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Rafael Sarama - Diario de León

Me levanto con el escozor en la punta de la rabia. Me levanto con esa mala leche que le queda a uno después de haberse acostado leyendo una noticia que escuece y preocupa más de lo que parece. La noticia, leída de mala manera, nos da un dato halagüeño, la bajada del paro en estos meses. La noticia, leída de manera real, con sus notas y todas sus letras, nos deja un escalofriante dato: la explotación laboral crece como hacía años que no se veía.

Los datos son alarmantes, jornadas de 12 horas diarias para sueldos de 500 euros al mes. Y no hablamos de uno ni de dos casos aislados... Hablamos de prácticas comunes en grandes empresas, teniendo hasta un tercio de la plantilla contratada como becarios con jornadas maratonianas y sueldos irrisorios.

Uno se retorna a épocas muy dudosas, hace 50 años la jornada laboral media era de 48 horas semanales, hace 40 años bajó a 44 y no hace tanto era habitual las jornadas de 35-40 horas semanales. Hoy en día, asistimos a la fuerza del todopoderoso mercado, a la amenaza del dato escalofriante de los cinco millones de parados para, con el miedo repleto y el plato vacío, asumir lo que nos echen. Si nos amparamos en las propias leyes de los mercados, la solución a esta sinrazón nos la da un intelectual de primer orden que lleva luchando años en pro del beneficio social y en contra de la hecatombe que el ser humano está provocando en este planeta en los últimos dos siglos. Este hombre, el profesor Serge Latouche, nos da la clave: trabajar menos para ganar más. Cuestión de oferta y demanda... el hecho de trabajar tanto por tan poco lo que hace es tirar el precio del trabajo. Si trabajas más, incrementas la oferta de trabajo, y como la demanda no aumenta, los salarios bajan. Cuanto más se trabaja más se hace descender los salarios. Esta ecuación es fácil plantearla pero muy difícil imponerla sin un marco jurídico y legal que imponga a las grandes empresas unos límites a favor del desarrollo social. Hace falta voluntad política para la mejora, sin duda.

Pero la teoría que defiende Latouche va más allá, y es una más que racional propuesta de limitación del consumo incontrolado. Decrecer, en el sentido más ecosocial de la palabra. En su libro La sociedad de la abundancia frugal, editado por Icaria, nos dice que hay que aspirar a una mejor calidad de vida y no a un crecimiento ilimitado del producto interior bruto.

El Decrecimiento no es una alternativa en sí misma, nos dice el profesor Serge... pero sí es un germen ideológico de hacia donde deben ir unas propuestas que suplanten a las actuales normas sociales que se rigen por el consumismo desmesurado dentro de un capitalismo que hace aguas por todas partes.

Decrecer, replantearse hacia dónde y cómo queremos avanzar, no es algo malo. Ir para atrás para recorrer el camino con mayor calidad social y vital es, tal vez, un paso a favor de la vida y el bienestar común. Tal vez, decrecer, sea evolucionar.


2 comentarios:

  1. Avanzamos hacia un climax de desigualdad máxima, de exclusión social que deja las casas vacías y familias sin hogar, de médicos y profesores emigrando y gente sin sanidad ni educación, de un verdadero tumor ideológico llamado austeridad simbolizado por Eurovegas, de crimen económico organizado desarticulando las bases sociales del bien común. De castigo a las víctimas y premio a los victimarios. Es hora de una economía que orientada a satisfacer las necesidades mas básicas de la mayoría de la población y si ha de escasear algo, que nunca sea la justicia social.

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  2. Hola Camino a Gaia:

    Pienso que la sociedad debe orientarse hacia las personas, hacia la vida, pero vivimos donde vivimos y no podemos dejar a las personas mas vulnerables y frágiles sin recursos (sociales, educativos, sanitarios...) porque este proceso de decrecimiento en una sociedad pensada para crecer sólo puede traer dolor y sufrimiento, y antes que las ideas, están las personas.

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