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¡Qué paren la Tierra, quiero apearme!

Jerónimo Aguado Martínez - Concejo campesino

El título del presente artículo, es el grito que Miguel Delibes no pudo pronunciar al lado del protagonista de una conocida canción Americana, pero que si le sirvió para cerrar el discurso que pronuncio en 1975 para dar cumplido a su entrada en la Real Academia Española, poniendo de esta forma en tela de juicio la AVENTURA DEL PROGRESO, traducida en un aumento de la violencia y la incomunicación, la autocracia y la desconfianza, la injusticia y la prostitución de la naturaleza, el sentimiento competitivo y el refinamiento de la tortura, la explotación del hombre por el hombre y la exaltación al dinero.

Treinta y cinco años han transcurrido desde que Delibes pronosticó con gran clarividencia hacia donde nos conducía la apuesta por la modernidad. Treinta y cinco años donde se han agudizado los pronósticos del hombre que intuyó con suficiente antelación que urgía apearse del carro donde los seres humanos nos habíamos subido durante los últimos ciento cincuenta años.

Otro pensador Francés, Serge Latouche, uno de los Padres de la filosofía del DECRECIMIENTO, preocupado por los grandes problemas que vive hoy la humanidad, nos invita a imaginarnos el infierno como un lugar de abundancia inaccesible y el paraíso como un lugar de frugalidad compartida. En el infierno, dice, reina la más increíble “riqueza”, pero todo o casi todo se pierde porque no puede ser consumido; en el paraíso las provisiones son mucho menos abundantes, pero cada uno tiene finalmente suficiente: es la alegre ebriedad de la austeridad compartida.

Pasar del INFIERNO DEL CRECIMIENTO INSOSTENIBLE al paraíso del DECRECIMIENTO CONVIVENCIAL supone un cambio de los valores en los que creemos y sobre los que hemos organizado la vida.. Y es que mientras los ricos celebran, los pobres aspiran. Un solo Dios, el progreso; un solo dogma, la economía política; un solo edén, la opulencia; un solo ritmo, el consumo; una sola plegaria: CRECIMIENTO NUESTRO QUE ESTAS EN LOS CIELOS.

En todas las partes, la religión del exceso reverencia a los mismos santos (desarrollo, tecnología, mercancía, velocidad, frenesí), persigue a los mismos herejes (los que están fuera de la lógica del rendimiento y del productivismo), y dispensa una misma moral: no tener nunca suficiente, abusar, nunca es poco, tirar sin moderación y después volver a comenzar, y así una y otra vez.

Tanto Miguel Delibes como Serge Latouche coinciden en el diagnóstico del absurdo del modelo de desarrollo de la sociedad actual, un modelo caduco y que hoy expresa su debilidad en las diferentes crisis que padecemos a nivel planetario: crisis económica, crisis financiera, crisis climática, crisis alimentaria, crisis de valores. También ambos coinciden que paremos; uno, propone que pare la tierra; el otro, el crecimiento, ese maldito concepto inviable para abordar la urgente necesidad de un desarrollo sostenible y duradero.

Las medidas que los diferentes Gobiernos Europeos están tomando para solventar la crisis económica provocada por la amplia carta de especuladores (del dinero, del ladrillo, de los alimentos, de los recursos naturales,…..), profesionales todos ellos del saqueo y amparados en la ley del mas fuerte, no reparan para nada en las causas que la generaron, y sólo pretenden afianzar el mismo modelo de desarrollo que de sobra está demostrado que no funciona y que conduce a la humanidad a un callejón sin salida; o, como dice Segre, al infierno del desarrollo insostenible.

Por eso, en una aptitud también un tanto pesimista, me atrevo a decir a sus Señorías, responsables de las Instituciones púdicas, conductores del barco del capital – ismo, que también hagan el favor de parar. No le den más vueltas y váyanse para casa, y reparen en las atrocidades del modelo neoliberal del que no quieren apearse… Paren la máquina del descalabro colectivo, cierren los Estados que sólo soportan el estado del bienestar de unos pocos… Desabróchense los trajes como símbolo del abandono a tanto protocolo y acérquense allí donde huele a tierra, a cloaca, a paro indefinido, a dormir sin techo, a abandono rural y a crecimiento chavolístico. Es ahí donde quizá pueden encontrar una respuesta a las crisis que siempre sufren los mismos.

El cabreo colectivo hacia ustedes no se encuentra a la altura de las circunstancias que lo genera….Los hambrientos del mundo crecen a un ritmo imparable, el derecho al trabajo se hace inaccesible para millones de personas, las cárceles se atiborran de victimas mientras muchos verdugos siguen sueltos, los agricultores y ganaderos seguimos teniendo que abandonar el campo, lo recortes del gasto público sólo se cargan al presupuesto del gasto social.

Todo al mismo ritmo que la sociedad paga las deudas de los descalabros del gran capital.

¡Qué paren la Tierra, yo también me quiero apear!

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