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Vida lenta. Placer y decrecimiento

Isadora Bonilla - Espiral de alientos

Hay cosas que no reportamos más. -Pienso por las mañanas.

Mezclo mis días entre palabras, dichas y escritas, grabadas, el metro y la bicicleta entre tiempos. En este blog me he quejado mucho de la rapidez de las ciudades. Pero he podido reconciliarme poco a poco con la velocidad de la ciudad de México. Supongo que tiene que ver conmigo y cómo me siento ahora. Ahora me parece que la ciudad es una cosa viva, que tiene conciencia propia, quizá algo esquizoide, pero viva. Hace ruidos de construcción, hace música a través de los músicos. Hace el claxon de los automóviles y dice miles de millones de cosas, en silencio, a través del bullicio.

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He documentado en las últimas dos semanas al menos diez eventos micro en mi trayecto en metro. Manos que acarician. Manos cansadas que sostienen herramientas de trabajo. Miro la piel de los hombres, sus manchas, sus tersuras. Los detalles de cuidado de las mujeres, sobre sus propios cuerpos. Los niños y las cosas que miran. Los ciegos que van guiando a otros ciegos. Miro la delicadeza de cada ser. Somos tantos.

Uso mis ratos en el transporte para muchas cosas. La vida lenta necesita espacios para suceder y no siempre tenemos tiempo. O espacios. Así que me he dado a la tarea de hacerme y re-significar tiempos. Y espacios.  Uno de ellos es el transporte público. Ahí puedo, claro: Leer.


Pero un día pensé que la lectura no solamente ocurre con los símbolos y los significantes comunes. En realidad todo el tiempo estamos leyendo el mundo y lo que hacemos con lo que obtenemos de la lectura siempre es obra nuestra. Me gusta pensar que es una obra de arte aquello que resulta de cuando completamos la realidad al observarla.

En el transporte público aprovecho para leer el mundo. Meditar. Cerrar los ojos cuando está muy lleno y sentir a la gente.  Sentirme parte de la “masa” de cuerpos. Sentirme pequeña e insignificante. Una cabeza más con cuerpo que puede observar este espacio, estos seres. Cuando hay que movernos todos en los pasillos, con o sin prisa, aprovecho para mezclar la música con el ritmo con el que avanzamos. Y me pregunto: ¿A dónde vamos? Un día subiendo unas escaleras descubrí a la vida con forma de muchedumbre, una mujer cargaba un cachorro en sus brazos, y él volteó a verme fijamente, y me di cuenta de que la vida con su multiformidad me miraba también. Tantos ojos. Parece que hay tantas cosas qué hacer, por las mañanas cuando la vida se despierta y repite el sueño de sus rutinas. ¿quién la sostiene? La vida se sucede sola, ella sola. Es ella. Ahora mismo no hago nada por mantenerme viva: mi cuerpo respira él solo. Mi sangre corre empujada por un músculo que no decido expandir y contraer. ¿O sí decido hacerlo? Navegamos en un barco de vida que flota, que no sabemos en qué flota. Pero nos lleva.

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También miro más el cielo, en estos días. Leo todo el tiempo, lo que sea, quizá demasiado- mi cabeza alberga muchas voces: me esfuerzo por vaciarla. cuando uso el transporte público me vuelvo una célula de un líquido que corre en las venas del asfalto. Y cuando soy esa célula soy silencio, vacíos, calma. Emerjo de los túneles subterráneos y juego a que al sentir la luz de sol experimento por primera vez la superficie. ¿Y si esta fuera la primera vez que viera la luz del sol? La miro por entre las hojas de los árboles, ocurriendo. La luz ocurre. ¿Quién dará testimonio de ella, cuando ya no estemos? Eso soy. Un micro segundo en la galaxia que puede ver la mezcla de estas dimensiones. Y por un segundo puede mirarse.

En una vida lenta respiro. Observo. Vuelvo a respirar.    
                                                                                                              
Cuando se derrumbe este sistema, y haya que decrecer podremos respirar todavía más.

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