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Alteridad y reconocimiento

Son diversas las vías en las que cada persona se constituye como sujeto; Así el ser mujer, indígena y pobre significa habitar en un ‘locus social’ en el que se entrecruzan tres vectores de dominación, que fundiéndose tiñen e intensifican la experiencia.

La idea de ‘raza blanca’, igual que la de ‘feminidad’ y ‘pobreza’ son constructos sociales que podemos datar al tiempo que consignamos los elementos de su constitución. La idea de raza blanca está directamente relacionada con la justificación ideológica de la expansión colonial y el esclavismo. A este respecto, y haciendo hincapié en determinaciones históricas, al discurso antirracista y al multicultural se le une un pensamiento postcolonialista que pretende dejar patente los efectos de las injusticias sociales entre Occidente y los otros pueblos.

Lo ‘blanco’ en el proceso de colonización, se definió contra el fondo de los indios americanos, de los negros en África y de las otras gentes de color de los demás continentes. La ideología racista sigue justificando el privilegiado acceso blanco a la riqueza y al poder. Al colonizado se le racializa asimilándolo a lo subhumano, lo primitivo, lo bestial y lo salvaje, se le naturaliza y se le feminiza.

Los conceptos de alteridad y reconocimiento nos ofrecen un proyecto común en la diferencia; alteridad como descubrimiento que el 'yo' hace del 'otro', lo que hace surgir una amplia gama de imágenes del otro, del 'nosotros'; reconocimiento como marco para dar cabida a la demanda de no exclusion y no silenciamiento que nos hacen llegar las otras.

Para saber más: Teoría feminista contemporánea. María José Guerra Palmero.

Para saber más: Diferencias. Teresa de Lauretis.

La ficción como elemento de cohesión social

"Un gran número de extraños pueden cooperar con éxito si creen en mitos comunes.

Cualquier cooperación humana a gran escala (ya sea un Estado moderno, una iglesia medieval, una ciudad antigua o una tribu arcaica) está establecida sobre mitos comunes que solo existen en la imaginación colectiva de la gente.

Las iglesias se basan en mitos religiosos comunes. Dos católicos que no se conozcan de nada pueden, no obstante, participar juntos en una cruzada o aportar fondos para construir un hospital, porque ambos creen que Dios se hizo carne humana y accedió a ser crucificado para redimir nuestros pecados. Los estados se fundamentan en mitos nacionales comunes.

Dos serbios que nunca se hayan visto antes pueden arriesgar su vida para salvar el uno al otro porque ambos creen en la existencia de la nación serbia, en la patria serbia y en la bandera serbia. Los sistemas judiciales se sostienen sobre mitos legales comunes. Sin embargo, dos abogados que no se conocen de nada pueden combinar sus esfuerzos para defender a un completo extraño porque todos creen en la existencia de leyes, justicia, derechos humanos… y en el dinero que se desembolsa en sus honorarios.

Y, no obstante, ninguna de estas cosas existe fuera de los relatos que la gente se inventa y se cuentan unos a otros. No hay dioses en el universo, no hay naciones, no hay dinero, ni derechos humanos, ni leyes, ni justicia fuera de la imaginación común de los seres humanos.

La gente entiende fácilmente que los «primitivos» cimenten su orden social mediante creencias en fantasmas y espíritus, y que se reúnan cada luna llena para bailar juntos alrededor de una hoguera. Lo que no conseguimos apreciar es que nuestras instituciones modernas funcionan exactamente sobre la misma base."

Extraído de: "De animales a dioses". Yuval Noah Harari

El decrecimiento es, a la vez, un proyecto ecologista y socialista


Serge Latouche es bretón y uno de los precursores del decrecimiento. Para él, Euskal Herria y Bretaña «tienen identidad» y, como dijo, entre ambos pueblos existen «uniones históricas y afectivas». Explicó en Bilbo la filosofía del decrecimiento, dentro de las jornadas «Ideando alternativas. Encuentros decre- cimiento y buen vivir», organizadas, entre otros, por Mugarik Gabe, Ekologistak Martxan, Paz con Dignidad, REAS Euskadi y la UPV-EHU.
Entre otras muchas aportaciones que realizó en la entrevista, Latouche dijo considerarse «agnóstico de la religión del crecimiento por el crecimiento» y admitió que todavía queda mucho trabajo por extender esta filosofía, pero reconoció que «hay tiempo, aunque no hay que perderlo, porque la crisis económica actual permanecerá mucho tiempo entre nosotros», precisó el profesor de Economía.

¿Qué es el decrecimiento?

El decrecimiento es un eslogan que nació en 2001 para oponerse a lo que llaman desarrollo sostenible y que agrupaba a los mayores grupos empresariales mundiales en torno a un consejo de desarrollo sostenible que agrupaba a empresas como Total, Monsanto y, entre otras, a Nestlé. Había que utilizar un eslogan provocador para estar fuera de esa religión del crecimiento.

¿Religión?

Para ser riguroso habría que hablar de «acrecimiento», como se habla de ateísmo, con la `a' privativa. Somos agnósticos de la religión del crecimiento, porque es evidente que, desde la aproximación al Club de Roma en 1992, el crecimiento avanza hacia la destrucción del planeta y los ecosistemas que permiten al hombre vivir.

¿El decrecimiento es revolucionario?

Espero que sea la revolución del siglo XXI.

¿Qué medidas directas contempla y desarrolla?

Es un proyecto global y revolucionario, por supuesto. La principal es el cambio radical de mentalidad ideológica de funcionamiento. Este cambio no se puede concretar de un día para otro, ni tampoco las medidas son las mismas en unos países que en otros. No se podría aplicar de la misma manera en Texas o en Chiapas, en África o en el País Vasco. Cada lugar deberá decidir las mismas. El objetivo es que la sociedad se autolimite para conseguir el bienestar de todos. Los franceses, por ejemplo, deberían reducir la huella ecológica por medio de la relocalización de actividades porque los mercados están mundializados y lo hemos convertido en un vasto supermercado. Es extremadamente destructor para el planeta. Todo lo consumimos y hay que darse cuenta que los productos hacen de media entre 5.000 a 6.000 kilómetros con lo que significa de consumo de petróleo y energía. El efecto es negativo y conlleva el aumento del paro, porque se destruyen miles de empleos. Por eso, la recolocación es muy importante, lo mismo que la disminución del sobreconsumo. Por ejemplo, entre el 30% y 40% de lo que compramos en los supermercados de prisa y corriendo va a la basura.

¿Supone un cambio de vida?

Efectivamente. Poner en marcha esta reorganización de nuestras vidas, la producción, el transporte y el consumo nos llevaría a un cambio en la forma de vida. Viviríamos mejor, no en una sociedad tan desigual como la actual en la que mucha gente vive mal, está estresada y se suicida, por ejemplo. El decrecimiento es un proyecto a la vez ecologista y socialista. Se puede hablar de ecosocialismo. Un proyecto que quiere reintroducir más democracia en la política y, a la vez, ser socialmente más igualitario.

Supongo que con la crisis económica actual, esa filosofía del decrecimiento ha tomado auge.

Se ha propagado el decrecimiento, pero al mismo tiempo se ha intensificado el proceso de los gobiernos por mantener el crecimiento por el crecimiento. Se habla poco del decrecimiento en el discurso político, y cuando se habla del mismo es para denunciarlo. Sólo dos de los diputados franceses apuestan por el decrecimiento. Los gobiernos y los ricos nos dicen que para salir de la pobreza tendrían que producir más. Sin embargo, los pobres son pobres porque los ricos consumen sus recursos. Es así.

¿Es obligado, entonces, el reparto de la riqueza?

Por supuesto. Se acusa al decrecimiento diciendo que va a crear desempleo, que vamos a producir menos, y se destruirán empleos. No es así. Es lo contrario. La primera medida a adoptar sería dar trabajo a todo el mundo. Hoy en día hay gente que trabaja demasiado, más de doce horas al día y, sin embargo, un 20% de la población no puede, aunque le gustaría hacerlo. Esta sociedad de consumo genera paro. Es necesario compartir el trabajo. Trabajar menos para trabajar todos, contrariamente a lo que dice Nicolas Sarkozy, presidente de la República francesa.

¿Con sueldos menores?

