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Teoría del “Decrecimiento”


Qué es el decrecimiento

Es una corriente de pensamiento económico, político y social, que tiene como idea principal el disminuir de forma controlada y progresiva la producción, con el objetivo de equilibrar la relación entre los seres humanos y la naturaleza. Esta teoría nació en la década de los 70 de la mano de Georgescu-Roegen, matemático y economista que sentó sus bases. Sus estudios sobre bioeconomía le sirvieron para escribir The Entropy law and the Economic Process, la biblia de los decrecentistas.  Muchos son los economistas que se han hecho eco de su pensamiento, como Paul Ariès o Jean Paul Vesse, pero el que realmente ha logrado dar a conocer a la sociedad actual esta teoría ha sido el francés Serge Latouche:

“La consigna del decrecimiento tiene como meta, sobre todo, insistir fuertemente en abandonar el objetivo del crecimiento por el crecimiento, […] En todo rigor, convendría más hablar de “acrecimiento”, tal como hablamos de “ateísmo”.



Para Latouche, el decrecimiento no es un concepto, es un simple eslogan mediático creado para escandalizar, para crear impacto. La situación en la que está el planeta es muy preocupante, y el objetivo no es tomar medidas para ir reduciendo el consumo a largo plazo, sino buscar una solución ya, puesto que el problema ya está entre nosotros. El economista dice que ante este panorama, nadie hace nada, principalmente los que ostentan el poder. Los políticos hablan de ajustar las materias primas y reducir los niveles de contaminación y luego dictan leyes que permiten el uso indiscriminado de pesticidas, deforestaciones, o generan la guerra del petróleo. A día de hoy, el crecimiento sólo es rentable si su peso y precio recaen sobre la naturaleza, las generaciones futuras, las condiciones de trabajo de los asalariados y, de forma especial, sobre los países del Sur. Todos los regímenes modernos, sean de la condición que sean, son “productivistas”, por ello un cambio radical se alza necesario: la revolución cultural es la alternativa. Serge Latouche, como explica en su libro La apuesta por el Decrecimiento, propone un sistema de soluciones bajo el prefijo “re-”, que denota repetición o retroceso, a los que ha nombrado como los pilares del decrecimiento o el modelo de las “8 R”:
  • Revaluar. Sustituir los valores globales, individualistas y consumistas por valores locales, de cooperación y humanistas.
  • Reconceptualizar. El desarrollo sacrifica tanto a la sociedad como a su bienestar en favor de los “empresarios del desarrollo”, las firmas multinacionales, los dirigentes políticos, los tecnócratas y las mafias. “La economía, apropiándose de la naturaleza y haciendo de ella una mercancía, transforma la abundancia natural en escasez a través de la creación artificial de la carencia y la necesidad”. Se trata de realizar un cambio de valores que reconduzca hacia una mirada diferente sobre la realidad. En este sentido, reconceptualizar la riqueza en relación a la pobreza o la escasez sobre la abundancia.
  • Reestructurar. Adaptar el aparato de producción y las relaciones sociales en función de la nueva escala de valores, como por ejemplo, combinar eco-eficiencia y simplicidad voluntaria.
  • Relocalizar. Producir localmente, a través de empresas locales, los bienes esenciales para satisfacer las necesidades de la población. Si bien las ideas tienen que ignorar las fronteras, los movimientos de mercancías y de capitales se tienen que limitar a lo indispensable, se debe recuperar el anclaje territorial.
  • Redistribuir. Tiene un doble efecto positivo en la reducción del consumo: por un lado, de forma directa, reduciendo el poder y los medios de la “clase consumidora mundial” y, muy particularmente, de la oligarquía de los grandes depredadores; por otro, de manera indirecta, disminuyendo la invitación al consumo ostentoso. El Norte ha adquirido una enorme deuda con el Sur que haría falta reembolsar, pero no tanto en concepto de donaciones sino por medio de una disminución de las explotaciones en territorio tercermundista. La impronta ecológica es un buen instrumento para determinar los derechos de explotación de cada cual.
  • Reducir. Disminuir, en primer lugar, el impacto en la biosfera de nuestra manera de producir y consumir. También las horas de trabajo y el consumo sanitario, especialmente en cuanto a los medicamentos; así como el turismo de masas: el deseo de viajar y el gusto por la aventura están inscritos en el corazón humano, pero la industria ha convertido este deseo en consumo mercantil destructor del medio ambiente.
  • Reutilizar y reciclar. Alargar el tiempo de vida de los productos para evitar el consumo y el despilfarro.
En España, destaca Carlos Taibo, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Autónoma de Madrid, como teórico del decrecimiento. Taibo relata que se dio cuenta de hasta qué punto esta palabra podía ser eficaz cuando tecleó ‘decrecimiento‘ en Google, y éste no la reconoció, proponiéndole a cambio: “¿Ha querido usted decir: de crecimiento?”.

