Oriol Neira y Stefano Puddu - Mientras tanto
Entrevista con Jean-Louis Prat
Algunas
voces advierten de que es posible una lectura de derechas del
decrecimiento, ¿Cuáles son, en tu opinión, los elementos
fundamentales que desmentirían esta acusación?
De
entrada, debo decir que yo no soy ningún teórico del decrecimiento
y que prefiero hablar de objección de crecimiento y especificar que
la objeción es relativa al crecimiento ilimitado, ya que la noción
de crecimiento, en sí misma, no tiene carácter perverso alguno.
Nada es más natural que el crecimiento de organismos vivos… Muy
distinto es, en cambio, cuando el ‘crecimiento económico’ es
definido por el aumento regular del PIB, que es la mera traducción
de los postulados de la expansión capitalista, para la cual invertir
no tiene sentido más allá del hecho de que los capitales invertidos
producen, rápidamente, una plusvalua apreciable… Incluso sin haber
agotado los recursos naturales, y sin poner en peligro las
generaciones futuras, el crecimiento ilimitado debería ser de todos
modos objeto de una crítica social y también socialista –si
consideramos el nombre en su sentido originario. Ésta fue la
formulación de Castoriadis en los años sesenta, al rechazar la
ideología burocrática para la cual «el socialismo coincide con la
nacionalización de los medios de producción y la planificación» y
tiene como objetivo «el aumento de la producción y consumo»:
«estas ideas han de ser denunciadas sin compasión ya que muestran
constantemente su identidad con una orientación profunda del
capitalismo». Así, Castoriadis concluía que «el programa
socialista ha de ser presentado por aquello que es: un programa de
humanización del trabajo y de la sociedad. Se ha de proclamar que el
socialismo no es una terraza de ocio en la prisión industrial, ni un
transistor para los presos, pero sí la destrucción de la prisión
industrial» [Socialisme ou Barbarie,
nº 33, pág. 82 y Socialisme ou
Barbarie, nº35 págs.29-30].
Como
es lógico, la objeción de decrecimiento no es compatible, por lo
tanto, con la ideología productivista de una derecha liberal
vinculada a los intereses de la expansión capitalista. Pero puede
ser objeto de una OPA hostil por parte de una derecha antiliberal,
ligada a unos valores precapitalistas, aquellos que inspiran los
adeptos de un «socialismo nacional» o de una «revolución
conservadora» –oxímorones tan buenos como «desarrollo
sostenible» o «guerra limpia» o «ingerencia humanitaria». En
este sentido, hay motivos para inquietarse.
Por
lo demás, esta inquietud no es inédita: a ella se aludía ya en un
debate realizado en 1980 en el que participaron Cohn-Bendit y
Castoriadis. En él, uno de los participantes planteó la siguiente
cuestión: ¿Hay alguna garantía de que la crítica a las
necesidades creadas por la sociedad contemporánea, tal y como la
orienta la ecología, no sea un mero retorno a una crítica inspirada
por el Antiguo Régimen? ¿Qué puede servirnos de indicio para
mostrarnos que esta crítica de las necesidades va en el sentido de
la autonomía y no en el sentido de la nostalgia de un orden pasado?
La respuesta de Castoriadis fue la siguiente: «… tu pregunta se
halla efectivamente en el enlace con el problema poítico global de
la sociedad. La crítica al estilo del Antiguo Régimen, como bien
has dicho, no es algo nuevo. Sabido es que Marx empieza un capítulo
del Manifiesto Comunista pasando revista a los representantes de lo
que denomina «socialismo reaccionario», que criticaban el
capitalismo alabando la sociedad más ‘humana’ del Antiguo
Régimen. Por otro lado, en las mismas filas de los reaccionarios
puros, que nada tenían de socialistas, como Bonald o de Maistre, se
hallan pasajes sobre los cuales se podría jugar a preguntar ‘¿de
quién es?’, ‘¿lo suscribes?’ y, en efecto, se podrían firmar
algunos. Pues describen un mundo tradicional –real o imaginario,
poco importa– en el que las comunidades aldeanas eran verdaderas
comunidades, los seres humanos tenían sentimientos humanos, un
sentido de sus obligaciones sociales, el sentido de la honestidad,
etc. y los señores, lejos de ser simples explotadores, conformaban
un polo dentro de un tejido de obligaciones y prestaciones
recíprocas. No todo es falso en esas descripciones, aunque
evidentemente las dimensiones de la explotación y de la opresión
están voluntaria o involuntariamente escondidas. Desde esta
perspectiva, ambas situaciones –la de entonces y la de ahora– son
análogas. […] ¿Dónde está la diferencia con lo que nostros
decimos? Esencialmente radica en que esa gente piensa y dice que lo
que se puede hacer por la ecología no puede sino hacerse en una
sociedad jerárquica, donde una grupo de personas detenta el poder y
actúa por los demás: el buen señor de antaño o el buen dictador
actual, que puede ser también el buen patriota francés o el buen
nazi… lo que querais. Para nosotros, en cambio, todo cuanto decimos
sobre la ecología sólo alcanza su sentido en el contexto de un
movimiento más amplio y profundo, que pretende llevar a cabo una
transformación radical de la sociedad y para el que la cuestión del
poder no puede ponerse entre paréntesis» [De
l’écologie à l’autonomie,
París, Seuil, 1981].
Señalaré
simplemente que sería más fácil jugar a «¿de quién es?, ¿lo
suscribirías?», utilizando textos de Alain de Benoist u otras
plumas de la «Nueva derecha», con los cuales podríamos tener la
sorpresa de comprobar que, frecuentemente, hablan como nosotros.
Sorpresa que algunos encuentran desagradable, como si amenazara el
sentido que dan ellos mismos a su compromiso.
Si
nosotros hemos de marcar nuestra diferencia tiene que ser luchando
contra las desigualdades que se presentan hoy de forma escandalosa y
evitando hacer del decrecimiento «un programa de austeridad impuesta
a los más pobres, mientras los más ricos siempre ejercen un derecho
a contaminar».
Uno
de los conceptos emergentes en la reflexión sobre decrecimiento es
la noción de bioregión como un marco para la relocalización de
nuestras actividades. ¿Ves posible articular este concepto en el
marco europeo y/o mediterráneo? ¿Cómo?
Ignoro
si es necesario hablar de bioregiones, ni cuáles serían los
criterios que podrían permitir delimitarlas. Ciertamente, hace falta
relocalizar la mayor parte de las actividades sociales y, ante todo,
los intercambios económicos. Pero el prefijo ‘bio’ esconde un
motivo de inquietud, en la medida que parece hacer intervenir un
factor que escapa a la libertad humana, hecho que también nos trae
malos recuerdos. Señalemos, de paso, que esto nos retorna a la
primera cuestión, pues se trata de un tema que la Nueva Derecha
acoge tranquilamente al abordar la problemática del arraigo y
emprender su crítica al mestizaje cultural.
¿Crees
que el decrecimiento puede ser un elemento vertebrador, más allá de
las fronteras, que estreche los vínculos entre movimientos sociales
que comparten rasgos culturales, como ahora es el caso catalán?
La
objeción de decrecimiento ha de figurar en las orientaciones de todo
movimiento social alternativo, pero no estoy seguro de que pueda ser
el aglutinante, sea cual sea el país donde este movimiento pueda
fraguarse.
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