No. Cuando trabajas más, ganas menos, como se ha verificado en Francia. Lo normal, es conforme a la lógica económica -la más estricta- si se trabaja más, aumenta la oferta y como la demanda siempre es insuficiente, disminuye el precio. Incluso los economistas más tradicionales denunciarían este escándalo. Por lo tanto, defiendo trabajar menos para ganar más; trabajar menos para trabajar todos; y, sobre todo, para vivir mejor. Porque el trabajo no es la parte de la vida donde más se disfruta. Cuando se es cajera en un supermercado no es realmente enriquecedor. Así, si se trabaja menos, habrá más tiempo para poder cultivarse, ocuparse de la vida, de los amigos, pasear, meditar, soñar... incluso rezar, si se es creyente. Se consumirá menos, y se consumirá mejor. En lugar de ir a un supermercado a consumir frenéticamente lo primero que pillas, tendremos el tiempo de hacer una buena elección, comprobar los buenos productos, tomarnos nuestro tiempo si en la etiqueta figura que están registrados los organismos modificados biológicamente, si está producido en China, o si está producido a nivel local.

A su juicio, ¿por qué los gobiernos apoyan siempre a los poderosos?

Precisamente son los banqueros y financieros los que eligen a los gobernantes actualmente. Para ser senador o diputado en Estados Unidos hay que ser millonario; en Francia, también. De esta forma son los poderes financieros y económicos los que eligen a los gobiernos. Incluso cuando un gobierno ha sido elegido democráticamente, como en Grecia, los mercados financieros imponen su política.

Entonces, ¿cree que queda mucho por hacer en este camino del decrecimiento?

Sin duda. Quedan muchas cosas por hacer. Todavía este proceso está germinando, pero, a la vez, reconozco que nos van a ayudar los acontecimientos.

¿A qué se refiere?

Porque nos encontramos en una fase de la crisis que creo que sólo es el principio. Es una crisis que va a ser muy larga y muy fuerte. En mi opinión, sólo habrá dos formas de salir de ella: llevando a la práctica el decrecimiento en una sociedad más respetuosa con el medio ambiente y las personas o, por el contrario, a la barbarie.
«Elevar la edad de la jubilación es justo lo contrario de lo que habría que hacer»
¿Qué opina del aumento de la edad de jubilación, que en el Estado francés llevó a protestas y huelgas, y que en el Estado español ha contado con sindicatos, empresarios y gobiernos, salvo en Hego Euskal Herria donde se produjo una huelga general ?

Es absurdo. Es justamente lo contrario de lo que habría que hacer. Afortunadamente un gobernante, como el presidente de Bolivia, Evo Morales, parece que lo ha comprendido y ha rebajado la edad de jubilación. En el momento en que Francia se alargó la vida laboral, en Bolivia la redujeron a menos de 60 años, sobre 55 años. Esa es la buena vía. Es esencial. Creo que se debería permitir dejar progresivamente el trabajo, sobre todo en algunos más penosos a los 50 años, y de profesor de la Universidad, como es mi caso, se tendría que trabajar como mucho hasta los 65 años. Lo que han hecho los gobiernos en estos dos casos más recientes, el francés y el español, es atender a las recomendaciones del poder económico, como decía antes.

¿La Europa Social, que fue contrapuesta al modelo de Estados Unidos, se está desintegrando?


No creo que se mantenga la Europa Social por mucho tiempo. Lleva camino de refundar una nueva Europa que no favorecerá a las personas, al medioambiente, a la agricultura, etc. Apuesto por una Europa que cuente precisamente con calidad de vida para todos,pero no la que está en la actualidad que es la Europa del mercado, de la estupidez. La Europa actual es un proyecto destructor, porque todos los países compiten, se ha puesto el carro antes que el caballo. Primero, a mi juicio, habría que construir una Europa política y social, antes que construir una Europa económica.

¿A qué se refiere?

A que se debería consolidar el aspecto social, porque el actual sistema de competencia entre los estados-nación lo que está haciendo es disminuir los derechos sociales, medioambientales y culturales. Se avanza, sí, bajo la ley del mercado, ya no hay regulación, sólo mercado. De esta manera, la economía nos lleva a un estado catastrófico. Está en nuestras manos cambiar esta situación a la que nos han abocado.

Juanjo BASTERRA en Gara

Crecer o no crecer

¿Desaceleración? ¿Recesión? ¿Crisis consolidada? Los titulares de la prensa de los últimos meses han desatado la alarma sobre lo que algunos pensadores, economistas y ecologistas revolucionarios consideran un desastre anunciado. ¿Realmente nos hemos creído que es posible un crecimiento ilimitado en un mundo limitado? Ésta es la pregunta que los impulsores de este movimiento en auge que no nuevo, llamado decrecimiento, lanzan al aire al tiempo que responden con rotundidad: no es posible continuar creciendo a este ritmo porque no hay recursos naturales suficientes.




La teoría del decrecimiento se presenta como una alternativa, una tercera vía hacia un mundo más feliz, que va más allá del desarrollo sostenible (al que considera un oxímoron), pero más que proponer una solución concreta pretende romper con la creencia arraigada equiparable, según sus impulsores, a la fe religiosa de que el crecimiento económico aporta bienestar. El Producto Interior Bruto (PIB), dicen, es un indicador irreal, pues no tiene en cuenta el valor de los recursos naturales, que deberían estar integrados en la economía, ni los valores intangibles que sí repercuten en el flujo económico (como el trabajo doméstico o el deterioro de la vida social debido a un exceso de trabajo), ni la calidad de vida de las personas.

La idea es que hoy no somos más ricos porque tengamos más coches, sino más pobres porque tenemos menos selva amazónica. En palabras del antropólogo y economista francés Serge Latouche, uno de los actuales guías de este movimiento, vivimos en «una dictadura del índice de crecimiento» que «fuerza a las sociedades desarrolladas a vivir fuera de toda necesidad razonable». Es decir, la economía actual no puede sobrevivir sin dejar de crecer, de modo que cualquier desaceleración en el crecimiento supone un duro golpe a sus cimientos, y su buena salud pasa por continuar creciendo exponencialmente. La acumulación indefinida de bienes y servicios es, de hecho, el motor del actual modelo económico. Y no es cuestión de capitalismo o socialismo, señalan, ya que todos los modelos conocidos hasta ahora se han basado en el crecimiento.

Por eso, más que nunca, para los decrecentistas, el objetivo es romper con la actual tendencia y devolver el medio ambiente a la esfera de los intercambios comerciales. Nicholas Georgescu-Roegen, padre del concepto, fue uno de los primeros en detectar las fisuras en el sistema económico y alertó de que éste no se correspondía con las leyes físicas y biológicas. De esas fisuras, dicen sus defensores, surgen problemas como la pobreza. Para ellos, algo está fallando cuando las acciones de una empresa suben al despedir masivamente a sus trabajadores o cuando las guerras aumentan el PIB de algunos países. «La máquina puesta en marcha para crear bienes y productos es la misma que crea sistemáticamente la miseria», dijo el ex diplomático iraní Majid Rahnema. Nuevos indicadores como la huella ecológica se alzan como alternativas más realistas al denostado PIB.

Para saber más: Crecer o no crecer. Tana Oshima

Riquezas sin valor, valor sin riquezas: el decrecimiento

La sociedad laboral en el mundo no logra adquirir productos, sino satisfacciones, significaciones. El trabajo deja de ser la mesura de la riqueza, y el tiempo del trabajo la mesura del empleo (Marx). Esto supone para usted una nueva gestión económica, no queda de otra, su objetivo es satisfacer la mayor cantidad posible de necesidades con respecto a una menor posibilidad de trabajo, de capital y de recursos físicos. El “trabajador pobre” emprende ya decisiones antes de hacer sus compras: cambia la opulencia por suficiencia. Usted, quizás sin saberlo, principia una alternativa mundial que remplazará —tarde o temprano— la actual teoría más que centenaria del capitalismo: el decrecimiento.

Todo gobierno construye sus expectativas económicas apoyadas en el “crecimiento”, es decir en la producción constante de valores; el decrecimiento ofrece por el contrario un desarrollo económico, más inteligente, sin poner en riesgo nuestro ecosistema. “Para realizar este sueño, podríamos comenzar con un programa bio-económico mínimo que deberá tomar en consideración, no solamente la suerte de nuestros contemporáneos, sino también el de las generaciones a venir.

