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Serge Latouche: "La gente feliz no suele consumir"

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La afirmación del titular la hace este célebre pensador francés catedrático de Economía en la Universidad París-Sud y una de las voces mundiales del llamado movimiento por el “decrecimiento”. Latouche propone vivir mejor con menos y alerta de que el actual ritmo de crecimiento económico mundial es tan insostenible como el deterioro y la falta de recursos en el planeta. Su movimiento también se alínea con la ecología.

"Vivimos fagocitados por la economía de la acumulación que conlleva la frustración y querer lo que no tenemos ni necesitamos". Se ha referido en muchas ocasiones a la concesión por parte de los bancos de créditos al consumo a personas sin sueldo y patrimonio siendo el inicio de la crisis económica mundial y ha asegurado tajantemente que "la gente feliz no suele consumir". Aboga por trabajar menos y producir de forma inteligente así como repartir el empleo y cultivar más la vida.

Estas cuestiones quedaron muy bien ilustradas con el ejemplo que puso- en un colegio mayor de Pamplona, donde dio una interesante charla hace dos años, y propuso entre otras muchas cosas la sencilla idea de “producir cerca de donde se vive y de forma ecológica” para evitar lo que él mismo presencia en la localidad donde vive y es que por cualquier puesto fronterizo entre España y Francia circulen hasta 4.000 camiones a la semana "con tomates de Andalucía cruzándose con tomates holandeses".

Con un gran sentido del humor alaba el estoicismo representado en España por Séneca: "No se obtiene la felicidad si no podemos limitar nuestros deseos y necesidades".

El profesor propugna la sobriedad en la vida

El economista se basa en los hechos y las estadísticas que aluden a que “cada año hay más habitantes en el planeta a la vez que disminuyen los recursos, consumir significa producir residuos y se consumen 15 millones de hectáreas de bosque esenciales para la vida". "Y si vivimos a este ritmo –remata-es porque África lo permite".

El profesor Latouche, de 73 años y su movimiento “decrecentista”, que surgió en los años 70 en Francia, donde es un personaje reconocido y relevante, premiado en varias ocasiones, una de ellas con el premio europeo Amalfi de sociología y ciencias sociales, defiende “la sobriedad en la vida y la preservación de los recursos naturales antes de su agotamiento”. Desde su punto de vista no se trata de plantear una involución sino de “acoplar la velocidad de gasto de los recursos naturales con su regeneración” y ha alertado de que “si el decrecimiento que ya estamos experimentando no es controlado las consecuencias serán traumáticas”.

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Dice que el término “decrecimiento” es un eslogan, "una bomba semántica provocada para contrarrestar la intoxicación del llamado desarrollo sostenible", una forma de pensamiento, la sostenibilidad, que propicia pagar por todo, "por ejemplo, en el caso del trigo, obliga a pagar por los excedentes, por su almacenamiento y también hay que pagar por destruir los sobrantes". "Deberíamos hablar de A-crecimiento". Invita el economista a hacer una profunda reflexión sobre nuestro estilo de vida incluso sobre la exhibición de lo superfluo y el enriquecimiento desmesurado. Su voz clama por el equilibrio y el sentido común ante la total incongruencia y el delirante rumbo que ha tomado la economía mundial durante las últimas décadas.

Entre sus libros están La sociedad de la abundancia frugal, Sobrevivir al desarrollo y La hora del decrecimiento.

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