Podemos
es una de las formaciones políticas más frescas y más prometedoras
que la izquierda europea ha visto en décadas. Para aquellos que
creemos que una sociedad igualitaria sólo puede ser aquella que
denuncia la obsesión por el crecimiento, el hecho de que Pablo
Iglesias firmara el manifiesto “la
Última Llamada” fue una gran noticia. Aunque alguno pueda
pensar que no tan grande, después de enterarnos de que
posteriormente Podemos
asignó su
programa económico al profesor Vicenç Navarro, quien en una serie
de artículos ninguneó el decrecimiento, a menudo con declaraciones
duras. Preferimos seguir siendo optimistas y constructivos, ya que
detestamos el sectarismo de izquierdas, especialmente cuando algo
nuevo y potente está naciendo. Pero intelectualmente es importante
especificar con precisión de qué trata el decrecimiento, aclarando
algunos malentendidos incluidos en estos concretos textos de
Navarro (quien tan buen trabajo ha hecho durante décadas) y de ahí
centrarnos sólo en nuestras diferencias reales, abriendo la
posibilidad de converger.
En
primer lugar, es importante señalar que se han producido avances
importantes en el debate acerca del decrecimiento, señalados en la
cuarta Conferencia Internacional sobre Decrecimiento en Leipzig, el
septiembre pasado, a la que asistieron 3.000 personas, avances que
Navarro tal vez no conozca. En la conferencia destacó una
convergencia significativa entre el pensamiento radical
de izquierdas y el verde, simbolizado por el apoyo
de las dos fundaciones, Rosa Luxemburgo y Heinrich Böll.
En los textos de Navarro, el Decrecimiento se entiende en gran medida
con referencia a los límites que los recursos naturales imponen al
crecimiento y a la necesidad de adaptar nuestras políticas
económicas a esta nueva realidad. Sin duda, esto forma parte de la
teoría del decrecimiento, pero no es el único ni el principal punto
como hemos explicado en nuestro reciente libro:
vocabulary.degrowth.org.
El
decrecimiento argumenta no sólo que el crecimiento no es posible,
sino también que es indeseable. Es indeseable porque el crecimiento
es destructivo para el medio ambiente y nos está llevando al borde
del desastre climático. Tiene más costos que beneficios sociales en
los países ricos, se produce a expensas de las comunidades situadas
en las fronteras de las materias primas de donde se extraen los
recursos. Y todo ello no nos hace más felices. El crecimiento
tampoco puede erradicar la pobreza, una pobreza que es relativa y
solo puede solucionarse con la redistribución.
A
continuación detallamos los principales errores en los que, en
nuestra opinión, cae Navarro:
Primero,
critica el decrecimiento por ser malthusiano. Pero lo que él
describe no tiene nada que ver con lo que muchos de los que nos
llamamos “decrecentistas” pensamos. Él dice que una figura de
referencia para el movimiento pro decrecimiento es Paul Ehrlich, el
autor en 1968 de “La bomba demográfica”. Acabamos de publicar
ese volumen internacional sobre decrecimiento con más de 50
capítulos y 300 referencias (vocabulary.degrowth.org). Paul Ehrlich
se cita una sola vez y esto, en un texto que sostiene que los
decrecentistas no comparten su malthusianismo “top-down”. Los
decrecentistas no se inspiran en Malthus, sino en los
neo-malthusianos anarco-feministas de 1900, con Emma Goldman,
Madeleine Pelletier, etc. Goldman y sus compañeras reclamaban el
control sobre sus cuerpos y no querían producir un ejército de
reserva barato y prescindible de mano de obra para las fábricas
capitalistas ni “carne de cañón” para los militares
imperialistas. Su elección prefiguraba el mundo que querían crear.
Por cierto, apoyadas en Cataluña por Francisco Ferrer y Guardia.
Como escribió Maria Lacerda de Moura de Brasil, “amaos más y no
os multipliquéis tanto”. Del mismo modo, los decrecentistas,
hoy, simplifican sus vidas y reducen el consumo, no para salvarse o
salvar un “planeta” abstracto, sino como un acto político para
socavar un sistema capitalista que se alimenta del consumo. Consumen
menos y producen de manera diferente para crear un mundo más
igualitario y más ecológico.
