Vicenç
Navarro - Pensamiento crítico
Catedrático de Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra, y Profesor de Public Policy. The Johns Hopkins University
¿Qué
está pasando en España? Los datos lo muestran con toda claridad.
Estos datos señalan un enorme desempleo, que va acompañado de una
tasa de empleo bajísima (es decir, que el porcentaje de la población
adulta que trabaja es muy, pero que muy bajo); un gran aumento de la
pobreza (uno de los mayores en la Unión Europea); una bajada de
salarios (también de los más bajos de la Unión Europea); una
reducción del gasto público en servicios básicos como la sanidad,
la educación o la vivienda; y así podríamos añadir más y más
hechos que están afectando muy negativamente al bienestar y calidad
de vida de las clases populares, que son la gran mayoría de la
población.
Todos
estos hechos están causados en gran medida por el enorme dominio que
el capital financiero (y muy en especial las instituciones bancarias)
tiene sobre la gobernanza del sistema económico (y, a través de él,
del sistema mediático y político del país), anteponiendo sus
intereses económicos particulares a los intereses generales de la
población. Una consecuencia de este enorme dominio es el escaso
crecimiento económico que estamos experimentando resultado de que
las instituciones bancarias quieren anteponer el control de la
inflación (el enemigo número uno de la banca) al crecimiento
económico, facilitando así la destrucción de empleo, la bajada de
salarios y la reducción del consumo. Cualquier estudioso y conocedor
del sistema económico puede ver que las políticas de austeridad
(que están haciendo un enorme daño al bienestar de las clases
populares) son parte de las políticas públicas impuestas por el
Estado, siguiendo las instrucciones de las instituciones financieras,
con el objetivo de optimizar sus beneficios (ver V. Navarro y J.
Torres, Los amos del
mundo. Las armas del terrorismo financiero,
2012).
Ni
que decir tiene que tales políticas son sumamente impopulares. Su
aplicación es causa del gran deterioro de la legitimidad de las
instituciones democráticas representativas, que de una manera
creciente perciben que no les representan y que no defienden sus
intereses. En realidad, el aumento tan notable de las izquierdas
radicales en las últimas elecciones al Parlamento Europeo es un
claro ejemplo del rechazo popular a dichas políticas de austeridad,
así como al intento del capital financiero de disminuir los salarios
y la demanda de productos y servicios por parte de las clases
populares.
Basado
en lo dicho anteriormente, me parecería un profundo error que,
inmediatamente después del resurgir de las izquierdas radicales,
estas dijeran que este descenso del crecimiento económico y de la
demanda es, después de todo, bueno para las clases populares, y que
la austeridad es también algo que las beneficia. La utilización,
con connotaciones positivas, de estos términos y conceptos, como
decrecimiento y austeridad (que han sido promovidos por las derechas
más reaccionarias que el país haya tenido durante la época
democrática) me parece, además de un profundo error, un acto de
suicidio político. Decirles a dichas clases populares que este
descenso del crecimiento es bueno para ellas, pues tienen que reducir
su consumo (ya muy limitado), aplaudiendo la austeridad con el
argumento de que les irá bien para su bienestar, será visto y
percibido como un signo de falta de sensibilidad hacia sus
necesidades. De ahí que
aplaudir el decrecimiento y saludar la austeridad
me parecería, no solo un suicidio político, sino también una gran
insensibilidad social y desconocimiento del drama que las clases
populares están sufriendo.
La
necesidad de no utilizar términos y conceptos del adversario
Para
evitar esta percepción, parecería aconsejable que las fuerzas
progresistas no utilizaran la misma narrativa que utiliza el
adversario (cosa que, por desgracia, ocurre con excesiva frecuencia
en los discursos de las izquierdas en España). El lenguaje que se
utiliza en cada país y en cada situación no es neutro y tiene un
significado que le ha dado el contexto político. De ahí que si, en
la utilización de estos términos, lo que se quiere subrayar es que
el crecimiento motivado por la ética capitalista de beneficio al
capital es dañino para el bienestar de la población, entonces el
término “crecimiento” debería adjetivarse y definirse como
crecimiento capitalista.
