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Del mito del crecimiento económico




Ángela Hurtado Pedrosa y Elena Rubio de Miguel - Acercándonos al decrecimiento
 

Como afirma Carlos Taibo, escritor y profesor de Ciencias Políticas, “en la visión común en nuestras sociedades el crecimiento económico es una bendición de dios. Se nos dice que allí donde hay crecimiento económico hay cohesión social, los servicios públicos se hallan razonablemente asentados, el desempleo no se extiende, y tampoco lo hace la desigualdad”. Y este es el mito del crecimiento económico. Y decimos mito, porque hemos evolucionado en un entorno, en una sociedad, que no cuestiona nunca el crecimiento económico ilimitado, elevándolo así a la categoría casi de dogma o religión.

Miremos con perspectiva a la ideología del crecimiento por el crecimiento, el crecimiento porque sí. No es algo natural, ya que nada crece en la naturaleza de forma ilimitada, es una ideología, un artefacto creado a conciencia por la maquinaria del sistema capitalista que tiene como objetivo el beneficio económico, dejando a un lado la preocupación por el logro del bienestar de las personas que componen una sociedad.

El crecimiento económico ni genera felicidad como hemos visto antes, ni aumenta la cohesión social, ni frena el desempleo. Lo que sí provoca es un impacto, a menudo irreversible, sobre la naturaleza que nos sustenta, el agotamiento de los recursos naturales, así como, continuando con Carlos Taibo “facilita el asentamiento de un modo de vida esclavo que nos invita a concluir que seremos más felices cuanto más horas trabajemos, más dinero ganemos, y sobre todo, más bienes acertemos a consumir”. Es hora de desmitificar esta sinrazón.

En definitiva, la lógica capitalista es la que mueve la economía, y además, la que impera sobre el medio ambiente y la vida de los seres humanos. Esta lógica incrustada en nuestras cabezas muestra el mundo de una forma economizada, monetarizada, en la que aquello que no tiene valor monetario, no entra en el mercado, parece no existir, no tener valor. Este es el imaginario colectivo, ese dogma de fe en el que todas las personas creemos sin ponerlo en cuestión. Como afirma el diputado en Francia del partido Europe Écologie Jean Paul Besset, “toda la humanidad comulga en la misma creencia. Un solo Dios, el Progreso, un solo dogma, la economía política, un solo edén, la opulencia, un solo rito, el consumo, una sola plegaria: Nuestro crecimiento que estás en los cielos...En todos lados la religión del exceso reverencia los mismos santos-desarrollo, tecnología, mercancía, velocidad, frenesí, -persigue a los mismos heréticos- los que están fuera de la lógica del rendimiento y del productivismo-, dispensa una misma moral-tener, nunca suficiente, abusar, nunca demasiado, tirar, sin moderación, luego volver a empezar, otra vez y siempre. Un espectro vuela sus noches, la depresión del consumo. Una pesadilla le obsesiona: los sobresaltos del Producto Interior Bruto”

Nuestros valores están en crisis y pasar del crecimiento insostenible al Decrecimiento supone un cambio profundo de los valores en los cuales creemos y sobre los que organizamos nuestra vida.

Es necesario cambiar el enfoque, y dejar de pensar que el crecimiento económico ilimitado es bueno, para pasar a hablar de la deuda del crecimiento.

El crecimiento económico ilimitado provoca un fuerte impacto ecológico a nivel planetario, degradando la mayor parte de las materias y energías disponibles, y generando desigualdades sociales que desencadenan cada vez más diferencias entre el Norte y el Sur. Esta es la deuda del crecimiento. El modelo occidental de vida, el de la sociedad de consumo, ha superado la capacidad de carga del planeta, es decir, su capacidad de sostener este modelo de vida occidental.

Y aquí nos topamos con la quimera de la fábula del crecimiento ilimitado ¿cómo se puede crecer ilimitadamente en un planeta finito?

Acercándonos al decrecimiento

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