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El mito del progreso humano

Chris Hedges

Traducido por Silvia Arana para Rebelión
 

En la obra Réquiem por una especie: ¿Por qué nos resistimos a la verdad sobre el cambio climático? Clive Hamilton describe el lúgubre consuelo derivado de aceptar que "el catastrófico cambio climático es algo virtualmente seguro". Dice que para eliminar cualquier "esperanza falsa" hace falta un conocimiento intelectual y un conocimiento emocional. El primero es algo posible de lograr. El segundo es mucho más difícil de adquirir porque los seres querido, incluyendo nuestros hijos, están condenados a la inseguridad, la miseria y el sufrimiento en el transcurso de pocas décadas -si no en pocos años. Asumir emocionalmente el desastre que nos aguarda, lograr comprender a un nivel visceral que la élite en el poder no responderá racionalmente ante la devastación del ecosistema, es tan difícil como la aceptación de nuestra propia muerte. La lucha existencial más abrumadora de nuestro tiempo es asimilar -intelectual y emocionalmente- esta horrible verdad y continuar resistiendo contra las fuerzas destructivas. 

La especie humana, encabezada por europeos y euro-americanos blancos, ha lanzado, desde hace 500 años, una estampida violenta de conquista, saqueo, depredación, explotación y contaminación de la Tierra -matando al mismo tiempo a las comunidades indígenas que hallan en su camino. Pero el juego ha llegado a su fin. Las fuerzas técnicas y científicas que permitieron crear una vida de lujos sin paralelo son las mismas fuerzas que nos condenan. La manía de la expansión económica y explotación sin límites se ha convertido en una maldición, en una sentencia de muerte. Pero incluso mientras se desintegra nuestro sistema económico y del medio ambiente, después del año más caliente en los 48 estados contiguos de EE.UU. desde que se lleva el registro iniciado hace 107 años, carecemos de la creatividad emocional e intelectual para apagar el motor del capitalismo global. Nos hemos atado a una máquina de la muerte, como lo explica el borrador del reporte del Comité Asesor de Evaluación y Desarrollo Climatológico Nacional. 

Las civilizaciones complejas tienen el mal hábito de la auto-destrucción. Antropólogos, entre los que se incluye Joseph Tainter en El colapso de sociedades complejas, Charles L. Redman en El impacto humano en los medio ambientes de la antigüedad y Ronald Wright en Breve historia del progreso han expuesto los patrones comunes que conducen a la desintegración de los sistemas. La diferencia es que, en esta época, nuestra destrucción arrastrará a todo el planeta. Con este colapso final no habrá nuevas tierras para explotar, ni nuevas civilizaciones para conquistar, ni nuevos pueblos para sojuzgar. La conclusión de la larga lucha entre la especie humana y la Tierra será que los seres humanos sobrevivientes aprenderán una dolorosa lección sobre la ambición desenfrenada y el egocentrismo. 

"Hay un patrón que se repite en las diferentes civilizaciones del pasado de desgaste de los recursos naturales, sobreexplotación del medio ambiente, expansión desmedida y sobrepoblación", sostiene Wright en una conversación telefónica desde su hogar en British Columbia, Canadá. Agrega: "Según el patrón, las sociedades tienden al colapso poco después de alcanzar el periodo de mayor magnificencia y prosperidad. Ese patrón se repite en numerosas sociedades, los antiguos romanos, mayas y sumerios del actual sur de Irak. Hay muchos otros ejemplos, incluyendo sociedades a menor escala como la Isla de Pascua. Las mismas causas de la prosperidad de las sociedades en el corto plazo, especialmente nuevas formas de explotar el medio ambiente como la invención de la irrigación, conducen al desastre en el largo plazo debido a complicaciones que no se pudieron prever. A esto lo llamo "la trampa del progreso" en el libro Breve historia del progreso. Hemos puesto en movimiento una maquinaria industrial de tal nivel de complejidad y dependencia en la expansión que no sabemos cómo arreglarnos con menos ni como lograr estabilidad en relación a nuestra demanda de recursos naturales. Hemos fracasado en el control de la población humana. Se ha triplicado en el curso de mi vida. Y el problema se agudiza por la brecha creciente entre ricos y pobres, la concentración de la riqueza, que asegura que nunca habrá suficiente para repartir. La cantidad de gente en extrema pobreza en la actualidad -cerca de dos mil millones- es mayor de lo que era la población total del mundo a principios del siglo XX. Eso no es progreso." 

"Si continuamos negándonos a enfrentar la situación de una manera racional y ordenada marcharemos, tarde o temprano, hacia una suerte de gran catástrofe.", sostiene Wright. "Si tenemos suerte, será lo suficientemente grande como para despertarnos a nivel mundial pero no tanto como para eliminarnos. Ese sería el mejor de los casos. Debemos trascender nuestra historia evolucionista. Somos cazadores de la Era Glacial afeitados y vestidos de traje. No somos buenos pensadores a largo plazo. Preferimos atiborrarnos con carne de mamut sacrificando a todo el rebaño en el precipicio antes que ingeniarnos para conservar el rebaño y tener alimento diario para nosotros y nuestros hijos. Esa es una transición que nuestra civilización debe hacer. Y no la estamos haciendo." 

Wright, que en su novela distópica Un romance científico, pinta un mundo futuro devastado por la estupidez humana, menciona "los intereses políticos y económicos afianzados" y la incapacidad imaginativa de la inteligencia humana como dos de los mayores impedimentos para un cambio radical. Y dice que estamos en falta todos los que usamos combustibles fósiles y todos los que participamos de la economía formal. 

Las sociedades capitalistas modernas, sostiene Wright en su libro "¿Qué es América: Una breve historia del Nuevo Mundo", derivan del saqueo perpetrado por los invasores europeos contra las culturas indígenas del continente americano desde el siglo XVI al siglo XIX, combinado con el empleo de esclavos africanos como fuerza de trabajo sustituta de los nativos. La población de indígenas americanos decreció en un 90% a causa del sarampión y otras plagas nuevas. Los españoles no lograron conquistar ninguna de las grandes civilizaciones hasta que el sarampión empezara a hacer estragos; en efecto, los aztecas derrotaron a los españoles al principio. Si Europa no hubiera saqueado el oro de las civilizaciones azteca e inca, si no hubiera ocupado la tierra y se hubiera apropiado de los altamente productivos cultivos del Nuevo Mundo para explotarlos en sus granjas europeas, el crecimiento de la sociedad industrial en Europa habría sido mucho más lento. Karl Marx y Adam Smith señalaron que el influjo de riqueza desde las Américas hizo posible la Revolución Industrial y el inicio del capitalismo moderno. Fue la violación de las Américas, señala Wright, lo que desencadenó la orgía de la expansión europea. La Revolución Industrial también equipó a los europeos con sistemas avanzados de armamento, lo que hizo posible una mayor subyugación, saqueo y expansión. 

"La experiencia de 500 años de expansión y colonización relativamente fáciles, de la constante toma de nuevas tierras, condujo al mito del capitalismo moderno de que es posible expandirse indefinidamente", dice Wright. "Es un mito absurdo. Vivimos en este planeta. No podemos dejarlo e irnos a otra parte. Tenemos que hacer ajustes a nuestras economías y demandas de la naturaleza dentro de los límites naturales, pero hemos tenido 500 años durante los cuales los europeos y los europeos- americanos, al igual que otros colonialistas han dominado el mundo. Este periodo de 500 años ha sido visto no solo como algo fácil sino también normal. Creemos que las cosas siempre serán más grandes y mejores. Tenemos que entender que ese largo periodo de expansión y prosperidad fue una anomalía. Algo así ha sucedido muy raramente en la historia y nunca volverá a suceder. Tenemos que hacer reajustes en la civilización a nivel integral para vivir en un mundo finito. Sin embargo, no lo estamos haciendo porque llevamos mucho bagaje, demasiadas versiones míticas de una historia deliberadamente distorsionada y un sentimiento profundamente enraizado de que ser moderno se reduce a tener más. Esto es lo que los antropólogos llaman una "patología ideológica", una creencia auto-destructiva que provoca el colapso y la destrucción de las sociedades. Estas sociedades continúan haciendo cosas realmente estúpidas porque no pueden cambiar la manera de pensar. Y en este punto nos encontramos nosotros ahora." 

Y a medida que el colapso se hace palpable, si la historia de la humanidad puede servir de guía, nosotros como las sociedades en proceso de desintegración del pasado, nos refugiaremos en lo que los antropólogos llaman "cultos de crisis". La impotencia que sentimos frente al caos ecológico y económico desatará engaños colectivos más agudos, como la creencia fundamentalista en un dios o en dioses que vendrán a la tierra para salvarnos. 

"Las sociedades a punto de colapso, a menudo, son víctimas de la creencia de que si realizan ciertos rituales todo lo malo desaparecerá", dice Wright. "Hay muchos ejemplos de ello a través de la historia. En el pasado esos cultos de crisis se impusieron entre los pueblos que habían sido colonizados, atacados y masacrados por extranjeros, de los pueblos que habían perdido control de sus vidas. Esos rituales representan la capacidad de recuperar el mundo del pasado, al que visualizan como una especie de paraíso. Buscan regresar a cómo eran las cosas. Los cultos de crisis se propagaron rápidamente entre las sociedades de indígenas americanos en el siglo XIX, cuando los indígenas y los búfalos eran masacrados con rifles de repetición y luego con metralletas. La gente llegó a creer que, como sucede en la 'danza de los fantasmas', si ellos hacían lo correcto desaparecería el mundo moderno que les era intolerable: el alambre de púa, las vías ferroviarias, el hombre blanco, las armas de fuego. 

"Todos tenemos el mismo tipo básico de mecanismos psicológicos: somos muy malos para planear a largo plazo y nos aferramos a engaños irracionales frente a una amenaza seria", dice Wright. "Veamos, por ejemplo, la creencia de la extrema derecha de que si desapareciera el gobierno, recuperaríamos el paraíso de la década del 50. Veamos de qué manera permitimos que avance la exploración de petróleo y gas cuando sabemos que una económica basada en el carbón representa un suicidio para nuestros hijos y nietos. Ya se pueden sentir los resultados. Cuando se llegue al punto en el que grandes partes de la Tierra experimenten malas cosechas al mismo tiempo, tendremos hambrunas masivas y una ruptura del orden establecido. Eso nos depara el futuro si no tomamos medidas frente al cambio climático." 

Dice Wright: "Si fracasamos en este gran experimento, el experimento de los simios que desarrollaron la inteligencia suficiente como para hacerse cargo de su propio destino, la naturaleza se encogerá de hombros y dirá que fue divertido dejar que los simios se hicieran cargo del laboratorio por un rato pero que después resultó una mala idea". 

Fuente: http://www.truthdig.com/report/page2/the_myth_of_human_progress_20130113/ 

“El concepto de crecimiento verde es absurdo, es el súper oxímoron”

La Marea


Joan Martínez Alier (Barcelona, 1939) es catedrático de Economía e Historia Económica en la Universidad Autónoma de Barcelona. Es uno de los padres fundadores de la llamada economía ecológica, una crítica al enfoque de la economía clásica tradicional. Su obra El ecologismo de los pobres es ya un clásico de la Economía contemporánea. Defensor del decrecimiento, reclama que los países ricos paguen a los pobres la deuda ecológica que generan en ellos: los daños ambientales, las pérdidas derivadas de los efectos del cambio climático. Ha sido homenajeado recientemente en Bruselas en un evento sobre justicia medioambiental, organizado por el Consejo Económico y Social Europeo y las Organizaciones de Justicia Medioambiental, Pasivos y Comercio (EJOLT, en inglés).

En 2003, usted escribió junto a Arcadi Oliveras Quién debe a quién. Deuda ecológica y deuda externa. Eran los años del boom económico. ¿Le sorprende que doce años más tarde hablar de la deuda se haya puesto tan de moda, uno de los temas políticos por excelencia?

Ha cambiado una cosa fundamental entre aquellos años y ahora: entonces, los endeudados eran los países del sur, con los que los países del norte manteníamos una deuda ecológica, que no pagábamos ni pagamos, porque le estábamos quitando sus recursos. Ahora resulta que en el sur de Europa también estamos inmersos en problemas de deuda… Pero el tema que me interesa es otro: hay pasivos ambientales y deuda por el cambio climático que los ricos del mundo nunca pagan. En cuanto a las deudas financieras, las consecuencias son reales pero se han producido de forma más artificial y en muchos casos las deudas en sí son más ficticias. En cambio, las deudas generadas por los daños ambientales y los efectos negativos del cambio climático son muy reales.

¿No puede resultar paradójico que, en un mundo globalizado como el que vivimos, y en el que las materias primas (petróleo, carbón, gas, acero, productos agrícolas…) son la base del crecimiento económico, los países vendedores suelen ser pobres y los compradores, sin embargo, ricos? ¿No debería ser al revés, que es rico el que más vende y más si vende recursos decisivos?

Esto sucede en Europa, pero no en los Estados Unidos, un país enorme y con muchos más recursos que Europa. Es paradójico. Desde Europa compramos, importamos, cuatro veces más en toneladas de lo que exportamos, Japón está igual que nosotros. Esto es porque los pobres siempre venden barato. Es clave para que funcione la economía. Esto sólo se solucionará cuando exista un comercio económica y ecológicamente más equilibrado y justo. Entretanto, la solución es muy difícil. Hay gente que, frente a esto, piensa: compremos productos del comercio justo, compremos ecológico. Pero esto no soluciona el problema porque si vas a comprar gasolina, gas o cobre no te pueden garantizar de dónde viene, no se le puede poner el sello de que es justo. Uno no puede decir: yo no quiero petróleo de Nigeria, por ejemplo. Son mercancías a granel, bulk commodies, como dicen en inglés, y no se pueden separar unas de otras.

Usted niega que pueda existir un crecimiento verde, economía circular, conceptos tan cacareados en las políticas oficiales de las administraciones públicas. La Unión Europea incluso presentó el año pasado a bombo y platillo una estrategia llamada así, de economía circular. Para usted no son más que eufemismos propagandísticos.

El concepto de crecimiento verde es el súper oxímoron. Es absurdo. Esto se debe a que en Bruselas en este momento hay un ambiente intelectualmente deplorable. La economía circular no puede existir porque no se puede quemar petróleo dos veces, es absurdo. La economía es entrópica, no es circular. Pero en Estados Unidos ocurren cosas peores: los republicanos niegan el cambio climático, es una especie de auge de la irracionalidad. Es como seguir con la especie de ilusión de que vamos a lograr decarbonizar nuestro modelo productivo con la tecnología. En Alemania, están haciendo un cambio energético real, pero claro esto es muy lento comparado al ritmo al que va el mundo. En cualquier caso, la irracionalidad con respecto a la ciencia es también un fenómeno de las sociedades ricas. Estados Unidos existe y en la Europa de los años 30 ya sucedió, cuando hubo unos ataques tremendos de irracionalidad colectiva con la crisis económica.

