporte disloca o deporta a las personas, expele las cosas y también disloca el tiempo de nuestra vida.

El culto a la velocidad es el símbolo que organiza a los transportes y crea el Espectáculo de la Velocidad. La velocidad que envejece al mundo se ha vuelto un nuevo absoluto. Hoy nacemos sólo para movernos. Sin embargo, el Espectáculo de la Velocidad, la apariencia de velocidad, no es realmente la velocidad que nos gustaría tener. En el libro Energía y Equidad, (1973), Ivan Illich nos descubre, por medio de la noción de la "velocidad generalizada", lo que ocultan la industria, los gobiernos y las universidades, de la siguiente manera "el varón americano típico consagra mas de 1,500 horas por año a su automóvil: sentado en él, en marcha o parado, trabajando para pagarlo, para pagar la gasolina, los neumáticos, los peajes, los seguros, las infracciones y los impuestos para la construcción de carreteras y los estacionamientos. Le consagra cuatro horas al día en las que se sirve de él o trabaja para él. Sin contar con el tiempo que pasa en el hospital, en el tribunal o en el taller o viendo publicidad automovilística ante el televisor… Estas 1,500 horas anuales le sirven para recorrer 10,000 kilómetros, es decir, 6 kilómetros por hora. Exactamente la misma velocidad que alcanzan los hombres en los países que no tienen industria de transporte. Con la salvedad de que el americano medio destina a la circulación la cuarta parte del tiempo social disponible, mientras que en las sociedades no motorizadas se destina a este fin sólo entre 3 y el 8 por 100." Desde entonces sabemos que la velocidad no es sino la cara oculta de la riqueza; de la riqueza que la gran mayoría a la mayoría de la población transfiere a una minoría muy poderosa, el 1%.

Con las vías de comunicación, se desnaturaliza no sólo el tiempo también el territorio. La civilización del automóvil aleja los lugares donde se realizan las grandes actividades humanas( la vivienda, el trabajo, las amenidades); arruina los comercios y los placeres de proximidad mientras nos impone la dictadura de un modelo urbanizador adaptado a sus necesidades: el hombre ha quedado entonces al servicio de la maquina, del automóvil. Mientras más transportes circulan en el territorio menos valen socialmente las personas, menos belleza y amenidad tiene el paisaje que nos rodea. Muere en el mundo la autonomía, aparece el desvalorde la persona, la familia y la comunidad territorial y desde luego de la Madre Tierra. La creciente cantidad de transportes que circulan por nuestras casas, banquetas, calles, jardines, camellones, parques, bosques y campos de cultivo; el aumento en la circulación de autos y camiones en las vías rápidas y las carreteras, multiplican las muertes y las discapacidades, especialmente paro los grupos vulnerables, como niños, jóvenes, mujeres y ancianos. Esta guerra de baja intensidad provoca más muertos y discapacitados que las guerras de gran intensidad como la de Iraq o las guerras civiles, como la de Libia o Siria.

El mundo moderno deslocaliza tanto a los hombres como a los objetos y los hace intercambiables; se deporta a los vecinos que residen en el centro de las ciudades hacia las afueras de las mismas; se desplaza a los campesinos fuera de sus tierras; se hace migrar a todas las poblaciones en la penuria económica hacia los países poderosos. Todos podemos inesperadamente ser desplazados de nuestra casa, calle, colonia, ciudad o país, por algún giro repentino, violento, típico de la mundialización: una vía rápida, una ampliación de carretera o una nueva línea del Metro, una célula de un cartel del narco, una crisis social, económica o política… La construcción de calles anchas, de bulevares y calzadas, de viaductos, periféricos, pasos a desnivel, distribuidores viales, segundos pisos, arcos viales, cortan, laminan, trituran el tejido urbano, hacen fuerte al crimen organizado, y pone todo lo que necesito cada día más lejos: puedo ir más rápido a Tlahuac con la línea 12 de Metro, pero los lugares a los que necesito ir que estaban cerca de mi colonia ahora empiezan a moverse hacia otras demarcaciones; cada año me cuesta más tiempo ir a visitar a los amigos en su casa o encontrar lo que busco cerca de casa. Cierto, el OXXO, el Walmart, y Bancomer y Banamex me quedan cada día más cerca, pero, desapareció mi antigua miscelánea, mi abarrote, mi panadería, mi tintorería, mi zapatero, mi carpintero, mis pequeños comerciantes; se fueron los antiguos vecinos y llegan unos nuevos que proyectan sus nuevos domicilios en otras colonias, ciudades o países. Quienes viven cerca de los megaproyectos, quedan rodeados,"encapsulados" por grandes obstáculos: rodeos enormes, vallas, puentes y túneles peatonales; deben franquear grandes distancias para ir del otro lado de estas infraestructuras; los viajes que eran cortos se hacen largos; es más rápido ir más lejos que más cerca; frecuentemente es más rápido tomar una tangente que ir derecho al punto que quieren. La esfera tecnológica mata a la esfera geográfica (social, política, cultural). El hombre consumista es un producto hidropónico: se cultiva fuera del suelo, vive en su auto o en una vivienda u oficina, a varios pisos sobre el suelo. Es mal visto ser con toda evidencia de un lugar. Las lenguas regionales y aun los acentos locales son poco aceptados o deslegitimados. La desterritorialización genera incomprensión y violencia. En la aldea global todo es igual, como los aeropuertos o las franquicias Mac Donalds; en ella se multiplican los llamados No lugares o lugares iguales en todo el mundo, o los lugares chatarra, o la "tierra de nadie", como las vías del ferrocarril, los sumideros, las zonas industriales, los bajo puentes.


En México, sólo un 18% de sus ciudadanos utilizan regularmente el automóvil, no obstante, las ciudades están hechas para ellos(los trailers empiezan a desplazarlos). La opinión del automovilista pesa algo así como la opinión de diez ciudadanos sin automóvil, ya que consigue imponer las vías rápidas que necesita, eliminar los impuestos a las gasolinas, a los autos, a los estacionamientos: es un ciudadano "pesado":hace surco por donde se desplaza. En cambio el peatón vive un mundo "del otro lado del parabrisas", un mundo de alto riesgo, muy hostil que habitualmente debe, además, convertirse en "usuario del transporte público". El peatón y el usuario del transporte sienten toda la miseria, el sentimiento de abandono, impotencia, exclusión, pobreza "moralmente sentida", desesperación, segregación que acompaña a su condición. El sistema de transportes impone las peores humillaciones a la mayor parte de los ciudadanos. Según el libro Dans le miroir du passe, Ivan Illich, lanza en 1968, una severa crítica al economicismo dominante, que impone el transporte obligatorio para sobrevivir en la modernidad, con el concepto de desvalorque designa la pérdida… que no se podría estimar en términos económicos. Que el economista no tiene medio alguno para estimar lo que sucede a una persona que pierde el uso efectivo de sus pies porque el automóvil ejerce un monopolio radical sobre la locomoción. De lo que se priva a esta persona no pertenece al dominio de la escasez. En el presente, para ir de aquí a allá debe comprar kilómetros-pasajero. El medio geográfico paraliza sus pies. El espacio ha sido convertido en una infraestructura destinada a los vehículos. ¿Esto quiere decir que los pies son obsoletos? Desde luego que no. Los pies no son "medios rudimentarios de transporte personal" como nos lo quieren hacer creer algunos responsables de las redes carreteras. Pero, sucede que, atascada en lo económico (por no decir anestesiados) la gente se ha vuelto ciega e indiferente a la pérdida inducida por el desvalor.

