Josep Cabayol y Siscu Baiges
El 2017 ha sido el segundo año más cálido desde 1950; el cuarto en Catalunya, todos
ellos posteriores al 2010. La razón principal es el consumo de
combustibles fósiles que sustentan el sistema económico. La combustión
causa los gases del efecto invernadero (GEI) –dióxido de carbono [CO2], óxido nitroso [N2O], metano [CH4]– que, al permanecer en la atmósfera, originan el cambio climático y perjudican el acceso de los humanos a elementos básicos para la existencia: aire, agua, alimentos, medio ambiente, biodiversidad, energía, trabajo, equidad, salud…
Para evitar y mitigar el cambio climático deben disminuir las emisiones de los gases del
efecto invernadero y descarbonizar la economía reduciendo el uso de
carbón, gas, y petróleo. Y hacerlo de forma gradual pero rápidamente y
tendiendo a la totalidad.
Malas noticias
Petróleo. El pasado mes de noviembre, los países
productores –agrupados en la OPEP– ampliaban la reducción de la
extracción de petróleo a todo el 2018. El propósito, sin embargo, no es
disminuir el consumo, sino subir los precios para estimular las
inversiones. Contrariamente, los acuerdos de París dictan
que para no aumentar más de 2ºC la temperatura media global, dos
terceras partes de las reservas probadas de petróleo se deben dejar bajo
tierra. Si tan notable cantidad de petróleo no se debe utilizar, ¿por
qué se necesitan más inversiones? O los acuerdos de París no van a
ninguna parte o el petróleo es tan caro que resulta antieconómico. O las
dos cosas.
Carbón. En la Conferencia sobre cambio climático de Bonn, se
constituyó una alianza para dejar de producir electricidad con carbón
antes del 2030. Paradójicamente, los principales consumidores y
productores –China, Estados Unidos, India, Australia, Polonia, Alemania y
Rusia– no entraron en esta alianza. Tampoco España. Se reservan el
carbón por si el precio del petróleo se dispara o queda fuera de
control. Una vez más, la lucha contra el cambio climático queda
supeditada al crecimiento permanente –ineludible para el capitalismo–,
que necesita energía barata. Pero, ¿lo es?
Crecimiento antieconómico
Heman Daly, economista ecológico, define el
crecimiento como antieconómico cuando los costes ambientales y sociales
son superiores a los beneficios derivados de la producción. Forman parte
de estos gastos –«enfermedades sociales y ambientales», les denomina
Daly–, la contaminación atmosférica, los gases del efecto invernadero
que causan el cambio climático (el aumento de la temperatura del aire,
del mar y de su nivel), los desechos nucleares, la pérdida de biodiversidad, el
agotamiento de recursos energéticos y materiales, la erosión y el
empobrecimiento del suelo, la sequía, la falta de agua, los residuos,
los plásticos que contaminan el planeta, la ausencia de trabajo, la
precariedad, el trabajo forzado y el peligroso, las matanzas, las
migraciones y el tráfico de personas, la discriminación de género, la
falta de equidad, la deuda creciente y no pagable, las finanzas
especulativas. La economía oficial no introduce ninguno de estos costes
en la ecuación de los beneficios de la producción. Si los añadimos, el
resultado es negativo y el crecimiento, antieconómico. Entonces ya no
nos hace más ricos, sino que nos hace más pobres.
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