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Hacia una redefinición de los procesos de enseñanza-aprendizaje de lenguas desde la perspectiva del decrecimiento

Luis Guillermo Barrantes-Montero

Las naciones periféricas sufren un nuevo colonialismo a todo nivel y a ello contribuye la enseñanza de lenguas, pues la propuesta temática del currículo y de los materiales didácticos persuade al estudiantado de que el aprendizaje de la lengua extranjera implica, de modo concomitante, la adopción de las pautas de comportamiento de las sociedades cuya lengua se aprende. Muchos talleres de capacitación de docentes de inglés enseñan maneras de hacer las clases más “atractivas”, “lúdicas” y “tecnológicas” y, de un modo sutil e implícito, de ilusionar a los estudiantes con la ficción de que al consumir productos y cambiar hábitos de vida, de alguna manera se van a acercar a las sociedades anglohablantes de países desarrollados.
En vista de lo anterior, resulta apremiante que la formación de docentes de lenguas incluya dos componentes esenciales. El primero consiste en conferirle a la enseñanza y aprendizaje de la lengua extranjera una dimensión realista en cuanto a las expectativas que tal emprendimiento puede generar. Como profesionales, el personal docente debe conocer el ámbito deontológico de su disciplina. Deben resistirse, por ejemplo, a proponer el aprendizaje de la lengua como la opción ideal para alcanzar altas metas laborales, sin enseñar también a sopesar las posibilidades concretas que ese aprendizaje le abre a cada aprendiente en relación con las limitaciones que pueda tener cada cual. Eso se logra mediante el entrenamiento de docentes en el desarrollo del pensamiento crítico, que deberá estar presente en cada lección que prepare e imparta.
El segundo se refiere a la contextualización del acto de aprendizaje en concordancia con la realidad inmediata de los aprendientes (Tudor, 2000) y la del mundo como tal. Desde la perspectiva del decrecimiento, la enseñanza de lenguas, lejos de continuar alimentando la vorágine del consumo desplegada mediante los libros de texto y las actitudes acríticas de los docentes debería, más bien, aprovechar el espacio y el momento para el cultivo de la interculturalidad, del reconocimiento de la diversidad y del fortalecimiento de las propias identidades. Ello, de alguna manera, contribuiría a detener el afán que envuelve a la gente de hoy por poseer cuanto le presenta la propaganda comercial, aunque para ello deba vivir continuamente endeudada.
Un ejemplo claro del modo que se puede enseñar un idioma con sensibilidad de decrecimiento puede ser la siguiente: En una determinada clase de inglés con habilidades integradas, al igual que en cada unidad, corresponde diseñar una lección de comprensión de lectura. El docente, que planea su lección con sentido crítico, puede sustituir la lectura que presenta el libro de texto por otra que proponga un contenido más acorde con su propósito. O bien, si dispone de tiempo suficiente, puede incluir una lectura complementaria. Las etapas de pre-lectura, durante la lectura y post-lectura constituyen el espacio de que dispone el docente para desarrollar actividades que ayuden a sensibilizar a los estudiantes, más que dar gratuito asentimiento a lo que proponen los libros de texto.
La enseñanza de un idioma, por el contacto intercultural que permite, es un espacio privilegiado para incentivar la reflexión entre los aprendientes, entre otras cosas, de que el paso de las personas por este mundo implica una responsabilidad con los demás y con el planeta, que las metas profesionales no deben centrarse en adquirir un aumento en la capacidad de consumo y que la plenitud humana no se alcanza con tener más sino con ser más. Como mínimo, esa reflexión debería enseñar a las personas a racionalizar el gasto.
La contribución a un talante de decrecimiento es posible, entonces, también en el aprendizaje de lenguas. No es un secreto que el llamado “progreso” de determinadas sociedades tiene lugar en relación directa con el sacrificio de las fuerzas, los recursos y el entorno de otras. Un desempeño profesional, en el sentido estricto de la palabra, por parte de los docentes de lenguas, los desarrolladores de currículos y los productores de materiales didácticos, supone que no intenten abstraerse de esa ineludible constatación.
Por lo anterior se puede afirmar que, con un compromiso serio por el futuro de la gente y del planeta, es posible introducir, en medio de esa inmediatez, la idea de que todo aprendizaje es parte de un proyecto integral de vida. Que la educación y la profesionalización del ser humano deben estar imbuidas de una opción por racionalizar el gasto y propiciar el ahorro. Además que, frente a la competitividad que promueve el mercado neoliberal, es posible creer en la complementariedad, en el bien común. En otras palabras, es preciso que la formación de profesionales de lenguas modernas realice un giro epistemológico hacia una perspectiva humanista.

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