¿Cuál es la solución? ¿Es inevitable el decrecimiento, es decir, redimensionar el modelo económico y productivo actual?

La única energía que ha sido circular ha sido la energía del sol, que se puede consumir y al día siguiente hay más porque el sol vuelve a salir y a estar ahí emitiéndola, así ha sido durante los últimos 4.000 millones de años y va a estar ahí otros 4.000 millones de años más. Pero eso es la energía del sol. Pero el petróleo y el carbón, que son energía del sol embotellada, si tú la descorchas, esa energía se va y no puedes usarla otra vez. Esa economía circular en modelos económicos basados en el carbón, el gas y el petróleo no es una aspiración plausible. En Europa hay un debate entre grupos intelectualmente muy capaces sobre el decrecimiento o el postcrecimiento. Recientemente hubo un congreso en el que se dieron cita 3.000 expertos sobre este tema. Pero estas ideas no consiguen emerger y llegar por vía política a las instituciones, no se está logrando. Los Verdes alemanes antes eran internacionalistas y ahora son muy provincianos, un partido europeo provincianista, no tienen peso, no están liderando esto a nivel mundial, no quieren. En Alemania, Die Linke [La izquierda] sí que piensa un poco más en esto en un sentido amplio, pero poco más. Habrá que ver qué plantean y hacen Syriza y Podemos. A Syriza yo los veo más sólidos. Podemos tiende a simplificar demasiado la política: “O patria o Merkel”, suelen decir, y ese concepto de patria yo lo veo un poco simplista. No sé si están interesados en esto. Seguramente harán encuestas para saber si les aportará votos o no hablar de cambio climático y según lo que salga decidirán.

Pero la crítica de buena parte de esa izquierda es que Alemania ha desindustrializado el sur de Europa interesadamente, una estrategia para volverlo improductivo de manera que hay que reequilibrar las cosas industrializando las economías del sur. La alternativa que se propone, por lo tanto, es una reivindicación de la soberanía (“o nosotros o Merkel”, que usted dice) para emplear los recursos del país y generar más riqueza. Aunque tiene su lógica, ¿es compatible esta estrategia con el decrecimiento o se ahonda más en el sistema imperante al que, por otra parte, se critica?

Esas propuestas quieren salir de la crisis con más crecimiento, es como el chiste de Cantinflas… Está ocurriendo con el problema del Yasuní en Ecuador. Aunque esa estrategia les está fallando a muchos países petrolíferos porque el precio del crudo ha caído mucho. No, la solución no pasa por ahí.
¿Por dónde entonces? Porque parece un callejón sin salida…

Desde luego salir de como estamos creciendo más es un chiste. En América Latina están surgiendo voces críticas contra esas posturas. Ahí están nombres como el ecuatoriano Alberto Acosta Espinosa o Raúl Prada, en Bolivia. Esta corriente se está llamando postextractivismo, que se basa en vender menos y más caro, y no en vender el país muy barato y al mejor postor.

Usted fue candidato de Los Verdes en las elecciones generales de 1993. ¿Por qué el discurso verde no impregna en Europa cuando ha habido ocasiones propicias para ello: la actual crisis económica, el Prestige, etcétera?

Pues seguro que porque ha habido muy malos candidatos [ríe, con ironía].

Pero no todo será el marketing del candidato, ¿no?

A mí no me votaron ni en mi familia [ríe, de nuevo]. Primero porque hubo una división un poco ridícula entre varios partidos que competían con estas mismas ideas. Y luego porque la izquierda española no ha querido moverse en esta dirección. En Cataluña, los postcomunistas se apoderaron de la marca y ellos son allí los verdes, y los más antiguos nos quedamos fuera de esto. Pero en el fondo, sobre el por qué no ha arraigado yo no tengo una explicación y creo que ya es demasiado tarde. La única opción es que sean los nuevos partidos que están surgiendo ahora los que abanderen este tema. 

La CUP, en Cataluña, son bastante verdes. También Podemos puede hacerlo. Veremos. Equo tuvo una gran oportunidad con el papel de López de Uralde en la Cumbre del Clima de Dinamarca en 2009, pero no logró que el discurso verde se hiciera un hueco. Y es una pena. En Alemania, por ejemplo, los Verdes han influido muchísimo en ciertas políticas, como en que se abandone la energía nuclear, pero no se han querido poner de líderes mundiales, como digo. Yo creo que el problema ha estado en la izquierda, los postcomunistas no han tomado este camino, el ecologismo. El partido comunista siempre ha identificado el progreso con el crecimiento económico y energético, eran pronucleares, hasta el partido comunista español de Carrillo lo era.

En el año 1975 fue nombrado catedrático de Economía en la Universidad de Barcelona. Son 40 años. ¿En qué situación está la universidad española? ¿Hay una casta universitaria? ¿Por qué sólo hay dos universidades españolas entre las 500 primeras del mundo?

La Universidad estaba mejorando en los últimos años y ha vuelto a caer ahora. Hemos estado muy condicionados por la historia: en la Guerra Civil se mató o echó a todo el que pensaba, se creó un vacío que duró mucho tiempo. En la Transición no se empezó desde cero pero sí que había un panorama muy escaso. Esa situación fue mejorando con los años, pero ahora con la crisis la gente joven lo tiene todo cortado…

¿Hay una casta?

La hay, en todas partes la hay, pero aquí más. En Holanda, por ejemplo, se anuncia una plaza y es de verdad, no está dada de antemano, se publica y se puede presentar cualquier científico de cualquier parte del mundo. En Cataluña la situación se mejoró por el programa ICREA, que permitió que la Generalitat contratara mediante concurso público a diferentes científicos de diversa procedencia y en temas como la nanotecnología. Mi instituto se nutre de los ICREA, todos mis colegas vienen de ahí. 
 
Esto no se ha hecho en otros sitios no porque no hubiera dinero sino porque no se ha querido o por pura endogamia, una endogamia que ya es cultural. ¡Cómo vamos a traer alguien de fuera con la de gente que tenemos aquí! Este discurso es muy demoledor. Tiene que haber cambios y se tiene que acabar con esto. La Universidad es muy reacia a los cambios, pero si no los hubiera aún estaríamos todos estudiando derecho canónico y escolástica.

Usted ha sido muy crítico desde la economía ecológica hacia la economía tradicional clásica.

La teoría económica clásica plantea sus modelos como si fueran leyes naturales. Se ponen sobre un papel los diferentes componentes de la economía: productores, consumidores, trabajadores, el mercado donde se compran bienes y servicios… y a partir de ahí se hacen modelos económicos teóricos con esos elementos. El modelo es como una máquina en perfecto movimiento hacia el infinito. Luego, puedes llenar ese modelo de ecuaciones y fórmulas y para que parezcan leyes naturales irrefutables pero no se piensa que en la realidad hay más cosas, por ejemplo, en ese modelo está entrando energía continuamente, se generan residuos y contaminación, hay daño medioambiental, etcétera. Los modelos teóricos no están mal, sirven para aprender y analizar la realidad pero no para sustituirla, no lo son todo. Ontológicamente hablando, tienen un enfoque equivocado, los modelos empiezan a plantear hipótesis y supuestos y acaban imaginando demasiadas cosas…

Pero la hegemonía de los modelos de la economía clásica está llevando a paradojas como la economización de la política, donde cada vez más se tiende a sustituir la voluntad popular, es decir, lo decidido democráticamente, por lo viable económicamente. Y precisamente se presenta a menudo la economía como irrefutable, como leyes naturales que no se pueden contestar.

Es que se trata de un esquema muy poderoso ideológicamente. Hay que hacer política para volver a que las cosas funcionen de nuevo, para racionalizar todo esto. Es lo que plantea la economía ecológica y el decrecimiento. En cuanto éste, hay que hacer mucha pedagogía. Hay muchos autores que la están haciendo. En Francia está Jean-Pierre Dupuy. Tiene un libro que a mí me ha gustado mucho, aunque su lectura es triste. Se llama El catastrofismo ilustrado [Pour un catastrophisme éclairé, en francés]. Dice que el ser humano sólo aprende a golpe de catástrofes, a golpe de Fukushima.

"Los cambios en Grecia deberían ser incluso más radicales"


Entrevista a Arcadi Oliveres - El salmón contracorriente
Arcadi Oliveres (Barcelona, 1945) es economista y profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona. Durante muchos años presidió la organización Justícia i Pau y ha formado parte de campañas por la paz, el desarme, la condonación de la deuda, antiglobalización y un sin fin de causas más que van desde la lucha por la democracia en la dictadura a las plazas del 15M. Si enumerásemos las materias en las que es experto no nos cabría en el hueco que tenemos para escribir esta entradilla.
Lo que empezó como la idea de grabar algunas de sus conferencias se acabó convirtiendo en “Mai és tan fosc”, un documental road movie que transporta su mensaje de una manera pedagógica y cercana mientras nos enseña el día a día del personaje durante unos años en los que se cruza -entre otras cosas- el 15M.
 "Los cambios en Grecia deberían ser incluso más radicales"
ESC (CC)  
Profesor, economista, pensador... ¿qué se siente ahora al ser protagonista de un documental?
Más bien, el documental es un instrumento para divulgar ideas y trabajos más que para que yo sea protagonista de nada. Cuando surgió la idea del documental desde la ONG en la que he estado trabajando muchos años, Justicia i Pau, era porque querían difundir el mensaje del desarme, de desarrollo, de cooperación, etc. y parecía que a través de un seguimiento de mi persona, que iba repitiendo mucho este mensaje, se podía difundir mejor. Este fue el origen del documental, por lo que no creo que el protagonista sea yo.

Parece que estamos viendo pequeños cambios en Europa a raíz del giro que ha dado Grecia ¿cómo ves el futuro de Europa?

Deberían seguir, y mucho, los cambios de Grecia, incluso cambios mucho más radicales, porque Europa es un desastre en todos los sentidos. Yo era ferviente admirador de aquella Europa que vimos después del túnel del franquismo, pero pronto nos dimos cuenta que esta Europa es tristemente una Europa al servicio de las grandes empresas, al servicio del gran capital y al de los grandes bancos y que machaca tanto como puede a las personas. Por tanto, los principios de esta Europa -que tiene que ver mucho con el tratado de Lisboa- deben cambiar radicalmente. Los cambios de Europa deben seguir, por lo menos en los países mediterráneos. Si nos sacamos de encima el euro, a la Troika y las políticas de austeridad quizás la cosa vaya a mejor, pero mientras haya voluntad de seguir con estas políticas mucha gente lo va a seguir pasando mal.

Eres un experto en deuda externa y en relaciones Norte-Sur. Ahora parece que a la deuda no le llega con los países del Sur, sino que ahora se está apoderando del Sur del Norte. Nosotros, en definitiva ¿cómo ves el panorama social tanto a nivel europeo como mundial si no nos quitamos el lastre de una economía basada en deuda? 

Lo primero que hay que ver es en qué medida esa deuda es legítima o ilegítma. Existe mucha movilización de gente que lo que exige es una auditoría para averiguar qué parte de esa deuda es legitima y cuál no. Si un gobierno contrae una deuda construyendo un hospital pues está claro que esa deuda se debe pagar, pero si un gobierno contrae una deuda para rescatar un banco que se hundió por culpa de unos directivos a los que podríamos llamar delincuentes, pues esta deuda no se debe pagar.

Hay partidos que han empezado a hablar de términos como el que acabas de usar: “deuda ilegítima”, “auditoria”...pero ahora parece han modificado esos dos términos para hablar de “reestructuración”

La reestructuración no es impago de la deuda, sino un reescalonamiento de los vencimientos, lo cual es algo muy distinto. Además de un reescalomiento lógico -cuando alguien no puede pagar se le debe facilitar el pago- es evidente que muchas de estas deudas no tienen ni que ser reescalonadas, porque directamente no se deben pagar. Dejar de pagar la deuda no es nada nuevo, creo que España ha dejado unas 14 veces una suspensión de pagos, por lo que estaría muy bien que esta pudiera ser la 15.

Luxleaks, Swisleaks y paraísos fiscales. Algunos están sacando este tipo de escándalos y parece que la población empieza a concienciarse ¿crees que hay algún modo o fórmula para que los ciudadanos, desde la base, podamos luchar contra los paraísos fiscales? 

El tema de los paraísos fiscales tiene una dimensión internacional, por lo que aunque haya cambios en un país es difícil que este problema desapareciera de golpe. Los paraísos fiscales son soportados por muchos países, muchos gobiernos y muchas grandes empresas que parece que los consideran imprescindibles para seguir tirando hacia delante.

Podemos hacer algo en la de la educación cívica para que la gente tome conciencia de que los impuestos deben ser pagados, tanto por los ciudadanos como por las grandes empresas. Cuando exista esa conciencia y se señale a la persona que evade impuestos adelantaremos un gran paso en la lucha contra la evasión. Luego necesitaremos cambiar la legislación en muchos países y hay que procurar que estos países, que son los refugios de dinero procedente de la droga, de las armas o de la trata de blancas empiecen a cambiar sus estructuras internas. Esto, sin embargo, no es sencillo porque en estos países hay muchas personas que viven de este fraude fiscal.

Pero el ciudadano se puede sentir impotente al observar que para luchar contra estos paraísos fiscales hay que cambiar legislaciones internacionales que están, en cierto modo, fuera de nuestro alcance.

No lo está porque funcionan, aunque bastante mal. Tenemos una posibilidad cada cuatro años de elegir las personas que toman las decisiones. Este año es un año de elecciones y España va a tener la oportunidad de elegir dirigentes, pues sepamos a quien votamos. Es completamente indecente que después de tres años de desastre, todavía el Partido Popular tenga más de un 27% de perspectiva de voto. Además, en muchos casos ese sector de la población sufre directamente las consecuencias de las malas decisiones de ese mismo gobierno. Lo que hace falta es toma de conciencia por parte de la opinión pública.

Parece que estos nuevos partidos siguen en la misma senda y dogma de “el crecimiento como única salida”, ¿crees que existe algún partido que de verdad defienda y crea en el decrecimiento? 

Donde yo trabajo, que más que un partido político podríamos decir que es una amalgama política que se llama Procés Constituent, tiene dentro de sus 10 puntos fundamentales la idea del decrecimiento como referencia. Creo que hay otros partidos de corte ecologista que también creen en el decrecimiento. Por suerte, en Europa hay bastantes partidos ecologistas.

