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Entrevista a Giorgio Mosangini sobre decrecimiento

Entrevista a Giorgio Mosangini en el viejo topo nº 258

—¿A qué atribuye usted el “boom” del discurso sobre el decrecimiento?

—Tengo la sensación de que vivimos un momento en el que está aflorando en la conciencia colectiva occidental la idea de que hemos superado los límites naturales. Aunque hace ya más de veinte años que sabemos que la humanidad ha sobrepasado las capacidades de carga del planeta, el hecho permanecía reprimido, como algo que éramos incapaces de mirar de frente.

En los últimos años, en cambio, parece cada vez más difícil ocultar el carácter insostenible del proyecto occidental. El ejemplo de la crisis me parece claro al respecto. Nos dicen que vivimos una crisis que ha empezado en el ámbito financiero, por falta de liquidez, y que se ha trasladado a la economía real.

Pero, en el fondo, cada vez más gente intuye que hay algo más.

Vivimos una crisis sistémica que engloba todas las esferas de nuestra realidad: ecológica, socioeconómica, cultural, etc. Sospechamos que el origen de la crisis no es una falta de liquidez, sino todo lo contrario, un exceso de liquidez, un exceso de finanzas que, bajo el mandato del crecimiento exponencial de la economía, agotan de manera creciente unos recursos que son finitos. Así, los activos financieros han crecido por encima de las capacidades reales del planeta. Con el crecimiento, no crece la riqueza, sino que se agota la disponibilidad de los recursos y se disparan las desigualdades sociales. Sectores muy amplios de la población intuyen en este sentido que los planes de rescate sólo agravan el problema, en una huída hacia adelante que compromete aún más nuestras posibilidades de supervivencia.

La fase actual de insostenibilidad hace que vivamos un momento clave, en el que el capitalismo puede no tener futuro, y hasta la propia continuidad de la especie humana está amenazada.

Por ello, el decrecimiento irrumpe en el discurso político como un llamado de urgencia a cambiar las estructuras y valores fundamentales de nuestras sociedades si queremos sobrevivir.

El “boom” del decrecimiento probablemente también se pueda explicar en parte por la increíble habilidad del sistema de recuperar y pervertir conceptos e ideas. Los movimientos sociales y las reflexiones teóricas críticas se ven obligados a una continúa búsqueda de nuevas teorías y nuevos lemas que les permitan batallar por el significado y no dejar que el sistema se apropie de las palabras que utilizamos. El caso de la palabra “sostenibilidad” es muy significativo al respecto. Hoy en día ha perdido cualquier carga política, aunque su sentido estricto es de una radicalidad formidable si se llegara a utilizar honestamente y no digamos ya a aplicar. En este sentido, quizás el decrecimiento tenga un poco de eso también, y sea un intento más de rechazar la recuperación de la crítica por parte del sistema e intentar luchar para que nadie nos arrebate el significado de lo que queremos.

Por último, no hay que olvidar que el “boom” del decrecimiento es totalmente relativo, en el sentido de que irrumpe en un ámbito político absolutamente minoritario y estigmatizado por el sistema dominante.

—¿Cómo se sitúa usted en los debates actuales?


—Me parece que dentro del decrecimiento, tanto como corriente de pensamiento como movimiento social, todo el mundo coincide en el hecho de que no se trata de saber si habrá o no decrecimiento. Lo que está en juego es saber si tenemos por delante un escenario de colapso o si seremos capaces de materializar un proyecto político que conjugue sostenibilidad e igualdad. Otra cosa que creo que es bastante compartida es entender que el decrecimiento no propone una receta. El decrecimiento nos llama a recuperar protagonismo como comunidades políticas, recobrar espacios de autogestión ante el proyecto de mercantilización de todas las esferas de la realidad del capitalismo.

Por ello, nuestro futuro pasa por encontrar soluciones que sean sostenibles en términos ecológicos y que erradiquen las desigualdades en términos sociales en todas las escalas. De allí la importancia de la cuestión de la “relocalización” dentro del decrecimiento. No puede haber una receta, todo está por reinventar, en función de los grupos humanos y ecosistemas que consideremos. Este punto es una riqueza del decrecimiento: no se trata de un proyecto dogmático, sino de una propuesta abierta a una gran diversidad de experiencias y corrientes de transformación radical de la sociedad. Su vocación es más de paraguas de alternativas y por ello convergen en su seno personas y colectivos de muy distintas tradiciones políticas y filosóficas: ecología política, anarquismo, marxismo, feminismo, etc. Este carácter abierto es una fortaleza y una necesidad pero también me parece una debilidad en cuanto a su futuro como proyecto político. La articulación política delas ideas del decrecimiento y de los movimientos sociales que lo defienden parece muy compleja de concretar.

