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“No hay gestión civilizada posible de un sistema como el capitalismo”

 Álvaro Hilario entrevista a Carlos Taibo en Brecha


¿Hasta qué punto es grave la crisis climática?

—Hay un consenso abrumador en la comunidad científica internacional en lo que respecta al hecho de que es inevitable que la temperatura del planeta suba al menos dos grados con respecto a los niveles de 1990. Una vez que alcancemos ese momento nadie sabe lo que vendrá después. En cualquier caso, nada bueno. Entretanto, las respuestas son infamantemente débiles. A lo más que llegan es a concebir la ecología como un negocio, en línea con el capitalismo verde. Y el colapso está –me temo– a la vuelta de la esquina.

Vista la experiencia de otras cumbres, y la del Protocolo de Kioto, con su estrepitoso fracaso para reducir las emisiones de gases contaminantes, ¿qué razón de ser tienen estas reuniones espectaculares?

—Hay una presión social encaminada a que se tomen en serio estas cuestiones. Como quiera que en los estamentos de poder no se adivina ninguna voluntad de buscar fórmulas que rompan con el capitalismo, con el trabajo asalariado, con la mercancía y con la propia lógica del crecimiento, es necesario articular, ante la opinión pública y ante la propia comunidad científica internacional, algún procedimiento que, fantasmagóricamente, invite a concluir que se está haciendo algo. Lo que hay por detrás es, desde mi punto de vista, una farsa.

Hay quienes niegan el calentamiento global; podría decirse que los productores de petróleo son la vanguardia del negacionismo. ¿Es inteligente mantener esta postura desde el punto de vista capitalista? ¿Existiría un capitalismo de “rostro humano”, amable, capaz de salvar la situación manteniendo el modo de producción propio?

—Obviamente no. La única respuesta que el capitalismo contemporáneo –algunos de sus estamentos directores– parece preparar es una suerte de darwinismo social militarizado que, tras partir de la certeza de que los recursos son limitados, quiere dejarlos en manos de una escueta minoría de la población planetaria. Una suerte de ecofascismo. En la trastienda se vislumbra o bien la exclusión, o bien, directamente, el exterminio de la mayoría. Las guerras neoimperiales a las que asistimos se sitúan en plenitud en este esquema.

Las más de las veces, cuando pensamos en crecimiento económico y calentamiento global, se piensa en industria pesada, megaminería, químicas… Sin embargo, habría que considerar también los monocultivos industriales (soja, eucalipto, pino, biocombustibles), soportes del modelo agroexportador de estados como Argentina, Uruguay, Brasil y Chile. Los cultivos de soja transgénica han aumentado la temperatura media en Asunción, por ejemplo.

Parece evidente que es así. Esos monocultivos han venido a alterar, por añadidura, equilibrios ambientales muy delicados. Por eso con frecuencia decimos que es necesario recuperar muchos de los elementos de sabiduría popular que atesoran nuestros campesinos viejos, y muchas de las prácticas cotidianas de esos habitantes de los países del Sur que en el Norte es frecuente que se describan como primitivos y atrasados.

En el medio rural los efectos del crecimiento capitalista son evidentes en la expulsión de la población. Además, está la crisis alimentaria, de alcance global.

—Cuando hablamos de la crisis ecológica lo común es que estemos pensando en el cambio climático y en el agotamiento de las materias primas energéticas. Pero a estos dos factores, de relieve innegable, conviene agregar los efectos de las agresiones, múltiples, que padece la agricultura en todos los lugares, con secuelas muy relevantes, como son, en efecto, los “movimientos” de población –empleemos con ironía el eufemismo dominante–, la desaparición de cualquier horizonte de soberanía alimentaria y la colocación en manos de trasnacionales del destino de muchos millones de seres humanos. El ecofascismo que antes mencioné sobrevuela todo esto.

Crecimiento lineal y desarrollismo son dos de los pilares sobre los que apoya su discurso la socialdemocracia y buena parte de la izquierda que se tiene por progresista. Ahora se vienen elecciones en España y todos los partidos prometen empleo. ¿Qué crédito pueden tener estas izquierdas y estas promesas?

—Ninguno. Su proyecto mayor es, en el mejor de los casos, gestionar civilizadamente el capitalismo. Y no hay gestión civilizada posible de un sistema manifiestamente inhumano. Esto al margen, el problema de los límites ambientales y de recursos del planeta a duras penas se plantea en proyectos que tienen una aberrante condición cortoplacista y que parecen condenados al engullimiento, como tantas otras veces en el pasado, por el mastodonte capitalista. La palabra “colapso” no forma parte, por lo demás, del discurso de esas fuerzas políticas.

Hablas en tus textos de “modelo de vida esclavo”, inherente al modelo de producción actual.

—Más allá de la lógica de la explotación y de la alienación, el capitalismo acarrea un muy ingenioso sistema de gestación artificial de necesidades y de confusión entre consumo, por un lado, y bienestar, por el otro. Consigue que creamos que seremos más felices cuantas más horas trabajemos, más dinero ganemos y, sobre todo, más bienes acertemos a consumir. Cuando se plantea una huelga general, ésta no puede ser sólo de producción: tiene que serlo también, y por razones obvias, de consumo.

Sostienes que ante crecimiento y desarrollismo hay que oponer el decrecimiento. ¿Cuáles son las bases de esta teoría, de esta práctica?

—La perspectiva del decrecimiento nos dice que en el Norte opulento hay que reducir, inequívocamente, los niveles de producción y de consumo, y recuerda al respecto que la huella ecológica generada es absolutamente insostenible. Pero nos dice también que tenemos que recuperar la vida social que hemos ido dilapidando, que tenemos que apostar por formas de ocio creativo, que tenemos que repartir el trabajo, que tenemos que reducir el tamaño de muchas de las infraestructuras que empleamos, que tenemos que restaurar la vida local, en un escenario de reaparición de fórmulas de autogestión y de democracia directa, y, en fin, que en el terreno individual tenemos que asumir un estilo de vida marcado por la sobriedad y la sencillez voluntarias. Me interesa subrayar que a mi entender el decrecimiento no es una ideología, sino una perspectiva que debe acompañar a otras ideologías. Yo soy un libertario –un anarquista– decrecentista, no un decrecentista libertario.

¿Qué futuros se plantean a partir de la aceptación o no del decrecimiento?

—Creo que el sistema sólo ofrece un horizonte: el del colapso (el ecofascismo no es, por cierto, sino una forma de colapso, o al menos lo es para la mayoría afectada). Frente a él estamos en la obligación de salir cuanto antes del capitalismo, y al respecto debemos pelear tanto por la autogestión y la socialización de los espacios públicos, como por la construcción, al margen de éstos, de espacios autónomos autogestionados, desmercantilizados y despatriarcalizados. No está claro, de cualquier modo, si una u otra operación nos servirá para evitar el colapso o si, por el contrario, se convertirán en escuelas que nos permitan aprender a movernos después de ese colapso.

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