¿Es aplicable ahora mismo el decrecimiento?

Evidentemente. Aplicable, necesario y urgente.

Participaste en el 15M de una manera muy activa en un momento en el que todas esas ideas que llevabas tiempo difundiendo estallaron y parecieron colectivizarse. Ahora parece que esas ideas y esas personas están intentando institucionalizarse mediante la creación de diversos partidos ¿cómo ves ese proceso?

Creo que quizá sea una evolución natural. Todo tiene sus etapas. La primera fue la del 15M, que supuso una toma de conciencia del desastre económico que ya llevaba unos años golpeando a la gente. El 15M fue una lección de pedagogía política, ahí aprendimos. Luego hubo una segunda etapa que salió como una evolución hacia un tipo de protesta sectorial y de ahí aparecieron las mareas. Pero entonces parece que nos dimos cuenta de que sólo con la toma de conciencia o con la protesta no era suficiente, hacían falta propuestas y estas propuestas se tenían que enlazar desde un punto de vista político. De esa manera han aparecido estos partidos políticos que ofrecen algo de ilusión al mostrar que esas propuestas pueden llegar a las instituciones en este periodo electoral.

¿Algo que eches de menos de los inicios del 15M?

No, del 15M no. Quizás, aunque no sé si se le puede llamar echar de menos, a la movilización general y a esa ilusión que espero que no se pierda y que consiga algo que me tiene obsesionado: la unión de las fuerzas de izquierda rupturista. Porque todos somos capaces de hacer propuestas pero a la hora de la verdad, parece que fallamos. La derecha no tiene ningún problema, sólo tienen un norte y ese norte es su cartera. La izquierda, por pequeños poros ideológicos, se divide y acaba regalando votos a la derecha. Esto es lo que falta, esa unión que sí que parecía verse en el inicio de las protestas del 15M.

¿Cómo podríamos fomentar el debate de la política y la economía crítica en el ámbito académico y universitario? ¿Cómo podríamos después trasladar ese debate a la calle y a la sociedad? 

Yo soy optimista y creo que se hace un buen trabajo en la educación secundaria, me doy cuenta de que muchos institutos hacen actividades relacionadas con el medio ambiente, por la solidaridad, contra la globalización, etc. Luego vemos que en la universidad se pierde un poco este carácter solidario. Finalmente, hay algo que para mí es una debacle: la educación y formación en economía que se da en las facultades de Economía y en las escuelas de negocio, que es algo completamente contradictorio de lo que podría ser recomendable. En las universidades se estudia economía de empresa bajo una única premisa: el beneficio económico. Te hablan de la Economía de Estado bajo otra premisa: el crecimiento económico. Hoy en día ni la empresa privada ni el sector público deberían funcionar bajo esas dos premisas, por tanto tenemos que cambiar las bases en las que se estudia.

Parece que algunos sectores sociales son los que están presionando a las universidades exigiendo, con su demanda, que haya cambios. Yo doy conferencias sobre Economía Social, Finanzas Éticas, Cooperación, etc. y puedo ver cómo aumenta la demanda por parte de las universidades sobre estos temas. Es normal que la demanda de la población haga que varíe la enseñanza en un futuro, porque no es normal que el entorno académico esté tan alejado de la realidad como lo está ahora mismo.
Algunos proyectos de Finanzas Éticas en el país están avanzando con grandes pasos, ¿cómo ves la situación de este sector aquí? 

Se encuentran en un buen momento. Por un lado parece que hay una toma de conciencia causada, por un lado, por el desastre bancario que hemos vivido en los últimos años y la práctica desaparición de las cajas de ahorro por el otro. Esto ha hecho que la gente busque nuevas alternativas y las finanzas éticas. Aquí sí que veo una oportunidad de crecimiento -aunque antes hablásemos contra el decrecimiento- muy clara, porque la gente lo sigue necesitando.

También estamos viendo el resurgir de algo muy importante en las finanzas: la confianza. Porque el dinero es muy miedoso y casi nunca se quiere ir a sitios que se pueden considerar peligrosos, pero en la medida en que las finanzas éticas van avanzando se crea una red de confianza que las hacen igual de seguras que la banca tradicional, e incluso si atendemos a índices tan financieros como los ratios de morosidad, vemos que son incluso más solventes. Por lo tanto, la sociedad debe perder el miedo a este tipo de finanzas, darse cuenta de cuáles son sus beneficios más allá de los monetarios y embarcarse en este tipo de finanzas.

¿Cuáles serían las dos primeras medidas que tomaría un Arcadi Oliveres presidente del Gobierno o ministro de Economía? 

Primero preguntaría a la gente, nunca tomaría una decisión yo solo porque soy un inepto.
Hay un par de cosas imprescindibles. Dar trabajo a la gente. En este sentido, sólo hay una cosa a corto plazo que se podría hacer hoy: repartir el trabajo existente. Haría una reforma radical de la Ley Laboral, disminuiría la jornada en una o dos horas diarias y estas horas que dejamos algunos podrían ser para otros, aunque esto fuera a costa de un menor salario, porque creo que es mejor que alguien que cobre 8 horas acabe cobrando 6 para que alguien que no cobra nada pueda cobrar 6 también.
Segundo, renovación del Estado del Bienestar. Porque aquella persona que no tiene trabajo debe tener un seguro de salud y una pensión o renta en caso de que la necesite. Para ello hay una vía clara: la lucha contra el fraude fiscal. Fundamentalmente el fraude de los grandes bancos, de las grandes empresas y de las grandes fortunas.

Ahora mismo hay un debate entre la propuesta de una Renta Básica Universal y la del Trabajo Garantizado. Por tu contestación parece que te inclinas por la primera propuesta...

No, creo que una combinación de las dos estaría bien. Es evidente que trabajo para todos sería perfecto, pero por otro lado, he formado parte de campañas de Renta Básica Universal. Ahora mismo estamos con otra campaña para lo que, en Cataluña, llamamos Renta de Garantía a la Ciudadanía. Una renta no universal, pero para toda persona que no tenga ningún tipo de ingreso; que es algo muy distinto. Con los cálculos que tenemos ahora mismo encima de la mesa se hace evidente que se podría mantener una renta universal para todos, pero por supuesto que combinarlo con un trabajo garantizado sería perfecto.

Te pedimos, Arcadi, que nos recomiendes un libro 

Posiblemente no sea fácil de encontrar porque ya hace unos años que se editó, pero hay un libro escrito por un profesor de la Universidad de Alicante llamado José María Tortosa. El libro se llama “El juego global” y explica muy bien y de una manera muy didáctica cómo son los entresijos de la economía global.


Los tres mitos del TTIP y nuestras alternativas

 Florent Marcellesi - Euroblog

A pesar de no haberse implementado todavía, el Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos y la Unión Europea (TTIP) es ya una reliquia de la teoría económica dominante. Nos sigue vendiendo que la globalización es el fin de la historia, que la competencia es el modo más eficiente de organizar una economía y que para generar bienestar y empleo, hay que crecer. Estos tres dogmas son simplemente erróneos. Por tanto, el problema del TTIP no es de matiz, es de raíz: va en dirección opuesta a la sociedad próspera y sostenible que la gran mayoría quiere construir. Repasemos pues los tres mitos del TTIP y presentemos nuestras alternativas.

Mito 1: La globalización es el fin de la historia

La globalización actual no es otra cosa que una extraordinaria  acumulación energética y sus consiguientes emisiones de CO2) para que una minoría de la humanidad pueda producir y consumir cada vez más en un mundo convertido en mercado global. Pues bien, esa globalización utópica se ha terminado: no hay más energía fósil barata, ni atmósfera suficiente para tanta depredación.

Sin embargo, parece que el TTIP vive en una cuarta dimensión alejada de las realidades energéticas y materiales. Teniendo como único horizonte el Business As Usual, el TTIP quiere pisar el acelerador de la globalización fósil y depredadora:

1. Terminar con cualquier restricción para las exportaciones de "bienes energéticos", dando de nuevo prioridad a las energías más sucias y contaminantes del pasado como el carbón, el petróleo o el gas.

2. Facilitar la exploración y explotación de hidrocarburos por parte de las multinacionales en EEUU y la UE,  abriendo la puerta al fracking y sus desastrosas consecuencias sobre el medio ambiente y el clima.

3. Imposibilitar que cualquier país adopte medidas que privilegien saberes, tecnologías o empresas locales, poniendo freno de esta manera al desarrollo de las energías renovables.

Frente a esta irresponsable "estrategia Titanic", una estrategia sensata, es decir menos energívora y contaminante, pasa en cambio por la relocalización de gran parte del comercio y de nuestras economías. Nuestro futuro y el de nuestros hijos se llaman "circuitos cortos" que nos permitan, en la mayor medida posible, consumir localmente la energía y los alimentos que producimos localmente y sin tantos intermediarios, y dar más espacio a la autoproducción y al autoconsumo. Dentro de una red cooperativa global (véase punto siguiente), hablamos de una economía que echa raíces en lo local, privilegia productos de calidad y con fuerte valor añadido ecológico, construye comunidad desde abajo y acerca las decisiones productivas y de consumo a la gente de a pie. In fine, una economía más humana, más sostenible y más democrática.

Mito 2: La competencia es el modo más eficiente de organizar una economía

El TTIP busca reforzar la competitividad de las empresas europeas y estadounidenses. Este es el mantra repetido a saciedad por el darwinismo social y económico: nuestro entorno, y en particular el mercado, es una selva donde se salvan los más aptos y fuertes, mientras el resto tiene el honor de poder pelearse por las migajas convertidas en caridad. El TTIP refuerza este canibalismo comercial  donde los pezqueñines (pequeñas y medianas empresas, autónomos, cooperativas, etc.) tanto de EEUU como de la UE nadan entre los tiburones llamados multinacionales. En provecho de unos pocos, refuerza una mercantilización tan insana como ineficiente de los bienes comunes, de nuestras vidas y de los demás seres vivos.

Necesitamos reequilibrar la balanza, hoy vencida hacia una competitividad a ultranza y a favor de los peces gordos. En el eje central ha de estar la cooperación, es decir nuestra capacidad de obrar conjuntamente entre muchos pezqueñines para el beneficio colectivo. Y para ello volvamos la mirada hacia la naturaleza que, lejos de las teorías económicas ajenas a las necesidades de la gente y de los límites biofísicos, recompensa la colaboración y el beneficio mutuo.

Para ello, hace falta establecer estrategias comunes de cooperación entre la UE, EEUU y más países para poner fin a los paraísos fiscales y a la economía de casino; impulsar reglas comerciales supeditadas al respeto de los derechos humanos, al trabajo digno y al respeto a los ecosistemas (como propone la iniciativa Alternative Trade Mandate) o reforzar los marcos multilaterales para luchar contra el cambio climático. Además hay que afianzar lazos entre movimientos sociales, ONG, sindicatos, partidos de ambos lados del Atlántico para compartir experiencias y construir alternativas dentro de una economía social, solidaria y ecológica. Tenemos intereses comunes, pongamos las respuestas en común.

Mito 3: Para generar bienestar y empleo, hay que crecer

El TTIP lo tiene claro: es una herramienta a favor del crecimiento. De hecho, gran parte del debate se fija en torno a la tasa de crecimiento que podría aportar un tratado de este calado. Sin embargo, que sea 0,5% de aumento de PIB dentro de 10 años como vaticina la Comisión Europea, o disminución del PIB según otros estudios, tenemos que salir de este estéril debate de cifras: el crecimiento no es la solución, forma parte del problema. Por tres razones básicas:

1. El crecimiento es incapaz de tener en cuenta la finitud del planeta y nos lleva directamente al colapso ecológico. En su estela, el TTIP será a lo mejor un poco pan para hoy y sin duda, para las mayorías, mucha hambre para mañana.

2. Por encima de 13.000 euros por habitante, el crecimiento del PIB no significa mayor bienestar. Además, como prueba el caso de España, es perfectamente posible crecer sin crear empleo y aún menos de calidad. Así que afirmar como la Comisión Europea y la Gran Coalición (conservadores, social-demócratas y liberales) que el TTIP generará más PIB y por tanto una mejora del nivel de vida para la ciudadanía oscila entre ignorancia y mentira.

3. El crecimiento no volverá. Los países occidentales, incluido España, estamos entrando en un nuevo periodo de la historia donde el crecimiento será bajo, nulo o negativo. Al agarrarse a un dogma decadente, el TTIP ya es una reliquia de otra época que, además, genera falsas expectativas.

A estas alturas de la historia, lo necesario y deseable es una gran  transición justa y ecológica de la economía que además es capaz de crear  millones de empleos dignos y sostenibles en Europa y España. Que haya crecimiento o no del PIB es totalmente secundario: lo prioritario es cubrir las necesidades reales de la población dentro de los límites del planeta. Para ello, se requiere dentro de la transición dos ingredientes ignorados por el TTIP: la redistribución de las riquezas y más y mejor democracia.

En conclusión, hoy un tratado revolucionario a la vez que útil y realista sería uno que marcara en su preámbulo: "Conscientes de la crisis ecológica así como de las enormes desigualdades de este mundo y en nuestros países respectivos, nuestra cooperación transatlántica tiene como objetivo garantizar ­a través de una Gran Transición justa y ecológica de la economía local y global que las generaciones presentes y futuras vivan bien, felices y prosperas dentro de los límites reales del planeta".

¿Es el crecimiento económico la solución a la crisis?

El mito del crecimiento económico.
 
¿Es el crecimiento económico la solución a la crisis?

Definiremos el crecimiento como el proceso de transformar energía, materiales, y espacios en bienes de consumo en cantidades cada vez mayores; este proceso material es invocado desde todo tipo de instituciones y organizaciones en nuestra sociedad; así el crecimiento económico funciona como un mito, una narración colectiva según la cual el crecimiento sería un ‘solucionador mágico de problemas’ que proporcionaría mayores niveles de bienestar a las sociedades que lo integren en su proceso económico.
La visualización de este mito tiene su constatación en el (PIB) Producto Interior Bruto; este indicador se ha convertido en la forma cuasi exclusiva de medir el éxito económico y social de los países de todo el mundo.
El crecimiento es defendido tanto por neoliberales (a través del libre mercado), como por los socialdemócratas (a través de las lógicas económicas keynesianas), como por marxistas (mediante la planificación estatal centralizada de la economía); economistas de todo pelaje nos dice que allí donde hay crecimiento económico se produce el círculo virtuoso del consumo, la inversión, la producción y el empleo.
 
