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¡Hágase la luz!

Lewis Mumford

Las complacientes rutinas que caracterizan a las demás especies, escapando de la larga noche del instintivo andar, a tientas para pasar mediante sus lentas adaptaciones, puramente orgánicas, y sus «mensajes», demasiado bien memorizados, a saludar el tenue amanecer de la conciencia. Esto acarreó el conocimiento cada vez mayor de la experiencia pasada, junto con nuevas expectativas de posibilidades futuras. Desde que junto a los antiquísimos huesos del Hombre de Pekín se halló la prueba del fuego, quizá los primeros pasos del hombre para emerger de su animalidad se debieron en parte a su valentía frente al fuego, hecho que no se da en ninguno de los demás animales, pues todos lo eluden cautelosamente o huyen ante él.


Este «jugar con fuego» fue un punto de inflexión a la vez técnico y humano, ya que el fuego tiene tres caras: luz, energía y calor. La luz le permitió sobreponerse artificialmente a la oscuridad: gran ventaja en un entorno pletórico de peligros nocturnos; la energía del fuego le permitió cambiar la faz de la naturaleza por primera vez en forma decisiva, quemando el bosque que le estorbaba; y el calor le permitió mantener la temperatura interna de su cuerpo y transformar la carne animal y las féculas en comida fácilmente digestible.


¡Hágase la luz!: con estas palabras comienza realmente la historia del hombre. Toda existencia orgánica, incluso la del hombre, depende del sol y fluctúa con las llamaradas y manchas solares, así como con las relaciones cíclicas de la tierra y el sol y todos los cambios de luz y calor que acompañan a las respectivas estaciones. Sin su oportuno manejo del fuego, difícilmente habría podido sobrevivir el hombre a las terribles vicisitudes de la Edad de Hielo; quizá su capacidad de pensar dependió, en tan arduas condiciones (como ocurrió con las primeras iluminaciones filosóficas de Descartes), de poder quedarse quieto y tranquilo durante largos ratos en un entorno templado y protegido. La cueva fue el primer claustro del hombre.


Pero no debemos buscar la ancestral fuente de la energía humana en la luz de la madera ardiente, pues la iluminación que lo identifica definitivamente salió de dentro del hombre. La hormiga era un trabajador más industrioso que el hombre primitivo y tenía una organización social más articulada; pero ninguna otra criatura tuvo la capacidad que tiene el hombre para crear, a su propia imagen, un mundo simbólico que refleja oscuramente, a la vez que trasciende, su propio entorno. Comenzando por el conocimiento de sí mismo, el hombre inició el largo proceso de ampliar los límites del universo y dar al mudo espectáculo cósmico el atributo que le faltaba: un conocimiento de hacia dónde ha estado marchando durante miles de millones de años.


La luz de la conciencia humana es, hasta ahora, la máxima maravilla de la vida, así como la principal justificación para todos los sufrimientos y calamidades que han acompañado al desarrollo humano. El significado de la historia humana se manifiesta en ese saber cuidar el fuego, en ese reconstruir el mundo, en la intensificación de esa luz y en la ampliación de la asociación simbiótica y perspicaz del hombre con todos los seres de la creación.


Extraído de: Lewis Mumford. El mito de la máquina Técnica y evolución humana. 1967


3 comentarios:

  1. El hombre con el manejo de la herramienta ha conseguigo "dominar" el medio, hasta el punto de olvidarse de sus propios orígenes. Ahora corre el riesgo de ser dominado por la herramienta (tecnología). "Eres una máquina" se ha convertido en un elogio ¿¡!?. Tal vez necesitemos más tiempo para meditar con perspectiva.

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  2. Ves? Antes de publicar este comentario he tenido que demostrar que no era una máquina. Lo dicho, un saludo desde el cibercacharro a través del ciberespacio.
    (otra vez tengo que pasar la prueba)

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  3. Hola Alcaudoncillo:

    Más allá incluso, No sólo demostrar que no eres una máquina, sino que has tenido que demostrar que eres una persona; pero ¡ante una máquina!.

    salud y alegría

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