Durante mucho tiempo los economistas han predicado a favor de la maximización de nuestras propias ganancias. Es ya tiempo de saber que una conducta racional consiste en minimizar los desperdicios. Toda pieza de armamento como todo gran automóvil, significa menos comida para ciertas generaciones futuras (sean alejadas o no), de seres humanos semejantes a nosotros mismos”, extracto del libro de Georgescu-Roegen, La Décroissance (Entropía, ecología, economía, ediciones Sang de la Terre, 1995).


Si los recursos naturales y necesarios faltan en un mediano plazo, sería simplemente el colapso de la ciencia económica capitalista. Sin recursos naturales, no hay producción- compra-venta-, sin ellos la consumación cae, cae también los indicadores del PIB (encefalograma de un país capitalista), instalándose la recesión, crisis… esto traduce, en lenguaje real, hambre, carencias educativas, de salud… Serge Latouche: “El decrecimiento es una necesidad, ¡Podríamos imaginar la catástrofe que sería una tasa de crecimiento negativo! Así como no hay nada peor que una sociedad de trabajo sin trabajo, no hay nada peor que una sociedad de crecimiento sin crecimiento” .

Extraído de: Riquezas sin valor, valor sin riquezas: el decrecimiento. Ivanovich Torres

Encerrada en la familia

La forma de encierro que normalmente ha sufrido la mujer no puede sin más igualarse a otras, dado que posee sus peculiaridades propias. La sociedad puede prescindir de locos, delincuentes, ancianos, encerrándolos en recintos dentro de su seno, pues así se adquiere para los que están fuera el monopolio de la cordura, la bondad, la salud...Pero en el caso de la mujer, por razones sociales, sexuales, ésta ha de estar cerca del varón, su reclusión no será grupal, no generará masas incontroladas y encerradas.

A la mujer se la ha recluido en el hogar, su verdadera cárcel, la priva de la solidaridad con las otras marginadas, es una prisión camuflada, una pseudolibertad mentirosa. Encierro unipersonal que oculta su verdadera circunscripción carcelaria camuflándose en santuario. Es entonces cuando el carcelero ha de inventar a toda prisa unas supuestas virtudes ‘femeninas’, unos valores femeninos con los que disfrazar la reclusión: hacendosidad, entrega, sacrificio callado, maternidad.

La familia es el núcleo fundamental para la perpetuación de la estructura social, lugar de encierro unitario para la mujer. Reducto donde, si bien no se le exime de su trabajo, se ha mantenido según las épocas y la clase social, un engañoso culto a la invalidez femenina. Todas sus funciones fisiológicas: menstruación, parto, menopausia... son consideradas como enfermedad (en la actualidad y contrariamente, reina el terrorismo de la naturalidad que torna histéricas sus quejas). La permanente enfermedad femenina llega a constituir durante el Romanticismo el criterio de belleza de la época: apariencia frágil, palidez, ojeras, languidez...

Pero prontamente este lugar de encierro se convierte en el centro de discursos (medicina, psiquiatría, pedagogía), aparece así la mujer histérica. El hogar burgués es el perfecto reducto de paz y tranquilidad para el esposo que retorna de la fatigada lucha de su trabajo. Pureza, abnegación, pulcritud, desconocimiento del entorno, y meticuloso cuidado de la precaria salud, son los requerimientos que se hacen a esta mujer, privada también de discurso.




Si hace sonar su voz estridente, o permitido, si tan sólo reclama un derecho a la palabra, ésta será interpretada y recogida por el oído experto del médico, del psicoanalista, del psiquiatra (nos estamos refiriendo, claro está, a la configuración familiar acomodada presente en el siglo XIX, de donde van a arrancar la mayor parte de los discursos clínicos que sobre la mujer llegan hasta nuestros días).

Para saber más: Femenino fin de siglo. La seducción de la diferencia. Rosa María Rodríguez Magda.

Su crisis y la nuestra

Sorprende sobremanera que no haya espacio alguno, en los países ricos, para tomar en serio la imperiosa necesidad de acometer un proyecto claro de decrecimiento en la producción y en el consumo. Y, sin embargo, bien sabemos que el crecimiento económico, idolatrado, no propicia una mayor cohesión social, genera agresiones medioambientales a menudo irreversibles, se traduce en el agotamiento de recursos con los que no van a poder contar nuestros hijos y nietos, y, por si poco fuere, facilita el asentamiento de un modo de vida esclavo que, al calor de la publicidad, del crédito y de la caducidad, nos invita a concluir que seremos más felices cuantos más bienes acertemos a consumir.
 

Frente a toda esa sinrazón hay que defender la solidaridad y el altruismo, el reparto del trabajo, el ocio creativo, la reducción en el tamaño de un sinfín de infraestructuras, la primacía de lo local y, en suma, la sobriedad y la simplicidad voluntarias. Si el decrecimiento y la redistribución de los recursos ganan terreno se podrían reflotar sectores económicos que guardan relación con la satisfacción de las necesidades, y no con el sobreconsumo y el despilfarro, con la preservación del medio ambiente, con los derechos de las generaciones venideras, con la salud de los consumidores y con la mejora de las condiciones de trabajo.

Nada de esto forma parte, sin embargo, del horizonte mental que manejan nuestros gobernantes, en el mejor de los casos interesados por lo que pueda ocurrir, en un par de años, al calor de las próximas elecciones. Sorprende que estas gentes se presenten a los ojos de muchos de sus conciudadanos como personas sensatas y diligentes que tienen solución para todos nuestros problemas.

Extraído de "Su crisis y la nuestra" escrito por Carlos Taibo

El dueño de las palabras

"Cuando yo uso una palabra”, dijo Humpty Dumpty en un tono bastante desdeñoso, “significa lo que yo decido que significa – ni más, ni menos.”

“La cuestión es”, dijo Alicia, “si usted puede hacer que las palabras signifiquen cosas tan diferentes.”
“La cuestión es” dijo Humpty Dumpty, “quién es el amo – eso es todo.”


Lewis Carroll. Alicia a través del espejo.




Quienquiera que defina el código o el contexto, tiene el control… y todas las respuestas que acepten ese contexto renuncian a la posibilidad de redefinirlo.

Anthony Wilden. Sistema y estructura. Ensayos sobre comunicación e intercambio.


Mucho tiempo después, Edipo, viejo y ciego, recorría los caminos. De repente sintió un olor familiar. Era la Esfinge. Edipo dijo: “Quiero preguntarte algo. ¿Por qué no reconocí a mi madre?”. “Diste la respuesta equivocada”, dijo la Esfinge. “Pero eso fue lo que posibilitó todo lo demás”, dijo Edipo. “No”, replicó ella. “Cuando yo te pregunté, ¿Qué camina a cuatro patas por la mañana, a dos al mediodía y a tres por la tarde? Respondiste, el Hombre. No dijiste nada de la mujer.” “Cuando se dice Hombre”, repuso Edipo, “se incluye también a las mujeres. Todo el mundo lo sabe.” Y ella replicó, “Eso es lo que tú te crees”.

Muriel Rukeyser. Mito.


Puesto que la mujer se ha rebelado y ha reivindicado su liberación, la estabilidad afectiva de la familia, que dependía decisivamente de ella, entra en crisis. Frente a esta amenaza, se vuelve al padre. Se revitaliza su papel, ya no únicamente como polo estable de la autoridad, sino como polo afectivo, un padre que asume el papel afectivo que la madre ya no desempeña, un padre en cierto modo hermafrodita.

Michele Mattelart. Mujeres e industrias culturales.


La sociedad agotada por las reivindicaciones diversas y las críticas múltiples, quiere reafirmar el liderazgo del padre tranquilo, condenar implícitamente a la madre turbulenta, acusada de ser responsable de la desestabilización de los hogares. En nuestro siglo freudiano, la ‘liberación’ ‘del hijo pasaba por el rito –no menos simbólico- de ‘mata al padre’. Pero hoy, después de haber asesinado a los dioses, los ídolos, los maestros pensadores, los directores de conciencia y los padres espirituales, el mundo se siente huérfano y grita ‘¡papá!’.