Y de esta manera el mito del crecimiento económico evoluciona en una sociedad, que no cuestiona nunca el crecimiento económico ilimitado, elevándolo así a la categoría casi de dogma o religión, sirviendo de justificación en la manera de pensar y entender la realidad; se trataría de una idea-fuerza que orienta el pensamiento y el comportamiento social al mismo tiempo que explica la realidad; cumpliendo una función psicológica (reduciendo la incertidumbre y dando sentido a la realidad) y política (articulando la sociedad de una determinada manera y justificando las estructuras de dominación presentes en la sociedad).

El crecimiento se haya presente en las diferentes maneras en las cuales las sociedades se expresan, se introduce en las conversaciones con la familia, con los amigos; en las instituciones (en la escuela, en el trabajo…); está inserto en los mensajes de los medios de comunicación, nos llega desde la televisión, fluye por internet, se haya presente en nuestro entorno, en la red de transportes, en la arquitectura, en el mobiliario, en la comida, en nuestros modos de razonar y también en el ‘inconsciente colectivo’.

Se asocia el crecimiento a la felicidad y el bienestar y se oculta que los beneficios acaban en manos unos pocos. El PIB se convierte en la mentira estadística utilizada para encubrir sus efectos negativos. El crecimiento del PIB se ha convertido en la forma cuasi exclusiva de medir el éxito económico y social en todas las partes del mundo. Este fervor productivista relega y oculta aspectos de naturaleza no mercantil que tienen gran importancia en la calidad de vida de las personas, por lo que presenta serias limitaciones como indicador de bienestar individual y comunitario; así arrasar un bosque para transformarlo en papel y madera incrementa el PIB, dejarlo intacto no, sin embargo el bosque evita la erosión del suelo y retiene el agua que nos es necesaria, por lo que su supervivencia contribuye al bienestar social.

El agua de un manantial al cual se pudiera acceder libremente no sería un objeto económico para los economistas, sin embargo, si alguien obtiene la concesión del manantial (apropiación), embotella el agua (productibilidad) y la vende en el mercado (valoración monetaria), el mismo manantial se habría convertido en un objeto económico. Se da la paradoja de que el agua abundante y limpia no es considerada riqueza, mientras que cuando escasea, se contamina y ha de embotellarse, entonces se contabiliza como riqueza económica.

Al vender una tuneladora, por ejemplo, el beneficio monetario que genera suma como riqueza, pero la extracción de materiales y energía no renovables necesarios para su construcción, la contaminación que genera el proceso de fabricación, la que genera su uso durante toda su vida útil, el suelo que se horada y las toneladas de tierra que habrá que desplazar, los incrementos del tráfico que supondrá ese nuevo túnel, las emisiones de gases de efecto invernadero o el consumo de energía fósil que realizará, no resta en ningún indicador de riqueza. Estos efectos negativos que conlleva la producción de la tuneladora no tienen valor monetario y por tanto son invisibles.

El hecho de resaltar sólo la dimensión creadora de valor e ignorar los deterioros y pérdidas de riqueza natural que inevitablemente acompañan a la extracción y transformación, justifica el empeño en acrecentar permanentemente ese valor económico. De este modo se consolida el mito del crecimiento económico como motor de riqueza y bienestar social. Sin crecimiento, nos dicen, estaríamos abocados al atraso y a la miseria.

Sin embargo, el crecimiento económico de la economía se alimenta del saqueo de los recursos y la explotación de los seres humanos de los pueblos empobrecidos mediante mecanismos de ajuste estructural estimulados por organismos como el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial de Comercio y el Banco Mundial, acompañado de la colaboración de las clases dirigentes de estos pueblos enriquecidas por las dádivas de las empresas multinacionales; además de la enajenación del trabajo de cuidados a las mujeres; que posibilita que este modelo económico basado en el crecimiento sea soportable.

Como afirma el diputado en Francia del partido Europe Écologie Jean Paul Besset, “toda la humanidad comulga en la misma creencia. Un solo Dios, el Progreso, un solo dogma, la economía política, un solo edén, la opulencia, un solo rito, el consumo, una sola plegaria: Nuestro crecimiento que estás en los cielos...En todos lados la religión del exceso reverencia los mismos santos-desarrollo, tecnología, mercancía, velocidad, frenesí, -persigue a los mismos heréticos- los que están fuera de la lógica del rendimiento y del productivismo-, dispensa una misma moral-tener, nunca suficiente, abusar, nunca demasiado, tirar, sin moderación, luego volver a empezar, otra vez y siempre. Un espectro vuela sus noches, la depresión del consumo. Una pesadilla le obsesiona: los sobresaltos del Producto Interior Bruto”

El crecimiento económico ilimitado provoca un fuerte impacto ecológico a nivel planetario, degradando la mayor parte de las materias y energías disponibles, y generando desigualdades sociales que desencadenan cada vez más diferencias entre el Norte y el Sur. Esta es la deuda del crecimiento. El modelo occidental de vida, el de la sociedad de consumo, ha superado la capacidad de carga del planeta, es decir, su capacidad de sostener este modelo de vida occidental.

Y aquí nos topamos con la quimera de la fábula del crecimiento ilimitado ¿cómo se puede crecer ilimitadamente en un planeta finito?

Publicado en Ssociologos 


La encrucijada de los movimientos ante el Gobierno de Syriza

Theodoros Karyotis - Diagonal

Es ya un lugar común afirmar que la victoria electoral de Syriza se basa en gran medida en las movilizaciones de los movimientos sociales de los últimos cinco años en Grecia. No obstante, esta afirmación puede ocultar la diversidad de idearios y demandas en la sociedad griega, como también puede reforzar una imagen simplista de lucha entre las fuerzas pro y antiausteridad. Si bien Syriza ha estado presente en las grandes movilizaciones de los últimos años, el factor determinante en la consolidación de su hegemonía fue su capacidad de movilizar el voto de la clase media, convenciéndola de que podía revertir las injusticias producidas por los recortes indiscriminados, parar la movilidad hacia abajo y retomar el camino hacia la prosperidad material de los años anteriores a la crisis.

Sin embargo, en el interior de los movimientos sociales hay dos imaginarios distintos, complementarios y a la vez antagónicos. Por un lado están los movimientos de ciudadanos afectados por el ataque antisocial de la troika, que exigen la restitución del Estado de bienestar como instrumento de redistribución, el fortalecimiento del Estado como mediador de los antagonismos sociales y la vuelta al crecimiento económico con el fin de paliar la pobreza y desesperación que el desempleo masivo ha provocado. Por el otro, está una multitud de movimientos que pretenden ir más allá del Estado y de la economía capitalista como principios organizativos de la vida social y empiezan a construir ya alternativas radicales basadas en la proximidad, la solidaridad y la participación.

Por supuesto, los dos imaginarios coexisten en el seno de muchos movimientos y están en fricción permanente. Debates interminables se han producido, por ejemplo, en las asambleas de las docenas de Clínicas Solidarias Autogestio­nadas de Grecia: ¿Es su objetivo tapar los agujeros que produce el rápido desmantelamiento del sistema público de salud o, por el contrario, producir un modelo alternativo de gestión de la salud que vaya más allá de lo estatal?

Los movimientos dominados por el primer imaginario celebraron la llegada de Syriza al poder como una victoria propia. Sin embargo, un mes después, se están dejando claras las limitaciones de este ideario en la coyuntura actual. El poder del Gobierno nacional se demuestra insuficiente para plantar cara al poder establecido a nivel nacional y supranacional. A pesar de la dura negociación, el nuevo gobierno ha vuelto de Bruselas con un nuevo plan de austeridad que complicará muchísimo la puesta en marcha de su “plan de salvación social” anunciado durante la campaña electoral. Aunque este desenlace represente una mejora comparado con los planes de rescate anteriores, y aunque sea sólo un primer paso en la larga negociación, queda patente que en una Europa dominada por un núcleo duro neoliberal que exige sacrificios humanos para aplacar el mercado, hay muy poco margen de maniobra para un gobierno progresista. Además, con las arcas públicas vacías y el chantaje permanente del servicio de la deuda soberana, una recapacitación económica basada en políticas de inspiración keynesiana parece también irrealizable.

Desmovilización

Del otro lado, los movimientos inspirados en el segundo ideario, después de la efervescencia social de los años 2011-2012, vivieron una progresiva desmovilización, debido en parte a la estrategia de desgaste y represión del gobierno anterior, pero también a la dinámica electoral de Syriza, que ha canalizado de nuevo el deseo de cambio social hacia la vía parlamentaria. No obstante, pervive todavía su legado de empresas autogestionadas, iniciativas de gestión de los bienes comunes, ecoaldeas, cooperativas productivas o de consumo, centros sociales, asambleas vecinales, y una larga serie de iniciativas de base que prefiguran una institución alternativa de la sociedad en clave de democracia radical y una economía construida sobre las necesidades humanas.

En este marco se celebró en Atenas a finales de febrero un fórum de pensadores y activistas de los movimientos de base, con cientos de participantes, bajo el rubro ‘Prosperidad sin crecimiento’, con el fin explícito de traducir su actividad en propuestas concretas, tanto hacia el poder político como hacia la sociedad. Partiendo de la premisa de que el crecimiento económico es ya incompatible con el bienestar social y la sostenibilidad medioambiental, los movimientos de base buscan complementar la resistencia creativa a las políticas neoliberales y la construcción de alternativas viables desde abajo con la exigencia de reformas radicales: desde la implantación de la renta básica universal o la institución de nuevos regímenes de gestión de los bienes comunes hasta la creación de un marco legal que permita el funcionamiento de empresas recuperadas, como la Vio.Me de Tesalónica. Se intenta así hacer uso de las oportunidades que ofrece un gobierno que explícitamente reconoce la economía social y solidaria como parte importante de su programa político.

No obstante, la relación entre el poder estatal y los movimientos de base nunca está libre de fricción y contradicciones. Históricamente, los gobiernos de izquierda presentan la amenaza de cooptación y desmovilización de los movimientos. En la presente coyuntura es importante que las iniciativas de base mantengan su autonomía de pensamiento y acción, para evitar diluirse dentro del proyecto hegemónico de Syriza. Es por esto que una de las iniciativas más relevantes que surgieron del fórum fue el intento de conectar e integrar los proyectos antagónicos en torno a los bienes comunes en un actor político que pueda adquirir protagonismo en una sociedad postconsumista, ayudando a superar el dilema artificial entre austeridad y crecimiento. 

Jugando al Candy Crush al borde del abismo

Carlos de Castro Carranza   Grupo de Energía, Economía y Sistemas


El pasado martes 3 visitó nuestra Escuela de Ingenieros Jorge Riechmann para impartir una conferencia titulada: “El final de las energías fósiles” dentro de un pequeño ciclo de conferencias titulado: “Durmiendo al borde del abismo“.

Me acerqué a escucharle no sólo por ser un amigo y un maestro de la idea y de la palabra, sino porque sinceramente me entusiama que sin tapujos organicemos en Valladolid ciclos con títulos así de claros.

Una de las primeras ideas que nos proporcionó fue precisamente el título de este post. Como genio de la palabra, Riechmann nos proporciona no solo una imagen que nos hace sonreir sino que, aunque nos lleva rápidamente a recordar a la vicepresidenta de las Cortes españolas, enseguida nos lleva a la idea de que estamos distraidos más que dormidos ante lo importante al tiempo que Crush es un término que se emplea para “presión destructiva”, “colisión” o “estrujar”. Así que la imagen que se me vino fue la de una persona adolescente conduciendo un coche descapotable jugando con el móvil mientras cae por un barranco… Vi a la sociedad peor que dormida, estúpida (al dormido se le despierta fácilmente, el estúpido lleva más tiempo).

Y con esa imagen y “jugando” entre la afirmación de que evitar el colapso de la civilización requiere medidas urgentes e inmediatas y la idea de su inevitabilidad Jorge fue capaz de navegar entre dos aguas.

Las dificultades para evitar el colapso las redujo a dos contradicciones fundamentales:

1ª las medidas urgentes e inmediatas que se necesitan no son solo en los aspectos tecnológicos sino especialmente en los aspectos socioeconómicos y políticos, pero estos son de ritmos muy lentos (se necesitan incluso siglos para cambios políticos fundamentales, por ejemplo). Nos proporcionó otra imagen de Weber: “la política es como tatar de perforar una gruesa plancha de acero” (yo añadiría que con un punzón manual).

2ª Nuestras sociedades desean (volver a) la socialdemocracia. Un sueño irrealizable biofísicamente que en cambio tienen partidos vistos como “radicales de izquierdas” como Syriza o Podemos [yo diría que vistos por los políticoss que juegan al Candy Crush figurada y realmente].
Tras estas dos ideas, sobre todo por la primera, Jorge nos mete la idea de que el colapso es ya inevitable, pero vuelve a la duda y se pregunta si “¿Tenemos tiempo?”. Su respuesta vuelve a impactar: Al menos intentemos “colapsar mejor”. Aunque la trayectoria es de colapso, este no es necesariamente apocalipsis. [yo diría que ya no tenemos tiempo para hacernos preguntas sobre si tenemos tiempo].

Jorge, tranquilo, define el colapso (al modo que he leído también a Durán y Reyes en su “La espiral de la energía“) como reducción rápida de la complejidad de la sociedad quizás acompañada de una reducción de la población [yo eliminaría el quizás también aquí].

Y vuelve luego a recordarnos lo mal preparados que estamos para lo que nos viene (dormidos, jugando). [De hecho aunque no lo dice explícitamente, este es un factor de colapso, el más importante porque es el que lo convierte en inevitable]. Jorge nos recuerda la desconexión entre la economía y la realidad física, nuestros sesgos cognitivos (por ejemplo la visión de corto plazo del futuro) y los prejuicios culturales [léase mitos culturales]. Para este caso, en vez de hablar de tecno-optimismo nos regala la palabra que lo atrapa casi todo: “tecnolatría”, y remarca que es uno de los mayores impedimentos para la realización de los cambios hacia colapsar mejor. Esa fe irracional en la tecnología nos la muestra con un ejemplo: el 92% de encuestados españoles piensan que es necesario reducir drásticamente los combustibles fósiles, pero solo el 24% piensa que esa reducción puede generar crisis económica o energética (esa disonancia cognitiva solo se salva por la creencia en que alguien hará lo que sea necesario para impedirlo [aunque ese alguien al mando esté en realidad jugando al Candy Crush] como las renovables, la nuclear o algún milagro tecnológico que intereses oscuros están frenando).

