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Reflexión sobre el lujo y la necesidad

Alba - Una vida simple



Cantaban Los Ronaldos aquello de “no puedo vivir sin ti… no hay manera”… Hay pocas cosas a las que yo les dedique esta canción pero una de ellas es el smartphone. Es gracioso y a la vez asusta un poco, porque hace solamente un año yo renegaba del uso del móvil y proclamaba frases épicas pronosticando un futuro a lo Black Mirror en el que nos comunicaríamos sólo enviando flamencas del whatsapp y la interacción humana se detendría drásticamente provocando la extinción de la especie.

No es que ahora esté enganchada al aparato, pero me he sorprendido varias veces echándolo en falta e incluso me sobreviene una sensación de inseguridad cuando no lo llevo encima: si ahora mismo me pierdo en esta ciudad tan grande / necesito compartir un chiste extremadamente gracioso / me ataca un hipopótamo asesino que ha escapado del zoo ¿cómo podré comunicarme con el mundo?

Esta anécdota, aparte de demostrarnos que nunca se puede escupir para arriba, me parece muy ilustrativa porque yo antes no necesitaba un smartphone. Y vivía una vida muy parecida a la que vivo ahora. Quedaba por internet, enviaba un mensaje de texto, llamaba con antelación y punto. Pero es que hace sólo 10 añitos ninguno de nosotros necesitaba un smartphone.

El caso es que en realidad el smartphone aquí no es el quid de la cuestión sino sólo un ejemplo de la relación entre lujo y necesidad para ilustrar una idea que no me puedo quitar de la cabeza. Yuval Noah Harari la describe a las mil maravillas en su libro “De animales a dioses” cuando explica el proceso de adaptación de la vida nómada a las primeras sociedades agrícolas. El autor expone que las personas que antes sólo necesitaban de comida y un refugio para descansar eran seducidas por la idea de una vida mejor, más estable y con alimento seguro. Sin embargo, al establecerse en un lugar fijo se encontraban con la obligación del trabajo, la dependencia del tiempo para las cosechas y las enfermedades multiplicadas por la cantidad creciente de individuos:

Una de las pocas leyes rigurosas de la historia es que los lujos tienden a convertirse en necesidades y generar nuevas obligaciones. Una vez que la gente se acostumbra a un nuevo lujo, lo da por sentado. Después empiezan a contar con él. Finalmente llegan a un punto en el que no pueden vivir sin él (…) En la actualidad nos ocurre a nosotros. ¿Cuántos jóvenes graduados universitarios han accedido a puestos de trabajo exigentes en empresas potentes, y se han comprometido solemnemente a trabajar duro para ganar dinero que les permita retirarse y dedicarse a sus intereses reales cuando lleguen a los treinta y cinco años? Pero cuando llegan a esa edad, tienen hipotecas elevadas, hijos que van a la escuela, casa en las urbanizaciones, dos coches como mínimo por familia y la sensación de que la vida no vale la pena vivirla sin vino realmente bueno y unas vacaciones caras en el extranjero. ¿Qué se supone que tienen que hacer, volver a excavar raíces? No, redoblan sus esfuerzos y siguen trabajando como esclavos.

Esta reflexión me hace pensar si no estaremos dedicando demasiado esfuerzo de nuestra corta vida a esclavizarnos poco a poco a través del consumo. Si cada vez que firmamos un nuevo contrato con una empresa de telefonía móvil o nos compramos un nuevo modelo de cualquier producto no estamos ajustándonos un poquito más la soga de la dependencia económica al cuello. Si no deberíamos evitar que los lujos se conviertan en necesidades y disfrutar así de nuestra libertad y de las experiencias humildes que podrían hacernos felices

Así que me gustaría que cuando nos encontremos frente a un escaparate pensando si no sería genial tener un ordenador mejor o comprarnos esa crema milagrosa nos preguntemos ¿Quiero ser esclavo de este lujo o prefiero tener la libertad de no necesitarlo?

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