Las cuatro o cinco horas diarias que dedican al transporte la gran mayoría de las personas en el mundo, en buenos y malos trenes rápidos, suburbanos o de cercanías; en Metros o Metrobuses; en autobuses o camiones; en autos de lujo o económicos, equivalen aproximadamente a 1,400 horas al año en las que gastan en promedio la tercera parte de sus ingresos; sin embargo, en estas horas, normalmente no descansan, sufren mucha tensión o stress; no se educan, se embrutecen; no gozan, se aburren mucho; no ganan dinero, lo pierden miserablemente; viven los peores momentos de sus vidas y abandonan a su familia y a sus amigos. Podemos en este momento establecer las siguientes reglas: La Primera Regla: La Buena Vida o el Buen Vivir es inversamente proporcional al uso diario de transporte: mientras menos transporte diario más bienestar social, mas prosperidad. La Segunda Regla: El mejor transporte es el que no se usa o no se fabrica: el usó mínimo del transporte implica el beneficio máximo. Esto no significa que los transportes deban desaparecer totalmente; solo deben ser utilizados lo menos posible; se debe fijar un máximo de velocidad de 25- 30 kmh, que es la velocidad óptima de los transportes urbanos. Las tres o cuatro horas diarias en las que utilizamos indebida pero obligatoriamente el transporte, son consecuencia de los grandes beneficios que estas horas de transporte le reportan a una minoría de la población, el 1% del que habla Occupy Wall Street y, también, de la colonización mental de la gran mayoría de la población. En efecto, la escuela, los medios y la publicidad y el consumo de la cotidianidad tecnológica, hacen posible que duren todavía los valores que conservan en el mundo las tres o cuatro horas que diariamente pierde miserablemente la gran mayoría de la población humana.

Presentación en la plenaria del Encuentro Ivan Illich del 14 de diciembre de 2012, en Cuernavaca

El filete del señor Reagan

Francisco Román Sánchez Guillén

- ¿Tenemos un acuerdo, señor Reagan?

- Sabes, sé que este filete no existe. Sé que cuando me lo meto en la boca es Matrix la que le está diciendo a mi cerebro. Es bueno y delicioso. Después de nueve años, ¿sabes de qué me doy cuenta? La ignorancia es la felicidad.

- Entonces, tenemos un trato.

- No quiero acordarme de nada. De nada. ¿Entendido? Y quiero ser rico. No sé, alguien importante, como un actor.

- Lo que usted quiera, señor Reagan.


Los ciudadanos occidentales, los ciudadanos del norte, los ciudadanos instalados, seguimos degustando el sabroso filete que el sistema nos ofrece diariamente. Sabemos que realmente no existe, que no es un sabroso filete, que la carne está podrida, contaminada en su origen, que la sangre que gotea es sangre no del animal, sino de nuestros congéneres.

La consumimos en nuestras casas o restaurantes, con cristales traslucidos debidamente ocultos tras preciosas cortinas, que nos impiden o, mejor dicho, nos facilitan no ver lo que sucede fuera, donde hay pobreza, hambre, frío. Muerte.

Nos basta con atender a nuestros propios y pequeños grandes problemas, con ver nuestra propia realidad, diseñada a medida, a través de nuestras asépticas pantallas que nos ofrecen la información que exactamente necesitamos, la que deseamos recibir y la única que podemos digerir.

Pero ese no es nuestro problema, no podemos culparnos por ser quienes somos. Nosotros somos los elegidos, el pueblo designado por nuestro propio dios, o por la genética, o por la Razón, para dominar el mundo. Somos siempre Roma, somos el eterno imperio, que una y otra vez ha ido repartiéndose el planeta y los pueblos inferiores para mantener nuestros privilegios.

¿Cómo vamos a ser todos iguales? Sólo hay que mirar a los individuos de otras razas para percibir su inferioridad, bien en sus rasgos faciales, o en su falta de educación, o en su pobreza congénita.

No podemos renunciar a perder lo que hemos conseguido, aunque haya sido y siga siendo de forma ilegítima. Tenemos derecho a conquistar, colonizar, extraer, roturar, explotar, esquilmar, expoliar y consumirlo todo, porque durante más de quinientos, o quizá incluso mil años, nuestros predecesores lo han venido haciendo y nosotros mismos en este momento seguimos su camino.

Nuestra situación es el resultado de la aplicación de las leyes inmutables de la naturaleza, la ley de la evolución, la ley del más fuerte, las leyes de la oferta y la demanda, la ley de la selva. Somos el magnífico fruto de la evolución humana, los justos vencedores de la lucha por la supervivencia y no podemos avergonzarnos de ello.

Lo importante es seguir la senda del crecimiento, del desarrollo económico, mediante el incremento de la productividad y la competitividad en un mundo debidamente globalizado, donde la mano de obra realice su labor en sus países de origen, con los derechos sociales indispensables para moderar costes de producción, y así llegue a nosotros sólo su resultado, bienes en los que en su código de barras no haya rastro del abuso infligido.

El sistema es estable, sostenible, perfecto. Siempre ha funcionado, y no puede fallar, porque no hay otro sistema posible. No hay otro sistema.

Nuestra Libertad es irrenunciable, y debemos protegerla a través de nuestra Legalidad y nuestras honorables instituciones democráticas, aunque sin olvidar la Fraternidad que debemos mostrar con nuestros vasallos, a través de la caridad y la cooperación al desarrollo.

No obstante, que nadie dude de que si es necesario lucharemos por defender nuestros derechos y mantener la paz y la seguridad en todas las regiones. La Pax Romana.

Crecimiento económico = decrecimiento social

Julio García Camarero

''Encontrándose la Unión Europea, tal y como se encuentra, dentro de la lógica del neoliberalismo (fase superior del capitalismo) de forma idéntica a como se encuentra China, resulta, según esta lógica, completamente razonable que Europa puje por elevar la jornada laboral a 65 horas semanales. Con este horario laboral es comprensible que en China exista un crecimiento económico del 10%. El Gobierno chino está comprando, en el mercado de trabajo, la mercancía fuerzas de trabajo en grandes cantidades y a bajo costo, lo cual es lo mejor para un acelerado crecimiento, y acumulación del PIB.

El presidente Hugo Chávez, aprobó un decreto en el que se prohibía una jornada semanal de más de 36 horas, algo opuesto a lo que ocurre, por ejemplo, en China, que tiene jornadas laborales semanales exhaustivas de 67horas y periodos de vacaciones ridículos, no en vano es el país campeón mundial en propagar fuera de sus fronteras el consumismo barato; y campeón en crecimiento de su PIB. Para asentar aun más lo cierto que es eso de <crecimiento económico decrecimiento social> podemos añadir un pequeño párrafo de mi trilogía: "Todo empresario si quiere sobrevivir en la jungla de la competitividad debe mantener pero que muy apretado el acelerador de la producción; y esto conlleva: aumento de las horas de trabajo, más inseguridad, más precariedad, menos remuneración, más automatización, más flexibilidad…". 