Ante ese panorama de colapso, existe la tentación de tirar la toalla, del carpe diem o del éxodo (me voy al campo a una comuna), pero ninguna de esas salidas son viables ya que no existen ya zonas de refugio (nos pone el ejemplo de las centrales nucleares que pueden convertirse, durante el colapso, todas ellas en “Fukushimas” -[podríamos hablar del caos climático o de la 6ª gran exinción también]-). Además, es moralmente irresponsable -en referencia a los del éxodo- abandonar a la gente (aclarando que si las iniciativas comunales se hacen como semilla sí serían válidas).
Jorge sigue navegando entre dos aguas [se le escapa de vez en cuando "posible colapso" en vez de "inevitable colapso"] hasta que llega al siempre tan esperado “¿Qué hacer?” [para colapsar mejor se entiende].

Y nos regala dos ideas:

1ª quitarnos la venda, despertar ante el abismo, dejar de jugar al Candy Crush [recordemos que la "lucha" no es entre el 1% rico y el 99% restante -que movilizó el 15M o a Podemos- sino entre el 1% despierto y el 98% que hay que despertar]. Esa concienciación que llevamos décadas sino milenios tratando de llevar a cabo.

2ª nuestras estrategias deben ser más complejas; ahondando simultáneamente tres temas:
  • prever y prepararse para oleadas de desencanto (e incluso tendencias a neofascismos) [claramente una lucha imprescindible para poder colapsar mejor] [frente al pesimismo que será inevitable en un mundo en el que hay que des-arraigar los mitos del progreso tecnológico-material, el mito del hombre darwinista-competitivo y la tecnolatría, sustituir esto llevará siglos, por lo tanto ese pesimismo existencial necesitará ir incorporando nuevos mitos y quizás diosas]
  • potenciar vínculos sociales, de cuidados, de cooperación [la Revolución Solidaria, vaya]
  • operar con estrategias duales (varios planes simultáneos porque no aceptaremos todos las anteriores vías)
Precisamente llevo un tiempo dándole vueltas a esta última idea.

Jorge trata de aclararla con la analogía del Titanic [que tanto me gusta y utilizo]. Para Jorge quizás podemos evitar parte del choque -que este no sea tan grave- a la vez que preparamos los botes salvavidas y construimos más botes con la madera de los camarotes. Para Jorge técnicamente se podría evitar el choque pero no social y políticamente (que como mucho evitaría la mayor gravedad del choque o de sus consecuencias). Jorge por tanto, admite las estrategias “socialdemócratas” mientras vamos despertando por una razón fundamental: no es lo mismo colapsar con los liberales en el poder que con los socialdemócratas. No es lo mismo hacerlo con el PP que con Syriza o Podemos. Bien claro y valiente nos lo deja.

Como esa estrategia me genera muchas dudas, en el turno de preguntas doy una opinión y pregunto.
Mi opinión ya se conoce aquí: el colapso es inevitable (incluso lo es técnicamente porque la tecnología no se puede desligar de la sociedad-cultura, separación típica del mito del progreso para así verla como algo neutral en el peor de los casos y en el fondo intrínsecamente buena, la prueba además es que decimos que la tecnología que evitaría el colapso necesita palancas -una máquina- sociales, económicas y políticas muy diferentes a las que tenemos ahora). Aunque no lo digo en la sala, de hecho estoy convencido de que hablar del “posible colapso” en vez de su inevitabilidad, se termina convirtiendo en un clavo ardiendo para mucha gente, impidiendo paradójicamente “colapsar mejor” -mucho más que el problema del desencanto y pesimismo que conlleva en mucha gente saber que vamos a colapsar- (vuelvo luego a esto al final de este post).

Mi pregunta a Jorge fue:

¿Si sabemos que la línea “socialdemocracia” es irrealizable -y sabemos que los Juan Carlos Monedero lo saben-, no es tratar inmaduramente a la sociedad? (Jorge citó a Mondero con su “con un discurso de decrecimiento no se ganan elecciones”).

La respuesta de Jorge estaba cargada de razón: “es que vivimos en una sociedad infantil” (lo que era obvio tras saber que estamos  sonámbulos jugando al Candy Crush). Quizás necesitaba que alguien me lo recordara tan contundentemente. No es una cuestión solo moral, sino una realidad. La madurez social requiere tiempo -que no disponemos-, por tanto, hemos de hacer lo posible por que madure, sí, pero también hemos de tratarla como lo que mientras tanto es (la estrategia dual [realista-utópica] que defiende Jorge).

Pero Jorge nos dio otro ejemplo, esta vez relacionado con Javier Marías, quien dijo que le resultaba difícil tener presente el tema del cambio climático porque reconocía que no iba con él sino con generaciones del futuro.

Este ejemplo abrió un hilo en mi mente que enlazó lo que había venido diciéndonos Jorge con un tema que ando pergeñando desde hace tiempo: Ese egoísmo de Marías en el fondo no es diferente al que sienten los “desencantados”, los que dicen de nosotros, los colapsistas, que somos pesimistas y que trasladamos pesimismo que lleva al tirar la toalla, el carpe diem y el éxodo. Si es así, todos esos que tiran la toalla, carpe diem y emigrantes preparacionistas son el el fondo “Marías”. Y como egoístas les digo que se las apañen con su pesimismo mientras trato de explicarles porqué yo no lo soy y ellos no lo tendrían porqué ser (ni egoístas ni pesimistas).

Pensar en el 2100, algo típico cuando se piensa en el cambio climático (en parte porque los modelos y escenarios del IPCC y de los climatólogos terminan en el 2100 casi todos e incluso en el 2300) ahora significa en realidad empezar a pensar en la construcción de la siguiente civilización. Que la nuestra colapse mejor, no significa para mí que seamos capaces de mantener nuestra civilización transformada y menos compleja con quizás algo menos de población; para mí colapsar mejor es pensar en la siguiente civilización/es, y qué bases y mitos van a tener. Importa menos el drama que vamos a vivir que el futuro de las siguientes generaciones. En la Francia o Polonia invadida por Hitler no pensaban en cómo adaptarse a la ocupación nazi sino en cómo vivir después de la ocupación, aunque oponerse a los nazis en vez de adaptarse-transicionar supusiera un drama a corto plazo mayor -y muriera más gente en ese plazo-. Franceses y polacos lo tenían más fácil, porque tenían esperanza de ser ellos mismos los que volvieran a un estado anterior, algo que ya nos está vedado (y nadie querrá dentro de tres o cuatro generaciones humanas). El no egoísmo ahora es en realidad luchar porque las generaciones que construirán nuevas culturas humanas (dentro de siglos) tengan vidas dignas y adaptadas a la biosfera, pese a que yo, mis hijos e incluso nietos ya no podamos. Luchar ahora significa ir des-arraigando nuestros mitos del desastre, tratar que no se olvide a dónde llevan e ir imaginando en medio del caos qué mitos nos harían sostenibles a la vez que humanos.

Carlos de Castro Carranza.

PD: por supuesto las ideas vertidas aquí son mis interpretaciones y pensamientos inspiradas en la conferencia de Jorge Riechmann, si el lector detecta algo que le parece exagerado, equivocado o una tontería, lo debe achacar a mí y no a Jorge.

Abierto el plazo de inscripciones hasta el 21 de abril

Ya está abierto el plazo de inscripción al IV Encuentro de Redes e Iniciativas Decrecentistas y Transicioneras que tendrá lugar en Granada los días 1, 2, y 3 de Mayo. Por 5 euros o 3 euros y 2 unidades de alguna moneda social incluida en el CES (Community Exchange System).

El próximo martes 21 cerraremos el plazo de inscripción. 

 Este puente, no lo dudes y vente pa Graná!! 

Para más información: 

http://ivencuentrodecrece.wix.com/granada2015#! 

https://www.facebook.com/decrecimientogranada2015?fref=ts

¿Qué hay detrás del mensaje “no hay alternativa”? La salvación neoliberal del mundo

The Oil Crash

Queridos lectores,
Antonio García-Olivares ha escrito esta pieza sobre el pensamiento neoliberal y sus implicaciones, con una explicación muy extensa y detallada de sus falacias, que gracias a su tono irónico se hace amena. ¿Qué más se puede pedir? Espero que lo disfruten con una sonrisa.
Salu2, AMT

¿Qué hay detrás del mensaje “no hay alternativa”? La salvación neoliberal del mundo
Antonio García-Olivares

Fue Margaret Thatcher la que inmortalizó el mensaje “no hay alternativa” (TINA en el acrónimo inglés creado por sus compatriotas) mientras fue primera ministra del Reino Unido a finales de los años 70 y comienzo de los 80. Este mensaje ha sido repetido desde entonces por innumerables propagandistas neoliberales en todo el mundo. ¿Qué hay detrás de ese mensaje? Este ensayo tratará de responder a esa cuestión esbozando irónicamente y de forma (sólo ligeramente) simplificada la forma de ver el mundo de los creadores del neoliberalismo, Hayek y Friedman, y de sus seguidores. Lo hago exponiendo trece de sus afirmaciones fundamentales que he tratado de no caricaturizar en exceso. Aunque esto es difícil, porque hay teorías que cuando se resumen un poco tienen un parecido sorprendente con las caricaturas de un cómic.

1. La economía es una ciencia positiva como la física, nada que ver con las disquisiciones normativas que tratan los sociólogos y los historiadores
La economía es una ciencia positiva y, como tal, existe una aproximación estrictamente técnica a cualquier problema de índole económica. Por tanto, de entre todas las soluciones posibles, sólo una es óptima en un contexto y momento determinados. Galbraith y muchos otros intentaron negar este planteamiento, alegando que la economía no existe separada de la política (y que convertirla en una materia no política lo que conseguía era alejarla del mundo real), pero sin demasiado éxito (i). Los que sí han tenido éxito, y esto dice mucho en su favor, son las aportaciones de adelantados como Hayek y Friedman, que han elevado a la ciencia económica hasta el nivel de poder desarrollar leyes análogas a las de la física, capaces de predecir el futuro y capaces de evitar cualquier crisis seria del sistema capitalista. Si ha habido pese a todo alguna crisis recientemente, ello no puede deberse al mercado, pues tales leyes dicen que este no puede equivocarse, sino al intervencionismo del estado y de los reguladores.
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Algún sofista alegará que tal demostración se parece a la del médico Hermes descrito en el Zadig de Voltaire, que tras fracasar en curar una llaga (que curó al final por sí sola) demostró en un libro que eso no debería haberse producido. Sin embargo, tal comparación sería maliciosa e infundada, puesto que la economía neoliberal actual es una Ciencia Positiva y no una mera especulación “normativa” como la sociología, la filosofía o la historia. Aunque eso sí, la contrastación empírica es difícil a veces en la realidad social, por lo que es conveniente usar el “método axiomático” de Hayek para clarificar lo complejo: no aceptamos ingenuamente a la primera lo que parece surgir de la experiencia, sino lo que concuerda con los axiomas. Y esta elección queda doblemente sancionada cuando es aceptada luego por los agentes sociales relevantes, que son los triunfadores en la competencia del mercado.
Entre las leyes universales más notables descubiertas por esta ciencia positiva están las que afirman que los mercados, el capitalismo, la mundialización, la competencia, la libre empresa y la concepción neoliberal del mundo, son fenómenos necesarios y beneficiosos, y cualquier otra orientación está destinada al fracaso. Algún otro malicioso alegará que esta última ley es recurrente, dado que las leyes que hablan de la concepción neoliberal han sido creadas por los propios neoliberales. Sin embargo, esto no es contradictorio, pues un neoliberal puede hablar en ocasiones como científico y otras veces como agitador político y su comportamiento ser racional tanto en un papel como en el otro, como se verá.

2. El mercado es la estructura más perfecta que ha generado el ser humano
El mercado es lo más justo que ha creado el ser humano, porque da a cada uno en proporción exacta de lo que éste da. Es el instrumento más sabio porque sus precios libres reúnen más información que toda la que podría conocer un hombre. Es también lo más generoso, porque da bienestar a todos. Es también la fuente de vida, puesto que permite que vivan más personas que cualquier otro sistema económico y social. Es lo más poderoso en la tierra, porque puede hacer mucho más que los Estados, o lo que podría lograr cualquier grupo de hombres. El mercado posee mecanismos propios de autorregulación, como los seres vivos. También, es insuperable y definitivo, pues cualquier intento de abandonar la sociedad de mercado conduciría a la barbarie. Asimismo, el mercado es la fuente única de la libertad: libera a los hombres. Incluso, como ha captado agudamente el teólogo cristiano Novack, las empresas transnacionales son escarnecidas y perseguidas por el vulgo, tal como lo fue Cristo en la tierra, una similitud que debería hacer pensar a los escépticos alter-mundistas.
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Es imposible pues exagerar la importancia del mercado para la existencia del hombre sobre la tierra. Ni siquiera la fotosíntesis sería más importante que él, puesto que como es sabido, el mercado es siempre capaz de sustituir al capital natural por capital tecnológico si la rentabilidad y el libre comercio así lo requieren.
Esta importancia que tiene el mercado no la tiene ninguna otra institución humana, ni siquiera el estado de derecho, cuyas normas no deberían ser jamás obstáculos para el crecimiento y desarrollo del mercado. Es de la máxima importancia la protección de: la propiedad, la libertad de contrato, el comercio internacional, la competencia, los derechos de las empresas, y un orden social favorable al funcionamiento eficiente del mercado. Poner en duda esto es oponerse a “el pacto de los siglos” que identificó Burke como clave de la civilización europea, y ni siquiera la democracia puede oponerse a ese pacto. Las sociedades o grupos que crearon ese “pacto de los siglos” triunfaron en la competencia con otros grupos, y esa es la prueba de su superioridad sobre otras alternativas superadas, tal como afirma sabiamente Hayek.
Algunos antropólogos han encontrado instituciones incluso más extendidas que el mercado tales como el don, el intercambio y la reciprocidad. Pero tales instituciones no han sobrevivido a la competencia con las sociedades de  mercado. Otras tradiciones como la propia democracia, carecen también de esa legitimación que da el triunfar por sí mismas sobre los competidores, legitimación que sí tiene el liberalismo de mercado. Consecuentemente, cuando Hayek fue consultado en Chile sobre la dictadura de Pinochet –que había destruido el estado de derecho democrático precedente-, la apoyó con el sabio argumento de que “cuando no hay reglas, alguien tiene que hacerlas”(ii). El liberalismo promovido estatalmente está por encima de la democracia, y la mayor prueba de ello es que es capaz de hacer triunfar a cualquier sociedad, ya sea ésta una democracia o una dictadura. A los sistemas sociales hay que juzgarlos por la eficiencia de sus mercados, no por clasificaciones secundarias como el tipo de poder estatal. Así, debería ser obvio a todo el mundo, como lo es para Hayek, por qué el nacionalsocialismo fue un sistema abominable: porque impulsó una economía intervencionista.(iii)
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Fotos. Los adelantados Friedrich Hayek y Milton Friedman. Es natural que se rían.

