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La ciencia nos sirve para explorar la realidad, no podemos convertirla en una religión

Miguel Jara

Hace unos días publiqué un post basado en otro de la doctora en Físicas Margarita Mediavilla titulado Pseudociencias y teocientíficos ¿por qué lo llaman ciencia cuando quieren decir política? Hoy entrevisto a esta científica de las de verdad, de las que “no tiene algo que vender”. Con lucidez y honestidad analiza el fenómeno del “pseudoescepticismo” (derivado del cientifismo) que convierte a la Ciencia en religión y ejerce de tonto útil de las industrias antisociales.




Margarita, has escrito uno de los textos que mejor describen el auge del cientifismo o fanatismo cientifista y la “competencia” que se ha establecido entre la religión y esta nueva fe que supone la elevación de la Ciencia a la categoría de precepto religioso. En tu opinión, ¿por qué se mezclan los ataques a la homeopatía con el debate sobre los transgénicos, las vacunas, la contaminación electromagnética o los daños de las sustancias químicas tóxicas?

Margarita Mediavilla.
Margarita Mediavilla.

Sinceramente, no lo sé, pero me choca enormemente que se mezclen todos esos temas de la manera como se mezclan. No sé cuáles son las intenciones de estas personas pero me parece tremendo que hablen de tantas cosas y lo metan todo en el mismo saco con tanta falta de rigor, no ya científico, sino intelectual.

En mi artículo daba algunos ejemplos de razonamientos simplistas y demagogos que aparecen publicados en las secciones de ciencia de diarios supuestamente serios.

No entiendo cómo tienen cabida en ellos, pero lo cierto es que la gente, a base de oír estos discursos una y otra vez, les va dando cada vez más credibilidad.

-¿Quienes son los pseudoescépticos o teocientíficos y por qué?

Yo llamé teocientíficos (aunque no sé si esta palabra es la más correcta, que me perdonen los lingüistas) a quienes intentan utilizar la ciencia como un principio moral, aprovechándose de su prestigio para reforzar sus ideologías o sus intereses.

La ciencia no es más que un método que nos sirve para explorar la realidad, no podemos convertirla en una ética, en una moral o en una religión. La ciencia nos ayuda a conocer las consecuencias de nuestras acciones, pero no nos sirve para saber si debemos hacer algo o si podemos asumir sus consecuencias.

Por eso digo que el discurso de estas personas es teocientífico, porque intenta utilizar la ciencia como principio moral: argumenta que todo lo que es científico es bueno y todo lo que no es ciencia oficial son ideas peligrosas que fomentan la superstición y nos llevan a la Edad Media. Al final lo que nos hacen creer es que todas las tecnologías son buenas porque son científicas y criticarlas en cualquier aspecto (incluso cuando se utiliza el método científico para hacerlo) es malo y se convierte en “pseudociencia”.

Yo creo que la ciencia no se defiende prohibiendo las “pseudociencias” sino razonando, de verdad, de manera científica. Defender la ciencia no es alabar acríticamente las tecnologías derivadas de ella sino utilizar el análisis pausado y riguroso, el escepticismo real del método científico, la toma de datos, la buena argumentación.

Si realmente quieren criticar eso que llaman “pseudociencias”, que lo hagan de manera científica: estudiando cada caso por separado, revisando toda la literatura, conservando la cautela hasta que tengan pruebas suficientes, etc.

-También se da otra constante, la apropiación de lo científico para justificar sus argumentos ¿puedes explicarlo?

Sí, por ello los califico de “pseudoescépticos” y no de escépticos reales, porque son muy críticos con tendencias exóticas que están surgiendo en torno a la medicina natural, pero no cuestionan lo más mínimo eso que llaman la “evidencia científica”. Presentan la ciencia oficial como si fuera un único corpus de conocimientos sin fisuras y perfectamente demostrados.

Margarita Mediavilla 

Eso no se corresponde con la realidad de la ciencia actual y menos en campos con tantas incertidumbres como todos los relacionados con la medicina y con la vida, donde nuestra ciencia, hasta el momento por lo menos, está llena de interrogantes.

La ciencia y la tecnología han tenido tanto éxito en los últimos siglos que es lógico que exista
admiración hacia ellas.


Esta admiración a veces es un poco ciega, filósofos como Jordi Pigem, por ejemplo, denuncian que nuestra sociedad tiende a poner la ciencia en el lugar donde antes colocaba a Dios. Deberíamos tener mucho cuidado de no convertir a la ciencia y la tecnología en nuevos dioses ni tampoco confiar ciegamente en ellas porque, precisamente, es la capacidad de razonamiento y análisis crítico, lo que ha hecho que la ciencia avance, no la confianza ciega.

-Estas personas de ideología cientifista tienen siempre un punto en común, con su crítica defienden los intereses de las industrias preponderantes en el actual orden neoliberal o capitalista ¿no?
La verdad es que resulta sospechoso que siempre estén defendiendo cierto tipo de ciencia, la que vende algo, la más ligada a la industria, a la tecnología, a la farmacia y a la vez ignoren todos los estudios científicos que provienen de esa ciencia que no vende nada, sino que critica, que pone pegas o dice que hay que dejar de comprar ciertas cosas porque estamos destrozando el Planeta.

Me llama especialmente la atención que critiquen tecnologías que han sido fuertemente contestadas desde movimientos sociales del Sur como los transgénicos y la agricultura química, porque, en este caso, existen muy pocas espiritualidades exóticas oponiéndose a ellas. Los transgénicos y la agricultura química han sido rechazadas fundamentalmente por motivos ecológicos, sociales y económicos, no por teorías New Age.