[Es decir más decrecimiento social]. "Además, paralelamente a este crecimiento también crece el deterioro de la felicidad del hombre, el deterioro de la biosfera, el deterioro del tiempo libre del hombre que le permita dedicarse a una actividad creadora personal y no enajenada por el trabajo enajenado y por el consumismo enajenado y alienante. Y además, las mayores fortunas, que son las que más aportan al crecimiento del PIB, son las que se nutren de las guerras (industria armamentística), de las enfermedades (industrias farmacéuticas), de la pobreza (economía especulativa, hipotecaria y la de los rescates de naciones pobres), del hambre, incluso del sexual (véanse los mercados de futuro, las super-corporacionaes de alimentos, las redes internacionales de la prostitución). En definitiva, las que se nutren del sufrimiento y de la infelicidad humana, del decrecimiento social (1).

Crecimiento económico=desempleo automático. Cuanto más crece la economía, más crece el PIB, y más dinero poseen las corporaciones para sustituir empleados por robots o por informática eficiente. Cuanto más crece la economía, hay más fusión de empresas (según ya previó hace más de siglo y medio la teoría marxista, que hoy se empeñan en calificar de "obsoleta") y en estas fusiones, simultanea y automáticamente, aparecen cada vez mayores ERES (2). Ejemplos: uno reciente, la absorción del banco Banesto por el banco de Santander ocasionó, automáticamente, un ERE que supuso el despido simultáneo de más de 2.500 empleados y el cierre de centenares de sucursales. 

Y aún declaraba, cínica y públicamente, director del banco de Santander, Emilio Botín, (le va el apellido (3)) que esta fusión beneficiaría a sus empleados porque les abrirá la posibilidad de internacionalización de su profesión. Es de sobra sabido que, por ejemplo, cuanto más crecen económicamente las industrias automovilísticas o los supermercados, más eficientes son y por consiguiente necesitan menos empleados, por ello insisten tanto en la flexibilidad de plantillas y despido gratuito. Y a pesar de este panorama, los medios, las empresas y los gobiernos han sabido convencernos de la gran falacia de que sólo se conseguirá aumentar el empleo con mas crecimiento (¡¿?!). “¡Vamos a ver si conseguimos crecer para crear más empleo!”, dicen e insisten constantemente de forma hipócrita y engañosa, los gobiernos los medios de comunicación y las multinacionales. Pero ninguno o casi ninguno, nos percatamos del burdo engaño; y casi todos, de una forma ilusa y como quien sueña en el gordo de la lotería, soñamos con que se vuelva a producir el tan deseado crecimiento y que en consecuencia con él le toque un empleo. Aunque en realidad, esto está empezando a ser tan probable como que te toque la lotería (4).

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(1) Julio García Camarero, El Crecimiento mata y genera crisis terminal, págs. 29 y 132, y El decrecimiento feliz y el desarrollo humano pág. 26.
(2) ERE = Expedientes de Regulación de Empleo = creación de desempleados en masa instantáneamente.
(3) Pues su especialidad es acumular la riqueza obtenida del botín de la guerra especulativa
(4) Julio Garcia Camarero, El Crecimiento mata y genera crisis terminal, págs. 47, 132 y 138.

El retorno al equilibrio

Joaquim Nogueras Raig 

Es bien sabido que los seres humanos acostumbramos a cometer errores. Lo hacemos tan a menudo y de tan diversas maneras, que alguien que viniera de fuera podría pensar que incluso nos gusta. Pero no es así. No nos gusta nada equivocarnos, nos avergüenza, nos hiere el orgullo más que cualquier otra cosa, y por eso, antes que reconocer un error haremos lo que sea. Esto nos conduce, la mayoría de las veces, a cometer una equivocación aún mayor, en lo que se convierte en el principio de una larga sucesión de despropósitos, que puede llegar a ser de magnitud planetaria, tal como trataremos más adelante.

Cuando pensamos en la situación que vivimos hoy en nuestro país, no pensamos en errores, sino en la mala fe de los más poderosos. Y es cierto. Buena parte de lo que ocurre es, en mi opinión, fruto de decisiones intencionadas, de actos de egoísmo consciente, perpetrados por individuos que, con la única intención de enriquecerse, han arrojado a la miseria a millones de personas. Resulta cada vez más evidente que este abuso, lejos de detenerse, empeora día tras día, y nuestras instituciones de gobierno, en lugar de protegernos, se convierten herramientas de dominio al servicio de sus autores, los dueños del dinero.

Movimientos como Democracia Real Ya, el 15M, los llamados Indignados, son la expresión visible de una conciencia social que se está generalizando, que responsabiliza a las grandes fortunas y los grandes partidos políticos de la crisis económica actual y que, en consecuencia, tiene la convicción de que si lográramos un sistema realmente justo y democrático, podríamos volver a vivir como cinco años atrás.

Algunas voces consideran, sin embargo, que si realmente queremos salir de esta crisis, aparte de acabar con ladrones y corruptos, tendremos que mirar más allá o, mejor dicho, tendremos mirarnos a nosotros mismos, y analizar seriamente de qué manera nuestra sociedad ha llegado a ser lo que es. Quizás entonces seremos conscientes de qué errores hemos cometido, y cuáles no nos podemos permitir repetir.

(…)

Así pues, antes de buscar soluciones tendremos que reconocer que hemos estado siguiendo el camino equivocado, y que cualquier esfuerzo por continuar en la misma dirección agravará nuestra situación, y también la del resto de seres humanos. Una vez tengamos esto claro, nos daremos cuenta que no nos encontramos ante un problema de una dificultad técnica insalvable. Se trata, sencillamente, de cambiar nuestros objetivos, de pensar qué necesitamos para vivir con dignidad, de organizarnos y ponernos a trabajar.

Hay quien nos querrá convencer de que la codicia y la competitividad forman parte de nuestro código genético, que estamos predestinados a engullir la riqueza de la Tierra hasta agotarla, que no hay nada que hacer. Los que afirman esto son los mismos que no quieren ver peligrar su opulencia indecente, aquellos que
se aferran con violencia a sus privilegios.

(…)

No hay otra opción que actuar. Debemos pasar de la indignación a la esperanza y la ambición de transformar el mundo en un lugar donde podamos vivir, dignamente, todos nosotros y también los que vendrán.



Extraido de 'El retorno al equilibrio. Propuestas y realidades en el camino a la sostenibilidad' de Joaquim Nogueras Raig

¡Ver o no ver, es la cuestión!

Caza de brujas

Mari Cruz Garrido Pascual

Pero las ancestrales reuniones femeninas para festejar los ciclos vitales, los solsticios, con su consiguiente despliegue de vitalidad y sensualidad fueron progresivamente criticadas por los moralistas de la época, como Santo Tomás, Isidoro o Leandro de Sevilla, para ser después censuradas y finalmente prohibidas, como en el Concilio de Elvira (año 300-306) o el Concilio de Zaragoza (año 380) donde

“Se les prohíbe a las mujeres asistir a reuniones y juntarse entre ellas con otro fin que no sea el de la labor doméstica”

Los decretos explícitos en contra de la danza profana fueron incesantes por parte de la iglesia en sucesivos concilios. Incluso llegaron a recibir condena papal, como la de León IV. Sus argumentos eran que

“la danza es el círculo en cuyo centro es el diablo y conduce a todos al mal”

Legislada y decretada la estancia en el ámbito doméstico y prohibida la danza que no fuera exclusivamente religiosa las mujeres siguieron con sus antiguas prácticas en la clandestinidad. No hace falta mucho para deducir que la clandestinidad se busca siempre en la noche y fuera de los núcleos urbanos, a ser posible en el bosque, que, como sabemos, ofrece refugio seguro. Y que un grupo de mujeres medievales bailando de noche en un bosque es enseguida sospechoso de brujería.

