Esther
Vivas
De
pequeña ayudaba a mis padres en el puesto que tenían de huevos en
el Mercado Central de Sabadell. Iba después del colegio o los
sábados. En los alrededores del mercado, siempre había aquellas
campesinas con sus improvisados puestos, y esas grandes cestas con
verdura y fruta fresca. Una imagen que se repetía en innumerables
mercados. Han pasado los años, y éstas siguen allí. Sin embargo
cuándo miramos al mundo rural, las campesinas son las invisibles de
la tierra. ¿Cuántas han trabajado toda su vida en el campo y no
constan en ningún lugar? ¿Qué es de las campesinas? ¿Dónde
están? ¿Qué futuro les espera?
Sin
derechos
El
papel de la mujer campesina ha sido clave en el campo. Mujeres que
cuidaban la tierra, hijas e hijos, la casa, los animales. A pesar de
los años, y los cambios producidos en el medio rural, éstas siguen
teniendo un peso significativo en la agricultura familiar. Se calcula
que un 82% de las mujeres rurales trabajan en el campo, según
datos del Ministerio de Agricultura,
eso sí, la mayoría en calidad de cónyuges o hijas, invisibles, sin
derechos, consideradas formalmente, y en las estadísticas, como
"ayuda familiar". Lo que significa que no cotizan a la
seguridad social, no tienen acceso a una indemnización por paro,
accidente, maternidad, a una pensión digna, etc.
En
estas circunstancias, la mujer carece de independencia económica, al
no obtener una remuneración personal y directa por el trabajo que
realiza, y depende del marido que ostenta la titularidad de la
explotación agraria. Se trata de una situación que se da con
frecuencia en pequeñas fincas, con escasos ingresos, y sin
posibilidad de poder pagar dos cotizaciones a la seguridad social, en
consecuencia se opta por abonar la del hombre, en detrimento de la
mujer. Mari
Carmen Bueno del Sindicato de Obreros del Campo
lo deja claro: "A nosotras no se nos consideraba ni siquiera
jornaleras, éramos amas de casa según las estadísticas y entre
nosotras mismas no teníamos conciencia de ser trabajadoras".
La
propiedad de la tierra es una fuente clara de desigualdad. El 76% de
las fincas tienen como titular y jefe de la explotación a un hombre,
frente al 24% que se encuentran en manos de mujeres, según el Censo
Agrario del 2009. Un porcentaje, este último, que ha aumentado
recientemente, como explican desde el
Ministerio de Agricultura,
debido a que en muchas parejas de edad avanzada, el fallecimiento del
cónyuge significa el paso de la propiedad a la esposa. No es fácil
encontrar mujeres jóvenes o de mediana edad titulares de
explotaciones. Hay que tener en cuenta que las costumbres,
habitualmente, consideran como legítimo heredero de la finca al hijo
primogénito y barón, la mujer, por lo tanto, sólo la hereda si no
tiene hermanos.
En
los casos en que la mujer está al frente de la explotación, ésta
suele ser más pequeña, menos rentable y se encuentra ubicada,
mayoritariamente, en zonas desfavorecidas o de montaña. Un dato lo
ilustra claramente: el 61% de las mujeres titulares de fincas
agrarias lo es de parcelas marginales y de difícil viabilidad
económica, que para sobrevivir necesitan de otro empleo y que, según
el Libro
Blanco de la Agricultura y el Desarrollo Rural,
tienen mayor riesgo de desaparecer. En Galicia, por ejemplo, se
encuentra una cuarta parte de las mujeres que son titulares de
explotaciones, y el 79% lo es de pequeñas fincas.
La
toma de decisiones en el campo, igualmente, recae en buena medida en
el hombre. En la unidad familiar hay un claro reparto de tareas en
función del sexo. De este modo, aquellas actividades de carácter y
responsabilidad pública (trabajo asalariado, participación en
instancias políticas, transacciones económicas relevantes) recaen
en los varones, mientras que las de carácter privado (trabajo
doméstico, cuidado de las personas dependientes, alimentación y
salud de la familia) lo hacen en las mujeres. Una división de roles
que otorga al campesino, y no a la campesina, el poder de decisión.
Igualmente, la acumulación de trabajo productivo y reproductivo, y
el no reparto de responsabilidades domésticas, impide a la mujer
contar con tiempo disponible para participar en espacios de
representación pública.
Las
cooperativas agrarias, por ejemplo, están altamente masculinizadas.
Un 75% de sus miembros son hombres, frente al 25% de mujeres, y éstas
enfrentan importantes barreras para acceder a sus órganos de
gestión, donde su participación es tan solo del 3,5%, según el
informe
La participación de las mujeres en las cooperativas agrarias.