Hablar sobre el crecimiento, en general, sin más, es olvidar que se
puede crecer produciendo tanques, pero también se puede crecer
curando el cáncer, se puede crecer consumiendo recursos limitados, y
se puede crecer ahorrándolos. El motor de la economía bajo el
capitalismo es la acumulación del capital, cosa que la evidencia
científica muestra que entra en conflicto con la atención y gestión
de las necesidades humanas.
Cualquier conocedor de estas últimas es
consciente de que las necesidades desatendidas son enormes. Se haga
como se haga, su cobertura necesitaría actividad económica, que se
traduciría en crecimiento económico.
El
tema no es, pues, crecimiento o no crecimiento, sino qué tipo de
crecimiento. Ahora
bien, frente a este argumento se me dirá, por parte de algunas voces
a favor del decrecimiento, que cualquier tipo de crecimiento es malo
porque inevitablemente consume recursos finitos. Creo que este
argumento maltusiano es erróneo y la evidencia que lo cuestiona es
abundante. Basta mostrar lo incorrecto de dicho supuesto mirando lo
que ocurre a nuestro alrededor. Veamos la situación en España.
Hay
otras formas de crecimiento
Si
en lugar de tener (como ocurre en España) una persona adulta de cada
diez trabajando en los servicios públicos del Estado del Bienestar
(tales como sanidad, educación, servicios sociales, escuelas de
infancia, servicios domiciliarios a personas con dependencias, y un
largo etcétera) tuviéramos alrededor de una de cada cuatro (como en
algunos países nórdicos en Europa, que han tenido históricamente
movimientos progresistas, hegemonizados por las izquierdas —que han
gobernado aquellos países durante la mayoría de años después de
la II Guerra Mundial—), tendríamos seis millones más de
trabajadores, eliminando el desempleo. Y si en lugar de trabajar
cinco días a la semana lo hicieran cuatro, los nuevos puestos de
trabajo serían nueve millones. Estos trabajadores no estarían
consumiendo materias finitas, pues estarían proveyendo servicios
personales, la parte de la actividad económica que es, por cierto,
la menos desarrollada de la economía española, en parte como
consecuencia del escaso poder, no solo de las clases populares, sino
también de la mujer, que es la que está sobrecargada con este tipo
de trabajos (como consecuencia, las mujeres españolas tienen tres
veces más enfermedades causadas por el estrés que los
hombres).
Se
me dirá que, al tener seis o nueve millones de personas trabajando
en lugar de estar parados, consumirán, por ejemplo, más recursos
que son finitos.
Y el caso que siempre aparece es el de las energías
no renovables: el petróleo, el carbón, etc. Ahora bien, hay otras
alternativas. La mayor fuente de energía hoy existente en el mundo
es la energía solar, que, por cierto, está muy poco desarrollada,
en parte por el enorme poder que tienen las empresas de energías no
renovables sobre los Estados. Como bien indicó el padre del
ecologismo progresista en EEUU, el profesor Barry Commoner (que
criticó extensamente la visión maltusiana del ecologismo
conservador de Paul Ehrlich, el autor más conocido en España,
galardonado paradójicamente por el gobierno Tripartito en
Catalunya), muchas veces en la historia de la humanidad la definición
de finito se ha redefinido, encontrando alternativas (ver los
trabajos de Commoner en mi blog www.vnavarro.org).
La
búsqueda de alternativas
Hacer
esta observación no implica la trivialización del proceso de buscar
alternativas, lo cual es un proceso urgente y necesario (ver V.
Navarro, J. Torres y A. Garzón, Hay
alternativas. Propuestas para crear empleo y bienestar social en
España, 2011). Pero
de la misma manera que bajo el capitalismo se han podido encontrar
alternativas a recursos finitos, habría incluso más posibilidades
bajo un sistema socialista. Sé que se me dirá que el “socialismo
real” no cambió un ápice del sistema de producción y consumo, lo
cual es cierto, pero solo hasta cierto punto. Esta acusación suele
hacerse por parte de autores cuyo conocimiento del socialismo es muy
limitado. El socialismo se hace o deshace diariamente, incluso bajo
el capitalismo. Cuando se establece un programa que atiende a la
población cubriendo sus necesidades, siendo financiado con fondos
públicos adquiridos según el nivel de renta y propiedad del
ciudadano (“a cada uno según su necesidad, de cada uno según su
capacidad”), dentro de un sistema en el que tanto las necesidades
como los recursos han sido definidos de forma auténticamente
democrática, se está construyendo el socialismo, independientemente
de cómo se le llame.