No debería ser así, pero fue, porque el sistema político, heredado del derecho y la manera romana, alimentado por la misoginia explícita de que impartía en las universidades y una ideología religiosa jerárquica, terminó configurando el pensamiento colectivo que finalmente desembocó en una persecución organizada sin precedentes. Las mentes enfermas de inquisidores, alimentadas por una misoginia absolutamente incontestable, autorizada y extendida, acabaron por dislocar el sentido verdadero de esas festividades, tachándolas de brujería.

(…)

Tampoco debemos olvidar que las cazas de ‘brujas’ más sangrientas se dieron coincidiendo con levantamientos de campesinos contra el régimen feudal. Según Barbara Ehrenreich y Deirdre English la capacidad de convocatoria de las mujeres en el bosque era muy alta, donde a la luz del fuego y en grandes corros daban mítines y proclamas que animaban a los campesinos a rebelarse contra el sistema, y a las mujeres a hacer lo propio contra su represión particular. Denuncian estas autoras la acción planificada de la jerarquía política y eclesiástica contra las mujeres en el período medieval , que, basándose en el famoso ‘Malleus Malleficaru’ de Sprenger y Kramer, estableció el terror entre la población campesina; un terror cimentado en la denuncia y tortura para, en realidad, acabar con la clase médica popular, constituida mayoritariamente por mujeres pobres y analfabetas que, sin embargo, practicaban la medicina ancestral heredada de manera oral y práctica. Estas mujeres tenían un poder personal, y su destrucción significaba el traspaso de ese poder a manos de los hombres cultos y acomodados.

El feminicidio masivo que realizó la Inquisición tuvo una consecuencia socioeconómica directa que no debemos obviar: la creación de una nueva clase médica, regida por hombres con prestigio universitario y posibilidad de recibir honorarios elevados.

Extraído del libro ‘El corro de las niñas. El círculo de las mujeres’ de Mari Cruz Garrido Pascual

Comentarios sobre el declive energético mundial y el “período especial” cubano

Comentarios sobre el declive energético mundial
y el “período especial” cubano


RESUMEN: En este artículo, en primer lugar, se exponen las nociones básicas del declive energético mundial previsto para el siglo XXI; a continuación, se indaga sobre las consecuencias de este fenómeno dentro del marco institucional hoy hegemónico, señalando que el factor energético tuvo un papel importante en la irrupción de la crisis financiera y económica el 2007-2008; finalmente, se reflexiona sobre cómo afrontar satisfactoriamente la creciente crisis energética-sistémica, sugiriendo que esta constituye, al mismo tiempo, un formidable problema y una magnifica oportunidad. A lo largo del texto se abordan también diversas cuestiones relacionadas con el “período especial” cubano y las perspectivas que de él ofrece el documental “El poder de la comunidad: como Cuba sobrevivió al Pico del Petróleo” (The Community Solution, 2006) (1).

1. Que es el Pico Mundial del Petróleo?

Como algunos probablemente sabéis, se denomina Pico Mundial del Petróleo al momento histórico en el cual el ritmo mundial de extracción petrolífera llega a su cima culminante, es decir, el momento a partir del cual, por razones geológicas, se vuelve imposible continuar obteniendo este recurso en cantidades tan grandes como hasta entonces. Pasado este punto, el flujo energético que proporciona el petróleo comienza a disminuir gradualmente y su extracción se vuelve cada vez más costosa. Desde hace tres lustros, cada vez más centenares de investigadores y estudiosos, así como cada vez más miles de ciudadanos, advierten públicamente que el Pico Mundial del Petróleo se alcanzará durante las primeras décadas del siglo XXI (2). Esto se ha convertido en una evidencia cada vez más abrumadora, hoy ya reconocida incluso por importantes instituciones estatales y empresariales que, no obstante, hasta hace bien poco, la negaban (3). Por otro lado, las prospecciones indican que durante la primera mitad del siglo XXI la disponibilidad de muchos otros recursos no renovables (carbón, gas natural, uranio, etc.) tendrá también su respectivo cénit y seguidamente empezará a declinar. Por este motivo, diversos autores señalan que probablemente la expresión más apropiada para caracterizar el siglo XXI desde el punto de vista de los recursos es “Pico de Todo”.

Si echamos un vistazo a nuestro alrededor encontraremos objetos materiales de todo tipo y de diversas procedencias, pero con una característica general y común: han sido producidos y distribuidos utilizando una enorme cantidad de energía fósil; principalmente, petróleo. Por ejemplo, la producción de una caloría alimentaria utilizando los métodos industriales actualmente hegemónicos requiere como mínimo unas 10 calorías de energía fósil (4). Esta aberración energética es el resultado de las tendencias sociales, políticas y económicas imperantes en los últimos dos siglos, las cuales han provocado que los combustibles fósiles en general y el petróleo en particular se hayan convertido en las sustancias motrices del mecanismo económico mundial. Nos hemos vuelto extremadamente petro-dependientes y ahora no disponemos de ninguna fuente energética alternativa que sea capaz de reemplazar la ingente cantidad de energía y la diversidad de usos que proporciona el “oro negro”; sus excelentes cualidades en términos de prestaciones, versatilidad y potencia no tienen parangón. Así, el progresivo agotamiento del petróleo dará lugar inevitablemente a un descenso continuado en la cantidad de energía disponible para la sociedad. Este descenso será más acusado en la medida en que se sincronice con la llegada del techo de extracción de otros combustibles fósiles y materias primas.

IU y el decrecimiento

Carlos Taibo

Antonio Gomariz pide mi opinión sobre la respuesta que el diputado de IU, Alberto Garzón, emitió el día 19 ante una pregunta relativa al decrecimiento en una entrevista virtual incluida en publico.es. La pregunta en cuestión decía así: “Hay voces cualificadas que parecen demostrar la inviabilidad material de este sistema productivo. ¿Por qué IU no se atreve a dar el paso abogando por el decrecimiento en vez de dar recetas puramente capitalistas para salir de la crisis creciendo más?’. La respuesta de Alberto fue la siguiente: “No existen las recetas ‘puramente capitalistas’ más allá del discurso nominalista. El viaje del nominalismo y la abstracción hacia el contenido y lo concreto es muy difuso. Una banca pública o las empresas públicas rompen con la lógica capitalista y sin embargo también son defendidas por posiciones socialdemócratas en muchos casos. La economía no son discursos, sino hechos. Por eso el decrecimiento tampoco es exacto. El decrecimiento es por hoy más una filosofía que un programa concreto, y si el PIB no mide el bienestar económico tampoco mide el malestar económico. En este punto estoy más de acuerdo con propuestas como las de Oscar Carpintero o José Manuel Naredo. Y creo que es compatible con un programa como el de IU”.

