Cuando
se lee alguno de los muchos textos que han sido publicados en defensa
de las energías alternativas o de un nuevo modelo energético, el
poso final que queda es, en muchos de los casos, que con un poco de
ahorro y una política pública decidida de apoyo a las energías
limpias (vía subvenciones, por ejemplo) la cuestión del agotamiento
de los recursos se solucionaría sin excesiva dificultad. La tesis de
esta entrada es que existen razones suficientes para pensar que tal
planteamiento es, como poco, voluntarista. Que la sustitución de las
fuentes tradicionales por otras renovables se producirá
inevitablemente en un plazo más corto que largo, por simple
necesidad capitalista, y que, fundamentalmente, no es suficiente con
el ahorro sino que es preciso promover una reducción drástica del
consumo energético, un decrecimiento.
Tasa
de consumo de energía primaria por ciudadano, estimado por países
y ordenado de mayor a menor.
Fuente: elaboración propia a partir de
datos correspondientes al año 2010, último con datos completos,
tomados de US Energy Information Administration
El
razonamiento se apoya en el gráfico adjunto en el que se refleja la
tasa de consumo de energía primaria por ciudadano, estimado por
países y ordenado de mayor a menor. En el eje horizontal se refleja
la población, agrupada por países y ordenada de mayor a menor
consumo energético per cápita. En el eje vertical se refleja el
consumo energético per cápita que corresponde a cada población. La
unidad de energía es la “tonelada equivalente de petróleo”
(TEP), pero esto no es importante aquí, ya que todo el razonamiento
se apoya en valores relativos. De ese gráfico se pueden extraer
muchas enseñanzas útiles, algunas absolutamente evidentes.
Así, es
clara la gran desigualdad existente en el consumo energético a nivel
mundial. El 10% de la población que más consume (corte en el
ciudadano medio de Austria o Nueva Zelanda) usa 100 veces (cien
veces, no es una errata) más energía que el 10% que menos consume
(corte en el ciudadano medio de Nigeria, Kenia o Birmania). O,
también, como nuestra posición todavía es, de privilegio a nivel
mundial. El ciudadano español medio (línea verde) está entre el
16% de la población mundial que más consume (la sexta parte de la
población). Consumimos un 80% más energía per cápita que la media
mundial (línea roja), y este no es un país frío. Pero al lado de
las evidencias anteriores existen otras algo más escondidas que
surgen de algunos juegos numéricos. Si, en nuestra inocencia,
pensamos que no hay razón (ni posibilidad a largo plazo) para las
desigualdades antes señaladas, de que los pobres, el sur, se
conformen y pretendan, por el contrario, acceder (qué menos) a un
nivel de consumo igual al medio mundial actual, esto haría que toda
la población por debajo de 1,87 tep/p adquiriese ese valor (como
referencia, actualmente corresponde al consumo medio chino).
En esas
condiciones el consumo mundial per cápita se incrementaría en un
40% respecto al consumo actual sería el área por debajo de la
horizontal correspondiente a la “media”, roja, y por encima de la
curva de la distribución). Si, en su ilusión, quisiesen ir más
allá y llegar al consumo del español medio (que no se siente como
despilfarrador en absoluto), el consumo actual se multiplicaría por
2 (área por debajo de la horizontal “España” y por encima de la
distribución) y, si en el colmo de la desfachatez, pretendiese
igualarse a los USA, el consumo actual se vería multiplicado ya por
4,3 (área entre la horizontal USA y la distribución). Y es aquí
donde surge una de las preguntas clave: ¿alguien, en su sano juicio,
es capaz de defender que este nuestro mundo es capaz de soportar un
crecimiento repentino en el consumo energético del 330%, o incluso
del 100%, o siquiera del 40% al menos? Insistimos aquí en lo de
repentino.
Hemos venido hablando hasta ahora del consumo “per
cápita”, esto es, en las comparaciones directas hemos dado por
supuesto, implícitamente, que la población mundial se mantiene. Si
la población mundial sigue creciendo, como todos los demógrafos
esperan, el incremento que antes veíamos se desarrollaría sobre el
propio ritmo de crecimiento vegetativo. Aquí sólo hemos planteado
reducir las desigualdades. Visto lo anterior, ¿no parece razonable
pensar que cuando hablamos del ahorro y la sustitución de fuentes de
energía como parte de la solución a la crisis, realmente no estamos
defendiendo políticas humanas sino más bien el statu quo actual,
políticas conservadoras mejor que progresistas, un mundo desigual?
Pensémoslo, que mientras para algunos el problema es sólo
medioambiental, otros tienen preocupaciones más inmediatas, que las
energías limpias, por sí solas, no resuelven. Y, desde otro punto
de vista, ¿puede alguien pensar en el crecimiento que nos venden
como requisito indispensable para la “creación del empleo” puede
tener lugar sin que se mantenga (o crezca) la desigualdad? Es
evidente que los de abajo no pueden esperar que el crecimiento les
haga mejorar sino que, por el contrario, el crecimiento necesita de
la desigualdad. Crecimiento y desigualdad, hoy y en el futuro, van de
la mano y no pueden verse el uno sin la otra. Cierto que el gráfico
anterior y su evolución a lo largo de los años permiten más
juegos, pero estos los veremos en otras entradas posteriores
Fuente:
Datos correspondientes al año 2010, último con datos completos,
tomados de US Energy Information Administration
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