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Hambre y libre mercado

El mundo vive una época de políticas agrarias y alimentarias dominadas por el libre mercado. La tierra de los países pobres se utiliza para cultivar alimentos para la población de los países ricos que pueden comprar esa comida, no para la población local que no dispone del mismo poder adquisitivo.

En los últimos años ha aumentado drásticamente la exportación de frutas, verduras y flores de América Latina a los Estados Unidos. El negocio es beneficioso para quienes lo controlan, y estos son los grandes terratenientes, ricos inversores y empresas multinacionales. Las mayores empresas han acumulado tierra de cultivos para la exportación, mientras los campesinos más pobres han sido expulsados del mercado y relegados a tierras marginales o a los suburbios de las grandes ciudades. El libre mercado ha ido en detrimento de la población local logrando una desigual distribución de los beneficios.

Con la llegada de la crisis energética, el precio de los combustibles subirá de precio y será más rentable la utilización de los combustibles solares (soja, maíz, palma, remolacha, colza, girasol...). Su uso generalizado provocará una competencia con la producción de alimentos y otros productos necesarios, (madera, etc.). En la lógica de mercado se llevaría el producto quien más pagara por él.

La gente que posee coches tiene más dinero que la gente que se está muriendo de hambre. En una competición entre su demanda de combustible y la demanda de alimentos de los pobres, los conductores ganarían siempre. Algo parecido ya está sucediendo. Aunque existen 800 millones de personas permanentemente subalimentadas, el aumento global de la producción vegetal se utiliza para alimentación animal: la cabaña ganadera mundial se ha quintuplicado desde 1950. La razón es que los que toman carne y productos lácteos tienen más poder adquisitivo que los que compran solamente cosechas de subsistencia.

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