En este sentido, creo que todo el mundo tiene que ir trabajando bajo el paraguas del decrecimiento desde su contexto. En mi caso, mi interés por el decrecimiento radica sobre todo en su capacidad para enfrentar los modelos dominantes en la cooperación internacional. Caricaturizando un poco podríamos decir que la cooperación dominante quiere dar respuesta a la pobreza y a las carencias de los países del Sur. La cooperación desde el punto de vista del decrecimiento, en cambio, se centraría en la lucha contra las desigualdades y en el cambio de las estructuras que rigen el sistema global. Para el decrecimiento, no es cierto que el Sur no crezca o no se desarrolle. Lo hace en beneficio de los países del Norte y de las élites del Sur (lo que podríamos llamar el “Norte global”), en detrimento de los países del Sur y de las poblaciones excluidas en el Norte (lo que podríamos llamar el “Sur global”). El Norte global está usurpando ecoespacios del Sur global para mantener sus estructuras y seguir creciendo.

Por tanto, defender el decrecimiento en el ámbito de la cooperación implica reivindicar que el problema central no son las carencias del Sur sino los excesos del Norte global.

Quedan por proponer modelos de intervención centrados en implementar ajustes ecológicos y sociales en el Norte y en el cambio de los modelos y estructuras económicos, recuperando la sostenibilidad y promoviendo la igualdad.

—Los críticos del decrecimiento subrayan su sesgo reformista, que no refleja el poder del capitalismo y su reproducción. La imagen de una salida localista fuera del mundo capitalista, por ejemplo, hace creer que los individuos y pequeñas comunidades podrían establecer otra sociedad más allá del capitalismo, pero eso ¿es algo más que buenas intenciones?


—Creo que tachar al decrecimiento de reformista es desconocer sus análisis y propuestas. El decrecimiento como proyecto político es radicalmente anticapitalista. También es revolucionario, si por ello entendemos defender la necesidad de una transformación radical y de una ruptura con las estructuras establecidas.

La lógica de crecimiento ilimitado que el decrecimiento sitúa en el centro de sus análisis es uno de los motores básicos del proceso de explotación y acumulación capitalista, por tanto nos ayuda a entender su funcionamiento y reproducción. Pero el decrecimiento no es sólo anticapitalista. El socialismo real ha sido un claro ejemplo de un sistema económico no capitalista que también estaba preso de la lógica de crecimiento ilimitado y del afán productivista, condenando la sostenibilidad ambiental y social. Por tanto el anticapitalismo es necesario pero no suficiente. Por otro lado, el decrecimiento, aunque parte de un análisis materialista, presta más atención que otras teorías radicales a otros aspectos, como por ejemplo los elementos culturales. El horizonte político del decrecimiento es doble: sostenibilidad ambiental y justicia social. Para lograrlo, no plantea una doctrina cerrada, sino que aspira a la confluencia de diversas tradiciones de transformación radical del sistema.

En cuanto a la imagen localista, no creo que nadie plantee seriamente una salida individual o por pequeños grupos del capitalismo.

El “decrecimiento en una sola localidad” sería entonces una pobre caricatura del fracaso del “socialismo en un solo país”. La relocalización dentro del decrecimiento surge esencialmente por necesidades físicas, materiales. El ajuste ecológico que tenemos por delante conllevará inevitablemente una relocalización de todas las esferas de la vida. Puesto que hemos sobrepasado los límites, la reducción del consumo de materia y energía que se producirá nos obligará a depender mayormente de nuestro entorno más inmediato.

Es sencillamente imposible seguir viviendo gracias a alimentos y bienes que han recorrido decenas de miles de kilómetros o coger un avión cada vez que nos vamos de vacaciones. Así, la relocalización es ante todo una necesidad. Pero también es una virtud, ya que puede facilitar procesos de autogestión y de control democrático local que permitan recuperar esferas mercantilizadas, devolviéndolas a fines sociales y ecológicos. En definitiva, aunque sea una parte importante no podemos ni mucho menos reducir al decrecimiento a sus propuestas de relocalización.

La transición que propone el decrecimiento hacia la sostenibilidad y la justicia exige actuar a diversas escalas, desde lo personal (simplicidad voluntaria, autoproducción, reducción de la dependencia del mercado, etc.), pasando por los ámbitos de autogestión (cooperativas de productores y consumidores, sistemas de intercambios no mercantiles, etc.), hasta la esfera del cambio político colectivo. Es evidente que las dos primeras escalas sin la tercera dimensión no podrán por sí solas alcanzar un cambio estructural. Los objetivos del decrecimiento pasan entonces también por concretar políticas de cambio estructural como pueden ser medidas que sujeten a la economía a los fines ecológicos y sociales o la reconversión de las estructuras económicas para disminuir el uso de materia y energía e incrementar el cuidado de la naturaleza y de las personas y por tanto su bienestar.

La urgencia de la crisis ecológica es el principal reto que enfrentamos. Si no somos capaces de concretar e implementar las políticas necesarias para una transición igualitaria hacia la sostenibilidad, el decrecimiento pronto sólo podrá ser un colapso■

Giorgio Mosangini es miembro del Col.lectiu d’Estudis sobre Cooperació i Desenvolupament y autor de diversos estudiossobre decrecimiento

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