Segundo,
sostiene que el decrecimiento es nostálgico de un pasado romántico
que nunca existió. Cita a Serge Latouche que, durante su trabajo de
campo en Laos, descubrió una sociedad que “no estaba ni
desarrollada ni sub-desarrollada, sino literalmente ”
a-desarrollada “, es decir, fuera del desarrollo”. Navarro
sostiene que Latouche omite que Laos era una sociedad feudal. Nos
sorprendería que a Latouche, un antropólogo y economista
capacitado, se le escapase que Laos era feudal. Cuando uno invoca una
sociedad diferente para extraer lecciones para la nuestra, no
significa que acepte todo lo que esta sociedad trae consigo; sólo
está postulando posibilidades para la nuestra. El movimiento a favor
de los bienes comunes (Commons),
por ejemplo, se inspira en la gobernanza de los bienes comunales que
precedieron a los cercamientos (enclosures)
capitalistas. ¿Significa esto que aboga por un retorno al feudalismo
y a las monarquías “por Dios, por la Patria y el Rey” contra el
liberalismo burgués privatizador de bienes comunales? Claro que no.
Extraemos del pasado lo que puede ser útil para hoy: por ejemplo, la
idea de los bienes comunes es útil para repensar la gobernanza de
los espacios públicos en las ciudades o de los espacios digitales
en Internet. De forma parecida, Latouche se basa en Laos
para reflexionar sobre la posibilidad del “a-desarrollo” en
nuestra sociedad. Una tercera opción al dilema desarrollo o
subdesarrollo, o crecimiento o crisis.
Como
Latouche y otros antropólogos, los decrecentistas rechazan una
marcada distinción entre “un antes” y “un después”
(después de ilustración, modernidad, desarrollo), esta distinción
temporal que toma una expresión geográfico-espacial entre
“nosotros, el Occidente avanzado ” y “ellos, el
resto atrasado”. El decrecimiento ve el presente capitalista como
lleno de elementos latentes de un pasado no capitalista, como las
economías del regalo o los mercados de trueque o los bienes comunes
de los parques urbanos; y es allí donde se encuentran las
semillas para un futuro diferente. Los restos de la “economía
moral” como escribió E. P. Thompson, que hay que reavivar.
Tercero,
afirma que “ser anticrecimiento, sin más, es una actitud que
refleja un cierto inmovilismo que perjudicará a los mas débiles de
la sociedad” y que “las necesidades de la población mundial son
enormes” por lo que “una enorme redistribución de los recursos
será necesaria pero insuficiente ya que habrá la necesidad de
producir más y mejor. ” No está claro porqué el decrecimiento
tiene que promover el inmovilismo. Lo que es cierto es que el
argumento a favor de la redistribución se fortalecerá más que lo
que se consigue en los periodos de bonanza económica, cuando los
problemas se alejan simplemente porqué la marea sube elevando a la
vez el nivel de todos los barcos. En un escenario de decrecimiento,
ciertas actividades decrecerán y otras florecerán, abriendo
oportunidades para nuevos trabajos y la innovación creativa.
Decrecerá el uso de energía de los combustibles fósiles, por
ejemplo, y el uso de muchos materiales. La movilidad social no es una
cuestión de recursos totales, sino de acceso relativo a los bienes
comunes, a las infraestructuras públicas, a la educación y la
creatividad; nada de esto requiere crecimiento económico per
se. Si todavía hay
necesidad de “producir más”, Navarro debería decirnos
entonces, cuánto será suficiente, finalmente, para satisfacer las
necesidades democráticas que él tiene en mente. Nuestra economía
ha multiplicado el tamaño de sus fuerzas de producción varias veces
desde el tiempo en que Marx escribía, o incluso Keynes. Sin embargo,
todavía no parece ser suficiente y la pobreza todavía está
aquí. Esto podría ser un recordatorio de que el problema no es que
no tengamos suficiente, sino que todavía no hemos establecido las
relaciones de poder necesarias para una distribución equitativa y
asegurar que todo el mundo tenga lo básico para una vida digna.
Extraer y producir más es lo que el capitalismo sabe hacer mejor.
Sólo una sociedad que finalmente se da cuenta de que ha tenido
suficiente y que establece las instituciones para vivir con lo
suficiente, se escapará del capitalismo.