Como afirma Hayek, el político o economista que pretende determinar los precios antes que éstos sean fijados por la ley de oferta y la demanda, pretende tener la omnisciencia de Dios, que es el único que puede conocer los precios antes de que los fije el mercado.
Por otra parte, el capitalismo neoliberal es siempre el que permite vivir a más personas. De modo que aquellos a quienes los Estados neoliberales definen como enemigos, lo son radicalmente. Como lo expresa Hayek: «Una sociedad libre requiere de ciertas morales que en última instancia se reducen a la mantención de vidas: no a la mantención de todas las vidas, porque podría ser necesario sacrificar vidas individuales para preservar un número mayor de otras vidas. Por lo tanto, las únicas reglas morales son las que llevan al “cálculo de vidas”: la propiedad y el contrato» (iv).

3. Hay que dejar actuar libremente al mercado y a “los mercados”
Hay que dejar funcionar al "libre mercado", lo que ocurre es que en la práctica, debido a la perturbación que el estado introduce en la libre iniciativa económica, resulta necesario influir en los estados por medio del "lobby" y de los think tanks para comprar políticos con el objetivo de que creen una estructura más favorable a las empresas eficientes. Una vez que estas empresas eficientes y poderosas han sido subsidiadas con dinero y legislación estatal ad hoc, es el momento adecuado para exigir al gobierno que no interfiera salvo para proteger los derechos de las empresas existentes (v).
Esta dinámica viciosa, provocada por la injerencia del estado, provoca efectos indeseados como los oligopolios. Los “mercados” es un término que se usa la mayoría de las veces como sinónimo de “los poderes económicos” constituidos por los grandes oligopolios y los grandes propietarios que los controlan como principales accionistas. A los pequeños productores no se les puede considerar protagonistas de las grandes decisiones económicas. Es decir que la mayoría de las veces las demandas de “los mercados” son las de aquellos oligopolios suficientemente poderosos como para poder evitar la competencia de mercado y marcar directrices a los gobiernos e instituciones económicas transnacionales. No cabe duda de que esto no es exactamente igual a mercado libre, pero es un mal menor derivado de la perturbación que los estados han introducido en la libre concurrencia.  


4. El mercado asigna salarios según la aportación de cada uno
Según la economía neoliberal, que es la más influyente entre “los mercados”, el mercado es un instrumento mucho más sagaz que la política a la hora de asignar precios. Y ello incluye al trabajo, que es una mercancía más, aunque tenga detrás a un cuerpo humano y a un mundo social. Por lo tanto, el salario que cada uno de nosotros recibimos en el mercado obedece a una asignación óptima que no es posible mejorar. De hecho, nuestro salario particular es igual a nuestra productividad marginal, o valor añadido relativo con el que contribuimos a la sociedad. Así, la mayoría de los trabajadores jóvenes en la España de 2015 ganan unos 10 000 euros anuales (unos 700 euros al mes), mientras que un consejero delegado de un banco gana entre 5 y 20 millones de dólares al año (vi). Esto significa que el trabajo de un consejero del Royal Bank of Scotland es unas 1000 veces más útil para la sociedad que el de un joven español. El que tales consejeros arruinaran a dicho banco, que tuvo que ser luego rescatado con dinero público, no contradice la enorme contribución que a pesar de todo hacen esos especialistas al bien general.
Dado que la asignación de salarios no debe hacerla la política sino el mercado y que esta asignación es óptima, cada uno de nosotros ganamos lo que nos merecemos. Como decía Herman Cain en 2011 en el debate de los candidatos republicanos a la presidencia: “No eches la culpa a los bancos. No eches la culpa a Wall Street. Si no tienes trabajo y no eres rico, échate la culpa a ti mismo”, frase que suscitó aplausos entusiasmados de los miles de asistentes al meeting (vii). Si el estado puede hacer algo por la gente perdedora es estimularlos a espabilar. Como explica muy bien Clara Valverde (2013), estas evidencias han sido recogidas también por el gobierno español, a juzgar por el comentario del presidente Rajoy el 11 de julio del 2012 en el Congreso, según el cual los parados necesitan que les recorten las prestaciones de desempleo para “estimularlos” a buscar trabajo, se entiende que para sacarlos de su conformismo y su molicie. Ese comentario fue recibido según Valverde con aplausos unánimes en las filas del Partido Popular, y la ciencia económica debe felicitarse por ello.
La creciente desigualdad que produce el sistema capitalista es una legítima consecuencia de la asignación óptima de salarios que produce el mercado. La riqueza de unos cuantos deriva de una aportación al bien común muy superior a la que hacemos el resto y, por tanto, esa riqueza creciente de unos pocos nos beneficia a todos. Los menores impuestos que pagan los ricos y sus mayores salarios fomentan el espíritu emprendedor y hacen que el pastel sea más grande.
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¿Ha beneficiado a la mayoría esta dinámica de los últimos 30 años? Bauman (viii) alega que desde 1980 los índices de crecimiento y productividad han sido un tercio más bajos en Gran Bretaña de lo que lo fueron en los años posteriores a la II guerra Mundial, la inseguridad laboral es ahora mayor, la destrucción ecológica ha sido muy grande, las tres recesiones posteriores a 1980 han sido más profundas y largas que las de las décadas previas, y alega también que las políticas neoliberales han culminado en la reciente crisis. Sin embargo, si el mercado dicta esta trayectoria, es que no hay otra mejor pues, por definición, está asignando de forma óptima los recursos y los salarios. ¿Quién sabe si sin esa desigualdad las cosas no habrían sido aún peores? A fin de cuentas, en media, la economía creció, como muestra el crecimiento del PIB, aunque lo hiciera de forma mucho menos perceptible para la mayoría. Innumerables nuevos inmuebles y aeropuertos están ahora disponibles para la posteridad, y grandes áreas de bosques que antes eran improductivos en Brasil, Malasia e Indonesia son ahora útiles produciendo biocombustibles, ganado, grano y minerales.

5. El poder económico de las corporaciones es la legítima consecuencia de la libertad
Esta dinámica provoca también una concentración del capital y una creciente monopolización de los mercados por grandes empresas. Hay quien dice que, a largo plazo, esto puede acabar con la democracia, pues algunas empresas tienen beneficios anuales comparables con los ingresos de algunos estados y son ya capaces de comprar sus decisiones. Por ejemplo, los beneficios de Exxon Mobile fueron en 2012 iguales a los presupuestos de Eslovaquia, el 48º estado mundial en orden de tamaño de ingresos (ix). Hay que decir con Hayek que un mercado auténticamente libre nunca hubiera generado estos monopolios y que la culpa de los mismos la tiene el estado. Sin embargo, como han observado sagazmente neoliberales posteriores, esta monopolización es la legítima recompensa del éxito en la competencia de mercado, y quién mejor que el mercado para decidir si, en presencia de un estado intervencionista, un mercado oligopólico es mejor para el progreso que un mercado completamente libre, o para dilucidar si la democracia es lo más adecuado  para el crecimiento y el progreso o debe dejar paso a fórmulas tecnocráticas más eficaces? La competencia a fin de cuentas tiene algo de selección darwinista, y no hay consenso entre los economistas más influyentes (los neoliberales) sobre qué es más importante, si el libre mercado o las legítimas recompensas para los triunfadores del mercado.
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La libertad individual conduce necesariamente a la libertad económica, y la libertad económica conduce, a través de la óptima asignación que hace el mercado, a mayores recompensas para los que más aportan. Estas mayores recompensas se traducen en un aumento del tamaño y el poder de las grandes corporaciones, que son los vencedores del juego de la libre competencia.

6. El estado no tiene derecho a intervenir en la libertad natural de los hombres
La tesis de que la desigualdad económica es injusta es una tesis falsa y peligrosa pues se opone a la libertad. La mente preclara de von Hayek supo ver que esta perturbación de la libertad natural es sólo un “camino de servidumbre” que lleva al totalitarismo y que la idea de «justicia social» esconde solamente los intereses corporativos de la clase media y baja. La racionalidad económica exige desreglamentar, privatizar, disminuir los programas contra el desempleo, eliminar las subvenciones a la vivienda y el control de los alquileres, reducir los gastos de la seguridad social y limitar el poder sindical (x). Cuando algo va mal en la economía, el culpable es casi siempre el estado; mientras que si todo va bien, el responsable es casi siempre el mercado libre. Sin esta regla sencilla, el mundo parece más complejo de lo que en realidad es y tiende a confundir a los no expertos. Por ejemplo, cuando se produce una crisis económica, el responsable es la Autoridad Monetaria o los bancos centrales. Como es sabido el banco central es una especie de padre que presta dinero a su hijo (el banco privado o el inversionista) para que vaya a la universidad a estudiar (para que invierta en actividades productivas) (xi). A veces el hijo coge el dinero y se lo gasta en drogas, y meses después la policía le entrega el hijo a su padre drogado, sin blanca y acusado de haber robado para seguir drogándose. La justicia acude a un juez llamado  Friedrich Hayek para que formule la acusación y el veredict o de éste es inmediato: la culpa es del padre (el banco central) por haberle prestado dinero fácil al hijo (el inversor privado). Si no lo hubiera hecho, el hijo no se habría drogado. Algunos podrán decir que el responsable directo es en realidad el hijo, y que el padre sólo tiene una responsabilidad indirecta por no haber vigilado bien a su hijo. Pero si usted ha llegado a esta conclusión está cometiendo un “error de racionalidad” que debería corregir leyendo con mayor atención el “método axiomático” de Friedrich Hayek.
Otras intervenciones públicas son igual de contraproducentes. Tratar de disminuir la miseria y satisfacer las necesidades básicas de los perdedores del juego del mercado  es tan antinatural y pernicioso como dar ventajas a las especies inferiores para que puedan competir con las superiores. O tan suicida como permitir que todo el que quiera pueda subirse a nuestro bote salvavidas hasta hundirnos a todos. Spencer fue uno de los primeros en intuir la importancia de la libre competencia para crear una selección racional: “(Las) Familias y razas entre las cuales esa, incrementalmente difícil, tarea de ganarse la vida no estimula a incrementar la producción están en el camino a la extinción. Esta verdad la hemos visto recientemente ejemplarizada en Irlanda (...) aquellos que permanecen para continuar la raza deben ser aquellos en los cuales el sentido de auto preservación es más grande (y ellos) deben ser los “selectos” de su generación” (Principles of Biology). Cuando los campesinos irlandeses perdieron la cosecha de patatas dos veces en cuatro años entre 1845 y 1849, dos millones de ellos murieron de hambre debido a su falta de previsión, muchos de ellos en los puertos, tratando de coger un barco para EEUU que no consiguieron pagar. Algunos criticaron a los propietarios liberales ingleses porque no suministraron trigo a los irlandeses, cuando sus trigales gozaban de buena salud, o al estado inglés por no intervenir.  Pero intervenir hubiese sido una injerencia en la libertad de los miembros más prósperos, previsores y exitosos de la sociedad, y un premio inmerecido para los sujetos más ineficientes, menos previsores y de menor valía. La intervención podría parecer altruista, pero sería un altruismo mal entendido, pues redundaría en un mal general: el estancamiento y la falta de progreso típicos de las sociedades comunitaristas. Por los mismos motivos, Hayek se opuso a toda ayuda alimentaria a los países de África en épocas de hambruna y grandes sequías: “Me opongo absolutamente. No debemos asumir tareas que no nos corresponden. Debe operar la regulación natural” (xii).
Foto. Monumento a las víctimas de la hambruna irlandesa
Hay que evitar en todo momento introducir irracionalidades económicas en las relaciones de mercado. Ayudar a satisfacer las supuestas “necesidades” humanas es una de estas irracionalidades puesto que, como ha demostrado Friedman (xiii), los individuos no tienen necesidades sino portafolios de preferencias, y un individuo con pocas opciones es uno que ha tomado la decisión de acotar dicho número, o no ha tenido la iniciativa suficiente como para diversificar su cartera de opciones vitales. Por tanto nadie es culpable sino él mismo de morir de hambre, al no poder adquirir suficientes propiedades como para alimentar al cuerpo del que es propietario. Parece mentira que la gente se siga liando tanto con falsos problemas como el de las necesidades biológicas, el desarrollo vital, o el lacrimoso derecho a la vida, después de las aclaraciones de Hayek y Friedman.

7. La democracia tiene siempre tentaciones totalitarias
Las masas son insoportablemente intervencionistas y hay que disciplinarlas y cambiarlas antes de que impongan numéricamente su irracionalidad sobre la racionalidad de las minorías. Como vio preclaramente Hayek, «hay una gran parte de verdad en la fórmula según la cual el fascismo y el nacional-socialismo serían una especie de socialismo de la clase media» (xiv). La clase media es una amenaza potencial, como lo es la clase trabajadora con sus inclinaciones socialistas. Y también son de temer los pobres, cuyas reacciones son imprevisibles, por lo que una ley de pobres con un ingreso mínimo para ellos podría ser necesaria en algunos casos «aunque sólo sea en interés de los que pretenden permanecer protegidos de las reacciones de desesperación de los necesitados.» Las clases medias y bajas disponen sin embargo, en algunos países, de un arma temible que es la democracia, con la que amenazan imponer su populismo contrario a la libertad bien entendida. Los expertos que conocen la importancia del mercado (como Hayek y Friedman), en alianza con los empresarios triunfadores interesados en el desarrollo de los mercados (como la Fundación Rockefeller, que promovió los trabajos de Hayek por el bien de la libertad) deben instruir a los estados y a las élites políticas para que resistan los intentos demagógicos de las masas de imponer preferencias irracionales, que podrían destruir el mayor logro de la humanidad. La economía es demasiado compleja para dejarla a merced de los valores mayoritarios, y debe ser dejada en manos de los expertos. Los “Chicago Boys” que asesoraron a Pinochet son un ejemplo de tales expertos, pero también lo son los profesionales de Goldman Sachs que asesoran o forman parte hoy de los principales gobiernos occidentales.
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El mercado y “los mercados” (los oligopolios) son agentes más eficaces que el estado o la política a la hora de decidir qué actividades sociales son necesarias y cuales innecesarias. El estado sólo introduce distorsiones en la eficiencia de la elección; y los ciudadanos son gente demasiado estúpida para entender que sólo lo que dictan los mercados es lo que una sociedad está dispuesta a realizar y capacitada para realizar. De ahí que lo óptimo es que dejen a los expertos hacer su trabajo de gestión de la política económica y de la política social. Los expertos son las élites económicas (dirigentes de grandes empresas) junto con sus profesionales a sueldo, y las élites de políticos profesionales junto con los asesores económicos a su servicio. Estos especialistas se pasan la vida moviéndose entre la actividad política profesional, la administración pública, los negocios privados, los contactos con los creadores de riqueza y las redes personales de intercambio de iniciativas. Ello requiere a veces pluriempleo, indemnizaciones, y pensiones especiales, pues su trabajo es más complejo y trascendente que el de otras profesiones. No es gratuito que repitan con frecuencia la palabra “complicado”: “la situación económica es complicada”, “es complicado alcanzar el límite del déficit”, “la decisión es complicada pero necesaria” (Valverde 2014). Ello obedece a una realidad objetiva. El ciudadano corriente debería dejar tales decisiones complejas a los que realmente saben. Y lo fundamental es que tales decisiones económicas importantes se lleven a cabo, más que los métodos utilizados para hacerlo, que son un tanto secundarios.