La membresía y las direcciones de la mayor parte de sindicatos
agrarios son otro claro ejemplo, integradas esencialmente por
hombres, a pesar del trabajo fundamental y diario de la mujer en el
campo.
Adiós
al mundo rural
El
mundo rural, asimismo, ha sufrido una continua pérdida de población,
que ha significado su envejecimiento y "masculinización".
Si en 1999, el 19,4% de los habitantes del Estado español residía
en algún municipio rural, diez años más tarde este porcentaje
había descendido hasta el 17,7%. En los municipios con menos de dos
mil habitantes, la caída era más aguda, con la pérdida del 30% de
su población, según datos del Padrón
municipal de 1999 y 2008.
La vida rural se ha ido apagando. La migración de la gente joven
unido al crecimiento demográfico negativo han sido las causas.
Aunque
parece que en los últimos años, dicha tendencia se ha estancado y
se observa, también, una "vuelta al campo" por parte de
gentes de ciudad, aunque insuficiente, de momento, para frenar su
despoblación.
El
mundo rural padece un envejecimiento acelerado, el 22,3% de sus
habitantes son mayores de 65 años, frente al 15,3% de las zonas
urbanas. Los jóvenes que quieren estudiar marchan a las grandes
urbes, y muchos ya no vuelven. A la vez, el número de mujeres con
edades comprendidas entre los 20 y los 50 años disminuye, como
recoge el informe Programa
de desarrollo rural sostenible (2010-2014) del Ministerio de
Agricultura,
produciéndose una creciente "masculinización" del campo.
Las
mujeres emigran a las ciudades ante la falta de oportunidades
laborales en sus municipios y por las "resistencias sociales"
a que éstas asuman trabajos realizados tradicionalmente por hombres.
De igual modo, y como señalan desde la
Federación de Asociaciones de Mujeres Rurales,
su marcha se debe también "a la presión social derivada de la
presencia de roles y estereotipos de género" y a la falta de
servicios e infraestructuras (escuelas infantiles, asistencia
sanitaria, transporte público, centros culturales) en los pequeños
municipios.
Salud
amenazada
Otro
de los impactos del sistema agrícola industrial en las mujeres
campesinas y en el mundo rural se da sobre su salud. Hace unos meses,
en un encuentro de mujeres campesinas en Tenerife, tuve la suerte de
coincidir con la bailarina Ana Torres y su compañía Revolotearte.
En dicho encuentro, realizaron la performance
'Primavera
Silenciosa',
inspirada en la obra literaria del mismo nombre de Rachel Carson, y
donde retratan brillantemente, a través de la danza, el cuerpo y las
imágenes, el brutal impacto del uso de agrotóxicos en la salud de
las jornaleras en las plantaciones de tomateras en Las Canarias. La
performance
compagina
una impactante coreografía con imágenes y declaraciones de
trabajadoras del campo que explican en primera persona su
experiencia.
"Yo
me acuerdo. Nosotras en el llano y pasar la avioneta por encima de
nosotras fumigando. Y nos quedábamos enchumbadas como cuando te cae
una lluvia, igual. Todas llenas de veneno", afirma una de las
jornaleras entrevistadas. Y otra añade: "No conocí los
guantes, no conocí una mascarilla, no conocí lavarme las manos para
sentarme a comer, porqué allí no se decía nada". Y una más:
"Vivíamos en la ignorancia. Sulfataban, pues sulfataban. El
capataz nos decía que eso no mata a animal con hueso. Y nosotras
veíamos a las orugas, las lagartijillas... y decíamos: 'Esto al no
tener hueso, pues claro, a las pobres las mata'. Y, entonces, no
piensas que a ti también te puede hacer daño".
En
el Archipiélago Canario, según recoge la
investigación de la
Unidad de Toxicología de la Universidad de Las Palmas de Gran
Canaria,
el uso sistemático de grandes cantidades de pesticidas en la
agricultura intensiva, entre ellos el DDT, que fue prohibido en
Europa a finales de los años 70, ha tenido un impacto directo en la
salud su población. Según la Agencia Internacional de Investigación
en Cáncer, el DDT es una sustancia carcinogénica: "La
exposición crónica al DDT y derivados se ha relacionado con
diversos tipos de cánceres dependientes de estrógenos, como el
cáncer de mama".
Según
dicha investigación, que sirvió como material de trabajo y
documentación para la obra 'Primavera Silenciosa', el conjunto de la
población canaria tiene unos niveles de residuos de DDT muy
superiores a la media europea. En concreto, un 99,3% de los casos
analizados presentaba algún tipo de residuo derivado del DDT, siendo
las mujeres las más afectadas. No en vano, y como indica el mismo
estudio, "las Islas Canarias tienen una de las cifras más altas
de incidencia y mortalidad por cáncer de mama" de todo el
Estado. Andalucía es la segunda comunidad autónoma más afectada.