Lo primero que debo hacer es romper una lanza en provecho de mi amigo Alberto Garzón, que a buen seguro tiene cosas más importantes de las que ocuparse que de lo que yo pueda divagar al respecto. Hace años, cuando los medios me sometían a entrevistas como la padecida por él --mi declive intelectual impide que eso mismo ocurra ahora--, ya tuve la oportunidad de percatarme de que uno se veía obligado a responder con mucha prisa, y con escasas posibilidades de detenerse a pensar. En esas condiciones, seguro que Alberto está poco satisfecho de su respuesta. Me parece que quiso elaborar un guión de lo que debía ser su razonamiento pero, a falta de tiempo para más, lo dejó en eso, en un mero guión en el que no faltan los argumentos filosofantes, las presuntas paradojas, las invocaciones alusivas de algo --lo que preconizan Carpintero y Naredo-- de lo que el lector con certeza no tiene mayor conocimiento y, en suma, la ambigüedad de una frase, la última, en la que el verbo en singular aconseja concluir que, pese a todo, está diciendo que lo del decrecimiento es compatible con el programa de IU (el plural habría vinculado ese programa con las propuestas de Carpintero y Naredo).

Me parece, de cualquier modo, que Garzón elude la consideración de lo que IU preconiza en relación con estas cuestiones. Asumiré de buen grado que está disculpado --disciplina obliga-- y me limitaré a señalar lo que pienso yo. En el último programa electoral de IU había, en lo que hace a la crisis ecológica, dos elementos claramente diferenciables. En las declaraciones de cariz general se incluía un texto que cabe entender, sin quebranto, que era una declaración de intenciones en provecho del decrecimiento (mucho más rotunda, por cierto, que cualquier toma de posición asumida por Equo). Pero en el resto del programa las previsibles consecuencias de esa declaración eran imperceptibles: la propuesta ‘material’ de la coalición bebía casi siempre del discurso productivista y desarrollista de la izquierda tradicional. Si alguien quiere sostener que la mezcla de lo primero y de lo segundo era un progreso, aunque menor, con respecto al pasado, no le quitaré la razón.

Esa combinación de retórica decrecentista y práctica productivista no era muy sorprendente en una fuerza política que, a mi entender, y pese a las buenas intenciones de una parte de su militancia, sigue anclada en el discurso y en los valores de la socialdemocracia tradicional. Su proyecto no es otro que la keynesiana defensa de los Estados del bienestar --la idea, por cierto, de que la banca pública rompe con la lógica del capitalismo me produce cierta perplejidad-- frente a las agresiones neoliberales. Si a eso agregamos que en la mayoría de los lugares mantiene pactos de gobierno, de una u otra naturaleza, con el Partido Socialista y que se niega a romper amarras con un mundo, el de los sindicatos mayoritarios, que está a mil leguas de nada que huela a conciencia ecológica, tendremos, me temo, un balance general que justifica la reconfortante presencia retórica de perspectivas rupturistas, la lamentable dureza material de políticas que no levantan el vuelo y la llamativa ausencia de cualquier guiño dirigido a proyectos que se vinculen con la autogestión y la socialización.

Agrego una observación relativa a la mención que Alberto realiza de la interpretación, nada afable, que Naredo hace --me olvidaré ahora de mi buen amigo Oscar Carpintero-- de la propuesta del decrecimiento (en realidad hay varias propuestas del decrecimiento, en plural, algo que los críticos de éste suelen obviar). Se ha convertido en una suerte de código ritual entre personas que --creo-- prefieren no entrar al trapo. Esquivaré ahora lo que en otras circunstancias merecería atención: quienes invocan a Naredo en este terreno preciso suelen olvidarse por completo de él en todos los demás. Más relevante me parece el hecho de que, cuando he demandado de esas personas una explicación sobre las tesis que Naredo defiende en relación con el decrecimiento, nadie ha conseguido hilvanar ninguna frase bien construida: se habla de lo que se intuye que dice José Manuel, como si se tratase de un oráculo. Confesaré yo mismo que me cuesta mucho trabajo entender la argumentación de Naredo, para a continuación puntualizar que esa argumentación me parece moderadamente contradictoria en su dimensión --permítaseme la pedantería-- metadiscursiva: Naredo nos dice, por un lado, y contra todas las evidencias, que el término ‘decrecimiento’ es muy poco afortunado en la medida en que asusta al ciudadano común, para a continuación asestarnos una prolija explicación en la que, de la mano de complejísimos gráficos y sesudas fórmulas, no parece que tenga en mucha consideración a ese ciudadano común cuyos derechos acaba de esgrimir.

Termino. Mucho me gustaría que Alberto Garzón, que sé que no es en modo alguno hostil a lo que significa la propuesta del decrecimiento --otra cosa son los detalles en los que ésta pueda concretarse--, le trasladase a Cayo Lara un consejo de amigo: que la próxima vez que se tope con la palabra ‘crecimiento’ decida mostrar alguna cautela en lo que se refiere a las imaginarias virtudes de aquél. Así IU estaría rompiendo, por añadidura, con uno de los elementos centrales de la miseria que el sistema, con razonable éxito, nos impone. Y se alejaría, de paso, de una ficticia salida de la crisis como la que defiende François Hollande en Francia.

Ecofeminismo para o decrecentismo que vén

Teresa Moure

(texto en gallego)

1. En contraste co desprezo que habitualmente recibe o feminismo nos medios de comunicación, a presentación do programa de obxectivos do eco-feminismo serve regularmente para gañar os auditorios. En canto se alude á conexión entre ecoloxía e feminismo, a opinión pública suavízase. As mulleres non poden estar no mundo para servir o home ?razoamos? e, igualmente, a natureza non pode estar aí como un conxunto de recursos que o home poida dominar ao seu antollo.

Enunciarmos esta conexión parece concederlle tanto lexitimidade revolucionaria á loita verde, para que non pareza unha cuestión de sensibilidade, como á loita feminista, que ve ensanchado o seu ámbito fóra das loitas pola representación. Porque, fronte a un feminismo institucional que actúa intentando coar mulleres no status quo, o ecofeminismo conserva o alento subversivo de pretender rebentar o sistema enteiro e eliminar os privilexios de xénero, que é o auténtico obxectivo dos movementos sociais de base. Nese sentido, para min a descuberta do ecofeminismo foi unha refoleada de aire fresco.

2. Ao pór no foco a conexión entre sexismo e opresión da natureza, a experiencia ecofeminista permítenos ver algo que moitas vangardas revolucionarias non dan visto: que unha ría non é unha masa de auga da que obter explotación industrial nin unha montaña é unha morea de minerais que podemos extraer para nos enriquecer. Unha ría ou unha montaña son axentes da paisaxe que cultivaron distintas formas de vida ao longo dos séculos. Se os aceptamos nesta condición de incubadoras imprescindíbeis para a vida, é doado concedérmoslles o dereito a se manteren por riba dos intereses, efémeros e puramente económicos, dos seres humanos.

A diferenza doutras perspectivas, o ecofeminismo non procura atender os obxectivos limitados das mulleres burguesas. Mais tampouco se conforma con aceptar que a revolución do proletariado se satisfaga sen considerar a cuestión do xénero, por moito que a algúns compañeiros aínda lles pareza accesoria. Os dinosauros son eles. Porque pensar que o xénero é un engadido á cuestión básica da clase supón, en realidade, non cuestionar TODAS as relacións de privilexio.


Decrecimiento, ¿Una alternativa posible?


Jorge Ruiz Morales - Crónica Popular


La agudización de la ofensiva capitalista contra los sectores populares, manifestándose tanto en los recortes económicos (acumulación de capital), como en los recortes de derechos conseguidos con mucho tesón y esfuerzo, está dando paso a la elaboración de alternativas a esta situación.

No me refiero solamente a las opciones políticas, sino a teorías económicas que pretenden una salida a la crisis, poniendo en cuestión los fundamentos del pensamiento económico del sistema.