Cuarto,
declara que el decrecimiento no es, políticamente, ni de derechas ni
de izquierdas. No podemos hablar en nombre de todos, pero
nosotros en Research&Degrowth, así como casi todas las 3.000
personas que fueron a nuestra Cuarta Conferencia Internacional, en
Leipzig, se consideran de izquierdas (y la mayoría, radicales de
izquierdas). La conferencia, raramente para un evento
científico, terminó con los 3.000 participantes saliendo juntos del
auditorio y manifestándose en las calles de Leipzig contra el
crecimiento y contra el capitalismo. A esto le siguió un
ejercicio de desobediencia civil en el exterior de una central
térmica de carbón. ¿Suena esto a ser conservador? Serge Latouche
escribe que no hay una postura más anticapitalista que el
decrecimiento ya que no sólo critica los resultados, sino el
espíritu del capitalismo. Escapar del crecimiento implica escapar
del capitalismo, pero escapar del capitalismo no significa escapar
del fetichismo del crecimiento, como la experiencia de los regímenes
del socialismo real del siglo 20 nos enseña. De ese tema podemos
aprender mucho de Navarro, un crítico del productivismo en la URSS
como fue él mismo.
Quinto,
de forma reiterada, Navarro sostiene en sus textos que el
decrecimiento es una vieja idea, y que todo lo que se puede decir ya
se dijo en los debates de la década de 1970 entre él y Ivan Illich
o entre Paul Ehrlich y Barry Commoner. Los ecologistas ibéricos más
viejos han citado continuamente a Barry Commoner desde 1971 (releamos
las páginas de Mientras
Tanto, por ejemplo).
Y la mayoría de los miembros de Podemos
ni siquiera habían nacido en los años 70. Los jóvenes tienen
derecho a descubrir por sí mismos los viejos debates y quién sabe
si podrían llegar a nuevas respuestas o, incluso, a nuevas
preguntas. La historia no se repite y cada generación debe
tener su propia oportunidad de hacer historia.
En
lo específico de estos debates, Navarro tiene argumentos válidos en
contra del extremo al que podrían llegar las ideas de
Ivan Illich sobre autonomía en los sistemas médicos y de educación.
Pero nada es blanco o negro. Illich sin duda tenía razón en su
famosa crítica al automóvil y en general al afirmar que los
sistemas industriales modernos, basados en expertos, tienen un sesgo
de desigualdad inherente, quitándoles a las personas y colectivos el
poder de controlar de forma autónoma aspectos importantes de sus
vidas y sus cuerpos. Lewis Mumford tambien criticó la “megamáquina”
desde mucho antes, y la energía nuclear “pacífica” desde 1952.
No tenemos porqué llegar al extremo la lógica de la
crítica de Illich y proponer el desmantelamiento de tales servicios
públicos. En cambio, podemos inspirarnos en el pensamiento de Illich
para hacer lo que varios colectivos están haciendo hoy en Barcelona,
es decir, auto-organizarse para complementar los servicios públicos
vitales, desde la provisión de alimentos, el cuidado de niños y la
educación, hasta la asistencia primaria de la salud (ver
Cooperativa Integral Catalana, Aurea Social, COS). Estos proyectos no
tienen porque demoler el Estado y cumplir el sueño de Milton
Friedman, como sugiere Navarro que hacen las teorías de Illich. No
sabemos que Illich haya hecho nunca un elogio de Milton Friedman. Por
el contrario, estos proyectos pueden apoyar al Estado mediante la
participación de los ciudadanos en los servicios, en lugar de
externalizar y privatizar. Cuando el estado es reivindicado por una
fuerza de izquierdas como Podemos, son estas iniciativas autónomas
las que habrán cambiado el sentimiento común de la sociedad civil,
así como, a la vez que proporcionan un proyecto de reforma y de
control para un sistema del bienestar coste-efectivo que funcione.
Los
decrecentistas no tienen figuras paternas. Les gusta Illich pero
también leen a Gorz que pedía una sociedad dual, con la
industria socializada y los servicios públicos. Si uno viene a
nuestras conferencias, oirá hablar de la bioeconomia de
Georgescu-Roegen y Odum, pero también de Marx, Gramsci, Foucault,
Hanna Arendt o Judith Butler. Estamos creando nuevas ideas mezclando
y sintetizando, no dividiendo y separando en sectas.