Hay una relación directa entre agricultura intensiva, uso de
agrotóxicos y altos niveles de DDT en la población e impacto en la
salud pública, especialmente en las mujeres, y en las mujeres
campesinas.
Ley
de titularidad compartida
Ante
esta situación de agresión, falta de derechos e invisibilidad, las
mujeres campesinas se han organizando y exigido cambios. Una victoria
significativa ha sido la Ley de Titularidad Compartida de las
Explotaciones Agrarias, una demanda largamente reclamada, y aprobada,
finalmente, por el Gobierno en septiembre del 2011, y que tenía como
objetivo favorecer la igualdad real de género en el campo. De este
modo, la Ley permite a las campesinas figurar como cotitulares de la
finca, junto a su cónyuge, administrar y representar legalmente la
explotación y que sus rendimientos económicos, ayudas y
subvenciones correspondan a ambos. Se trata de dejar de lado el
concepto de “ayuda familiar” y reconocer plenamente el trabajo de
las mujeres en la finca.
Sin
embargo, y como señalaba la secretaria
general del Sindicato Labrego Galego Carme Freire,
a pesar de que "la Ley de Titularidad Compartida supone un paso
de gigante a la hora de avanzar en el reconocimiento de los derechos
de las mujeres en el ámbito profesional agrario", ésta tiene
carencias importantes como, por ejemplo, el hecho de que "para
conseguir esa titularidad, el compañero o cónyuge debe estar de
acuerdo en que podamos ser cotitulares. Es como si nos tuvieran que
dar permiso para hacer efectivo un derecho". Asimismo, la
responsable de política territorial del sindicato Unió de Pagesos
en Catalunya Maria Rovira
considera que dicha Ley beneficia a las mayores explotaciones que
pueden dar de alta sin problemas a las mujeres en la seguridad social
para constar como cotitulares, y en consecuencia ser consideradas
explotaciones "prioritarias", con mayor acceso a ayudas e
incentivos fiscales, en detrimento de las pequeñas fincas.
Más
de dos años después de su puesta en marcha, sus límites son
evidentes y su aplicación efectiva sigue pendiente. En realidad, tan
solo unas cien agricultoras, de las 200 mil que no son titulares, han
solicitado la cotitularidad, debido al escaso interés de la
administración en publicitar la medida, y cuándo se demanda, la
falta de información y las trabas burocráticas dificultan su
ejecución. La
responsable del Área de Mujeres de la Coordinadora de Organizaciones
Agrarias y Ganaderas (COAG) Idáñez Vargas
tachó la Ley de ineficaz y criticó "el fracaso absoluto de
este texto legislativo por su carácter voluntario y no obligatorio".
Nuevo
campesinado femenino
Actualmente,
un nuevo campesinado empieza a emerger en el mundo rural. Es lo que
la doctora en geografía y medio ambiente Neus
Monllor
ha definido, en su tesis "Explorant
la jove pagesia: camins, pràctiques i actituds en el marc d’un nou
paradigma agrosocial",
como "jóvenes que están haciendo las cosas de otra manera,
tanto si vienen de la agricultura tradicional como si son recién
llegados. Se trata de jóvenes que están tomando las riendas de su
actividad, que intentan ser muy autónomos y vender su producto
directamente, que tienen muy en cuenta el territorio y la calidad...
Sobre todo, este nuevo campesinado rompe con el discurso pesimista y
continuista".
En
este nuevo campesinado, el papel de las mujeres es relevante y
fundamental. En muchos lugares del Estado vemos nuevas experiencias
de trabajo en el campo encabezadas por mujeres, en la agricultura y
la ganadería, que toman los principios de la soberanía alimentaria
y la agroecología como estandarte. Al mismo tiempo, se multiplican
iniciativas que plantean, en las ciudades, otro modelo de consumo,
con una relación directa y solidaria con el productor, como son los
grupos y cooperativas de consumo agroecológico, donde las mujeres,
una vez más, juegan un rol primordial. Y no olvidemos los proyectos
de huertos urbanos y las propuestas contra el despilfarro alimentario
que han ido ganando peso en los últimos años, con una participación
muy activa de mujeres.
Más
allá de la necesaria coordinación entre estas experiencias que
apuestan por otra producción, distribución y consumo de alimentos,
creo imprescindible una mirada, y una reflexión, feminista a su
trabajo. Algunas de las dificultades que éstas pueden afrontar son
idénticas, desde una perspectiva de género. Las reflexiones
conjuntas de sus mujeres, sin lugar a dudas, pueden significar un
paso adelante.
¿Dónde
están la campesinas? Nos preguntábamos al inicio del artículo. Las
campesinas están aquí, al frente, y pisando más fuerte que nunca.
*Artículo
en Público.es, 12/05/2014.
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