Eduardo Garzón - Saque de esquina
Tal y como comenté en un post anterior, continúo plasmando por escrito los asuntos más controvertidos que suelen aparecer en los debates en torno al Empleo Garantizado (EG) y la Renta Básica Universal (RBU), con el objetivo de profundizar en el debate.
En esta ocasión me centraré en la cuestión medioambiental.
Los defensores de la RBU y otros críticos suelen ver con malos ojos la idea del EG porque dicen que junto con la creación de puestos de trabajo aumenta la actividad económica (el PIB) y con ella la presión sobre los recursos naturales y la generación de residuos. Sin embargo, quienes esgrimen este argumento no se han detenido a pensar en las actividades que se realizarían en un EG orientado a satisfacer necesidades sociales y ecológicas, que es precisamente lo que muchos proponemos y defendemos. Su error consiste en considerar que un aumento del PIB conlleva necesariamente un deterioro medioambiental, algo muy extendido entre aquellos que abogan por el “decrecimiento”.
Yo me considero decrecentista. Pero es que un verdadero decrecentista defiende el decrecimiento en el consumo de recursos naturales, de su transformación y del desecho de los mismos en forma de residuos; no necesariamente un decrecimiento del PIB, y es aquí donde se confunden muchos analistas. Por ejemplo, ir a un bosque y talar árboles para vender la madera puede aportar al PIB exactamente lo mismo que una representación teatral, y es evidente que el deterioro medioambiental de las dos actividades no es equivalente ni mucho menos. En el cómputo del PIB hay algunas actividades que tienen mucho impacto en la biosfera, otras que no tienen ninguno, y otras cuyos efectos son positivos. Lo que aquellas personas interesadas en cuidar de nuestra biosfera debemos buscar es la reducción de esas primeras actividades, pero no de las segundas ni de las terceras. De hecho, con respecto a las terceras debemos exigir que aumenten. Y como contarán para el PIB, este indicador aumentaría y ello no querría decir que se estuviese deteriorando todavía más el medio ambiente, sino todo lo contrario.
Las actividades que se llevarían a cabo en un EG social y ecológico no ejercen apenas presión sobre la naturaleza. Para el cuidado de niños, enfermos y dependientes no se necesita esquilmar ningún bosque ni ninguna mina, y tampoco generar importantes cantidades de residuos. Lo mismo para el apoyo psicológico o académico, cobijo a personas sin hogar, alimentación a personas necesitadas, representación de obras artísticas, realización de competiciones deportivas, promoción del patrimonio (información y excursiones para visitantes), limpieza de edificios y espacios públicos, parques, plazas y zonas históricas, etc. Es más, en un EG vendrían recogidas actividades que contribuyen al cuidado medioambiental. Éstas son: habilitación de edificios para lograr mayor eficiencia energética, protección y reforestación de los bosques, proyectos ecológicos de siembra y riego, retirada de residuos, servicios de reutilización y reparación de productos (para dar salida o reparar bienes que ya no le sirven a su propietario), servicios de reciclaje, cuidado de los espacios verdes.
Todo ello computa en el cálculo del PIB, haciéndolo aumentar, porque es necesario pagar los salarios a los trabajadores y comprar algunos instrumentos y máquinas para realizar las actividades. Pero obviamente ello no quiere decir que el impacto sobre la naturaleza sea preocupante. Además, en muchos casos es precisamente lo contrario.
Las actividades de un EG que tienen mayor impacto medioambiental son: mantenimiento de áreas de patrimonio cultural (monumentos, etc), mantenimiento de la infraestructura urbana (fachadas, pavimentos, etc), pequeños proyectos de construcción de infraestructura pública, mantenimiento y renovación de la red de carreteras públicas, etc. Pero se trata en cualquier caso de actividades con un impacto reducido, en absoluto comparable con las actividades verdaderamente agresivas para la biosfera: intensivo comercio internacional aéreo, marítimo y terrestre; producción agraria basada en plaguicidas; generación de energía nuclear; extracción descontrolada de madera, minerales, hidrocarburos, etc…
Por último, una importante ventaja del EG es que el puesto de trabajo estará próximo a la residencia del trabajador, de forma que se evitan desplazamientos innecesarios e intensivos en consumo energético. Puesto que las actividades de un EG son diseñadas y realizadas por la propia comunidad local y orientadas a satisfacer las necesidades económicas, sociales y ecológicas de estas comunidades, el trabajo estará muy próximo a los hogares. Esto no sólo es muy importante para evitar una presión mayor sobre la naturaleza sino para además evitar la desertización de las pequeñas localidades. Esta virtud no la presenta la RBU, porque el receptor de una RBU podría utilizar el ingreso que recibe para encontrar un empleo en una zona alejada de su residencia, teniendo luego que mudarse y/o recorrerse enormes distancias para acudir a su puesto de trabajo. Y esto sin tener en cuenta otras opciones alternativas del receptor de la RBU que en absoluto tendrían por qué ir en beneficio de la naturaleza. Además, la propia dinámica del EG puede exigir que aumenten o mejoren los servicios públicos de transporte, algo que la RBU por sí sola no puede lograr.
En definitiva, un EG orientado a satisfacer las necesidades sociales y ecológicas, que aumente el número de empleos, de renta y de PIB, no produce ningún daño ecológico considerable. Es más, dependiendo de su diseño particular, el resultado en términos ambientales puede ser incluso positivo si priman las actividades orientadas al cuidado de la fauna, la flora y el medio. Al contrario de lo que muchos piensan en un primer momento, el EG es muy respetuoso con la naturaleza.
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