Si la producción genera desigualdad creciente, la injusticia social convierte en insostenible cualquier sociedad.
Sabemos que el actual modelo de producción, distribución y consumo es insostenible a escala planetaria. La emergencia de países con grandes poblaciones que también aspiran a dicho modelo, acelera el agotamiento de los recursos y aumenta los impactos medioambientales.
El modelo capitalista es insostenible, irreproducible e imposible a escala global. La única salida socialmente equitativa y medioambientalmente sostenible es el decrecimiento de los países enriquecidos. Mantener el consumo actual supone dejar muchísimos menos recursos para otros países y para las siguientes generaciones. Por ello, unos tendrían que decrecer para que otros, que no tienen cubiertas sus necesidades básicas, puedan crecer a niveles adecuados. El computo global supondría una reducción de la escala física de la economía para hacerla compatible con los límites biofísicos del planeta, pero garantizando el crecimiento de aquellos que nada tienen, es decir, garantizando las necesidades básicas de todos los seres humanos. Ahí residiría la verdadera sostenibilidad, puesto que está totalmente ligado a la equidad.
El decrecimiento se ha intentado plasmar en la práctica de diferentes maneras, no es una fórmula cerrada, más bien se formula desde unos ejes y se deja a la actividad individual el poder llevarlos a la práctica. De manera general, los diferentes esfuerzos para construir una economía solidaria (comercio justo, banca ética, consumo crítico, cooperativas de consumidores, agricultura agroecológica, etc.) constituyen experiencias útiles para la definición de alternativas al crecimiento. Estas iniciativas intentan situar a las personas, sus necesidades, sus relaciones y su entorno en el centro de las actividades económicas, rechazando el objetivo del crecimiento por el crecimiento y superando la valoración exclusivamente monetaria de productos y servicios, al incorporar criterios de sostenibilidad social y ecológica.
Debemos realizar una amplia revolución cultural que propugne el ecocentrismo, apostando por la perseveración de todos los recursos naturales, sin la intervención de criterios económicos. Para solventar la crisis económico-social no basta con soluciones tecnológicas y económicas, hay que articular medidas a nivel educativo y social. La solución del problema vendrá por un profundo cambio en la sociedad, el individuo y su estilo de vida, el cual debemos empezar a realizar desde abajo hasta arriba desde ya. Se trata de cambiar el paradigma de visión propugnado por la cultura liberal y abordar un nuevo concepto de visión que posibilite un modelo económico no dañino con las pocas reservas existentes, ni con las generaciones venideras.
Debemos cambiar el eje de análisis cultural y desechar el antropocentrismo devastador de nuestro hábitat y de nuestras relaciones sociales, y apostar por nuevas visiones de carácter biocéntrico que de distintas maneras desplazan al ser humano del centro de la escena y ponen en su lugar la biosfera. Esto supone un cambio de cosmovisión. Es desde esa visión biocéntrica, desde donde los seres humanos podrán reconocer su intima relación y dependencia con respecto a su medio natural. Para poder desarrollar así una forma de crecimiento autosuficiente que no ataque los ciclos biológicos y que al final se vuelva en nuestra contra.
Para la economía actual, la distribución está supeditada a la producción; para el decrecimiento, la distribución tanto económica como ecológica prima sobre la producción. Si sobrepasamos la capacidad de carga de la biosfera el proceso productivo está destinado a acabar con la vida y con el planeta. Si la producción genera desigualdad creciente, la injusticia social convierte en insostenible cualquier sociedad, el bienestar está totalmente relacionado con la cuestión política de la distribución. El decrecimiento se sustenta siempre en el reparto de los recursos (naturales, bienes y servicios, etc.) de la manera más igualitaria posible, para que todos tengamos suficiente y no cada vez más. Eso nos lleva a la valoración en los ámbitos de la producción: ¿Qué hay que producir? ¿Por qué? ¿Para qué?.
El reto del decrecimiento es aprender a producir valor y felicidad reduciendo la utilización de materia y energía. No es un concepto cerrado, sino más bien de una fórmula dinámica que deja fundamentalmente a la praxis los caminos posibles para superar todas estas contradicciones. El decrecimiento implica desprenderse de un modo de vida equivocado, incompatible con el planeta, se trata de buscar nuevas formas de socialización, de organización social y económica. Es necesario reducir el consumo para reducir el agotamiento de nuestros recursos vitales al mínimo compatible con una supervivencia razonable de la especie.
En última instancia, nuestros modelos de economía y sociedad tienen que volver a respetar la capacidad de carga de la tierra y reconocerse como lo que son: subsistemas dependientes de la biosfera. Respetar la capacidad de carga de la tierra significa vivir de los ingresos naturales. Nuestro modelo de desarrollo se sustenta en el desgaste de recursos no renovables, lo cual condena la supervivencia de la humanidad y de la biosfera. Para alcanzar la sostenibilidad ecológica, tendremos que apostar por energías renovables que, por sus limitaciones, nos llevará a una reducción drástica de nuestro consumo energético.
Las consecuencias del fin de la era del petróleo son impredecibles, conllevará una desglobalización y el fin de la economía de crecimiento y del modelo occidental. Lo que sí es evidente es que el aspecto energético es clave en las perspectivas futuras de agravación de las crisis ecológicas y sociales del planeta.
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