El
establecimiento del Estado del Bienestar, por ejemplo, fue una gran
conquista humana liderada por la clase trabajadora, a la cual le
costó sangre, sudor y lágrimas el conseguirlo. Referirse a este
establecimiento como una medida que perjudicó a la humanidad porque
consumió recursos finitos parece, además de una ofensa a los
millones de personas que lucharon con un enorme coste personal para
conquistar tales derechos sociales y laborales, una incorrección que
los datos no confirman. En realidad, la derrota del fascismo y del
nazismo permitió una época (del 1945 al 1980) de grandes conquistas
sociales y laborales, consecuencia de la fortaleza del movimiento
obrero a nivel internacional, que determinó un aumento del nivel de
vida y bienestar social de las clases populares, poniendo al mundo
del capital a la defensiva. Su respuesta (el neoliberalismo, iniciado
en la década de los años ochenta) intentó, exitosamente, reducir
aquellas conquistas sociales y el bienestar de las clases populares.
España fue un caso atípico, pues estuvo bajo el fascismo
hasta casi el final del periodo 1945-1980, lo cual explica en gran
parte su enorme retraso social, con la gran pobreza de su consumo y
gasto público, incluyendo el social. El crecimiento económico, por
cierto, en la mayoría de países a los dos lados del Atlántico
Norte fue menor en el periodo 1980-2012 que en periodo 1945-1980, con
lo cual los favorables al decrecimiento favorecerían el segundo
sobre el primer periodo. Y aplaudirían la situación de aquellos
países, incluyendo España, porque retrasándose en su gasto público
favoreciendo su decrecimiento. Tal actitud lleva a negar a los países
donde la mayoría de la población es pobre a que puedan salir de la
pobreza, pues se les prohibiría que crecieran. El argumento de que
el crecimiento de todos estos países crearía una catástrofe,
además de condenarlos a la pobreza, niega la posibilidad de que haya
otras formas de crecer, lo cual es insostenible basándose en los que
hoy conocemos.
Desde
el principio del capitalismo hubo voces que alertaron de los peligros
del crecimiento de la población, que consumiría los escasos
recursos existentes en la Tierra. Thomas Malthus fue el más
conocido. En su libro An
Essay on the Principle of Population
sostuvo la tesis de que el crecimiento de la población era mucho más
rápido que el crecimiento de los alimentos, con lo cual vaticinaba
la expansión del hambre en el mundo. Hoy, los Estados de los países
desarrollados están subsidiando a los campesinos para que no
produzcan más alimentos. Y países donde el hambre era enorme
pudieron resolver su hambre, cambiando la propiedad de la tierra
mediante revoluciones socialistas. Es difícil sostener la tesis de
que no hay o no habrá suficiente alimento en el mundo para alimentar
a una población varias veces superior a la existente hoy.
El
problema es político, no económico
El
consumo de recursos finitos no es intrínseco al crecimiento
económico, sino al tipo de crecimiento, y es ahí donde la respuesta
al problema actual es de carácter político, que es precisamente lo
que un gran número de proponentes del decrecimiento ignoran. Lo que
la catástrofe climática (y no hay otra manera de decirlo, pues es
una catástrofe real) muestra es que el capitalismo (incluida su
versión estatal) es incompatible con la sostenibilidad y la calidad
de vida y el bienestar de la humanidad. De ahí la necesidad y
urgencia de cambiar de sistema de gobernanza de la actividad
económica a fin de poner dicha actividad al servicio de la
población, en lugar de al servicio de la acumulación de capital.
