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Políticas de mesura

La alternativa política basada simplemente en mantener grandes ideales no es ya una alternativa atractiva. La omnipotencia y el exceso que destilan, el poder de las creencias y su cruce letal con el acrecentamiento del dominio técnico de la modernidad son en buena parte responsables de la barbarie de los últimos siglos.

Nuestra mejor opción estaría alejada tanto del realismo plano como del idealismo salvaje. Una alternativa que trate de tejer de otro modo la realidad y las ideas. Una política donde, citando a Albert Camus, la mesura sea la rebeldía y constituya nuestra intransigencia infatigable.

Una política de juicio, cuidado y equidad, en la cual para ser hombre hay que negarse a ser dios, cuyo núcleo es un imperativo categórico negativo que formuló Adorno y que podríamos parafrasear así: juzga y actúa de tal modo que Auschwitz no se repita.

Elaborar una alternativa consecuencialista que comienza por temer ciertas políticas tiránicas, y trata de movilizar el miedo al miedo como fundamento de acción. El objetivo, la idea que rige la acción, es eludir el 'summun malum' de la tiranía.

La bondad no basta, no se puede eludir lo que se ha llamado el síndrome de las ‘manos sucias’, las elecciones trágicas en la acción. La política de mesura se sabe sin garantías ni fundamentos. Nadie, sino nosotros mismos, nuestra reflexión y nuestros juicios, puede determinar el nivel de tolerabilidad en los medios que usemos. Únicamente una deliberación abierta a todos puede señalarnos donde no estamos dispuestos a llegar bajo ninguna circunstancia. La única piedra de toque es el esfuerzo reflexivo y cívico. “Estamos solos, sin escusas” [Sartre].

Es importante cultivar la mirada de la gente concreta, apreciar los costes que las políticas tienen sobre los seres humanos reales. La mesura debe incorporar la perspectiva de lo cercano, de lo vivo, de las mujeres y hombres que pueblan la ciudad, e igualmente el cuidado del mundo, esto es, de las condiciones que hacen posible una vida en libertad.

Hay que tener el coraje de tomar postura y asumir que podemos hacerlo aún sin estar totalmente seguros de nada. La duda no es incompatible con la intervención. Ciertamente este enfoque de la mesura no es tan apasionante, romántico y épico como otros, se basa en ideas muy poco entusiastas: la tragedia y la contingencia presiden la reflexión y la acción. No tenemos consuelo metafísico que nos cubra. Importan lo pequeño, las reformas, los cambios, las rebeldías locales, las disidencias puntuales, la solución de los problemas reales, las resistencias a lo intolerable, no los grandes proyectos globales de perfección absoluta. No podemos esperar ‘Justicia Infinita’, ni ‘Libertad Perfecta’.

Un proyecto cuya finalidad no es otra que la disminución concreta y real del dolor, de la crueldad, de las injusticias específicas de los seres humanos. La consecución de un mundo si no completamente justo, al menos, decente.

Extraído de ‘Crítica de las ideologías. El peligro de los ideales’. Rafael del Águila.




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