Pierre Billard.

Decrecimiento, más allá del anti-capitalismo

Durante estos tiempos de crisis capitalista, rescates sin escrúpulos, vaivenes bursátiles e incertidumbre general, están apareciendo multitud de artículos que ponen su granito de arena en hacer de la idea del decrecimiento algo menos ajena a lo que venía siendo, sobretodo en el ámbito de la izquierda alternativa.


Cierto es, como bien expresan muchos de estos textos, que la acumulación para unos pocos intrínseca al capitalismo está en la base de la espiral autodestructiva reinante, que la explotación capitalista del mundo lo está llevando a su ruina humana y ecológica, que decrecer es imperativo ante los límites energéticos y materiales de un planeta exhausto por la sobre-explotación.

Pero cierto es también, que la idea de decrecimiento, además de romper de frente con el capitalismo, rompe con otros dogmas de los que la doctrina imperante no es dueña exclusiva. El decrecimiento no olvida que el “desarrollo”, el “Progreso”, el “Avance de la sociedad”, más allá de control del capital o de la organización social, han sido las constantes incuestionables de la historia, y que son sinónimo no sólo de crecimiento en el estricto sentido económico, sino también del aumento de la complejidad, de la tecnificación de la vida, de la especialización total, de la mayor acumulación de poder, de la uniformización global, de la explotación y tantos otros males cuya solución se presenta, qué casualidad, apretando la misma tuerca que los ha causado.

No me parece oportuno olvidar, sobretodo en tiempos de afanada búsqueda de alternativas como estos, las enseñanzas de Ivan Illich cuando afirmaba que, pasado cierto límite, se pierde el control sobre las herramientas que, aunque creadas para hacernos más libres, acaban por dominarnos[1]. Mucho tiene esto que ver, al final, con la contundencia con la que André Gorz expresaba que “cada pancarta que proclama 'queremos trabajo', proclama la victoria del capital sobre una humanidad esclavizada de trabajadores que ya no son trabajadores pero que no pueden ser nada más”[2]. Igual de certeras me parecen las palabras de Jacques Ellul cuando aseguraba que es imposible dirigir el avance de la Técnica[3] que, ni buena ni mala, sólo persigue su propio desarrollo, de imprevisibles consecuencias en una espiral dónde, para cada avance positivo, los problemas creados son cada vez más inabordables[4].

El decrecimiento, al que estos autores y muchos más han ido dado forma a lo largo ya de décadas, pone el énfasis en la vuelta a lo local, a lo cercano, lo simple. Se presenta incompatible con todo sistema empeñado en añadir capas de complejidad al funcionamiento de un mundo cuya globalidad ya nadie comprende.

La apuesta por el decrecimiento no es simplemente anti-capitalista, sino esencialmente anti-burocrática, anti-especialista, anti-potencial, anti-productivista y busca dar lugar a un mundo dónde además de la sostenibilidad, primen los valores humanos por encima de los de la Técnica y la economía.

No se trata de volver a la frondosidad de los bosques y a la luz de las hogueras, sino de cuestionar a fondo cada paso, de establecer prioridades y límites para desmontar las complejidades de un sistema que, a pesar de las fachadas democrática, es controlable únicamente por un grupo reducido de expertos aprobados por el Poder de turno.

Sólo desterrando el mito del Progreso podremos apreciar con mayor claridad que si es vergonzoso inyectar fondos públicos en bancos y mercados, no lo es menos lanzar cohetes, acelerar partículas, investigar la fusión nuclear o impulsar infinidad de otros proyectos civiles y militares ejecutados por los gobiernos y corporaciones de turno. Imposible es obviar el papel de una economía productivista y globalizada en todos estos procesos que obstinados en el “avance de la humanidad”, condenan a la miseria a su mayor parte.

Notas:

[1]. “La convivencialidad”. Ivan Illich.
[2]. “André Gorz Vive, la lucha ecologista sigue”. Florent Marcellesi
[3]. Entiéndase la Técnica como “la elección del método más eficiente para alcanzar un objetivo, sin miras a factores humanos o ecológicos que pudiesen condicionarlo”, según J. Ellul. Más tarde, Serge Latouche incorporará el factor económico (rentabilidad) a los análisis de Ellul y desarrollará el concepto de la Megamáquina.
[4]. “Jacques Ellul, l'homme qui avait presque tout prévu” Jean-Luc Porquet.

Héctor A. San Juan Redondo. Decrecimiento, más allá del anti-capitalismo

Decrecimiento: sencillo de explicar, difícil de asumir

¿Saldrías esprintando si tienes que recorrer 80 km. en bici? No, porque la velocidad te dejaría sin resuello. ¿Qué pasó con la gallina de los huevos de oro? El ansia de velocidad de acumulación mató a la gallina y al futuro.

Esto es lo que le está pasando a nuestro planeta. Vivimos a una velocidad por encima de lo sostenible. Una velocidad de apropiación de recursos y de generación de residuos superior de las capacidades del entorno.

Así, el cambio climático es debido a que estamos generando gases de efecto invernadero (residuos) por encima de la capacidad de ser asumidos por parte de la atmósfera (sumidero). El agotamiento del petróleo (recurso) se debe a que estamos consumiéndolo por encima de su tasa de renovación. Podemos hacer un repaso por todos los problemas ambientales enmarcándolos en estas dos categorías: excesiva velocidad de consumo de recursos o excesiva velocidad de producción de residuos.

La solución es obvia: consumamos recursos y produzcamos residuos a los ritmos asumibles por la naturaleza. Pero, ¿por qué avanzamos en la dirección contraria?

Aquí la cosa también está clara. Vivimos en un sistema, el capitalista, que funciona con una única premisa: maximizar el beneficio individual en el más corto espacio de tiempo. Uno de sus corolarios inevitables es que el consumo de recursos y la producción de residuos no para de aumentar a velocidades exponenciales.

No es que haya una mente maquiavélica que diga: voy a ventilarme el planeta (aunque sí que hay quienes estén por la labor). Es una simple cuestión de reglas de juego: o te atienes a maximizar tus beneficios o te quedas fuera. Quedarse fuera es que tu empresa es absorbida o pierde su mercado. Atenerse a las reglas es que lo único que importa son las cuentas a final de año y, sólo bajo presión, el entorno o las condiciones laborales.

Pero el problema va más allá de los impactos ambientales y sus implicaciones sociales (el cambio climático es uno de los principales problemas sociales por su ataque a los medios básicos de supervivencia: agua, agricultura y tierra). Indudablemente hablar de lo que supone la velocidad del capitalismo implica nombrar a quienes esta velocidad expulsa y explota.

Si tengo 100 manzanas para 100 personas y 20 (qué casualidad, la mayoría hombres) se quedan con 80, porque el sistema no sólo produce acumulación, sino que necesita esa acumulación... Vamos, que tenemos un problema de sobrevelocidad, pero también de inequidad. Tenemos una tarta en la que nos tenemos que preocupar no sólo del reparto justo, sino también del tamaño, que no puede ser demasiado grande.

Atajar el problema de sobrevelocidad que tenemos pasa por abandonar la obsesión intrínseca de este sistema por el crecimiento. Pasa por el decrecimiento de quienes ya hemos crecido demasiado. Significa que los países del Norte tendremos que recortar drásticamente nuestro consumo de recursos y producción de basuras hasta acoplarlos a la capacidad de producción y reciclaje de la naturaleza.

Pero no en todo se tiene que decrecer ni de igual forma. Hay que decrecer en el consumo de energías fósiles, creciendo en el de renovables (hasta un punto); o decrecer en la producción de materiales sintéticos, sustituyéndolos (en parte) por naturales. Todo ello entendiendo que el aumento de la eficiencia y la apuesta por los productos cien por cien reciclables es importante, pero no suficiente. El parque automovilístico actual es mucho más eficiente que el de hace 30 años pero... contamina más (hay más coches); y una granja de cerdos puede producir deshechos cien por cien reciclables pero... a una velocidad inasumible por los ecosistemas. Así que: más eficiencia, cierre de ciclos de la materia, energía solar pero... con decrecimiento. Sólo así el Sur (y los sures del Norte) podrán aumentar sus niveles de consumo de recursos y de generación de residuos para alcanzar los mínimos para tener una vida digna.

