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Contra la pobreza y la desigualdad: feminismo y renta básica

Sarah Babiker - El Salto

Hace algunas semanas, en este mismo periódico, Cive Pérez, un reconocido defensor de la Renta Básica Universal (RBU) firmó un artículo en el que instaba a las mujeres a reivindicarla. Aún compartiendo sus argumentos, hubo algo que me perturbó: las mujeres aparecíamos como otredad, como invitadas a sumarnos a una lucha en la que no estábamos del todo presentes. Seguramente no era la intención del autor generar esta sensación, además, la premisa de la que partía es constatable: a menudo, el de la RBU, parece un debate masculino. 




Es fácil percatarse, un ejemplo: en los documentales In the Same Boat o el más reciente Free Lunch Society la preponderancia de voces masculinas es arrolladora. Particularmente en el primero, un bello trabajo que incluye a pensadores como Serge Latouche, o Sigmund Baumman, al carismático Pepe Mujica o a Daniel Raventós —uno de los más férreos impulsores de la RBU en España— solo aparece una mujer, economista, Mariana Mazzucato. No es extraño que dos ámbitos de discusión tan androcéntricos como el del trabajo o la economía reproduzcan estas asimetrías. Pero que no sea sorprendente no quiere decir que debamos asumirlo acríticamente. 

 
Así, las autoras que defienden la RBU son menos visibles y tienden a aparecer cuando toca aportar la mirada de género. Por otro lado, la lucha por la RBU está adquiriendo un espacio mucho más relevante en el mainstream que la economía feminista, que lleva décadas contestando la centralidad del empleo remunerado, y denunciando que es la invisibilización, naturalización y desvalorización del trabajo reproductivo que realizan mayoritariamente las mujeres, la que permite la acumulación del capital.
Así es, el sistema reproduce las jerarquías de siempre y visibiliza más a unos que a otras. ¿Invalida ésto la propuesta de la RBU? ¿Deslegitima a sus defensores masculinos? En mi opinión, no. Pero sí que les puede ayudar a entender las críticas que les formulan algunas autoras feministas, y a desmasculinizar su propuesta combatiendo la inercia que hipervisiliza a los expertos y acude a las expertas para que aporten la mirada feminista. Creo que el artículo de Pérez anteriormente señalado y otros esfuerzos que destacan voces de mujeres en este debate, son iniciativas que tratan de dar respuesta a esta inquietud.

¿Contribuye la RBU a combatir la desigualdad de género?

En la medida en la que la RBU proporciona un piso de seguridad, un mínimo entendido como derecho y no como compensación por no acceder a un empleo, supone una medida que indiscutiblemente mejora la vida de las personas más vulnerables. Por las condiciones laborales peores de las mujeres, nuestro menor acceso al capital y a las propiedades, no es necesario que la RBU tenga una mirada de género para que repercuta de manera particularmente positiva en nuestra existencia. La baja retribución de los empleos tradicionalmente desempeñados por las mujeres, la temporalidad y parcialidad, junto al trabajo doméstico perpetúan situaciones de dependencia que merman la libertad real, limitan la capacidad de negociación con parejas y empleadores e incluso nos retienen en situaciones de violencia.
 
Pero sí, hay algo que la RBU no hace: ni aborda la desigualdad de género en el trabajo, ni atiende a la desigual distribución de las tareas de cuidados entre varones y mujeres. Puede afianzar nuestra seguridad económica pero, por sí sola, no libera nuestro tiempo para crecer y hacer lo que realmente nos gusta o realiza, una de las promesas de la RBU. 

Esta es la principal crítica que se le hace desde algunas voces feministas: no combate la división sexual del trabajo, o aún peor, puede hacer que, ante la pobreza de tiempo, con un ingreso asegurado, las mujeres prefiramos quedarnos en casa y centrarnos en el trabajo reproductivo. En mi opinión, este planteamiento supone un peligro, sacrificar en pos de un temor difuso, las necesidades bien presentes de millones de mujeres —y hombres— que sufren la precariedad laboral, el desempleo y la pobreza. Que la necesaria mirada crítica feminista, nuestra hermeneútica de la sospecha, no nos haga olvidar la interseccionalidad de la desigualdad, tampoco la urgencia. 

En este sentido, se diría que en los feminismos la RBU ha generado un debate similar a la Campaña Salarios para el Trabajo Doméstico en la que participó Silvia Federici en los años 70. Las críticas denunciaban que retribuir el trabajo doméstico desincentivaría la participación de las mujeres en el mercado laboral. Pero, ¿quiénes accedían en esa época a trabajos justamente remunerados? Además, argumentaba Federici, la retribución no era a la mujer sino al trabajo. ¿Se perdió en esa ocasión la posibilidad de valorizar económicamente el trabajo doméstico? ¿Cómo hubiera cambiado la vida de millones de mujeres que con o sin salario siguieron haciendo ese trabajo y que nunca fueron económicamente independientes? Y ahora ¿vamos a infravalorar la posibilidad de desligar empleo y supervivencia, ignorando cómo esto puede mejorar la vida de hoy, de ahora, de millones de mujeres que siguen siendo económicamente dependientes, y a quienes tener uno o varios empleos no alcanza —no nos alcanza— para tener una vida digna?

¿Una reacción a la crisis del trabajo o un nuevo paradigma de derecho?

En mi opinión la RBU no reconoce el trabajo reproductivo ni otro tipo de tareas y actividades de valor social que no son remuneradas como el trabajo voluntario o el activismo. No es un pago alternativo por trabajos que no son empleo. No es sencillamente su objetivo. Tampoco es un ataque al mundo del trabajo, una propuesta que aspire a sustituirle o una amenaza contra la lucha por condiciones laborales dignas. Al menos no lo será mientras no permitamos que la hegemonía neoliberal se apropie de la propuesta. Por eso enfocar la discusión en la diferencia entre empleo y trabajo no acaba de permitirnos exprimir todo el potencial de la medida.

El Pacto Internacional por los Derechos Económicos, Sociales y Culturales (promulgado en 1966) afirma, en su artículo 6: “Los Estados Partes (…) reconocen el derecho a trabajar que comprende el derecho de toda persona de tener la oportunidad de ganarse la vida mediante un trabajo libremente escogido o aceptado, y tomarán medidas adecuadas para garantizar este derecho”. Que el empleo remunerado sea el único parámetro de acceso a los derechos económicos y sociales para la mayoría de la humanidad desuniversaliza estos derechos en mercados laborales nacionales e internacionales muy desiguales. La RBU se nos está presentado como una medida de reacción ante un sistema que ya no funciona por la escasez de empleo derivada de la automatización del trabajo. La realidad es que este sistema nunca funcionó para amplias capas de la población, entre ellas las mujeres. Ya estamos tardando en subvertirlo.
El debate es inagotable y aquí solo he esbozado algunas reflexiones. Pero no solo de debates vive la gente. El próximo 8 de marzo el movimiento feminista ha convocado una huelga feminista, que es además una huelga de cuidados. Por su parte, también en marzo, la Marea Básica marchará para reclamar una renta básica, universal e incondicional. Se trata de sacudir al Estado para que no se olvide de que sin el trabajo reproductivo que realizamos las mujeres el sistema colapsa. Se trata de sacudir al Estado para exigir, no el derecho a ganarse la vida, si no el derecho a la vida misma, con una base material incondicional que la sustente. En este invierno que no aparece acabar nunca, con una desigualdad sin freno, y una niebla de incertidumbre confundiéndonos y desmoralizándonos, yo veo en ambas sacudidas la única posibilidad de otra primavera.

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