8. Los triunfadores deben ser honrados por las multitudes de fracasados
La desregulación de los movimientos globales de capital ha sido necesaria para que los propietarios más exitosos y prósperos puedan moverse libremente y crear nueva riqueza, mientras que los no propietarios carecen de esa movilidad, lo cual les coloca en una capacidad de negociación casi nula frente a los primeros. Sin embargo, esta falta de movilidad del no propietario deriva de un fracaso previo: el de no haber sido capaz de volverse propietario. Es natural que en tal situación se empobrezcan relativamente frente a los propietarios, pero el mercado no puede ni debe entrar en ello. Hacerlo sería entrar en un sentimentalismo contrario al bien común. La desregulación de los capitales ha posibilitado también que los ricos puedan dejar de pagar impuestos, al contrario que los trabajadores, pero ello les facilita la acumulación de excedentes que son necesarios para la creación de riqueza.
Es humillante saber que uno es un fracasado, puesto que no es un propietario acaudalado, pero este sentimiento es merecido y bueno para el bien común. Uno debería sentir vergüenza de ser un vulgar fontanero, obrero del campo, mecánico, o incluso un simple ingeniero o científico, en lugar de un empresario acaudalado. Es cierto que aquellos sostienen el funcionamiento de la sociedad, pero lo hacen de un modo mecánico y porque no tienen elección, como las hormigas de un hormiguero, mientras que los empresarios triunfadores lo hacen activa y creativamente, arriesgándose y ejerciendo su libertad; y su mayor talento, diligencia y persistencia redunda en mayores beneficios para todos y en una justa recompensa para ellos. Los puestos de trabajo, la eficiencia y el progreso social se los debemos a ellos, y por ello, debemos agradecerles que se enriquezcan.
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Entre sus legítimas recompensas está la de poderse aislar de los perdedores. Las familias acomodadas han empezado a invertir una parte creciente de sus ingresos en los gastos que les supone vivir apartados geográficamente y también socialmente de la gente corriente y de los pobres (Bauman 2013, p. 20). Crecientemente, los ricos viven en comunidades amuralladas, envían a sus hijos a escuelas caras, pagan a una asistencia médica privada de primera, y su residencia es circunstancial dado que su patria es su patrimonio; mientras que el resto vive en un mundo inseguro, muy marcado por el lugar de residencia y tiene, en el mejor de los casos, acceso a una educación mediocre y a una asistencia sanitaria dosificada. Sería ingenuo negar este contraste, pero es el precio que debemos pagar en aras del progreso. Si la endogamia dentro de las clases altas condujera en el largo plazo a una especie diferente, habría que alegrarse, pues ello sería consecuencia de la selección natural de los mejores.

9. La cooperación, la generosidad y lo comunitario son zarandajas
La cooperación, la reciprocidad, la confianza mutua, el reconocimiento y la generosidad son mecanismos necesarios para que las mujeres cuiden gratis de sus hijos y familiares dependientes, pero es antieconómico que salgan de la propia familia, pues sólo conducen a sociedades ineficientes, como Cuba o las antiguas sociedades recolectoras. La competencia y el enriquecimiento fomentados por la codicia son mecanismos más eficaces para hacer crecer el pastel de la producción y el consumo, aunque éste sea desigual.
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Decía el académico Noam Chomsky en una entrevista (xv): “La búsqueda del beneficio es una enfermedad de nuestras sociedades, respaldada por estructuras específicas. En una sociedad decente, ética, la preocupación por los beneficios sería marginal. Tomemos mi departamento universitario [en el Instituto de Tecnología de Massachusetts]: algunos científicos trabajan duro para ganar mucho dinero, pero se les considera un poco como marginales, gente perturbada, casos casi patológicos. El espíritu de la comunidad académica es más bien el de tratar de hacer descubrimientos, tanto por interés intelectual como por el bien de todos”. Para el neoliberalismo esta actitud es ridícula y está fuera del mundo, pues como decía Milton Friedman: “hacer beneficios es la esencia misma de la democracia”. El que dentro de grupos sociales otrora prestigiosos como el de los científicos y académicos haya individuos que pretendan guiarse por el altruismo y el bien común puede ser interpretado como un patético consuelo de perdedores que, pese a poseer cierta inteligencia abstracta, no han podido llegar a millonarios.
Para Chomsky (2007), como para otros izquierdistas, las grandes empresas son “instituciones tiránicas, casi instituciones totalitarias. No tienen que rendir cuentas al público, ni a la sociedad; actúan como depredadores en las que las otras compañías son las presas”. Y para defenderse, las personas tendrían supuestamente que recurrir al Estado. Aunque esto no sería un escudo muy eficaz, ya que generalmente los estados están íntimamente relacionados con las grandes empresas. Los izquierdistas ven una diferencia significativa entre estados y empresas: mientras que, por ejemplo, General Electric no tiene ninguna cuenta que rendir a la sociedad, el Estado tiene ocasionalmente que explicarse con la población. Por ello, ven en el estado un mal menor inevitable hasta que la democracia se amplíe hasta el punto de que la gente controle los medios de producción y de cambio, y participe en la operación y administración del marco en el que viven. A partir de ese momento, dicen, el estado podrá ser reemplazado por asociaciones voluntarias situadas en el lugar de trabajo y en los barrios.
Es casi superfluo decir que para la ciencia económica relevante, la neoliberal, todo este planteamiento es un sinsentido. Para empezar, las grandes empresas son la cristalización final de lo que la sociedad ha valorado y buscado con mayor ahínco: la producción a gran escala, el sometimiento de la naturaleza salvaje a la voluntad humana mediante la técnica, y la realización del consumo de masas. Esos objetivos han sido realizados con la máxima eficiencia a través de la iniciativa privada, y la monopolización de los mercados por estos triunfadores que son las grandes empresas y sus propietarios son la justa recompensa de esa iniciativa exitosa. El estado es necesario para proteger esa iniciativa privada, percibe con agrado la concentración de las empresas en unos pocos oligopolios, e incluso fomenta los beneficios de estos oligopolios porque ello facilita la recolección de rentas abundantes, seguras y predecibles. Pero su papel debe ser únicamente garantizar el marco legal favorable al capitalismo y al orden social. El estado mínimo es el estado ideal, pues permite una máxima autonomía a las empresas. No importa que las empresas sean oligopólicas y puedan absorber a otras más pequeñas, influir sobre los precios, o presionar a la baja los salarios, ya dijimos que ello es una recompensa legítima que la sociedad ha querido darles; y si los salarios bajan es porque lo que los trabajadores dan a la sociedad no está a la altura de lo que cobran. Las grandes inversiones económicas del estado suponen una perturbación nociva de los equilibrios de mercado y son contraproducentes, aunque hayan conducido en la práctica a tecnologías nuevas como el ferrocarril, el tráfico rodado, Internet, o las redes de satélite. El descubrimiento de tales innovaciones tecnológicas debería haberse dejado a las empresas. Así que el deseo de algunos izquierdistas de que desaparezca el estado es correcto pero la gestión de los asuntos sociales deberá quedar entonces en manos de los mejores, esto es de los triunfadores y sus empresas, no como ellos pretenden, en manos de una peligrosa muchedumbre de perdedores resentidos de su propia inferioridad.
En cuanto al anarquismo comunista y anarco-sindicalista es una tontería sin fundamento pues en toda supuesta acción solidaria subyace siempre una desconfianza básica hacia las otras personas, que deberíamos entrenarnos en detectar, aunque no la percibamos de forma inmediata. El único anarquismo racional es por tanto el anarco-capitalismo, el único acorde con la naturaleza humana, que es esencialmente egoísta y competitiva.
Y no hablemos ya de la delirante opinión de Proudhon, según la cual “la propiedad es un robo”. Todo lo contrario, la democracia es el sistema más extendido actualmente porque existe una mayoría poco productiva que tiene la capacidad y el deseo de robar e imponer sus regulaciones a la minoría más productiva. Cierto que el hijo de Rockefeller hereda una propiedad de 1 billón de dólares, mientras que el hijo de un paria no hereda nada; pero ello deriva del ejercicio de la libertad por parte de sus padre, uno de los cuales fue mucho más productivo que el otro (xvi).
El neoliberalismo aboga por dar la mínima libertad al estado y la máxima libertad a los agentes que intervienen en la actividad económica. Podría alegarse que el hijo de Rockefeller tiene mucha libertad mientras que el hijo de un paria no tiene casi ninguna, y que ello requiere la imposición estatal de una “igualdad de oportunidades”. Sin embargo, la igualdad de oportunidades violaría los derechos de los individuos. Como sagazmente advierte Nozick: “Hay dos caminos para intentar proporcionar esta igualdad: empeorar directamente la situación de los más favorecidos por la oportunidad o mejorar la situación de los menos favorecidos. La última necesita del uso de recursos y así presupone también empeorar la situación de algunos: aquellos a quienes se quitan pertenencias para mejorar la situación de otros. Pero las pertenencias sobre las cuales estas personas tienen derechos no se pueden tomar, aun cuando sea para proporcionar igualdad de oportunidades para otros. A falta de varitas mágicas, el medio que queda hacia la igualdad de oportunidades es convencer a las personas para que cada una decida destinar algunas de sus pertenencias para lograrlo” (xvii). Vemos pues que la racionalidad nos impide poder resolver este problema, y sólo nos queda como posibilidad la iniciativa de aquellos individuos que decidan invertir parte de sus propiedades en caridad, cualesquiera que fueren sus motivos.
Esta desigualdad de partida puede provocar que los presidentes de los fondos de capital riesgo procedan principalmente de familias de millonarios y, quizás en menor medida, de habitantes de favelas y barrios parias. Sin embargo, incluso si así fuera, tal desigualdad enriquece las posibilidades de negociación que tiene el mercado y redunda finalmente en un beneficio para todos, mayor que el que tendríamos si el estado hubiera intervenido para alterar la libertad de los individuos y la fructífera diversidad del mercado. Los parias y “favelados” deberían agradecer la prosperidad general que surge de la desigualdad, pues crea oportunidades hasta para ellos. Por ejemplo, les permite recoger comida con la que alimentarse de los abundantes contenedores de basura de los barrios ricos.
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El excelente rendimiento de la Universidad de Harvard ilustra muy bien los beneficios que se derivan de una concepción un poco más amplia de la “igualdad de oportunidades”. Debido al elevado precio de la matriculación, el ingreso promedio de los padres de los estudiantes de Harvard es aproximadamente de 450.000 dólares, que corresponde a la renta media del 2 por ciento superior de la jerarquía de la renta de Estados Unidos (xviii). Esto no es totalmente compatible con una idea igualitarista-colectivista de la selección, pero la sociedad liberal ofrece créditos a los estudiantes pobres para que todos puedan acceder si lo quieren con la suficiente intensidad. Estos altos precios de matrícula decididos por los propietarios de la universidad producen un bien que no tendríamos bajo un sistema igualitarista ajeno a la libertad de empresa: alimentan  una independencia, una prosperidad y una energía que hacen de esas universidades privadas americanas la envidia del mundo. La producción científica de esas universidades es de alta calidad y, además, procede casi en exclusiva de individuos que han aprendido de sus familias (los anteriores triunfadores) la importancia de la propiedad, de la libertad y de la no homogeneidad. Ello garantiza una producción del máximo nivel científico y a la vez un tipo de ciencia que no pone en duda los principios del liberalismo, garantizando así el progreso y el bien general. Los trabajos en ciencia económica surgidos de Harvard así lo atestiguan. Harvard es un ejemplo exitoso del modo como todas las instituciones sociales deberían funcionar si se siguieran las indicaciones de la ciencia neoliberal.  

10. El propio carácter debe ser moldeado de acuerdo con los valores empresariales
Otra de las grandes funciones que el neoliberalismo reserva para el estado es la de fomentar, mediante técnicas de gobernación, de educación y de información, sujetos racionales. Esto es, hombres aptos para dejarse gobernar por su propio interés (Laval, 2012) no sólo en el terreno económico sino en cualquier actividad social. Todo hombre nace con al menos una propiedad, que es él mismo, y por tanto todos debemos considerarnos propietarios y empresarios de nosotros mismos.
Si sólo fuéramos sujetos con preferencias, seríamos algo así como hipopótamos que nos relacionaríamos como meros mamíferos. Pero afortunadamente, dentro de cada individuo hay, además de un sujeto de preferencias, un sujeto calculador, que establece los costes y beneficios de los caprichos, los deseos y las necesidades de relación del sujeto de las preferencias. Ese sujeto calculador es la esencia de la forma humana de ser. Las relaciones no salen gratis, esto lo sabe muy bien el sujeto calculador, y cuando alguien conoce a otra persona, si es un ser humano sano y racional, percibe de inmediato qué beneficio le puede sacar al otro, aunque a veces lo haga de forma no consciente.  
El cálculo económico racional permea a los individuos verdaderamente humanos y, en consecuencia, permea también a sus agregados que son las instituciones sociales. Las sociedades que no han desarrollado el individualismo, el cálculo económico y el interés se han ido extinguiendo tras entrar en contacto con las sociedades que se guían por tales valores, que son las verdaderamente humanas.
Una vez las sociedades (los agregados de individuos) han incorporado tales rasgos valiosos, pueden y deben alcanzar formas óptimas de funcionamiento tal como la alcanzan los mercados. El impulso benefactor hacia los demás no puede impedirse, pues surge espontáneamente del hombre real, pero deberíamos acostumbrarnos a darle cauce sólo si tiene además algún sentido económico, ofreciendo por ejemplo nuevas oportunidades de negocio. En este sentido, personas como Dale Carnegie (xix) (el famoso millonario americano) fueron adelantados a su tiempo cuando propusieron técnicas concretas para ganar amigos e influir sobre las personas, que a la vez aumentan las posibilidades personales de éxito empresarial y de generación de ingresos.
La libertad general incluye la libertad y el derecho de las empresas de contratar sólo a aquellos trabajadores cuyos valores sean compatibles con los de la propia empresa. Esta selección la hacían tradicionalmente las empresas mediante entrevistas organizadas por su departamento de selección de personal, pero actualmente se hace un seguimiento mucho más preciso del candidato rastreando sus opiniones en redes sociales como Facebook y Twitter. Lo racional, por tanto, es que los individuos vayan moldeando su propio carácter para hacerlos coincidir con los valores de las empresas. Estos valores son los mismos que tratan de fomentar los programas de coaching tanto en ejecutivos como en trabajadores en general: un buen trabajador, esté en paro o en activo, no debe sentir nunca depresión o ansiedad, pues ello es sinónimo de fracaso; por el contrario, debe anteponer pensamientos positivos en cualquier situación. Si uno tiende a ver situaciones cotidianas como el paro o la situación económica como deprimentes, debe interrumpir inmediatamente esos pensamientos inútiles diciéndose “stop” o pellizcándose, y luego argumentar contra los pensamientos inútiles: “¿me sirve de algo lo que pienso?”, “¿es realista?”. Finalmente, el pensamiento de que es una desgracia el que le hayan echado a uno de la empresa por un ERE debe ser sustituido por otros como: “cuando se cierra una puerta se abre una ventana”, “mi futuro está en mis manos” y “toda crisis es una oportunidad” (xx). La mentalidad valorada por las empresas es la del trabajador que está abierto a cualquier cambio que el mercado pueda ofrecerle, que agradece incluso las crisis personales, y que ante cualquier pensamiento negativo, como un resentimiento hacia su jefe o un odio hacia esos bancos que le han destrozado los sueños, responde: “¿Qué no puedo querer a mi jefe ni a los bancos? ¡qué narices! ¡Claro que sí!”. Para estar adaptado al mercado de trabajo y poder triunfar en la libre competencia con otros trabajadores hay que moldear el carácter en tales direcciones. Un individuo que no cultive estos valores empresariales carece de futuro.
Consultoría Coaching

