George Lakoff
Nuestra política se organiza en torno a dos modelos opuestos e idealizados de familia: el modelo del padre estricto y el modelo de los padres protectores.
La familia de los padres protectores presupone que el mundo, pese a sus peligros y dificultades, es básicamente bueno, que puede mejorar y que nosotros somos responsables de trabajar para ello. Según esta interpretación, los niños nacen buenos y los padres pueden hacerlos mejores. El padre y la madre comparten la responsabilidad de educar a los hijos. Su tarea es criarlos para que ellos puedan también criar a otros. La crianza implica dos actitudes básicas: empatía (sentir y preocuparse de cómo sienten los otros) y responsabilidad (de cuidarse a uno mismo y de cuidar a aquellos de los que somos responsables). Estos dos aspectos de la crianza implican valores familiares que podemos reconocer como valores políticos progresistas: desde la empatía, queremos para los otros protección frente al peligro, realización en la vida, justicia, libertad (compatible con la responsabilidad) y una comunicación abierta en las dos direcciones. De la responsabilidad derivan la competencia, la confianza, el compromiso, la construcción de la comunidad, etc.
De estos valores derivan políticas concretas: protección gubernamental bajo la forma de una red de seguridad social y de regulación del gobierno, así como el ejército, la policía (de la protección), la educación universal (de la competencia y la justicia), las libertades civiles y la igualdad de trato (de la justicia y la libertad), la responsabilidad pública en la rendición de cuentas (dela confianza), el servicio público (de la responsabilidad), el gobierno abierto (de la comunicación abierta), y la promoción de una economía que beneficie a todos por igual (de la justicia) y que funcione para promover estos valores (de la responsabilidad).
La función del gobierno es proporcionar la infraestructura y los servicios para poner en práctica estos valores, y los impuestos son las cuotas que se pagan para vivir en una sociedad civilizada como ésta. En política exterior la función de la nación debería ser promover la cooperación y difundir estos valores por el mundo entero. Éstos son los valores tradicionalmente progresistas de la política americana.
La visión conservadora del mundo se configura a través de valores familiares muy diferentes.
El modelo del padre estricto presupone que el mundo es y será siempre peligroso y difícil, y que los niños nacen malos y hay que hacer que sean buenos. El padre estricto es la autoridad moral que tiene que sostener y defender a la familia, decirle a su mujer lo que ha de hacer, y enseñarles a los hijos la diferencia entre el bien y el mal. La única manera de hacerlo es mediante el castigo doloroso, la disciplina física que, en la edad adulta, se desarrollará como disciplina interna. La moralidad y la supervivencia surgen conjuntamente de esa disciplina —disciplina para cumplir los preceptos morales y disciplina en la persecución del propio interés para llegar a ser autosuficientes. Los buenos son los disciplinados. Cuando crecen, los hijos autosuficientes y disciplinados se valen por sí mismos y el padre no tiene que inmiscuirse en sus vidas. A los hijos que siguen siendo dependientes (que fueron demasiado mimados, o que son excesivamente voluntariosos o recalcitrantes) debería obligárseles a una mayor disciplina o habría que retirarles los apoyos para que así tengan que enfrentarse a las exigencias del mundo exterior por su cuenta y riesgo.
Si proyectamos lo anterior sobre la nación, ya tenemos la política radical del ala derecha, mal llamada «conservadora». Los buenos ciudadanos son los disciplinados —aquellos que ya se han hecho ricos o por lo menos autosuficientes— o los que están en vías de conseguirlo. Los programas sociales «envician» a la gente, porque les dan cosas que no se han ganado y hacen que continúen siendo dependientes. Son, por tanto, malos y hay que suprimirlos.
El gobierno está ahí únicamente para proteger a la nación, para mantener el orden, para administrar justicia (castigos) y para garantizar el comportamiento ordenado y la promoción de los negocios. Los negocios (el mercado) son el mecanismo mediante el cual las personas disciplinadas llegan a ser autosuficientes, y la riqueza es la medida de la disciplina. Los impuestos que exceden el mínimo necesario para esa forma de gobernar son castigos que privan a los buenos y disciplinados de las recompensas que se han ganado, para gastarlo en quienes no se lo han ganado.
En los asuntos internacionales el gobierno debería mantener su soberanía e imponer su autoridad moral donde fuera posible, además de perseguir su propio interés (el interés de las corporaciones y la fuerza militar).
Extraído de: George Lakoff. No pienses en un elefante. Lenguaje y debate político
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