Quisiera detenerme sobre una de ellas que está teniendo cierto predicamento, aún minoritario, tanto entre sectores de la izquierda social y política, como grupos ecologistas, el 15M o, incluso, en Izquierda Unida. Estoy hablando del decrecimiento.

El decrecimiento es una corriente de pensamiento nacido en los años 70 que pretende una disminución paulatina del crecimiento económico sin fin del sistema, con el objetivo de establecer una nueva alianza entre el ser humano y la naturaleza. Por ello rechaza plenamente tanto el crecimiento que preconiza el neoliberalismo, como el productivismo. Mantiene que la producción económica es la responsable del agotamiento de los recursos naturales y, consecuentemente, de la destrucción del medio ambiente. En última instancia, se pretende un decrecimiento paulatino, volviendo a sistemas (núcleos de población) autosuficientes, que produzcan lo que sus propias necesidades exijan.

En esta propuesta hay extremos que no voy a considerar en profundidad, pues basta señalar que algunos mantienen unas tesis similares a las antiindustriales del siglo XIX, e, incluso algún teórico, habla del “buen salvaje” que cazaba tres días y tenía suficiente, lo que se traduce por “vivir mejor con menos”.

En sí mismo, el concepto de decrecimiento no es negativo, ya que en su corpus hay una puesta en cuestión del capitalismo. Nuestro planeta es un mundo finito; es decir, tiene unos recursos limitados, pero tiene capacidad para la regeneración. Pero cuando se ven abocados a un consumo desbordante, se eliminan paulatinamente ecosistemas, y consecuentemente las personas sufren desgarradamente.

Por ello en muchos aspectos, el desarrollo de la crítica anticapitalista que expone el decrecimiento, puede ser compartido. Sin embargo, falla en la resolución del problema y plantea soluciones que lo acercan al socialismo utópico.

Veamos algunos aspectos que se proponen. Los recursos son limitados por lo tanto debemos controlar los recursos que consumimos. He aquí una diferencia básica. Lo que deberíamos hacer es un uso racional y planificado de su utilización, aplicando técnicas que permitan una más eficaz producción: con menos producción (eficiencia) mas necesidades cubiertas. Los avances científicos y su desarrollo tecnológico, puestos al servicio de una economía racional y planificada, es una necesidad. Los partidarios del decrecimiento no ven con buenos ojos los avances de la técnica, ya que (argumentan) exige el consumo de recursos que no tenemos.

Se plantea un decrecimiento de los países desarrollados consumiendo menos recursos, y (estaría bueno) “permitir” un desarrollo/crecimiento de los países mas pobres hasta llegar a un nivel de equilibrio de recursos de “una sola Tierra”. ¿Pero, quien le dice a esos países que paren su desarrollo? Nosotros, claro está, y eso encierra una mentalidad colonialista que algunos pensábamos superada en sectores de la izquierda social.

Los tópicos de “desarrollo sostenible” (“satisfacer las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer las posibilidades de las del futuro para atender sus propias necesidades”. (Informe Brundtland), “capitalismo verde”, “economía verde” o “decrecimiento sostenible”, aún realizando críticas (que se pueden secundar) a la economía capitalista en cuanto su carácter “salvaje”, no atacan la raíz del problema: la existencia del capitalismo como medio de explotación de recursos y personas para un aumento constante del beneficio, de una clase social sobre otra. El crecimiento, la producción de bienes y su distribución y venta, solo pretenden aumentar su poder económico, el cual ejercen a través del aparato del Estado.

Es ilusorio pretender que aceptarán de buen grado el decrecimiento, o una economía al servicio de las personas. En el marco de una economía capitalista no es posible el desarrollo de las personas y su relación con el entorno. El carácter depredador del capitalismo es consustancial a su proceder. Los países pobres lo son no por donde están situados en el planeta o por sus condiciones medioambientales, sino por la explotación que el capitalismo ha hecho de sus recursos para beneficio propio.

Manuel Castell, en un artículo publicado en La Vanguardia el 27-10-12, manifiesta “[...] que la economía tradicional parece agotada en su recorrido histórico, mientras que los nuevos experimentos de organización económica y social se arraigan en una cultura diferente que depende de nosotros y no del autómata financiero que impone sus imprevisibles turbulencias de información (que no se ajustan tampoco al mercado) sobre la vivencia humana”.

Me parece una afirmación precipitada sostener que el capitalismo (“economía tradicional”) está agotado, o que su alternativa esté en “experimentos de organización económica”. Defender nichos autónomos como forma de alternativa a la economía de mercado, es querer situarse en sociedades precapitalistas.

Se puede detener el crecimiento en los países ricos a favor de los países pobres siempre que se asegure una redistribución de la riqueza. No se puede argumentar a favor del decrecimiento sin proponer un plan para que lo países pobres encuentren el camino de su bienestar social. Para ellos y nosotros ese camino solo puede pasar por la transformación del sistema capitalista, generador del desorden económico y la explotación mundial.

En el capitalismo el desarrollo y crecimiento es consustancial al sistema. Ignorar las leyes del sistema económico imperante, es confundir que el desarrollo y crecimiento no es una consecuencia, sino el objetivo del capitalismo para generar plusvalías.

Jeremy Rifkin, que fue asesor de presidente Rodríguez Zapatero, abogaba por “un nuevo modelo económico, denominado capitalismo descentralizado, más sostenible y marcado por la convergencia de las tecnologías de las comunicaciones y las energías renovables¨.

Carlos Taibo, un gran defensor del decrecimiento, lo ha definido como “reducir la producción y el consumo porque vivimos por encima de nuestras posibilidades, porque es urgente cortar emisiones que dañan peligrosamente el medio y porque empiezan a faltar materias primas vitales”.

Para salvar el planeta y asegurar un futuro aceptable para nuestro hijos, afirman los partidarios del decrecimiento, no solo tenemos que moderar la tendencia actual, sino que hay que salir del desarrollo y del economismo. En este sentido, Global Footprint Network, un grupo internacional de expertos sobre sostenibilidad, estima que “los seres humanos usan el equivalente a un planeta y medio para obtener los recursos que consumen. También generan desechos que la Tierra absorbe”. Y es aquí donde radica la trampa del argumento. No somos los seres humanos, así dicho, en abstracto. Es el sistema capitalista el que usa los recursos del planeta en su propio beneficio, condenando a muchos millones de seres humanos a la pobreza, la esclavitud y la explotación. Y los ciudadanos de los países ricos viven de las migajas de esa condena.

En fin, el debate sobre este asunto ocupará en los próximos meses una parte destacada de la atención de la izquierda social y política. Un enfoque realista, bajo mi punto de vista, solo puede pasar por establecer la crítica del sistema (desarrollismo y crecimiento sin fin) con el planteamiento de soluciones encaminadas a terminar con la explotación capitalista de los seres humanos, vivan en donde vivan.

Del modelo de colonización al modo de dominación actual

La transformación del modelo de colonización al modo de dominación actual

En el modelo de dominación colonial los Estados metropolitanos ejercían su dominio instalando administraciones coloniales en otros territorios, para extraer de ellos ciertos productos primarios, venderles otros elaborados y obtener ganancias mediante el comercio colonial que eran reinvertidas, en parte y sobre todo, en forma de infraestructuras (puertos, ferrocarriles…) tendente a ampliar dicho comercio. A la vez se producía normalmente un flujo de población desde las metrópolis hacia los territorios a colonizar. En este modelo, los residuos y deterioros apenas trascendían el nivel local en el que se generaban.

