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El segundo aire de la ecología política: el decrecimiento


Luis Martínez Andrade

El pasado 2 de junio fue presentado en la Casa de México de París el texto La décroissance est-elle souhaitable? del pastor y militante ecologista Stéphane Lavignotte. Dicho texto se encuentra inscrito dentro de un proyecto académico iniciado por Philippe Corcuff (miembro de Attac) y Lilian Matthieu que tiene por objeto la creación de una petite encyclopédie critique donde, indudablemente, la cuestión del decrecimiento juega un papel central. De ahí que el autor de la décroissance realice un análisis no sólo del concepto sino del contexto en el que emergió dicho concepto, esto es en la década de los setenta, que para el sistema-mundo representó el inicio de la fase B de Kondratieff, mientras, que para el hexágono francés implicó el final de los “Treinta Gloriosos”. Con la finalidad de mostrar que la noción de “de-crecimiento” implica un serio cuestionamiento al sistema económico –el capitalismo– y al modelo filosófico dominante, el autor intenta rastrear el origen y las ambigüedades de la corriente de la décroissance.
 
El texto está compuesto por tres secciones. En la primera se aborda la génesis y decadencia del término “decrecimiento”. Después de la publicación del reporte del Club de Roma en 1972 y de la cumbre de Río de Janeiro en 1992 las cuestiones ligadas al problema ecológico han sido asimiladas por el discurso hegemónico (1) contribuyendo a la creación de proyectos políticos y económicos que esconden al verdadero culpable del desastre ecológico. En otras palabras, las Partidos Verdes –sobre todo en América Latina– y las ONG’s de cuño “eco-colonialistas” han servido de simples “costureros” para el diseño del nuevo traje del que precisa actualmente el lobo-capitalista. Por su parte, Lavignotte sostiene que: “la transformación del aparato productivo y la disminución del consumo deben ir a la par” (p. 13).
 
Lavignotte opta por el término “críticos al crecimiento” (objecteur de croissance) que por el de partisanos del decrecimiento. De ahí que el autor analice dos generaciones de “críticos al crecimiento”, la primera representada por los colaboradores de la revista Entropia, Serge Latouche y Jean-Claude Besson-Girard y, la segunda, en torno a Vincent Cheynet y Paul Ariès.
 
En esta primera sección se puntualizan los principales argumentos de los críticos al crecimiento: desprecio por la sociedad de consumo, desconfianza por los indicadores macro-económicos (PIB), renuncia a la ilusión del crecimiento ilimitado y un serio cuestionamiento al papel de la publicidad en la sociedad. Las bases teóricas y analíticas de los críticos al crecimiento se encuentran en pensadores de la talla de Nicolas Georgescu-Roegen, André Gorz, Jacques Ellul e Iván Illich –sí, el fundador del CIDOC de Cuernavaca–. Los críticos del crecimiento cuestionan la entelequia hegemónica que intenta imponer la noción de “capitalismo verde” –que otrora fuese, capitalismo con rostro humano– puesto que oculta las dos contradicciones del sistema: capital/trabajo y fuerzas productivas/condiciones de producción (2) (p. 87).
 
El impacto del movimiento por el decrecimiento puede observarse por ejemplo, en julio de 2005 cuando se realizó una “Marche pour la décroissance” (Caminata por el decrecimiento) que reunió a más de mil jóvenes y terminó en un encuentro en Magny-Cours y que exigió el fin de la Fórmula 1.
 
La segunda parte del libro aborda algunos señalamientos hechos a los críticos del crecimiento por parte de algunos simpatizantes del eco-socialismo. Llamando la atención la diferencia entre S. Latouche y Jean-Marie Harribey –Profesor de la Universidad de Burdeos– en lo que refiere a la occidentalización del mundo; ya que mientras que para Latouche dicha occidentalización ha sido la causante del deterioro ambiental, por su parte, Harribey sostiene que: “de tanto repetir que la economía fue inventada por Occidente se corre el riesgo de confundir el acto de producción –que es una categoría antropológica– con las condiciones sociales y su reproducción –categorías históricas–, o en otras palabras, no podemos homologar el proceso de trabajo en general con el proceso de producción capitalista” (p. 66).
 
Asimismo, el acercamiento por parte de Paul Ariès y de Vicent Cheynet a algunas corrientes psicoanalíticas conservadoras –el caso de los trabajos de Jean-Pierre Lebrun– ha sido cuestionado por Philippe Corcuff quien señala: ¿Por qué no re-leer a los clásicos de la antropología como Marx? ¿No fue Marx quien postuló que el encuentro con el ‘hombre completo’ se efectuaría en una sociedad emancipada ya liberada del marco social donde el reino del dinero y el patrón de medida es impuesto por la mercancía?” (p. 79).
 
Finalmente, la tercera y última parte del libro recupera la provocación efectuada por Paul Ariès en diciembre de 2006 donde criticaba el “productivismo” de la izquierda militante. Sin embargo, como lo muestra Lavignotte, algunos protagonistas del Nuevo Partido Anti-Capitalista (NPA) a través de los textos de Vincent Gay, Cédric Durand y Michael Löwy (3) han analizado y criticado de manera muy aguda al productivismo.
 
Además, resulta interesante que Paul Ariès –recuperando la utopía concreta de Ernst Bloch– utiliza los términos de “esperanza” y de “mito político”. En este sentido, las preocupaciones pre-ecologistas pueden ser recuperadas por un proyecto ecosocialista que van más allá de los proyectos y programas reformistas.
 
Lavignotte nos presenta también el esbozo para una ética del decrecimiento donde los aportes de Serge Moscovici, Paul Ricoeur y Olivier Abel son piezas clave en la construcción de un proyecto alternativo. Sin embargo, el autor toma distancia de la posición de Ariès para quien la cuestión central se reduce a la disyuntiva entre “estar a favor o en contra de las instituciones”. Para Lavignotte, las instituciones son el resultado de costumbres comunes que no tienen porque producir siempre un mismo tipo de hombre (p. 111). En ese sentido, el autor hace un llamado a la puesta en marcha de una “política de la pluralidad” donde una revolución molecular (Guattari) puede influir de manera importante en la transformación social.
 
Por nuestra parte, consideramos el texto de Lavignotte como una valiosa aportación tanto en el plano académico como en el nivel de la militancia política pues es un trabajo que continúa subrayando la relación entre teoría y praxis pero que, además, no omite ni mucho menos intenta ocultar al principal responsable de los males de este mundo: ¡el capitalismo!

(1) Slavoj Zizek ha manifestado su preocupación por la “naturalización del capitalismo”, es decir, por el desarrollo de proyectos eco-capitalistas que simplemente funcionan como paliativos de la contaminación mundial provocada por el sistema de producción capitalista. Cfr. S. Zizek, First as Tragedy, then as Farce, Verso, London, 2009, p. 34.
(2) En marzo se publicó en Francia una excelente compilación sobre las propuestas de una izquierda anti-capitalista donde destacan los artículos de François Chesnais “Ecologie, luttes sociales et projet révolutionnaire” y el de Daniel Tanuro “Marxisme, énergie et écologie:l’heure de vérité”. Cfr. Vicent Gay (comp.), Pistes pour un anticapitalisme vert, Syllepse, Paris, 2010.
(3) Cfr. Michael Löwy (comp.), Ecologie et socialisme, Syllepse, Paris, 2005.

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