POR UN CRECIMIENTO DE LA VIDA SOCIAL

Carlos Taibo defiende el decrecimiento como una forma para mejora de la calidad de vida de una mayoría. Una reducción de la jornada laboral, un aumento del tiempo de ocio y una apuesta por emplear éste en lo que Taibo denomina “la vida social” y el “ocio creativo”. Se trata de buscar la felicidad. Taibo se pregunta si “la vida que llevamos en sociedades marcadas por el trabajo y por el consumo es realmente la vida que nos gusta” (1).

La ausencia de relación entre progreso y crecimiento por un lado, y bienestar y felicidad por otro, es razón de peso para Taibo y su rechazo al sistema económico actual. Se trata de ver que, pese a que en los últimos decenios la renta per cápita y el PIB de muchos de los países del norte haya crecido de manera exagerada, los propios habitantes de los mismos no se consideran a sí mismos más felices de lo que lo fueron sus padres o las generaciones anteriores a ellos. En uno de los libros de Carlos Taibo, En defensa del decrecimiento: sobre capitalismo, crisis y barbarie, esta realidad se presenta de forma muy significativa: “El hecho de que en Francia el PIB haya crecido doce veces entre 1900 y 2000, ¿significa que los ciudadanos viven doce veces mejor? En este mismo sentido cuando en 1998 y en una encuesta, se les preguntó a los ciudadanos canadienses si la situación económica general de su generación era mejor que la propia de sus padres, menos de la mitad de los interrogados – 44% – estimó que así era, y ello pese a que en este caso el PIB per cápita había crecido un 60% en el cuarto de siglo anterior”.

La felicidad es un indicador individual del grado de bienestar personal. Si los datos demuestran que ésta no evoluciona al compás del aparente progreso significa que desde el sistema económico oficial se confunden bienestar y crecimiento de forma intencionada. El bienestar y la calidad de vida aseguran la longevidad de las personas; al respecto, Taibo llama la atención sobre una realidad: “Es hora de tomar en consideración seriamente la perspectiva de que la duración media de la vida humana empiece a decrecer de resultad de las contaminaciones química, atmosférica, radiactiva y electromagnética, de una alimentación desequilibrada…”.

Bien es cierto que en lugares con un nivel de desarrollo inferior, el crecimiento se traduce inequívocamente en bienestar, pero “el hiperconsumismo al que se entrega buena parte de la población de las sociedades opulentas es antes un indicador de infelicidad general que una fuente de felicidad exultante” [en Decrecimiento. Sobre lo que hay que cambiar en la vida cotidiana, Taibo presenta el consumismo como una forma de vida carcelaria que, como una droga, distorsiona la realidad haciéndonos cree que somos felices. Por ello es necesario el decrecimiento, para cambiar los valores e implantar aquellos que apuesten por “la vida social, el altruismo y la redistribución de los recursos frente a la propiedad y el consumo ilimitado”. Con ello, el dinero sería valorado muy por debajo de lo que se valora ahora, el trabajo sería una cosa más de entre tantas, ni obsesivo ni esclavo, y el ocio tomaría una connotación muy diferente. Porque, “aunque el decrecimiento puede poner en peligro el nivel de vida de una minoría de la población planetaria, lo hará a costa de acrecentar sensiblemente el grado de felicidad y bienestar de una mayoría”.



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