En aquel 2002, mientras en Argentina la vida se nos desmoronaba, en Francia había un economista, Serge Latouche, en busca de una palabra. Rastreaba, provocador, un término que se pudiera oponer a la sociedad de consumo desquiciado, al desarrollo sostenible ilimitado. Decrecimiento fue la que mejor le calzó. “Antes de 2002 existía una objeción al crecimiento pero no existía el decrecimiento. El decrecimiento, al principio, no era un concepto. Tampoco se corresponde simétricamente con el crecimiento. No es la recesión ni el crecimiento negativo –aclara Latouche, el mayor teórico sobre este movimiento-. Es una palabra que se convirtió en bandera para todos aquellos que aspiran a la construcción de una verdadera alternativa a una sociedad de consumo ecológica y socialmente insostenible.
Usted
comenzó a usar el término “decrecimiento” en 2002, hace más de
una década. En estos años, ¿mantiene la idea?
Debemos
decir que “decrecimiento” es un eslogan que hemos utilizado para
contrastar otro eslogan, el eslogan engañoso del “desarrollo
sostenible” que presentaba unanimidad. Un término que despierta
unanimidad es sospechoso porque no se pueden poner de acuerdo el
capital y el trabajo. Era necesario generar otra vía porque al mismo
tiempo que había unanimidad frente al concepto de desarrollo
sostenible, se decía que no había alternativa posible. Había que
generarla y desde 2002 la idea fue profundizar el proyecto del
decrecimiento, darle un contenido, no sólo en el sentido de huir de
la sociedad de consumo sino también que tuviera el propósito de
construir una sociedad alternativa. Parecía que la única salida
tanto para las ideologías de derecha como para las de izquierda era
el crecimiento, sobre todo el crecimiento del mercado. El nudo del
sentido del decrecimiento es encontrar de nuevo el sentido de la
medida, del límite.
En
Argentina, durante la última gran crisis, más de ocho millones de
personas llegaron a practicar el intercambio a través del trueque.
Pero cuando la situación mejoró, el que pudo volvió a la lógica
del mercado. ¿Cómo se logra hacer entender que el decrecimiento
puede ser un modo de vida y no un paliativo transitorio?
No
hay una receta. Me conmovió mucho lo que sucedió en la Argentina
porque es un caso muy interesante para la teoría del decrecimiento.
Era la demostración de un país que se apropiaba de la lógica de la
moneda a través del intercambio. Ahora tenemos otro laboratorio que
es Grecia, donde hay un encuentro entre los griegos que practican el
decrecimiento por la fuerza y los griegos más intelectuales que han
hecho esta elección teórica. Argentina era un modelo interesante
porque allí la crisis ha golpeado a todo el pueblo, inclusive a las
clases medias donde el imaginario del sistema de la sociedad de
consumo permaneció y permanece.
¿Eso
jugó en contra?
Cuando
les fue posible, regresaron al sistema anterior. Es una lástima que
hayan tomado ese camino. Pero llegaremos a un punto en el que no será
más posible volver al consumo. Es interesante porque junto a la
Argentina está el Uruguay de Pepe Mujica, cuyos discursos están en
sintonía con el decrecimiento. Hay, además, experiencias en Bolivia
y en Ecuador donde me han dicho: “Lo que usted llama decrecimiento
nosotros lo llamamos ‘el buen vivir’”. Es interesante que en
América latina haya un movimiento bastante fuerte en esta dirección.
Hay que descolonizar el imaginario. Es preciso un cambio radical del
imaginario que ya comenzó como lo demuestran las experiencias de
algunos países de América latina con la recuperación de las
tradiciones amerindias.
¿Es
ese el mejor ejemplo del decrecimiento como proyecto de sociedad?
No
existe una experiencia que se pueda definir como el verdadero ejemplo
de decrecimiento. Cuando encontramos a la gente de la Confederación
de Comunidades Indígenas de Ecuador comprendimos que su concepción
del buen vivir es exactamente el proyecto del decrecimiento, aunque
el contexto sea diferente y se involucren los gobiernos locales. El
proyecto de las “Transition Town” también consuma el
decrecimiento porque desarrolla resiliencia, reduce la impronta
ecológica y vuelve sobre la autonomía alimentaria y energética.
En
Bolonia, por ejemplo, nació la Social Street, un movimiento social
que conecta a los vecinos con el objetivo de socializar. ¿Eso puede
ser decrecimiento?
El
proyecto del decrecimiento es un proyecto de sociedad, global,
democrático, que puede dar sentido a muchas pequeñas iniciativas
porque muy a menudo la gente se embarca en pequeños proyectos que no
tienen final feliz, como algunas cooperativas, porque no tienen un
marco de referencia. Yo digo siempre que el decrecimiento es un
horizonte de sentido donde las iniciativas pueden tener su lugar.
Como redes de intercambio, de comercio solidario o como el movimiento
Slow Food que puede encontrar en el decrecimiento un horizonte de
sentido.
¿Cuál
es la principal amenaza para el decrecimiento hoy?