Actualmente hay países ricos cuya situación privilegiada se sigue apoyando básicamente en el intercambio comercial. Este es sobre todo el caso de Japón, cuyo cuantioso ahorro neto (fruto de su capacidad exportadora, unida a la tradicional frugalidad de su población) ha venido financiando buena parte de la deuda pública y exterior de Estados Unidos. Sin embargo, en otros países con sistemas financieros más capaces, este modelo ha ido evolucionando hacia otro en el que se impone la hegemonía financiera sobre la comercial.

Estados Unidos tiende a apoyarse en empresas transacionales domiciliadas en su territorio que despliegan sucursales para comprar y controlar el mundo operando con el ‘dinero financiero’ que ellas mismas emiten. Ya no hacen falta administraciones coloniales, sino Estados permeables al negocio de las entidades, que faciliten la sucursalización de otros países, como una especie de erupción que invade otros países.
El predominio del poder de las empresas transacionales sobre los Estados se plasma en la existencia de ‘paraísos fiscales’ que les permite escapara a la normativa dictada por estos últimos, a diferencia del resto mayoritario de empresas y ciudadanos ‘normales’.

Pero este modelo quedaría incompleto sino subrayáramos que necesita apoyarse en un potente ‘apalancamiento’ militar.

En este modelo de globalización se amplía considerablemente la capacidad de compra sobre el mundo de los ricos, por ende, el flujo neto de energía y materiales que reciben desde el resto del mundo, que les ayuda a cuidar la calidad de su medio ambiente local.

Este modelo ejemplificado por Estados Unidos, pero también por países como Gran Bretaña, Suiza… o España, ya no es tanto el comercio de mercancías, ni de servicios lo que equilibra las cuentas de los países ricos frente al exterior y nutre su capacidad de compra sobre el planeta, sino la atracción que ejercen sobre el ahorro del mundo. Es el ahorro del mundo que acude a invertirse en títulos emitidos por los Estados y las Corporaciones de los países ricos o en simples depósitos bancarios lo que salva sus cuentas y mantiene la cotización de sus monedas y títulos. Con el agravante de que esta función atractora del ahorro acentúa la escasez de capitales en el resto del mundo, que pasa a ser gestionada interesadamente desde los núcleos de poder mundial mediante la concesión ‘discrecional’ y ‘condicionada’ de ‘ayudas’, ‘inversiones’ o préstamos que acentúan la dependencia de los países que la reciben.

Extraído del libro de José Manuel Naredo ‘Raíces económicas del deterioro ecológico y social. Más allá de los dogmas’. 2006

Tipo de interés

David Ripoll Acerete - El calidoscopio. El último ciclo económico

Yo disfrutaba de poder tener estos debates y me enfrascaba en logomaquias.

- Tú asumes, por ejemplo, que es justo que tú, hoy, me prestes 100, en términos de valor, y que yo te tenga que devolver 110 dentro de un año. A la diferencia entre esos valores, es decir, 110-100 = 10, tú lo llamas intereses.

Pues bien, eso es un intercambio injusto de valores y habría explotación de ti sobre mi. Lo que no es justo es que tú me exijas 10 por el mero hecho de prescindir de 100 durante un año. Prescindir de un bien NO crea valor. Lo que tú estás intentando hacer es obtener un valor de 10 a cambio de nada, en términos de valor.

- Te repito que un bien actual tiene mucho mayor valor que un bien futuro... Respondía Claudia.

- Discrepo señorita…Supongamos un bien X cuyo coste medio de producción, en términos de trabajo socialmente necesario, es decir, en términos de valor, no varía a lo largo del tiempo. Ese bien X valdrá lo mismo hoy que dentro de un año, en términos de valor. Lo que ciertamente no vale lo mismo es el bien X que tu prestas, en el presente, y la promesa de devolverlo al año siguiente. Son cosas distintas.

Tú prestas el bien X, en el presente, y por lo tanto asumes que hay un cierto riesgo de impago y, acto seguido, ese riesgo de impago lo traduces, incorrectamente, como si se tratase de un valor e intentas que yo te devuelva más, en términos de valor, de lo que tú me prestaste. Date cuenta de que si yo te devuelvo el bien X dentro de un año el intercambio habrá sido justo en términos de valor. Tu acto de prescindir de ese bien X durante un año no crea ningún valor para mi y por lo tanto no puedes pedirme nada a cambio de ello. Prescindir de algo es  inacción lo cual es lo opuesto al trabajo aunque, aparentemente, pueda parecer que requiere de cierto "trabajo" o "sacrificio" por tu parte.

En resumen lo que tú quieres es que yo te pague un valor adicional, en forma de intereses, a cambio de:

1- Tu "sacrificio" de prescindir de ese bien X durante un año

2- El riesgo que corres al prestármelo

3- El valor adicional que dejas de ganar si se lo prestaras a otra persona

Y yo te respondo:

1- Tu supuesto "sacrificio" no es ningún trabajo productivo, es decir, en términos de valor vale cero. No puedes esperar que yo te pague un valor a cambio de un valor que vale cero. Eso sería un intercambio no equitativo de valores.

2- Correr un riesgo tampoco crea valor. Por lo tanto vale cero, en términos de valor. Si no quieres correr ese riesgo no me lo prestes, pero no intentes explotarme, y obtener una ganancia económica, pidiéndome más de lo que me has dado, en términos de valor. Eso sería un intercambio no equitativo de valores, es más, potencialmente te habilitaría, si has logradoantes acumular la suficiente riqueza por los medios que fueran, para poder vivir sin trabajar, viviendo del trabajo ajeno, acumulando cada vez más y más hasta que todo acabara en tus manos.

3- Sin explotación de unos hombres sobre otros el valor adicional que dejas de ganar si se lo prestaras a otra persona es cero ya que, sin explotación de unos hombres sobre otros, los capitales no obtienen ganancia económica, es decir, no obtienen algo a cambio de nada y por lo tanto no hay interés posible porque no hay de donde sacarlo.

- De acuerdo cariño, para ti la perra gorda…pero no airees esas ideas mucho por ahí que te van a tomar por un friki…me respondió mientras me acariciaba la mejilla con una mezcla de ternura y condescendencia.

• Jiddu Krishnamurti decía que no es indicio de salud el estar bien adaptado a una sociedad enferma. Me defendí.

• Ese era otro colgado…anda invítame a una cerveza.

• Me lo cobraré con intereses.

La vida transcurría en aparente tranquilidad y yo me divertía escribiendo relatos sobre la
burbuja inmobiliaria:


masculinidad y sociedad patriarcal

“La identidad masculina tradicional reposa en tres pilares: insolidaridad, misoginia y homofobia. Estas tres características son consecuencia de tres negaciones: ‘no soy un bebé’, ‘no soy una mujer’ y ‘no quiero a otros varones ni quiero que otros varones me quieran”

Valcuende del Río

La principal característica de este tipo de virilidad hegemónica es que establece en los machos una competitividad y una obsesión por el éxito que en realidad esconde una gran fragilidad, puesto que es un elemento característico de cualquier ser humano, todos somos vulnerables ante el dolor, la enfermedad, el sufrimiento, la vejez y la muerte.

La identidad masculina se construye opuestamente y se define por lo que no es; se construye contra lo otro (contra la mujer, el niño y la homosexualidad).