Es decir, la propuesta de decrecimiento no implica que todo el mundo decrezca ni que decrezcamos en cualquier cosa, sino que el decrecimiento busca la equidad en la austeridad. Es comprender que vivir mejor es vivir con menos. El decrecimiento no es un objetivo, es un medio hasta alcanzar parámetros de sostenibilidad.

Pero es una propuesta muy difícil de asumir, al romper las reglas de juego capitalistas e ir contra quienes detentan el poder. Sin embargo es algo inevitable, o decrecemos por las buenas o lo haremos por las otras, ya que los límites de recursos y sumideros del planeta los tenemos ya encima, y la física no veas lo tozuda que es.

Luis González Reyes en Revista Pueblos nº 34. Septiembre 2.008

El mundo como representación

John Michael Greer - Foro Crash Oil

Puede ser difícil recordar en estos días que no mucho más de medio siglo atrás, la filosofía era algo sobre lo que se podía leer en revistas de temática generalista y en los mejores periódicos. El filósofo existencialista Jean-Paul Sartre era una celebridad internacional; la publicación póstuma de la obra de Pierre Teilhard de Chardin "Le phenomenon humaine" (la traducción inglesa, previsiblemente, fue titulada "The Phenomenon of Man" -NdT. en español "El fenómeno humano") tuvo significativa atención en la cobertura mediática; La colección Vintage Books de la editorial Random House proporcionaba ediciones baratas para el público general the los principales escritos filosóficos desde Platón hasta Nietzsche y más allá, y ganaban dinero con ello.

Aunque la filosofía nunca fue en realidad parte de la corriente principal de la cultura, tuvo el mismo tipo de seguimiento que el jazz de vanguardia o la ciencia ficción. En una fiesta de cóctel lo suficientemente grande tenías bastantes oportunidades de encontrarte a alguien que anduviera sobre ello, y si sabías dónde mirar en una gran ciudad -o en cualquier ciudad universitaria con pretensiones de cultura intelectual, para el caso- podías encontrar al menos un bar o una librería, o un café-tertulia nocturno donde geeks de la filosofía charlaban y hablaban seriamente durante horas de Kant o Kierkegaard. Aún más, tal nivel de interés en la materia fue algo bastante estándar en el mundo occidental durante mucho tiempo.

Hemos recorrido una larga senda desde entonces, y en una dirección no particularmente útil. Hoy día, si oyes a alguien hablar sobre filosofía en los medios, probablemente sea un científico materialista como Neil deGrasse Tyson (NdT: Astrofísico, más conocido en el gran público por haber presentado la nueva entrega de la serie documental Cosmos, cuya serie original presentó Carl Sagan) despotricando sobre por qué toda la filosofía es un sinsentido. El trabajo ocasional de exégesis de la filosofía todavía ocupa una o dos páginas en el New York Review of Books de vez en cuando, pero el interés popular en la materia se ha desvanecido, y más que desvanecido: el tipo de ignorancia truculenta sobre la filosofía mostrado por Tyson y muchos de sus colegas se ha convertido entre los aficionados a las tertulias en algo tan común como el interés que el tema tuvo en el pasado.

Como en la mayoría de los eventos humanos, la decadencia de la filosofía en los tiempos modernos estaba predeterminada; como la víctima de la novela policíaca a la que se disparó, estranguló, apuñaló, envenenó, golpeó en la cabeza con una tubería de plomo y después se lanzó desde lo alto de un puente para que se ahogara, hubo más causas para la muerte de las que en realidad se necesitaban. Parte del problema, ciertamente, fue la explosiva expansión de la industria académica en los EE.UU. y en cualquier otra parte en la segunda parte del siglo XX. En un tiempo en el que cada escuela de magisterio aspiraba a convertirse en universidad y cada universidad estatal soñaba con rivalizar con las universidades de la Ivy League, un departamento de filosofía era un símbolo esencial de estatus (NdT. La Ivy League es la liga deportiva que agrupa a las universidades de más prestigio de la costa este de EE.UU., a saber: Universidad de Brown, Universidad de Columbia, Universidad Cornell, Darmouth College, Universidad de Harvard, Universidad de Pensilvania, Universidad de Yale y Universidad de Princeton). La expansión resultante del campo de la filosofía no fue necesariamente seguida del incremento equivalente en genuinos filósofos, pero ciertamente fue seguido de la transformación de los profesores de filosofía contratados en una casta profesional que, como suele ocurrir con tales castas, defienden su estatus adoptando una jerga impenetrable e ignorando o rechazando cualquier intento de participación desde el exterior de su hermético círculo.

Otro factor fue el auge del tipo de materialismo científico beligerante ejemplificado, como se dijo antes, por Neil deGrasse Tyson. La investigación científica en sí misma es filosóficamente neutra -es posible hacer ciencia desde cualquier punto de vista filosófico- pero el reclamo central del materialismo científico, la insistencia dogmática en que aquellas cosas que pueden ser investigadas utilizando el método científico y explicadas por las actuales teorías científicas son las únicas cosas que pueden existir, depende de postulados metafísicos arbitrarios que fueron comprensiblemente desaprobados por los filósofos de hace más de dos siglos (bueno, hablaremos de esos postulados y sus problemas más tarde). Así pues el ascendente del materialismo científico en la cultura poco menos que obligó a despreciar la filosofía.

Hubo también muchos otros factores, la mayor parte sin relación con la propia filosofía como los ya citados. Sin embargo, la filosofía misma también carga con su parte de responsabilidad en su decadencia. Desde el siglo XVII y alcanzando su punto crítico en el XIX, la filosofía occidental abandonó su senda -algo que las tradiciones filosóficas de otras culturas hicieron mucho tiempo antes con similares consecuencias- y los filósofos y sus audiencias eligieron el camino que se dirigía a su presente eclipse. No es una elección irreparable, y hay mucho que ganar revirtiéndola, pero hará falta bastante trabajo duro intelectual y una voluntad de abandonar algunos shibboleths muy populares para volver sobre el error y deshacerlo (NdT. Shibboleth hace referencia a aquellas expresiones que permiten distinguir a los miembros de un grupo. Hace referencia a una anécdota bíblica en la que se utilizó la forma de pronunciar la palabra hebrea shibboleth para distinguir el origen geográfico del hablante. En el contexto del artículo se refiere a las expresiones que utilizan los distintos círculos académicos que los distinguen de otros. En inglés shibboleth se utiliza también como sinónimo de santo y seña).


Para ayudar a entender lo que sigue, una metáfora concreta podría ser útil. Si estás en un lugar en el que hay ventanas cerca, especialmente si no están demasiado limpias, ve y echa una mirada a través de ella. Luego, cuando lo hayas hecho durante un minuto o así, cambia tu punto de vista y mira a la ventana en lugar de a través de ella, de modo que puedas ver el color del cristal y del polvo o suciedad adherido a él. Repite el proceso unas cuantas veces hasta que seas capaz de entender el cambio al que me refiero: mirando a través de la ventana ves el mundo, mirando a la ventana ves el medio a través del que ves el mundo - y podrías descubrir que algo de lo que tú creías que era el mundo a primera vista, en realidad estuvo en el cristal todo el tiempo.

Eso fue, en efecto, el gran cambio que sacudió la filosofía occidental hasta sus cimientos a principios del siglo XVII. Hasta ese momento la mayoría de los filósofos del mundo occidental partían de un conjunto de presupuestos no demostrados sobre lo que era la verdad, y usando las herramientas de la evidencia y el razonamiento trataban de llegar de esos presupuestos a un conocimiento más o menos completo del mundo. Se interesaban en lo que los filósofos llaman metafísica: una investigación razonada en los principios básicos de la existencia. Ese es el enfoque de cualquier tradición filosófica en sus primeros tiempos, antes de que los resultados confusos de la búsqueda metafísica reorienten la atención de "¿Qué existe?" hacia "¿Cómo podemos saber qué existe?". La metafísica deja paso entonces a la epistemología: la búsqueda razonada de lo que los seres humanos son capaces de saber.

