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Sobre la pobreza y la miseria

 “Reducir la verdad de un pobre a una renta de uno o dos dólares es, en sí mismo, no sólo una aberración, sino también un insulto a su condición” 

“La pobreza convivencial, lejos de confundirse con la miseria, es el arma que siempre han empleado los pobres para exorcizarla y combatirla”

Majid Rahnema

La definición monetaria de la pobreza que generalmente manejan los estadísticos y el Banco Mundial no sólo es insuficiente, sino falaz.

La percepción, exclusivamente monetaria de la pobreza en las sociedades del Sur ignora la economía de subsistencia que confiere al pequeño campesino una relativa autonomía, e ignora la sociología de la ayuda mutua que permite a los pobres de la ciudad o de los barrios de chabolas sobrevivir, e incluso vivir, como hemos demostrado.

Por lo tanto, la pobreza debe relativizarse históricamente: lo que aparece hoy en Occidente como característico de la pobreza en el antiguo modo de vida campesina (letrinas en el jardín, ausencia de agua caliente, de bañera, de nevera, de calefacción por radiadores, en suma, ausencia de confort moderno) no se percibía entonces como indigencia o pobreza. Esa pobreza sólo aparece por comparación con la abundancia urbana moderna. No nos damos cuenta de que nuestra dependencia de los bienes modernos crea un nuevo tipo de empobrecimiento que antes habría sido visto como enriquecimiento.

La pobreza también debe diferenciarse sociológicamente. La pobreza no asistida de los países del Sur es muy distinta de la pobreza asistida de los del Norte, donde los trabajadores pobres, desempleados o asalariados a tiempo parcial son ayudados por subsidios (…).

La pobreza debe distinguirse de la miseria. Aunque está calor que la pobreza y la miseria son dos polos de una realidad sin frontera clara entre ellos. En las sociedades tradicionales, los pobres disponen de un sistema mínimo de ayuda mutua; en las sociedades del Norte, disponen de una asistencia social. La miseria, tanto en el Norte como en el Sur, es precariedad, marginación y exclusión.

Es indudable que todas las sociedades urbanas han tenido en el pasado sus indigentes (vagabundos, tullidos, ancianos solos, niños abandonados) que vivían en la mendicidad o de las rapiñas. Las ciudades Europas contaban entre un 4 y un (% de indigentes entre los siglos XV y XVIII; la industrialización del siglo XIX engendró la proletarización de una masa urbana explotada en el trabajo, víctima de la desorganización familiar y de los estragos del alcoholismo. Pero, mientras que la mejora del nivel de vida de los trabajadores europeos en el siglo XX eliminó durante un tiempo la miseria y atenuó la pobreza, el desarrollo ha expandido una inmensa miseria en los países del Sur durante el siglo XX, que se traduce en la proliferación de bidonvilles alrededor de las megalópolis de África, Asia y América Latina.

Recordemos finalmente que la esclavitud, una forma de miseria humana marcada por la total dependencia del esclavo, reducido según la fórmula de Aristóteles, al estado de objeto animado, subsiste bajo unas formas residuales, que la civilización occidental del siglo XX ha inventado el campo de concentración, caracterizado por el encierro y el trabajo forzado, al límite del exterminio, y que los conflictos del mismo siglo han engendrado los campos de personas desplazadas, poblaciones que han huido de invasiones o guerras, y formas provisionales o duraderas de guetos, tanto en Oriente Medio como en Darfur y otros lugares. No examinaremos aquí la miseria humana debida a la reclusión (campo o prisión) (…).

¿Existen rasgos comunes a todas las pobrezas, más acentuados en unos casos que en otros?

Es evidente que los aspectos monetarios de la pobreza son predominantes en las llamadas ‘sociedades desarrolladas’, en las que la monetarización está generalizada en detrimento del favor, la donación y el trueque, y donde casi todo se compra y se paga. Pero, hasta en estas sociedades, la pobreza no es sólo de orden monetario: se puede sufrir de aislamiento (pobreza relacional), de una falta de formación (pobreza cultural) de de condiciones de vida difíciles (pobreza existencial). Si bien, casi siempre, esas carencias están relacionadas con la pobreza monetaria, convine superar, englobándola, la noción de falta de dinero o de bienes, y considerar otras carencias existenciales.

Es obvio que, en las sociedades que disponen de un Estado asistencial, algunas de esas carencias se compensan mediante subsidios, subvenciones o gratuidad de la asistencia médica. En esas sociedades, uno de los rasgos de la pobreza sería incluso la asistencia que esta pobreza reciba (en tanto que la miseria sería la condición de los que no tienen domicilio fijo o no tienen papeles ni trabajo y, por lo tanto tampoco tienen acceso a la asistencia pública, y reciben eventualmente una ayuda humanitaria privada). Lo que nos lleva a considerar la pobreza, asistida o no, como un debilitamiento de las potencialidades de elección y de acción y, más profundamente, como la ausencia de control sobre la propia condición y destino.

Por contraste podemos destacar dos aspectos originales de la pobreza en los países del sur:

a) Se mantiene una asistencia convivencial y/o familiar debida a las relaciones de solidaridad entre los miembros de una misma familia, un mismo clan, vecinos o personas originarias de u mismo pueblo, así como un sistema de ayuda mutua que es invisible para la concepción monetarista y cuantitativa de la pobreza vigente en el Norte.

b) A diferencia de los países del Norte (Europa occidental y Norteamérica), una importante fracción de la población de los países del Sur obtiene sus ingresos de la economía informal. Ahora bien, la principal característica de ese sector es que escapa a todo cálculo. Muy a menudo, las organizaciones internacionales subestiman los caracteres propios del sector informal y su realidad económica. Ello implica no sólo la ignorancia de las lógicas sutiles que lo organizan, sino también el fracaso de todas las políticas de lucha contra la pobreza. Durante mucho tiempo ha predominado la lógica racionalizadora de una concepción económica occidental considerada universal. Ésta no ha sabido aprehender la lógica de su funcionamiento real. Por ejemplo, hay que comprender que los miembros del sector informal no buscan tanto la eficacia máxima como la solvencia social.

Extraído del libro de Edgar Morín. 'La Vía'

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