Es cierto que, al menos en Latinoamérica, la oposición a los transgénicos se ha apoyado en las culturas indígenas y ha reivindicado la sacralidad de la Tierra, la Pachamama y la revalorización de la tradición, pero lo que hay detrás de esos iconos culturales es una lucha despiadada por la supervivencia económica.

Hay personas que ven a sus hijos envenenados por los residuos que llevan los ríos, que son empujadas a la hambruna por el modelo de agricultura industrial contra el que no pueden competir y que ven sus casas fumigadas por el glifosato que ha propiciado la soja transgénica. No podemos hablar en este caso de frívolas espiritualidades New Age que se oponen al “progreso” por ideas románticas acerca de “lo natural”, como proclama el discurso pseudoescéptico.

-A veces su discurso suena muy infantil, maniqueo, simplista, los buenos (ellos) y los malos (los que no siguen sus preceptos) que son insultados y descalificados como “magufos”, “pseudocientíficos”, “irracionales”, “químicofóbicos”, “cuñaos”, etc. Hacerlo en nombre de la Ciencia no deja muy bien a esta ¿no te parece?

Sí, ya he comentado el maniqueísmo que supone el dividir el mundo entre “los que defienden la ciencia” y “los que defienden la pseudociencia”, como si la ciencia se defendiera a garrotazos. Lo que sí creo es que esta gente son muy buenos publicistas y expertos en marketing y esa estrategia de utilizar palabras despectivas para todo aquel que no comulgue con su ideología es una herramienta muy potente.

Los discursos simplistas son también muy efectivos, mucho más sencillos de entender que los discursos realmente científicos llenos de palabras raras, de probabilidades de error, de incertidumbres… Desde luego, es mucho más sencillo explicar a alguien que no sabe nada del tema que “los ecologistas son unos histéricos que prohíben los transgénicos cuando éstos son lo más moderno” que intentar explicar los riesgos potenciales de la contaminación transmitida en el polen, la injusticia que suponen las patentes sobre el genoma, lo peligrosa que es la creación de resistencias a los agrotóxicos, etc.

Margarita Mediavilla 

-En tu artículo denuncias que estas tendencias pretenden sustituir la política por la ciencia, cuando esta es una herramienta que puesta al servicio de la política y de la sociedad es de gran utilidad pero no al revés.

¿Hemos de temer un totalitarismo cientifista de nuevo cuño como describen algunos autores como el médico Javier Peteiro?
Vivimos tiempos de crisis, de descenso energético. Aunque nuestros políticos todavía no hayan tenido el valor de reconocerlo, la gente ya intuye que estamos bajando.

Que, de alguna manera, ya no vamos a más, como hicieron nuestros padres y nuestros abuelos a todo lo largo del siglo XX. Los tiempos de bajada son proclives al miedo y a los totalitarismos que surgen como una falsa quietud y seguridad para momentos en los que todo se tambalea.

No es extraño que, en estos momentos, tanto la industria como las personas en general, intentemos aferrarnos a ese ideal de progreso tecnológico que nos libró de tanta hambruna y pobreza en los últimos siglos. Pero ese ideal se ha roto, nos guste o no, porque el progreso que vieron nuestras madres y abuelas no sólo estaba basado en la ciencia y la tecnología sino, sobre también, en la abundante y barata energía fósil que en estos momentos está dejando de ser abundante y a mayores, debemos dejar en el subsuelo porque está causando un cambio climático de consecuencias desastrosas.

Es muy fácil aferrarse a la fe en la ciencia como salvación y también es muy fácil encontrar chivos expiatorios en todos esos “magufos-ecologistas-new age” que critican ese ideal de progreso exclusivamente tecnológico. Y más si, algunos de ellos, culpan a esa manera de entender el progreso que sólo se basa en el crecimiento, del deterioro de la biosfera, del cambio climático, de la contaminación química que causa la enfermedad…

Estamos en una etapa muy complicada, pero la solución no puede venir de la irracionalidad ni de la inconsciencia. Por eso no podemos permitirnos cultivar creencias en mitos y amuletos que nos anestesien y nos oculten la cruda realidad. El mito cientifista del progreso tecnológico puede hacer que cerremos los ojos a la realidad y no veamos las desastrosas consecuencias de algunas tecnologías, ni tampoco los defectos de ese ideal de progreso confundido con el crecimiento que nos están poniendo al borde del colapso ecológico y social.

Pero también otras creencias pueden servirnos parar cerrar irresponsablemente los ojos y son igual de criticables. En este sentido, me gustaría dejar claro que no defiendo todas esas corrientes que ahora se han calificado de “pseudociencia”, porque entre ellas hay mucha charlatanería y teorías con escasísimo rigor intelectual y ningún estudio científico.
 
Además, algunas de las espiritualidades de nuevo cuño que están surgiendo también pueden utilizarse como mitos para ocultar la realidad. Si este tipo de espiritualidades nos anestesian frente a los enormes problemas sociales y ecológicos que nos acechan tampoco nos están haciendo un favor.

1 comentario:

  1. Muy certeras las apreciaciones contenidas en este artículo. Creo que parte de la confusión viene por no abrir debates sobre los fines que debe perseguir una sociedad y quedarnos solo con los métodos y las tecnologías que tenemos y las que están por venir. Tecnologías sí, pero ¿para qué?, ¿con qué fines?, ¿con qué consecuencias?. La Ciencia difícilmente nos ayudará a contestar preguntas relacionadas con los fines u objetivos últimos que debe perseguir una sociedad desarrollada. Estas preguntas "clave" solo pueden ser abordadas desde disciplinas como la filosofía, la política, la moral, la religión, la ética, etc. Aquí os dejo un artículo que intenta desarrollar este planteamiento: https://alterglobalizacion.wordpress.com/2016/01/10/es-posible-desarrollar-una-espiritualidad-rebelde-y-libertaria/

    Gracias por este blog, Antonio.

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