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Regla del Notario

José Manuel Naredo - El rincón de Naredo

Flujos o stocks

Tampoco el panorama económico tan desigual que se aprecia en el mundo, se presta a decretar por todas partes la misma divisa del decrecimiento y NGR [Nicolas Georgescu Roegen] lo subrayó afirmando, de acuerdo con otros autores, que “dada la naturaleza humana… si frenáramos por todas partes el crecimiento económico, congelaríamos la situación actual y eliminaríamos la posibilidad de las naciones pobres de mejorar su suerte” (p. 130).

Evidentemente, los que ahora proponen planificar el decrecimiento, son conscientes de ello y reorientan su propuesta pensando en los problemas de los países del Sur. Como puntualiza el propio Latouche, “atribuirnos el proyecto de un ‘decrecimiento ciego’,… que impediría que los países del Sur resolvieran sus problemas, raya en el absurdo, cuando no en la mala fe. Nuestro proyecto de construcción de sociedades conviviales, autónomas y ecónomas, tanto en el Norte como en el Sur, implica ciertamente hablar en este caso de un ‘a-crecimiento’, como se habla de ‘a-teismo’, más bien que de un decrecimiento” (Latouche, 2006, p. 242).

En cualquier caso ha de notarse que estas matizaciones quitan universalidad a la propuesta del decrecimiento, lo que no ocurre con la propuesta de reconversión de las reglas del juego de la actual economía globalizada, que sufren especialmente los países del Sur.

En mi libro La economía en evolución (1987, 3ª ed. 2003) antes citado comento largo y tendido todos estos aspectos, insistiendo en que “cualquier tasa de crecimiento de los agregados monetarios puede ser compatible con la aplicación de muy diversas tecnologías e impactos sobre el entorno y sobre la vida de las personas…. (por lo que) no cabe hablar de crecimiento cero (o de decrecimiento) como solución a la crisis ecológica, sin precisar su conexión con el mundo físico, biológico e incluso utilitario” (p. 365).

Y hasta ejemplifico con un dibujo cómo un mismo flujo de salida, tanto monetario, como físico, puede tener implicaciones ecológicas bien diferentes y ser más o menos viable o sostenible, según se articule sobre stocks o sobre flujos procedentes de fuentes renovables. “El problema estriba en que el universo homogéneo de los valores monetarios en el que se desenvuelve la idea usual de sistema económico, induce a confundir lo que son flujos y stocks en términos físicos, impidiendo el tratamiento adecuado de estos temas relativos al volumen y evolución de los flujos de salida que son compatibles con la estabilidad de los sistemas.

En consecuencia, las tasas de variación de los agregados pecuniarios dicen poco sobre estos problemas que por su propia naturaleza encubren, al igual que la propia recomendación del ‘crecimiento cero’ (entonces de moda o del ‘decrecimiento’, que
ahora tiende a sustituirla)” (p. 368).

Así las cosas, hay una pregunta clave a la que quiero responder para aclarar la relación entre los agregados monetarios y el mundo físico: ¿qué es lo hace que los agregados monetarios normales, ya sea en estado de crecimiento, estancamiento e incluso decrecimiento, tengan un reflejo negativo sobre el medio natural, al financiar con mayor o menor intensidad operaciones orientadas a esquilmar recursos y generar residuos? El deterioro físico asociado al crecimiento monetario de los agregados de producto o renta nacional responde no sólo al reduccionismo monetario y a la extensión del intercambio mercantil —el malvado mercado—, sino también y sobre todo a las reglas de valoración imperantes, que permanecen generalmente indiscutidas, y al marco institucional que las propicia, al avalar y proteger la desigualdad, el afán de poder y de lucro, las relaciones de subordinación y las organizaciones jerárquicas estatales y empresariales que las aplican.

En efecto, como expongo con mayor amplitud en el libro antes citado (Raíces…pp. 66-69 y 204-220) el reduccionismo monetario imperante, además de valorar sólo el coste de extracción, no el de reposición, de los recursos naturales (favoreciendo, así, el esquilmo de los recursos y penalizando la conservación y el reciclaje), impone una creciente asimetría entre el valor monetario y el coste físico y humano de los procesos: es decir, que a mayor coste físico y trabajo penoso, menor valoración monetaria. Es esta asimetría creciente, que traslada sordamente a nuestras sociedades mercantiles y democráticas los valores propios de sociedades jerárquicas anteriores, la que hemos denominado Regla del Notario y aparece formalizada matemáticamente, cuantificada y ajustada para ilustrar su aplicación a procesos reales en Naredo y Valero (1999) y en Naredo (2010).

