Pedro Jara Vera - Regenera
(Este artículo es un extracto de libro de próxima publicación “El Mundo Necesita Terapia”)
El ilusionismo es una tipología de
autoengaño que implica la tendencia inconsciente de las personas a
fabricar en su mente una información que les permite creer aquello que
les resulta momentáneamente agradable, aunque tales visiones y creencias
así producidas estén muy desconectadas de la experiencia y acaben, por
tanto, golpeándose contra ella. La mencionada creencia cortoplacista de
que la pirámide consumista y capitalista no se derrumbará nunca, está
vinculada a un pensamiento claramente ilusionista. Esta creencia se
apoya a su vez en lo que podríamos considerar un “ilusionismo científico y tecnológico”,
esto es, la ilusión de que el desarrollo científico y tecnológico
conseguirá ir solventando, de manera satisfactoria, todos los problemas
asociados a los límites del planeta en relación con nuestro sistema de
vida actual: carencia de alimentos de calidad, exceso de residuos
contaminantes, desertificación de tierras, carencia de agua potable,
hacinamiento, etc. El ilusionismo de este planteamiento ilustra la
diferencia, a menudo poco entendida, entre el pensamiento positivo,
optimista y constructivamente transformador, y el pensamiento ingenuo,
ilusorio, simplista y destructivo. La fe ciega en el progreso científico
para resolver la crisis ecológica es el pilar fundamental de las
“sociedades del crecimiento”, y uno de los argumentos centrales del
neoliberalismo ante los defensores de la teoría del decrecimiento
económico. Sin embargo, es precisamente el neoliberalismo quien está haciendo oídos sordos a la ciencia,
y a sus advertencias sobre la necesidad cada vez más imperiosa de
reducir las emisiones contaminantes para frenar el cambio climático, o
sobre la imposibilidad de hacer inmortal a un modelo de crecimiento
material y demográfico perpetuo (Hirsch, 2004; Meadows y cols., 1972).
Otro ejemplo de planteamiento
ilusionista asociado directamente a lo anterior es la idea, con
frecuencia alardeada, de que un desarrollo económico lo bastante logrado
–conservando la esencia de los modelos económicos actuales- puede
aspirar a acabar con la pobreza en el mundo, y a equiparar en buena
medida a todos los ciudadanos por el límite superior del bienestar y la
riqueza. Este argumento del liberalismo económico supone una manera
ilusionista de justificar la dinámica del sistema capitalista,
pretendiendo que puede crear un nivel de riqueza suficiente para todos.
El ilusionismo y el absurdo del planteamiento se ponen abiertamente de
manifiesto en cuanto que supone perder de vista los límites materiales
ya subrayados, que en este momento ya obligarían a disponer de los
recursos naturales de varios planetas para posibilitar tal equiparación
en los niveles de vida de las actuales sociedades “avanzadas”. En
segundo lugar, supone negar el imprescindible papel que las sociedades y
países pobres desempeñan de cara a posibilitar el actual funcionamiento
económico del mundo y la propia dinámica intrínseca del liberalismo
capitalista, o economía basada en el crecimiento; por ejemplo, actuando
como necesarios vertederos de desechos vergonzosamente ocultados al
conocimiento público, posibilitando la mano de obra barata -que origina
la deslocalización de la producción- para mantener la “adecuada
competitividad” de los costes y los precios que nos resultan asequibles a
las sociedades ricas, o aportando sus recursos naturales para el uso y
aprovechamiento por parte de las empresas y sociedades de otros países.
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