Esa reorientación sucedió en la filosofía griega alrededor del siglo IV a.C., en la filosofía india sobre el X a.C., y en la filosofía china un poco antes que en Grecia. En cada caso, los filósofos que habían estado ocupados construyendo elegantes explicaciones al mundo sobre la base de un conjunto de asunciones culturales no demostradas, se encontraron de repente cara a cara con cuestiones difíciles sobre la validez de dichas asunciones. En términos de la metáfora sugerida antes, estaban haciendo todo tipo de suposiciones sobre lo que veían a través del cristal y de repente se dieron cuenta de que los colores que le habían atribuido al mundo tenían en realidad una contribución del cristal y el polvo adherido a él, la gran silueta negra que parecía moverse con un propósito a través del cielo era en realidad un escarabajo que se movía en el exterior de la ventana, y así todo.

La misma reorientación se inició en el mundo moderno con René Descartes, quien hizo el famoso intento de empezar sus exploraciones filosóficas dudando de todo. Es algo más fácil de decir que de hacer, y para el ojo moderno los discursos de Descartes están surcados por asunciones no demostradas, pero el primer intento ya estaba hecho, y se harían otros. Un trío de epistemólogos de las Islas Británicas -John Locke, George Berkeley y David Hume- se lanzaron a lo que a Descartes le dio miedo pisar, demostrando que lo que se veía desde la ventana tenía mucho más que ver con el cristal de la ventana que con el mundo exterior. El paso final lo dio el filósofo alemán Immanuel Kant, quien sometió la percepción humana y el conocimiento racional a un cuidadoso escrutinio y explicó que la mayor parte de aquello en lo que pensamos como "ahí fuera", incluyendo las realidades tan duras como el tiempo y el espacio, son en realidad artefactos de los procesos con los que percibimos las cosas.

Mira a un objeto cercano, digamos una taza de café. Tú experimentas la taza de café como algo sólido y real, externo a ti: viéndola sabes que puedes ir y tomarla; y el modo en que percibes los procesos que te permiten percibirla es algo pasivo, una ventana transparente a una realidad externa. Es lo normal, y hay buenas razones para que experimentemos el mundo de esa manera, pero no es lo que ocurre en realidad.

Lo que ocurre en realidad es que un pequeño flujo de información visual está fluyendo hacia tu mente en forma de pulsos fragmentarios de color y forma. Tu mente los une en una imagen mental de una taza de café, usando recuerdos de ella y de otras tazas de café, y de un cierto número de otras cosas también, como un patrón sobre el que los pulsos recibidos deben ordenarse. Arthur Schopenhauer, sobre el que hablaremos mucho a medida que avancemos, le di al proceso el que hablamos el nombre de "representación". Cuando miras la taza de café no estás mirando pasivamente la taza tal y como existe, estás representando activamente -literalmente re-presentando- una imagen de la taza en tu mente.
Hay ciertas situaciones especiales en las que puedes observar el trabajo de la representación mientras ocurre. Si te has despertado alguna vez en una habitación con la que no estás familiarizado durante la noche, y han pasado algunos segundos antes de que las oscuras siluetas desconocidas a tu alrededor se conviertan en muebles comunes, has tenido una de esas experiencias. Otra viene proporcionada por el tipo de ilusión óptica que puede ser vista como dos cosas distintas. Con un poco de práctica puedes alternar entre un modo de ver la ilusión y el otro, y ver el proceso de representación mientras sucede.


Lo sorprendente de una conclusión como la expuesta es que es bastante sencillo probar que la taza tal y como la representamos tiene poco en común con la taza tal y como existe "ahí fuera". Puedes probarlo por medio de la ciencia: la taza "ahí fuera", de acuerdo con la evidencia laboriosamente recogida por los físicos, consiste en una intrincada matriz de campos de probabilidad cuántica y ondulaciones en el espacio-tiempo, que nuestros sentidos sistemáticamente perciben de modo erróneo como un objeto sólido con cierto color, textura etc. También lo puedes probar, mientras ocurre, mediante una profunda introspección sostenida -así es como lo hicieron los filósofos indios en la época de los upanishads- y lo puedes probar de igual manera mediante un análisis lógico lo suficientemente riguroso de las bases del conocimiento humano, que es lo que hizo Kant.

La dificultad aquí, por supuesto, es que una vez que has descubierto esto lo que has hecho es básicamente dinamitar cualquier oportunidad de seguir la pista del tipo de metafísica que es tradicional en el periodo formativo de tu tradición filosófica. Kant se dio cuenta de esto, y es por lo que tituló al más despiadado de sus análisis "Prolegómenos a cualquier futura metafísica"; lo que quería decir con ello era que cualquiera que quisiera intentar hablar acerca de lo que realmente existe haría bien en estar preparado para responder algunas preguntas extremadamente difíciles primero. Cuando las tradiciones filosóficas afrontan su crisis epistemológica, algunos filósofos aceptan consecuentemente los límites del conocimiento humano, entierran la metafísica y buscan alguna otra cosa más útil que hacer - una búsqueda que por lo general conduce a la ética, el misticismo o ambos. Otros filósofos redoblan sus esfuerzos en la metafísica y o tratan de encontrar un rodeo a la barrera epistemológica, o simplemente la ignoran, y es esta última opción la que la mayor parte de los filósofos occidentales posteriores a Kant eligió. A dónde lleva esto- bueno, lo veremos más tarde.

Por el momento quiero enfocarme con un poco más de atención en la crisis epistemológica en sí misma, porque hay ciertas formas muy comunes de entenderla mal. Una de ellas la recuerdo con cierta incomodidad porque la cometí yo mismo en mi primer libro publicado, Paths of Wisdom. Es el tipo de argumento que ve los órganos sensoriales y el sistema nervioso como la razón para el salto entre la realidad exterior -la "cosa en si" (Ding an Sich), como la llamaba Kant- y la representación tal y como la experimentamos. Es superficialmente muy convincente: el ojo recibe luz en ciertos patrones y convierte esos patrones en una cascada de impulsos electroquímicos corriendo a través del nervio óptico, y los centros visuales del cerebro doblan, tallan y mutilan los resultados para convertirlos en la imagen que vemos.

¿La dificultad? Cuando miramos una luz, un ojo, un nervio óptico, un cerebro, no estamos viendo las cosas en sí mismas, estamos viendo otro juego de representaciones, construidas de un modo tan arbitrario en nuestra mente como cualquier otra representación. Nietzsche se divirtió con esto: "¿Cómo? ¿y otros llegan aún más lejos diciendo que el mundo externo es el trabajo de nuestros órganos? ¡Pero entonces nuestro cuerpo, como parte de ese mundo externo, será también parte del trabajo de esos órganos!" Eso es decir que nuestro cuerpo es también una representación - o, más exactamente, el cuerpo tal y como lo percibimos es una representación. Esto tiene otras implicaciones, pero ya llegaremos a ello en un futuro artículo.

Otro malentendido común sobre la crisis epistemológica es pensar que significa que tu mente consciente construye el mundo, y puede hacerlo en cualquier forma que lo desee. No es así. Mira la taza otra vez. ¿Puedes hacer, mediante un acto consciente, que a la taza le salgan alas y revolotee gorjeando alrededor del escritorio? Por supuesto que no (aquellos que no estén de acuerdo deberían estar prestos a mostrar su trabajo). El punto crucial aquí es que la representación no es ni una actividad consciente ni una actividad arbitraria. En buena medida parece estar cableada en nuestra mente, y la mayor parte del resto se aprende muy pronto al inicio de la vida -cada uno de nosotros pasa sus primeros años aprendiendo cómo hacerlo, y los científicos como Jean Piaget han descrito en detalle los procesos mediante los cuales los niños aprenden gradualmente a construir el mundo en la forma significativa en que su cultura espera que lo hagan.

Para cuando llegas a ser adulto lo haces instantáneamente, sin un mayor esfuerzo consciente el que requieres en este momento para extraer significado de esos pequeños garabatos de la pantalla de tu ordenador a los que llamamos "letras". Buena parte del proceso de aprendizaje, a su vez, implica encontrar correlaciones significativas entre los bits de información sensorial y transformarlas en representaciones -así has aprendido que cuando consigues los bits de información visual que normalmente ensamblas como la taza de café, puedes alcanzarla y obtener los bits de información táctil que normalmente ensamblas como la sensación de tomar la taza, seguida de ciertas sensaciones de movimiento, seguidas de ciertas sensaciones de sabor, temperatura, etc. correspondientes con beber el café.

