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El discurso de Foucault

Foucault trabajó en campos tan diversos que es muy difícil poder categorizar su obra. En las librerías, hoy sus libros pueden encontrarse en la sección de Filosofía, Historia, Psicología, Medicina, Estudios de Género, y/o Crítica Cultural o Literaria.

Lo  que dio unidad a este extenso y variado campo de estudio fue su interés en el Poder y en el Saber – y fundamentalmente en su interacción. Uno podría decir que él comenzó con una obviedad: “Saber es Poder”. La separó, la analizó, y la reformuló. Foucault estaba especialmente interesado en el Saber de los seres humanos, y en el Poder que actúa sobre los seres humanos.

Supongamos que comenzamos con la afirmación “Saber es Poder”, pero ponemos en duda la posibilidad de conocer una verdad absoluta. Si eliminamos la idea de una verdad absoluta ¿Qué significa entonces saber?. Tal vez el saber sea sólo lo que un grupo de gente comparte y decide que es verdad.

¡Pero atención! Según Foucault, cuando decimos “La fuerza da derecho”, no es muy distinto de decir “saber es poder”. En un caso: fuerza física; en el otro; fuerza mental, siempre es ejercida por una minoría poderosa capaz, entonces, de imponer su idea del derecho, o de la verdad, a la mayoría.

Cuando nos referimos al saber de los seres humanos, las ciencias sociales o, como prefiere Foucault, ‘las ciencias humanas’, vemos que la gente al decidir lo que es verdad (al construir la Verdad), está decidiendo cuestiones que definen la humanidad y afectan a las personas en general. Si hay suficiente gente que decide creer en ellas, a lo mejor, entonces, dichas cuestiones pueden ser más importantes que alguna verdad desconocida.

¡Pero cuidado! ¿Cómo logra esta gente que el resto de nosotros aceptemos sus ideas sobre quiénes somos? Esto supone un poder para suscitar creencia. Y esta misma gente que decide cuál es el verdadero saber, puede fácilmente afirmar ser la más inteligente – saber más sobre nosotros que nosotros mismos.

Todos hemos sido en algún momento víctimas del poder físico, y comprendemos el sentido que posee.

Ahora bien… ¿de qué manera realiza su tarea el saber/poder? A menudo saber/poder y fuerza física son aliados, como cuando se le pega en la clase a un niño para enseñarle la lección. Pero esencialmente el saber/poder funciona a través del lenguaje. En el nivel básico, cuando un niño aprende a hablar, incorpora al mismo tiempo los elementos principales y las reglas de su cultura.

En un nivel más especializado todas las ciencias humanas (psicología, sociología, economía, lingüística e incluso medicina) definen a los seres humanos a la vez que los describen. Y funcionan de manera conjunta con instituciones tales como hospitales, psiquiátricos, prisiones, fábricas, escuelas, y tribunales, los cuales provocan importantes y específicas consecuencias sobre la gente.

A lo largo de su obra, Foucault pone la mira en un mecanismo central de las ciencias sociales – la categorización de la gente en “Normal y Anormal”. Sus libros estudian diferentes formas de anormalidad: locura, criminalidad, sexualidad pervertida, enfermedad… De manera natural no inclinaríamos a definir “Anormal” como todo aquello que difiere significativamente de lo "Normal".

Normal es el término de referencia, y lo que es normal debería ser perfectamente obvio –es lo que nos rodea.

También podríamos dar por sentado que la diferencia es fácil de explicar, y tiende a permanecer idéntica a través del tiempo. Pero al confrontar una amplia variedad de documentos históricos, Foucault pone en cuestión todos estos presupuestos. Muestra que las definiciones de locura, enfermedad, criminalidad, sexualidad, perversión, varían sustancialmente en cada época. El comportamiento que tuvo la gente en una época, al ser encerrada o internada en hospitales, pudo ser glorificado en otro momento.

Las sociedades, el saber/poder, y las ciencias humanas han distinguido cuidadosamente, desde el siglo XVIII, la diferencia entre normal y anormal para luego utilizar permanentemente dichas definiciones, la normativización del comportamiento. Tal distinción puede parecer sencilla, pero de hecho es sumamente difícil – la línea de demarcación siempre es ambigua y altamente polémica.

De manera progresiva, nuestra sociedad ha promovido el encierro, la exclusión y el ocultamiento de la gente anormal. Pero no por eso ha dejado de observarla, examinarla e interrogarla.

No siempre ha sido así. En un principio, los locos constituían una parte aceptada de la comunidad, y las personas enfermas eran tratadas en sus casas. A nadie se le ocurría que un discapacitado o un deforme tuviera que estar fuera de la mirada de los demás. Los criminales eran castigados tan públicamente como fuera posible.

Que los anormales sean excluidos no significa que no sean importantes para la cultura. Lo normal no se define a priori para luego definir, en contraste, lo anormal. En realidad es a través de  lo anormal como definimos lo normal: sólo por la anormalidad sabemos qué es normal. Por lo tanto, aunque la anormalidad sea excluida y supuestamente ocultada, la gente que permanece, la gente normal, se dedica a estudiarla e interrogarla de manera incesante y obsesiva.

El estudio de la anormalidad constituye un de la vías principales a través de la cual se establecen las relaciones de poder en la sociedad. Cuando se define una anormalidad con su correspondiente norma, siempre, de una manera u otra, es la persona normal la que tiene el poder sobre la anormal.

El psicólogo, nos habla sobre los locos, el médico sobre los accidente, el criminólogo (o el jurista, o el político) habla sobre los criminales, pero nunca concebiríamos escuchar a los últimos hablar sobre los primeros. Lo que tienen que decir ha sido decretado de antemano como irrelevante, dado que por definición carecen de saber (y esta es justamente la clave para no otorgarles ningún poder).

Extraído de 'Foucault para principiantes'

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