A las reglas de valoración imperantes, plasmadas en la Regla del Notario, se añade un marco institucional que respalda derechos de propiedad desiguales, organizaciones jerárquicas (como son las empresas capitalistas y los partidos políticos), relaciones laborales dependientes,…y un sistema financiero que espolea el afán de lucro, amplificando la desigualdad hasta extremos antes insospechados.

Evidentemente, con estos mimbres salen estos cestos: los agregados monetarios, al ser tributarios de esas reglas de valoración y ese marco institucional, tienen como reflejo obligado el deterioro ecológico y la polarización social y territorial. Y este deterioro y esta polarización se producen, incluso, en situaciones de estancamiento o de decrecimiento de los agregados monetarios. Lo importante no es tanto cuestionar las tasas formales de crecimiento de esos agregados, como las reglas de valoración subyacentes. Habría que corregir y enderezar la Regla del Notario para hacer que el proceso económico fuera ecológica y socialmente menos degradante y establecer marcos institucionales que propicien la igualdad, la solidaridad, la cooperación,… tal y como propongo en el libro Raíces… Habría, en suma, que corregir las reglas del juego económico para cambiar su orientación y reconvertir los procesos hacia horizontes ecológica y socialmente más saludables que los actuales.

Para conseguirlo, los nuevos enfoques e instrumentos tienen que abrir ese cajón de sastre de valor monetario que nos ofrecen los agregados para enjuiciar su reflejo físico y social y separar el grano de la paja, promoviendo los frutos y los procesos ecológica y socialmente recomendables y recortando aquellos indeseables. La economía ecológica, con sus derivaciones de agroecología, ecología industrial, etc., trabaja en aportar el instrumental necesario para ello, desvelando las “mochilas” y “huellas” de deterioro ecológico que arrastran los productos, analizando el “ciclo de vida” de los procesos asociados a ellos “desde la cuna hasta la tumba”. Sin embargo, como venimos proponiendo Antonio Valero y yo, hay que ampliar más el objeto de estudio: no sólo hay que seguir la vida de los procesos y productos “desde la cuna hasta la tumba”, sino desde la cuna hasta la cuna, considerando también el coste de reconvertir los residuos en recursos. Si no lo hacemos, seguiremos dando por buenas unas reglas de valoración sesgadas, que consideran sólo el coste de extracción, pero no el de reposición de los recursos naturales y empujando así hacia la continua degradación de la base de recursos y/o del medio ambiente planetario.

Reflexiones sobre la bandera del decrecimiento. José Manuel Naredo

1 comentario:

  1. Según Naredo (1999 y 2006), las reglas del juego económico hoy imperantes tienden, de acuerdo a los sistemas de poder y las valoraciones de la economía estándar, a privilegiar a unos países sobre otros y a unas clases sobre otras, según la metáfora empleada por este autor conocida como la “regla del notario”. Según esta analogía, igual que en los procesos que conllevan a la construcción y venta de un edificio, se empieza con gran coste físico y escasa valoración monetaria (excavación de cimientos, fabricación de cemento, etc) y se acaba en la mesa del notario en la que éste y el promotor, sin incurrir en apenas costes físicos, obtienen por su labor sendos “valores añadidos”, que suelen ser los más altos de todo el proceso, así pasa con el resto de la economía. E igualmente ocurre con la penosidad del trabajo y su retribución, que guardan una relación inversa (compárense las tareas de estar al sol en verano levantando la estructura de un edificio con el ambiente en el despacho refrigerado del notario, años después). En los países ricos las empresas se centran cada vez más en tareas de gestión, comercialización y manejo de la información y en los pobres predominan las tareas agrarias y extractivas y las primeras fases de la elaboración industrial.

    Así, por esta regla, y los poderes e instituciones que la impulsan, se produce una polaridad por la que los países ricos se convierten en atractores de capitales, recursos y población mientras los pobres abastecen de materias primas y de sumideros de residuos, en un juego de suma cero porque “ la existencia de países ricos se vincula hoy al hecho de otros que no lo son”, ya que todos los países no pueden ser a la vez importadores netos de materiales o de capital.

    La dependencia física de los ricos respecto al resto del mundo se puede cifrar en un solo dato: estos países tienen un balance comercial neto, de entrada de energía y materiales del resto del mundo, que en unidades físicas, representa más de 2.000 millones de toneladas cada año, Carpintero (2009) ( Se consideran países ricos a 31 países que el FMI clasifica como “economías avanzadas” atendiendo a criterios de renta per cápita)

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