Sexto,
Navarro rechaza el decrecimiento (o incluso “la prosperidad sin
crecimiento” de Tim Jackson) porque no quiere pedir a las
clases trabajadoras que reduzcan su consumo y porque cree que el
crecimiento es necesario para el estado de bienestar. Estamos de
acuerdo con él en que el apoyo del Estado a la salud y la educación
públicas, al cuidado a las personas y a los bienes comunes,
ha sido un gran logro en los lugares donde se ha dado y debe ser
sostenido y ampliado. No deberíamos olvidar, sin embargo, que en
muchos casos los recursos que se utilizaron para financiar estos
servicios han sido, al menos en parte, tomados de los excedentes
obtenidos por el poder occidental colonial del resto del mundo. Así,
a la vez que Gran Bretaña organizaba en National Health Service y
otros logros tras el 1945, otros ingleses al servicio del mismo
estado organizaban la división del Golfo Pérsico en pequeños
principados para el suministro de petróleo barato y otras fechorías.
Para una izquierda internacionalista, la apuesta para el futuro
es cómo mantener el estado del bienestar sin crecimiento y sin una
mayor explotación del entorno y de los territorios de otras partes
del mundo. Es decir, con una alianza entre el decrecimiento y
el movimiento global de justicia socio-ambiental, reconociendo y
pagando parte de nuestra deuda ecológica al Sur global. Esto podría
implicar una reducción del consumo. Esto no es necesariamente malo
si lo que se reduce es innecesario o es consumo por presumir de
estatus social y si se reduce de manera que la gran carga de la
reducción recaiga sobre los ricos.
Séptimo,
uno de sus principales argumentos es que hay un crecimiento bueno y
otro malo y, mientras que el crecimiento capitalista es malo, otro
tipo de crecimiento, presumiblemente socialista, puede ser bueno. A
modo de ejemplo, utiliza el trabajo de Barry Commoner que argumentaba
que podemos sustituir productos sucios por limpios y combustibles
fósiles por energías renovables. Suscribimos esto al 100%, pero
Commoner no discutió y mucho menos demostró, que podemos hacer todo
esto y tener todavía un crecimiento de actividad económica del 2 o
3% anual no ya en las periferias del mundo sino en las propias
metrópolis. Navarro sostiene que podemos crecer construyendo
escuelas o curando el cáncer. Todas estas son actividades
formidables, pero es difícil ver cómo van a hacer crecer la
economía año tras año. No tenemos conocimiento de ningún caso
histórico en que una economía permanentemente haya crecido mediante
la construcción de escuelas, sino que se construyeron escuelas
debido al crecimiento. Hasta ahora, el único crecimiento que hemos
conocido es crecimiento cuantitativo de energía y materiales y
siempre ha ido acompañado de más emisiones nocivas y más agresión.
Sí,
podemos y debemos invertir en el cuidado de los unos a los otros, en
la producción limpia, en la educación de de niñas y niños y en la
creación artística. Pero, ¿por qué tenemos que enmarcar el
florecimiento de este tipo de actividades maravillosas en los
términos cuantitativos y economicistas del crecimiento? La educación
y la salud son buenos en sí mismos, no porque lleven al crecimiento
económico. ¿No deberíamos enseñar humanidades o curar
enfermedades si esto tuviese un coste muy alto y un efecto negativo
sobre el crecimiento? Nos parece bien que haya sectores de la
economía que florezcan (la educación, el cuidad, la salud, la
agricultura orgánica, la rehabilitación de viviendas) mientras le
economía en conjunto decrece. Navarro ha declarado explícitamente
que cuando habla de crecimiento no está pensando en el PIB sino en
el bienestar. Abolamos el PIB, entonces, y no discutamos nunca más
si estamos creciendo o no. Centrémonos en las buenas políticas que
nos lleven al bienestar y en en sus indicadores concretos.
Finalmente,
estamos de acuerdo con sus palabras: “la solución pasa por
un cambio en estas relaciones de poder, con la democratización del
Estado que originaría no solo una nueva redistribución …”. Sí,
la democratización es clave para las soluciones futuras. Pero el
poder no es sólo algo que está “allá afuera” que
transformaremos mecánicamente y luego democratizaremos el Estado y
generaremos una nueva redistribución. El poder también reside en la
colonización de nuestro imaginario
por conceptos y principios que han causado estragos a nuestro
alrededor y han justificado la desigualdad y la destrucción en
nombre del progreso. El crecimiento es el rey de estos conceptos. Y
el desarrollo uniformizador (denunciado por Arturo Escobar, Gustavo
Esteva, Wolfgang Sachs…) es el emperador. Es ya tiempo
de inciar el proceso de echar el “crecimiento” y el “desarrollo”
al basurero de la historia.
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