La superioridad de la esfera pública y masculina se basa principalmente en la idea de que ser un hombre no es fácil, y en cambio, para ser mujer no se requieren demostraciones de ningún tipo, porque es la escala más baja de la jerarquía y porque ellas son mujeres por naturaleza. Los hombres, en cambio, tienen que hacerse hombres; es lógico, pues, que para pertenecer a la esfera de los privilegiados uno tenga que demostrar que no es inferior, no por tanto mujer, ni débil, enfermizo o blando.

Las sociedades patriarcales tienen en común que sus ritos de iniciación son a menudo brutales; varían en su grado de violencia y dureza. Poseen en común la necesidad de separar  a los niños de sus madres para que estos se hagan adultos. En la transferencia a un mundo desconocido, el mundo masculino, el niño ha de someterse a pruebas crueles, a menudo dramáticas y siempre en público: escarificación, circuncisión, heridas, flagelación… Así el joven puede demostrar a los que le rodean su valentía, su impasibilidad ante el dolor, y casi siempre, su desprecio por la muerte.

La cultura patriarcal colonizó otras culturas igualitarias a base de violencia y destrucción, del sometimiento del fuerte al débil. De hecho, si en nuestra cultura los valores principales son la fuerza bruta, el dominio y la violencia, es ‘normal’ que los hombres sean los privilegiados y venerados, y las mujeres, por su capacidad de dar vida, sean consideradas inferiores.

Esto, sin duda, es un proceso que va desde la envidia por su capacidad reproductora, al miedo y odio. La revolución patriarcal contra el poder femenino consistió en empequeñecer simbólicamente a su enemigo, para después redactar leyes religiosas y políticas y organizar el sistema socioeconómico en base a este proceso de devaluación de lo femenino.

Extraído del libro ‘Más allá de las etiquetas’ de Coral Herrera.

Artículo relacionado: Masculinidad

Tierra y trabajo

La transformación económica

Esta estructura representó una violenta ruptura con las condiciones precedentes. Lo que antes no fue más que una ligera expansión de mercados aislados, se transformó ahora en un sistema de mercado autorregulado.

El paso crucial fue que la tierra y el trabajo se convirtieron en mercancías, es decir, se trataron como si hubieran sido creados para la venta. Por supuesto, no eran realmente mercancías, ya que no habían sido producidas (como la tierra), y de ser así, no podían estar en venta (como el trabajo).

Sin embargo, jamás se concibió una ficción más efectiva en una sociedad, porque la tierra y el trabajo se compraban y vendían libremente, y se les aplicaba el mecanismo de mercado. Había oferta y demanda de trabajo; oferta y demanda de tierra. Por lo tanto, había precios de mercado para utilizar la mano de obra, los salarios, y un precio de mercado para el uso de la tierra, la renta. El trabajo y la tierra eran ofrecidos en sus propios mercados, similares a los de las mismas mercancías que se producían con su intervención.

El verdadero alcance de este paso sólo se puede estimar si recordamos que el trabajo es otra forma de llamar al hombre, así como la tierra es sinónimo de naturaleza. La ficción mercantil puso el destino del hombre y de la naturaleza en manos de un autómata que controlaba sus circuitos y gobernaba según sus propias leyes. Este instrumento de bienestar material estaba controlado exclusivamente por los incentivos del hambre y las  ganancias, o la esperanza de obtener beneficios. Con tal de que los desposeídos  pudieran satisfacer su necesidad de  alimento vendiendo primero su trabajo en el mercado, y con tal de que los propietarios pudieran comprar al precio más barato y vender al más caro, el molino ciego producía cada vez más mercancías para beneficio de la raza humana. El temor al hambre del obrero y el deseo de ganancia del patrón mantenían el mecanismo continuamente en funcionamiento.

Esta práctica utilitaria tan poderosa, lamentablemente, deformó la comprensión del hombre occidental de sí mismo y la sociedad.

El sustento del hombre. Karl Polanyi.

Poder y fuerza


El poder no puede ser entendido como una posesión. En realidad, nadie tiene el poder porque no es una cosa, sino una relación. La fuerza se pone de manifiesto en el enfrentamiento con otra fuerza y de esa oposición nace la separación entre fuertes y débiles. El que queda vencedor se considera el más fuerte porque piensa que tiene la fuerza, el vencido se siente inferior y cree que no tiene fuerza. Ambos ignoran que el poder, siendo una relación, no está nunca de un modo definitivo en uno de los lados: el fuerte quiere creer en lo que su imaginación le presenta, y por eso no sabe que necesita al otro, a ese otro que es el límite de su fuerza: el débil si sabe de sus límites, pero muestra su sometimiento en la imposibilidad de pensarse de otra manera.

(…)

Pero el poder también hace de quien lo ejerce una cosa. El que cree que posee el poder. –y ha logrado tener prueba de ello convirtiendo a su alrededor a algunos humanos en cosas- se mueve sin que exista, entre el impulso y el acto, la mediación del pensamiento. No se mueve como si fuera en un barco, calculando sus movimientos, estudiando sus posibilidades, observando el mejor modo de alzar la vela para tomar viento y avanzar. Es un barco que se mueve en el vacío, carece del sentido de la medida de las cosas, es como una fuerza de la naturaleza, como un terremoto que elimina todos los obstáculos que se le oponen. Nunca se detendrá a tiempo aunque, como fuerza de la naturaleza que es, acabará deteniéndose, pero siempre demasiado tarde, cuando ya nada tenga remedio.

La historia nos enseña que las relaciones humanas son relaciones de fuerza, equilibrios de fuerzas desiguales e inestables y que, por lo tanto, la lucha entre los que obedecen y los que mandan es y será eterna. Pero quienes aman la libertad como Simone Weil intentarán que esas luchas permanezcan más acá de la violencia, que el sometimiento no alcance el límite de la muerte, la destrucción y la guerra.

 El poder tiende una trampa a quienes lo ejercen como si fuera una posesión: cuando la fuerza opuesta está ausente, creen que la suya puede crecer sin límites. Así se va a las guerras, creyendo que se posee la fuerza y que ésta es una cantidad ilimitada. Se va como a un juego que casi está ganando de antemano. Si además tenemos en cuenta que la guerra permite escapar a la cotidianeidad del trabajo –que en sí mismo marca lo límites de cada ser humano-, se puede entender que la guerra es como un sueño de la imaginación, hasta que se convierte en una pesadilla de la que ya no se sabe salir.

En esa pesadilla, los combatientes se petrifican por la violencia, tanto los que en un momento determinado son vencedores, como los que son vencidos. Como dice Simone Weill en la bellísimas páginas que las que analiza la guerra de Troya, el único héroe de todas las guerras que se han sucedido a los largo de la historia humana es la fuerza. Si no fuera así, se podría poner fin a las guerras sin esperar la destrucción de uno de los bandos o de los dos. Pero es evidente que la guerra no la hacen quienes calculan, combinan y miden, esto es, quienes piensan, sino seres humanos hechos de materia, dirigidos por el impulso de la fuerza, reducidos a ser marionetas.

“Todo lo que está sometido al contacto de la fuerza está envilecido, cualquiera que sea ese contacto. Golpear o ser golpeado es una y la misma mancha. El frío del acero es igualmente mortal en la empuñadura y en la punta. Todo lo que está expuesto al contacto de la fuerza es susceptible de degradación.”

Simone Weill

Extraído del libro de Maite Larrauri 'La guerra según Simone Weil'