Y eso es por lo que Kant incluye "la cosa en sí" en su cálculo: parece haber en realidad algo que da origen a los datos que ensamblamos en nuestras representaciones. Es como si la ventana a través de la que hemos estado mirando se comportase también como un espejo de una atracción de feria: impone tanto de si misma a los datos que pasan a través de ella que es casi imposible extraer conclusiones firmes acerca de la forma que hay "ahí fuera" a partir de nuestras representaciones. Lo más que podemos hacer, la mayor parte del tiempo, es ver qué representaciones nos permiten predecir mejor lo que la siguiente serie de información sensorial fragmentada incluirá. Eso es lo que hace la ciencia, cuando sus practicantes son honestos consigo mismos acerca de sus limitaciones -y es perfectamente posible hacer buena ciencia sobre esa base, por cierto.

Es posible hacer mucho trabajo intelectual sobre esa base, de hecho. Desde la edad dorada de la antigua Grecia, directamente hasta el final del Renacimiento, un campo que la erudición ha olvidado casi completamente -los topos (lugares comunes)- fue una parte importante de la educación general, el tipo de cosa que se estudiaba como materia una vez que se terminaba la escuela gramática. Los Topos son el estudio de aquellas cosas que no pueden ser probadas lógicamente, pero que son ampliamente aceptadas como más o menos ciertas, y por eso pueden ser usadas como "lugares" (en griego, tópoi) sobre los cuales puedes basar una línea argumental. Lo más importante de ello son los lugares comunes que utilizamos todo el tiempo como base para nuestro pensamiento y discurso; en términos modernos, podríamos imaginarlos como "cosas sobre las que existe un consenso general". No son verdades, son aproximaciones útiles a la realidad, cosas elaboradas para funcionar durante la mayor parte del tiempo, cosas que apartar a un lado sólo si tienes una buena razón para ello.

(NdT: en español se habla de "Topos" o "lugares comunes". Son tópicos argumentales recurrentes que permiten denotar un contexto perfectamente conocido tanto por el que discursa como por su público, constituyendo así un punto de encuentro entre ambas partes que no necesita ser explicado, y que puede constituir la base sobre la que se construya un discurso sin necesidad de clarificar las premisas. Literariamente el "locus amoenus" o "la edad de oro" podrían ser tópicos que permitían construir poemas o discursos literarios sin necesidad de más descripción, por ejemplo. Desde el punto de vista de la filosofía, en Aristóteles los topos se identifican con las definiciones aceptadas de los objetos, constituyendo la base de la atribución -asignación de cualidades- y siendo un hecho contextualizado en base a ciertas coordenadas sociales. Para el aristotelismo, además, el tópoi reemplaza al concepto platónico de la idea, con lo que el conocimiento pasa de ser completamente objetivo y ajeno al humano, e infundido en la mente mediante la anamnesis platónica, a convertirse en un conocimiento intersubjetivo, en el que el ser humano es parte activa, y que se construye en común con la sociedad en la que se desenvuelve el individuo. Es a esto a lo que se refiere Greer)

La ciencia podría haber sido vista como una forma de expandir el rango de topos útiles. Eso es, después de todo, lo que hace un experimento científico: contesta la pregunta "Si hago esto ¿qué sucede?". Como resultado de la suma de experimentos terminas por obtener un consenso -usualmente un consenso aproximado, porque no es usual que los experimentos repetidos obtengan siempre exactamente el mismo resultado, pero nada menos que un consenso- que es aceptado por la comunidad científica como una aproximación de la realidad que puede ser dejada de lado sólo si tienes una buena razón para ello. Hasta un cierto punto muy significativo esa es la forma en que la ciencia es practicada en realidad -bueno, cuando no ha sido irremediablemente corrompida por intereses económicos o políticos- pero no es el rol social que la ciencia ha venido a ocupar en la sociedad industrial moderna.

He escrito aquí varias veces acerca de la trampa en la que las instituciones científicas se han metido solas en las últimas décadas, con la ayuda entusiasta de los beligerantes científicos materialistas antes mencionados. Figuras públicas de la comunidad científica insisten rutinariamente en que el consenso científico sobre cualquier materia es algo que debe ser aceptado por el público sin cuestionarlo, aun cuando la opinión científica ha girado como una veleta en el transcurso de una vida, y aun cuando es relativamente fácil hallar evidencias detalladas de vergonzosas manipulaciones, especialmente, aunque no sólo, en los campos de la medicina y farmacia. Tal insistencia no queda bien; ni tampoco ayuda cuando los científicos materialistas insisten -como muy a menudo hacen- en que algo no puede existir o no puede ocurrir simplemente porque las actuales teorías no parecen ofrecer un mecanismo para ello. 


Una excesiva fijación con ese tipo de reclamo de autoridad, y el bagaje político y financiero que conlleva, podría muy posiblemente terminar resultando en un amplio rechazo a la ciencia en el mundo industrial en las décadas por venir. Todavía no es algo grabado en piedra, y es todavía posible que científicos no tan profundamente enredados en el presente orden de cosas puedan ofrecer una voz equilibrada, y ayudar a ver que una comprensión de la ciencia menos doctrinaria le da voz y mayor presencia pública.

Pero hacer eso podría requerir una actitud que podríamos llamar "modestia epistémica": el reconocimiento de que la capacidad humana de conocer tiene unos límites insuperables, y que la verdad absoluta acerca de la mayoría de cosas está fuera de nuestro alcance. Sócrates fue conocido como el hombre más sabio entre los griegos porque aceptó la necesidad de la modestia epistémica, y reconoció que en realidad no tenía demasiadas seguridades sobre nada. Ese reconocimiento no le impidió ser capaz de levantarse por la mañana e ir a su trabajo diario de cantero, y no tendría por qué impedirnos al resto de nosotros hacer lo que tengamos que hacer mientras la civilización industrial se tambalea en su trayectoria hacia un futuro difícil.

Tomándola seriamente, sin embargo, la modestia epistémica requiere de ciertos pensamientos serios acerca de algunos prejuicios profundamente integrados en las culturas occidentales. Algunos de esos pensamientos son bastante fáciles de alcanzar, pero uno de los que suponen un mayor reto empieza con una pregunta aparentemente simple: ¿Hay algo de lo que experimentamos que no sea una representación? En las próximas semanas caminaremos sobre el camino que abre esta cuestión hacia su inquietante destino.

Zobeida: la captura del sueño de los hombres

Desde allí, después de seis días y siete noches de camino, se llega a Zobeida, la ciudad blanca, expuesta a la luna, con calles plegadas sobre sí mismas como en una madeja. Cuentan esta historia sobre su fundación: hombres de varias naciones tuvieron un sueño idéntico. Vieron a una mujer que corría de noche por una ciudad desconocida; la veían de espaldas, con sus largos cabellos, y estaba desnuda. Soñaron que la perseguían. Cuando doblaron la esquina, todos la perdieron.




Tras el sueño, se pusieron a buscar esa ciudad; la ciudad, nunca la encontraron, pero se encontraron unos a otros; decidieron construir una ciudad como la del sueño. Para trazar las calles, cada uno siguió el curso de la persecución; en el punto en que habían perdido la pista de la fugitiva, dispusieron espacios y muros diferentes a los del sueño, para que ella no pudiera escapar de nuevo.

Esta fue la ciudad de Zobeida, donde se establecieron, esperando que la escena se repitiera una noche. Ninguno, dormido o despierto, volvió a ver a la mujer. Las calles de la ciudad eran calles donde iban a trabajar todos los días, sin otro lazo de unión entre ellos que la caza del sueño. Que, por otra parte, ya habían olvidado hacía mucho tiempo.

Llegaron nuevos hombres de otras tierras, hombres que habían tenido el mismo sueño, y en la ciudad de Zobeida, reconocieron parte de las calles del sueño, y cambiaron la composición de arcadas y escaleras, para que recordaran más de cerca el camino de la mujer perseguida y así, en el punto en que la mujer se había desvanecido, no quedó ninguna posible escapatoria. Aquellos que habían llegado los primeros no podían entender lo que había empujado a esta gente a Zobeida, esa ciudad tan fea, esa trampa.

