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El disenso de Iván Illich

Wayward Wandering - ctxc


La crítica del autor austriaco a la sociedad de consumo y sus instituciones es radical y transversal y su obra es una síntesis de los problemas actuales --educación, sanidad, vivienda, energía, medio ambiente-- y un elogio a la autonomía del pensamiento.
Tony Hall

El 2 de diciembre de 2002 moría Iván Illich (Viena, 1926-Bremen, 2002), pensador que amaba la autonomía de pensamiento por encima de todo. Murió rechazando las terapias de la medicina oficial, prefiriendo conservar sus capacidades y lucidez hasta los últimos instantes de su vida, evitando las terapias agresivas y sedativas que hubieran seguramente afectado su autonomía de pensamiento y capacidad de acción.

Su obra --escrita entre 1971 y 2002--  parece una síntesis de los problemas actuales: los problemas energéticos y medioambientales analizados en Energía y equidad (1974), los problemas educativos en La sociedad desescolarizada (1971), la medicalización de la vida en Némesis médica: la expropiación de la salud (1975), el problema habitacional en La reivindicación de la casa (1983) son algunos.  

Su crítica de la sociedad de consumo y sus instituciones es radical y transversal. El análisis de nuestra época que Illich realiza en una infinidad de ámbitos se podría condensar en algunas palabras: autonomía, libertad de decidir sobre uno mismo. Disentir, pensar o sentir de manera distinta. Disidencia, el sentarse aparte.

Leyendo a Iván Illich se puede ver a un crítico de la modernidad que no se limita a proponer la redistribución de la riqueza o mejoras en la organización social. Iván Illich cuestiona la industrialización misma, el desarrollo, y considera las instituciones como el fruto de la industrialización: la escuela, la familia consumidora, el partido, el ejército, la iglesia, los medios informativos.

Su visión de la industrialización tiene elementos en común con la de Pier Paolo Pasolini, que se enfoca en la necesidad de distinguir entre desarrollo y progreso:

Es necesario hacer de una buena vez una distinción drástica entre los dos términos: 'progreso' y 'desarrollo'. Se puede concebir un desarrollo sin progreso, cosa monstruosa que es la que vivimos [...]; pero en el fondo se puede concebir también un progreso sin desarrollo, como sucedería si en algunas zonas campesinas se aplicasen nuevos modos de vida culturales y civilizados aunque sin o con un mínimo de desarrollo material.

Es necesario [...] tomar conciencia de esta disociación atroz y hacerla consciente [...] para que precisamente desaparezca, y desarrollo y progreso coincidan, escribe Pasolini en ‘Desarrollo y progreso’ (Escritos corsarios, 1973).

La necesidad de volver esta disociación consciente para que desaparezca es precisamente lo que la educación moderna quiere evitar, considerándolo el peligro más grande para el mantenimiento del statu quo, la sociedad tal como es. Y el tema educativo es uno de los primeros temas de la obra de Iván Illich, quien en 1971 escribe La sociedad desescolarizada, un texto de una lucidez no común, tan brillante como rechazado y hoy olvidado.

A la educación obligatoria, que confunde conocimiento con certificación, educación con promoción al curso siguiente, cuya finalidad principal es llevar al niño a ser un ciudadano modélico, acrítico, inerte e inerme, Illich prefiere un proceso realmente educativo fuera de las instituciones, para que el niño llegue por sí mismo --activamente, críticamente, creativamente-- a encontrar su sitio en el mundo, a formarse su visión de la vida, personal, creativa. Aprender a pensar por sí mismo: eso representa el peligro más grande para el poder, una acción que permite volver consciente la disociación entre este desarrollo y el verdadero progreso, reconocer el lenguaje denso entre la infinidad de marketing vacío, un acto que permite ver las injusticias de nuestra época y actuar para cambiar la sociedad.

Al contrario, la educación actual refuerza, aún más que en los años setenta, la importancia de la certificación, que mueve las ruedas de la economía y distrae del verdadero conocimiento. Sentarse aparte, fuera del pupitre, como un di-sidente, en la escuela resulta ser un problema, un peligro. Llegar tarde, no seguir las instrucciones, disentir, una amenaza al principio de autoridad. La falta de creatividad, en cambio --como dice Chomsky en La (des)educación--, no representa en absoluto un problema.

Devoraría a los maestros de la escuela obligatoria, dice Pasolini en la última entrevista pocos días antes de su asesinato.

Autonomía que vuelve en el ámbito de la salud, otro tema analizado por Iván Illich como paradigma útil para entender nuestra época (Némesis médica, 1977): rechazar la prescripción médica, negarse a aceptar una terapia agresiva (y, cómo no, lucrativa), poder decidir sobre el propio cuerpo, querer elegir libremente los medicamentos y las terapias o decidir el momento y el lugar para morir, resulta ser explosivo. Illich, después de analizar los riesgos de las terapias tradicionales para curar el cáncer que lo afectaba, prefirió seguir terapias alternativas, que le garantizaban el mantenimiento de sus capacidades, tomando opio para calmar el dolor y evitar los sedantes. Las ruedas de la industria están amenazadas.

Educar a las relaciones inter pares podría desestabilizar el equilibrio de las grandes empresas, las ruedas de la industria tienen que girar.

Es ridículo hablar de libertad en una sociedad dominada por empresas gigantes. ¿Qué tipo de libertad hay en una gran empresa? Son instituciones totalitarias --recibes órdenes desde arriba y tal vez las impartes a las personas debajo de ti, escribe Noam Chomsky in The Common Good (1998).
Negarse a impartir órdenes a otro ser humano --en la escuela, en el trabajo, en el hogar--  resulta escandaloso.

Yo pienso que escandalizar es un derecho, ser escandalizado un placer y el que rechaza el placer de ser escandalizado es un moralista, sigue Pasolini en su última entrevista.

La búsqueda de la autonomía vuelve a aparecer en los espacios del habitar. A las empresas constructoras, con sus bloques de pisos 'llave en mano', Illich contrapone el arte de habitar:

El desarrollo económico ha impedido por doquier, y quizá ha hecho del todo imposible, una vida activa creadora de espacios habitables. El desarrollo económico ha cubierto de cemento el mundo habitable. El medio ambiente se ha vuelto tan duro que nuestros cuerpos ya no pueden marcar en él su impronta. Así, pasamos por la vida sin dejar huella. Los barrios residenciales presentan hoy el mismo aspecto desde Taiwán a Pekín; desde Irkutsk a Ohio. Al artista no se le permite actualmente construir, pues perturba el orden uniforme de la construcción, escribe Illich en La reivindicación de la casa (1983).

Ruedas de la industria cuya ralentización es un acto herético, blasfemo hacia la religión de los hombres de negocios modernos. Una verdadera educación tendría que volver consciente la diferencia entre este desarrollo y el verdadero progreso, para que la disociación desaparezca y se vuelva a la verdad.

Precisamente mientras estoy escribiendo este artículo, recibo un mensaje en el móvil. Es un mensaje, inesperado, de parte de la Universidad Politécnica de Cataluña, en la que estudié hace tiempo. Será por un asunto educativo, cultural, formativo, se podría pensar.

 

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