Que
se descubra una cantidad gigantesca de petróleo y que entonces la
gente se olvide una vez más de que hay límites y se dedique a
consumir hasta el infinito. Pero pienso que no sucederá. Si
permanecemos en el camino recorrido hasta ahora no llegaremos más
allá de 2030 como prevé el quinto reporte del IPCC (Panel
Intergubernamental sobre el Cambio Climático).
Usted
dice que decrecimiento no significa crecimiento en sentido negativo.
En un ensayo propone hablar de “acrecimiento” y uno de sus
últimos libros lo define como “objetor del crecimiento”. ¿Es un
modo de reinventarse?
El
tema es dar un contenido positivo. Ya el hecho de salir de una
sociedad que nos lleva a la catástrofe es positivo. También cuando
el río crece y provoca inundaciones, todo el mundo celebra el
decrecimiento del río. Pero se debe dar un contenido más concreto.
Siempre digo que el hecho de que haya nacido como una respuesta
alternativa a la sociedad del crecimiento no es una alternativa en sí
sino una matriz de alternativa porque no se realizará en el mismo
modo en Argentina, en Argelia o en Alemania. Más rigurosamente se
debería hablar de un a-crecimiento como se habla de un ateísmo. Se
trata del abandono de una fe o una religión, la del progreso y el
desarrollo. Se trata de convertirse en ateo del crecimiento y de la
economía. Una vez que logremos remover la capa de plomo del mercado,
del capitalismo, encontraremos la diversidad cultural de la
sensibilidad. No se hará del mismo modo pero el resultado debe ser
una sociedad sostenible y que genere la mayor felicidad, bienestar y
buen vivir posibles. La idea de prosperidad sin crecimiento, o de
“abundancia frugal”, término que se usó en Francia en los años
70 para traducir la austeridad revolucionaria de Enrico Berlinguer
(político que fue secretario del Partido Comunista Italiano)
colaboran.
En
su libro Final de carrera dice que vivimos en “una sociedad del
crecimiento sin crecimiento”.
La
sociedad de crecimiento está basada sobre la multiplicación de lo
ilimitado y lo ilimitado del producto significa la destrucción de
los recursos naturales renovables y no renovables. La falta de
límites del consumo significa crear necesidades cada vez más
artificiales. Se debe salir de este camino para reencontrarse con el
sentido de la medida y contraponerlo a esta desmesura de la riqueza.
Creo que lo más importante hoy es realizar el programa conceptual de
las ocho R: revaluar, redefinir, reestructurar, redistribuir,
relocalizar, reducir, reutilizar y reciclar.
El
límite parece ser el elemento central de su propuesta teórica y
política. Pero a nadie le gusta que le pongan límites.
Es
preciso huir de la sociedad de consumo, del capitalismo y de un
paradigma todavía más viejo que el capitalismo: el de lo ilimitado.
Todas las sociedades han intentado limitar la desmesura, controlarla,
sin lograrlo pero lo han intentado mientras que la occidental es la
única sociedad que alienta la desmesura. Esto requiere un cambio
radical del imaginario. No es posible educar a un niño sin enseñarle
el sentido del límite. La nuestra es la única sociedad donde nos
han hecho creer que se puede hacer todo. Hoy, la respuesta de que no
se puede hacer todo nos la da la naturaleza en forma de eventos
extremos como tsunamis y catástrofes de todo tipo porque no hemos
sido capaces de crear una civilidad que incorpore el sentido de
límite.
Se
habla de decrecimiento y de decrecimiento feliz. ¿El decrecimiento
es siempre feliz?
No,
porque la felicidad es una cosa muy complicada. Digamos que buscamos
que el proyecto del decrecimiento sea una elección societaria, de
vida personal, que no es una forma de austeridad, que debe llevar a
la alegría de vivir, al bienestar, a la serenidad. Yo prefiero la
palabra decrecimiento sereno. No se debe practicar el decrecimiento
masoquista sino que se debe practicar en la alegría. La felicidad es
un don que sucederá o no. La denominación decrecimiento feliz la
usa por mi amigo Maurizio Pallante que ha iniciado en Italia este
movimiento organizado como un partido. No tengo nada en contra pero
prefiero no utilizar este término.
Desde
que inició este movimiento, ¿es un hombre más feliz?
No
inicié el decrecimiento para ser feliz. Ya antes criticaba el
desarrollo y el crecimiento, sólo que luego de la caída del Muro de
Berlín, no había más tercer mundo ni segundo. Teníamos un solo
mundo con un pensamiento único y según este pensamiento no había
una alternativa. Nosotros pensábamos que sí había una alternativa
para Africa, por ejemplo, y que se podía sobrevivir al desarrollo.
Interesante este término que es el título de un libro mío y al
mismo tiempo un título de mi amiga Vandana Shiva (activista
antiglobalización). Hemos escrito “La otra Africa” para
demostrar que había una posibilidad de autoorganizarse fuera de las
leyes de la economía. En Occidente se podría hacer una sociedad de
la abundancia frugal. Frugal como sentido de límite, de
autolimitación y, al mismo tiempo, crear una cierta abundancia para
satisfacer las necesidades razonables. Seguro que nos aportará más
alegría y bienestar.
Mmm, ¿el admin del blog es argentino?
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