Italo Calvino. Ciudades Invisibles

Las mujeres: el nuevo 'sujeto histórico'

La mercantilización de las cosas y de las personas, junto a la alienación en la caverna del desatino, se están cebando principalmente en las mujeres, y sus cuerpos se afianzan más y más como objeto real y simbólico de dominación. La prostitución femenina, la pornografía e incluso el esclavismo sexual han crecido escandalosamente con el empobrecimiento, las guerras y las migraciones, efectos multiplicados planetariamente por la posibilidad de internet, cuyos contenidos divulgan y venden este tipo de prácticas perversas.




Pero también el cuerpo de las mujeres se está convirtiendo en un campo de especulación para la medicina: la reproducción asistida, los vientres de alquiler, la menopausia considerada como patología y la enloquecida carrera de la cirugía estética, en función de un modelo de belleza adecuado a la mirada masculina, están haciendo a las mujeres auténticas víctimas de los valores y principios consagrados por el patriarcado, si bien bajo la apariencia de emancipación que supuestamente cabalga a lomos de los avances científicos y tecnológicos.

Al comprobar la multitud de grupos de mujeres que en distintos frentes de lucha se están organizando, se podría considerar a las mujeres como el nuevo “sujeto histórico”. El hecho de ser mujer lleva aparejado una necesidad o deseo de cambiar las cosas. Estamos incomodas, muy incómodas con el mundo que nos ha tocado vivir, y este mundo que nos ha tocado vivir no ha sido en una tómbola, sino por imperativo expreso de quienes lo dominan, que son los ‘machos’, es decir, aquellos varones que responden a su enfermo deseo de dominar.

Tal vez sea el momento de construir frentes comunes y plurales (no es contradictorio) de mujeres como encarnación real y simbólica de otro mundo posible. Y no se trata de aglutinarnos en torno a un ‘pensamiento único’, pero sí en torno a un único compromiso desde los múltiples caminos que nos marcan la clase social, la cultura, la nacionalidad, las opciones sexuales, la raza o la edad que conforman nuestras referencias personales y colectivas.

Para saber más: Mujeres en la era global. Victoria Sendón de León.

La mariposa y el colibrí

Julio García Camarero


Complementariedad entre lo Panorámico y lo local

Creo que para conseguir que se paralice el Cambio Climático, y cualquier otra crisis ecológica, se hace necesario conseguir impulsar un movimiento social transformador. 
 
Y para ello, es muy importante dedicarse a PENSAR y a ACTUAR con gran intensidad.

Pero antes de esto es indispensable tener, a la vez, una visión PANORÁMICA y LOCAL. Panorámica, en cuanto a que no hay que tener sólo la visión de: lo más local (el barrio), el País Valenciano, el Estado de España, Europa,… sino también, una visión global y planetaria. 
 
Ambas cosas son indispensables y complementarias. Entre otras razones, porque estaremos más motivados en la acción local si tenemos una idea clara de que lo que sucede a escala local, tiene unas enormes repercusiones a escala global; y que lo que se ocasiona a escala global vuelve a perjudicar a lo local (téngase en cuenta, p. e., el cambio climático, el vertido de residuos, etc.).

Y para comprender mejor el aspecto panorámico y global podemos poner como ejemplo el efecto que puede ocasionar el simple aleteo de una mariposa. Algo que suele llamarse el efecto mariposa.

Causa-efecto

Sucede, que en los sistemas complejos (como la predicción del tiempo, la bolsa de valores, o el funcionamiento de los ecosistemas) puede producirse una interacción tipo CAUSA-EFECTO en la que a partir de de una CAUSA minúscula se puede originar un efecto gigantesco. Algunos científicos como Lorenz hablan de que el aleteo de una mariposa en Brasil puede llegar a originar un tsunami en las costas de California.

Pero es que en la actualidad no estamos sólo ante el efecto que pueda ocasionar el aleteo de una mariposa, sino ante algo más palpable e inmediato. Estamos ante el aleteo de la central nuclear de Fukushima, cuyos efectos (en efecto) están llegando hasta la costa de California. O también estamos ante el fenómeno de la aparición de una inmensa isla, del tamaño de Península Ibérica, formada por infinidad de envases de plástico procedentes de los lugares más remotos del planeta.

Pero no hay porque plantear que esta vista panorámica global deba ser incompatible (sino que es más bien complementaria) con la acción local y de pequeña escala.

En este caso, para comprender mejor esto, podemos poner como ejemplo la leyenda de un simpático colibrí. Dice la leyenda, que ante un incendio forestal todos los animales del bosque huyeron y solo un colibrí permanecía empeñado en llevar una gota de agua en su pequeño pico para apagar el incendio, mientras todos los demás permanecían contemplándolo.
Muy probablemente si todos los animales hubieran imitado el tesón del colibrí el incendio habría sido apagado.

En resumen, la acción pequeña y cercana es tan necesaria como la visión global y planetaria.
Así que según todo lo anterior estamos viendo que: tanto en nuestro entorno más cercano como en la escala planetaria, siempre existen dos aspectos de la realidad: la CAUSA y el EFECTO. 
 
La simple causa de un aleteo puede originar el EFECTO de un tsunami; o bien a CAUSA de la pasividad de los que tienen que actuar localmente se origina el EFECTO de que resulte imposible solucionar el problema local.

Invisibilidad de las causas 
 
Pero con extrema frecuencia, incluso en los partidos que se dicen interesados por el medio ambiente, sólo suelen preocuparse de paliar los EFECTOS, los SÍNTOMAS, lo que se ve: 
 
- Quieren limpiar las aguas porque ven el efecto o el síntoma de que están sucias.
- Quieren separar y clasificar los residuos porque lo inundan todo.
- Quieren reciclar los envases porque es el mayor problema de residuos.
- Quieren repoblar los desiertos porque ya están avanzando a 7km./año.

Es decir, los “gobiernos más ecologistas” se preocupan sólo de hacer disminuir los SÍNTOMAS, los EFECTOS, pero no trata de atacar las CAUSAS. Y solo atacar a los SÍNTOMAS, no es solucionar nada, es como querer remediar una enfermedad a base de antipiréticos que nos bajen la fiebre o a base de calmantes que nos rebajen los dolores. Esto es, usar lo que se llama medicina asistencial. Pero esto nunca son soluciones. Son parches pasa seguir con la enfermedad y que ésta siga aumentando.

Más bien, lo que hay que hacer es eliminar LA RAÍZ DEL MAL. Es decir, su CAUSA y no enmascarar su EFECTO o SÍNTOMA.

¿Y cual es la CAUSA de estos EFECTOS?
 
Entre otras muchas, pueden considerarse las siguientes causas: El iniciar la contaminación de las aguas a causa del productivismo; el utilizar envases innecesarios, antes siempre consumíamos a granel; el producir residuos que no son necesarios o, en fin, el caer en la obsolescencia programada. En suma, es preciso dejar de caer en el productivismo- consumismo que es la principal CAUSA que origina el EFECTO del cambio climático, el cual en consecuencia hace avanzar vertiginosamente los desiertos.

¿Y como terminar con estas CAUSAS?
 
En una palabra terminando con el CAPITALISMO y su método de producción industrial capitalista cuyos fines son exclusivamente crematísticos. Y es que el CAPITALISMO, en sí, es el origen de todas estas CAUSAS, males e infelicidades.

Y también, será indispensable, realizar un cambio radical del modo de vida cotidiano. Haciendo una vida austera y elegida voluntariamente. Que no hay que confundir con la miseria y esclavitud impuesta por el sistema capitalista, el cual nos engaña llamando a esto “austeridad.

Así que será preciso eliminar el consumismo-productivismo artificial e innecesario y asesino, y sustituirlo por un consumo responsable y natural, que tienda a priorizar la Agroecología, desterrando la Agroquímica o Agricultura industrial que está rompiendo el ciclo de la materia orgánica (M.O.), y ocasionado, con ello, la transformación de los recursos renovables en recursos no renovables, al esterilizar el suelo por la contaminación química generada por los fertilizantes derivados del petróleo. Fertilizantes que son los actualmente utilizados casi en exclusividad.