11. La inutilidad de lo público frente a la eficiencia empresarial
En línea con los valores empresariales, pretendidos bienes sociales heredados del pasado pero que no ofrecen ningún beneficio cuantificable para el individuo deberían verse con sospecha y evitarse en lo posible. Por ejemplo, ciertas disciplinas educativas humanistas como el latín o la filosofía suponen un coste económico que hay que pagar con los impuestos de todos los individuos sin ningún beneficio económico tangible para nadie; los intercambios solidarios suponen una especie de economía sumergida que compite deslealmente con la actividad económica empresarial; los departamentos de cultura de los estados derrochan dinero que el ciudadano podría utilizar en su propio beneficio; la generosidad para con un indigente es una ayuda contraproducente pues desanima a éste a acudir al mercado de trabajo para resolver sus problemas, produciendo indirectamente un perjuicio general. Y hay infinidad de ejemplos más.
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Fig. Una inversión de rentabilidad más que dudosa según el neoliberalismo

Los métodos empresariales deberían implantarse en todas las instituciones sociales para evitar tales excesos. En esta línea, vemos con agrado que la ciencia pública y el CSIC están dejando de utilizar estímulos socialistas como la inversión pública en I+D y empiezan a usar estímulos empresariales como la competición en pos de “la excelencia”. Este hermoso concepto crea una saludable tensión interna entre los profesionales, análoga a la que tenían los exitosos calvinistas fundadores del capitalismo: “¿estaré entre los excelentes (o elegidos) o seré un chiquilicuatre (un puto condenado)?” Y esa duda permanente permite ahorrar millones en inversión pública, racionalizando la producción.
La utilidad permite por otra parte reinsertar productivamente actividades que son ilegales, como el tráfico de drogas y la trata de blancas. Si los beneficios de estas actividades se reinvierten en otras iniciativas productivas, tienen al menos el atenuante de ser útiles económicamente y como tales, es natural y racional recogerlas en el índice de generación de riqueza, o PIB, del país.
La sociedad es un conjunto de instituciones heredadas que guardan la sabiduría del pasado pero que no están completamente racionalizadas. Algunas instituciones heredadas son el producto beneficioso de millones de contribuciones individuales, un ejemplo es la herencia familiar del patrimonio, que es mejor no tocarla. Sin embargo, hay otras instituciones culturales también heredadas como la solidaridad social y la búsqueda del igualitarismo que deben considerarse “atavismos”, pues se basan “en los instintos”, que como todo el mundo sabe son propios de nuestra naturaleza inferior. Todos salvo uno, el egoísmo, que es propio de la naturaleza humana más elevada. Puede parecer un poco complicado, pero cuando uno se acostumbra a razonar guiado por Hayek y Friedman todo esto se vuelve evidente por sí mismo.

12. No hay alternativa a la globalización neoliberal
El mundo, al igual que sus sociedades, debe ser gobernado como una enorme empresa. Para ello, se puede controlar hasta cierto punto el libre paso de las personas por las fronteras porque las personas pueden ser peligrosas; pero hay que dejar libertad completa a las mercancías y a los capitales, que no tienen ningún peligro como todo el mundo sabe. Los aparatos estatales no deberían interferir en estos flujos, y es improbable que lo hagan pues el endeudamiento generalizado a que han sido llevados casi todos ellos les hace enormemente dependientes de los préstamos y las inversiones de los grandes capitalistas y bancos y de los organismos internacionales que regulan esos flujos (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, Banco Central Europeo, Organización Mundial del Comercio). El papel de los estados debe ser únicamente el de atraer a los inversores internacionales ofreciéndoles mejores condiciones para su actividad y mayores posibilidades de beneficio. De este modo, todo el mundo que lo merezca acabará beneficiándose.
No hay alternativa a esta integración económica, que es apoyada por los líderes económicos mundiales del Foro Económico Mundial (o foro de Davos), y por los grandes inversores, los bancos y los fondos de pensiones.
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Es cierto que el 57% de la población mundial vive con menos de 6 dólares al día, y de que más de mil millones viven con menos de un dólar. Pero sin la expansión libre del capital y el comercio probablemente esa gente no habría tenido la posibilidad de estar siquiera viva, aunque sea reciclando basura, hurgando en las montañas de chatarra electrónica que exporta occidente, y trabajando en minas de minerales para la exportación. Gracias a que el capital busca el máximo retorno, permite que el máximo posible de personas, necesarias para su gran actividad empresarial, puedan vivir.
Es cierto también que hay un foro alternativo llamado Foro social mundial, o foro de Porto Alegre, que busca una integración diferente entre pueblos, pero se basa en expectativas idealistas de grupos sin poder social, y no en mecanismos eficaces de mercado. Tales iniciativas no merecen la denominación de globalización, pues están destinadas a desaparecer junto con las demás irracionalidades del pasado. Más aún, tales movimientos alternativos, como cualquier obstáculo que se oponga a la movilidad global de los capitales y de las grandes empresas, deben ser barridos en aras de la racionalidad económica. Los altermundistas no lo entienden porque sufren “un error de racionalidad”, como diría Friedrich Hayek (xxi). Falta de racionalidad que les lleva a proponer medidas tan ridículamente anti-sistema como las siguientes (http://tarcoteca.blogspot.co.uk/2015/01/soberania-economica-dejar-de-usar.html?m=1 ):
- “No usar bancos,  usar servicios alternativos, dinero en efectivo, cuentas a 0, servicios de pago electrónico, divisas sociales
- No usar divisas estatales, usar moneda social, criptodivisas, dinero natural como el oro
- No usar financiación bancaria, usar micromecenazgo/ crowfounding/ suscripciones/ donativos
- No usar servicios corporativos, usar servicios públicos, socializados o alternativos
- No consumir bienes corporativos, consumir servicios y productos sociales
- No organizarse en sus asociaciones capitalistas, organizarse en asociaciones independientes
- No trabajar en sus empresas, participar en cooperativas
- No participar en sus partidos políticos, usar las organizaciones locales y de base como sindicatos, juntas vecinales y concejos horizontales”.
¿Quién podría creer que los individuos, que son esencialmente egoístas y maximizadores de sus intereses, podrían optar colectivamente alguna vez por esta clase de iniciativas contrarias a la racionalidad individual? ¿hay acaso acontecimientos históricos que nos digan que esto pueda llegar a pasar?

http://blogs.elpais.com/.a/6a00d8341bfb1653ef01630152c00e970d-pi
El altermundismo podría ocasionar grandes perjuicios al progreso  del mundo libre y su economía, que es la culminación de la Historia, si no fuera porque todos los pueblos de la tierra se están convenciendo, gracias a Hayek, Friedman y a la política exterior de EEUU, de que la racionalidad económica y el neoliberalismo es lo que les conviene a todos y el único futuro posible. Una ciencia positiva es por definición un conjunto de conocimientos que puede ser aceptado por cualquier ser humano razonable independientemente de su nacionalidad o de su clase social. ¿Acaso la economía neoliberal no podría ser aceptada con el mismo entusiasmo por el hijo de Rockefeller como por el habitante de una favela? Sin duda las naciones continuarán financiando a EEUU para que siga liderando la implementación de un sistema completamente racional a escala global. Y las masas seguirán apoyando a sus élites, los políticos profesionales y los poderes económicos, por ser quienes mejor han entendido la importancia de la libertad y quienes mejor la aplican prácticamente en la vida real.

13. El supuesto problema del cambio climático y del medio ambiente
Los mismos Think Tanks que promovieron la difusión de las ideas de Hayek y Friedman están ahora imponiendo un poco de racionalidad en la cuestión climática. No podemos ahogar una economía que funciona y da beneficios en aras de suposiciones inciertas. El día que el cambio climático haga bajar los beneficios de ciertas explotaciones agrícolas los agentes económicos invertirán en otra cosa. Es el mismo criterio que se debe aplicar a las pesquerías o a la explotación de los bosques. En su momento, el mercado sabrá decirnos por qué otros activos habrá que sustituir los cereales poco adaptados, las pesquerías poco resistentes y los antiguos bosques. El intervencionismo fundado en especulaciones biológicas o geofísicas será siempre más ineficiente que las señales enviadas por los precios en favor de la sustitución de algunos recursos difícilmente explotables por otros. Por tanto, los recursos nunca han sido un problema y nunca lo serán.
La economía es una ciencia que se aplica a cualquier relación entre individuos, por tanto el mercado funcionaría igual de bien en una situación donde el capital natural haya sido sustituido por capital artificial (maquinaria y equipos), una nave espacial por ejemplo. Sorprende que la NASA no se haya enterado aún de la conversión de la economía en una ciencia positiva, gracias al neoliberalismo, y los astronautas de la Estación Espacial Internacional sigan siendo físicos, ingenieros y biólogos. Para que esa empresa satélite funcione óptimamente debería estar constituida por inversores, economistas, consejeros de Goldman Sachs y asalariados con plena flexibilidad laboral. El libre mercado debería ser suficiente para el suministro de oxígeno, agua y comida dentro de la estación, sin planificaciones colectivistas, para lo cual es fundamental estimular el egoísmo individual de cada astronauta.
La desaparición de los ecosistemas en la Tierra nunca será un problema pues el mercado es la herramienta óptima para la satisfacción de las demandas humanas. Es cierto que van desapareciendo los ecosistemas, pero el mercado y la demanda los van sustituyendo por hábitats artificiales. Puede que los materiales y los combustibles vayan menguando en el futuro pero el mercado los sustituirá por la desmaterialización, primero de los bienes consumidos y después de los propios humanos. Y como el deseo de todo humano es ser inmortal, el mercado atenderá progresivamente esta demanda a medida que su precio suba lo suficiente. A largo plazo, es racional esperar que los humanos, si no todos al menos los propietarios, se extenderán por todo el universo explotando sus posibilidades comerciales. Probablemente, en forma de seres inmortales no materiales, que competirán entre ellos por crear nuevos universos donde poder expandir sus posibilidades de beneficio.
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Cuando, agobiado por la prosaica realidad, uno se sumerge durante días en la lectura de la obra de Hayek y percibe la pureza de su lógica, si lo hace con la suficiente concentración alcanza uno un estado como de exaltación mental, diría incluso que de embriaguez, que le permite entender muchas cosas. En mi juventud yo era un ingenuo izquierdista y en mi madurez fui un pardillo físico que creía en la importancia de las ciencias experimentales, con sus validaciones y sus leyes de conservación. Ahora la luz de Hayek y Friedman me ha abierto los ojos. Y espero que a todos ustedes también.

Notas
i) Carles Foguet en Agenda Pública, 12/04/2013, http://www.eldiario.es/agendapublica/blog/peor-legado-Margaret-thatcher_6_121147897.html)
ii)  José Vergara Estevez (2005), La Concepción de Hayek del estado de derecho y la crítica de Hinkelammert, Polis 10, p. 2-12.
iii) Hayek, Friedrich, Camino de servidumbre, Ed. Alianza, Madrid, 1976.
iv) Citado en: José Vergara Estevez (2005), p. 8.
vi) Daniel Schaffer, en: Financial Times 09/06/2014,  Los salarios de la banca en EEUU superan a Europa, http://www.expansion.com/2014/06/09/empresas/banca/1402340035.html .
vii) Clara Valverde, No nos lo creemos, Icaria 2013.
viii) Bauman Z., 2014, La riqueza d’uns quants beneficia a tothom? Arcàdia, Barcelona.
x) Hayek F. (1960), Los fundamentos de la Libertad, Unión Editorial, Madrid.
xii) Citado en: José Vergara Estevez (2005), p. 5.

xiii) Friedman M., Teoría de los precios. Alianza editorial, Madrid, 1976.
xiv) Hayek, citado por Denis Boneau en http://www.voltairenet.org/article123311.html
xv) Noam Chomsky, Le lavage de cerveaux en liberté, Le Monde Diplomatique, agosto 2007, http://chomsky.fr/entretiens/20070805.html
xvi) García-Olivares, A.2014. Liberalismo y Herencia de la Propiedad: La Reproducción de la Desigualdad y Su Solución Democrática, Intersticios-Revista Sociológica de Pensamiento Crítico, Vol. 8 (1), p. 19-26. http://www.intersticios.es/article/view/12150/8598
xvii) Nozick, R. (1988), Anarquía, Estado y Utopía, FCE, Mexico, pag. 231.
xviii) Piketty, El Capital en el Siglo XXI.
xix) Carnegie D. Como ganar amigos e influir sobre las personas (62ª edición). Elipse, 2008.
xx) Clara Valverde, No nos lo creemos. Icaria, Barcelona, 2013. Pag. 36-37.
xxi) C. Laval, Pensar el Neoliberalismo, en Pensar desde la Izquierda, Errata Naturae 2012