Ello requerirá una transformación profunda de los sistemas
políticos, con su masiva democratización, rompiendo el control del
poder económico sobre las instituciones políticas. Este es el tema
clave que se está evitando al poner los huevos en la cesta del
decrecimiento. Los teóricos, como Ivan Illich, que quieren volver
nostálgicamente a un pasado idealizado que nunca existió son
fácilmente manejables por parte de las estructuras de poder, que no
se sienten amenazadas con sus mensajes centrados en cambios de
comportamiento y consumo (que, aunque sean necesarios, son
dramáticamente insuficientes). Tampoco resuelven el problema
controlando el tamaño de la población mundial, como Alan Weisman
está pidiendo (La
cuenta atrás), y
haciendo que las familias puedan tener solo un niño, con lo cual la
población mundial retrocedería hasta la que había en el año 1900.
Lo
que se requiere son cambios políticos masivos que provoquen una
redistribución masiva de recursos, tanto entre países como dentro
de cada país. Se dirá —como ya se ha dicho— que esta
democratización no resolverá el problema, pues la gente querrá el
mismo tipo de consumo y producción que existe. La democratización
es, sin embargo, mucho más que votar en elecciones representativas.
Es cambiar las estructuras de poder dentro de cada país y a nivel
mundial, rompiendo el dominio casi absoluto que el capital, tanto
financiero como industrial, tiene sobre las instituciones políticas.
La catástrofe climática requiere una revolución democrática a
nivel mundial, redefiniendo los sistemas de producción, distribución
e información, con cambios de indicadores, desarrollando otras
maneras de medir la actividad económica de un país, como el nivel
de felicidad y bienestar de la población (ver en www.vnavarro.org,
“La
economía política de la felicidad”, Sistema,
31.01.14).
Y
ahí está uno de los puntos más débiles de las teorías del
decrecimiento. Están despolitizando el tema del crecimiento y del
tipo de crecimiento. De ahí su visibilidad mediática. Y
despolitizan un fenómeno profundamente político, basando sus
posturas en la teoría errónea que asume que la división entre
derechas versus izquierdas es irrelevante porque afirman que las
izquierdas, cuando mandan, hacen las mismas políticas consumistas
que las derechas. Además de no ser cierta esta aseveración (ver V.
Navarro, “Has socialism failed? An analysis of health indicators
under socialism”, International
Journal of Health Services),
esta postura, rechazando dicha división por “anticuada” (el
término más común para marginar a las izquierdas), ignora que la
propia evolución del capitalismo está creando las bases para una
amplia alianza de las clases populares para llevar a cabo una
transformación profunda que permita la generalización del principio
(central en el proyecto histórico de las izquierdas) de que “a
cada uno según su necesidad, de cada uno según su capacidad”, en
procesos auténticamente democráticos. El conflicto hoy es, como
siempre ha sido, no sobre los recursos sino sobre el control de tales
recursos. Y ahí está el quid de la cuestión. El tema no es, como
Malthus indicó, que no haya recursos suficientes para el tamaño de
la población, sino el control de tales recursos. Sería importante
que las izquierdas radicales no lo olvidaran.
Me parece un grave error del equipo editorial de DECRECIMIENTO.INFO darle pábulo a los artículos del sr. Navarro, azote del decrecimiento. Este hombre no trata de aportar visiones críticas a los esfuerzos decrecentistas, sino que apuesta por un capitalismo verde que es el engaño que los poderes capitalistas impulsan para frenar el cambio hacia una sociedad fuera del capitalismo y sus categorías, como bien ha señalado Serge Latouche.
ResponderEliminarPor favor, no le den visibilidad a las opiniones del sr. Navarro, ya se le da bastante en los potentes medios de comunicación del enemigo, y no caigan en la trampa: no aportan pluralidad, su único objetivo es destruir el auge del necesario decrecimiento.
Hola Xurxo:
ResponderEliminarEl decrecimiento también se contruye con sus críticos, creo que debemos confiar en la capacidad de juicio de los lectores de este blog; para conocer diferentes críticas he creado la etiqueta 'crítica'.
http://www.decrecimiento.info/search/label/cr%C3%ADtica
salud y alegría