Reproducimos una entrevista de 1999 con el genial
intelectual europeo André Gorz. Su vigencia interpela al presente
irresuelto. (N. del Editor)
El pensador francés expone los ejes de su nuevo libro, Miserias del presente, riqueza de lo posible, el rol del conocimiento en la economía y el fin del trabajo asalariado como base de la identidad social.
El escritor André Gorz, especialista en la problemática del trabajo y
teórico en ecología política, no vive en París desde hace quince años.
Para entrevistarlo, primero hay que encontrar en el mapa el pueblito que
eligió para retirarse. Una hora y media de autopista y después una hora
de rutas cada vez más angostas. Tenemos una dirección pero las calles
del pueblo no tienen nombre. En el frío penetrante de diciembre, dos
ancianos charlan frente al portón de una quinta grande. Nos detenemos
para preguntarles:
– ¿Dónde queda la casa del señor Gorz?
-Mire, es imposible conocer a todo el mundo!, nos contestan.
Más adelante, una señora muy sonriente nos responde:
-Ah, ¿ustedes son los periodistas de París? Les mostraré dónde es!
Nos conduce unos metros más lejos, en dirección al campo, hasta una
casa sólida de ladrillos rojos. André Gorz y su mujer, Dorine, nos
reciben en la biblioteca de la planta baja, una habitación amueblada en
forma espartana : dos sillones sin estilo, una mesa redonda y cuatro
sillas rectas, un televisor. Libros, diarios, revistas. En la pared, no
hay cuadros, no hay colores. Sólo una foto en blanco y negro de un
paisaje mediterráneo.
Gorz nació en Viena, tiene 75 años y es muy flaco, casi seco. Sus gestos son precisos, pero su voz es sorda, como gastada.
-¿Hasta qué edad vivió en Austria?
-Viví en Viena hasta 1939. Tenía quince años y mi madre me puso en un
internado en Suiza. Allí pasé la época de la guerra. Después estudié
ingeniería química, profesión que nunca ejercí. Paralelamente, estudiaba
psicología y filosofía. Hice algunos cursos de filosofía en la
universidad durante un semestre. Me pareció tan grotesco que me burlaba
públicamente de los profesores. Nunca volví.
-Siendo germano-hablante, eligió vivir en una ciudad de lengua francesa, Lausana. ¿Por qué?
-En la escuela secundaria había decidido romper con todo lo que era
germano. Fui despojado de lo que habría podido ser mi país. Mi padre,
que era judío, fue expropiado. Lo echaron de su departamento. Como ya
era muy anciano, no lo deportaron. Mi madre era antisemita, como toda su
familia. Yo había nacido bastardo, en una condición en que no era ni
alemán, ni austríaco, ni católico, ni judío, aunque había sido
bautizado. Por lo tanto, me pareció que tenía la posibilidad de estar al
margen de cualquier identidad y ser libre de elegir la que pudiera
convenirme. Después de la derrota de Francia en 1940, decidí ser
francés, pertenecer al pueblo vencido por lo que consideraba la barbarie
germana. Como vencido, podía identificarme con los vencidos. Desde
entonces, no practiqué el alemán por 44 años.
-¿Qué lo impulsó a reconciliarse con él?
-En 1984, la escuela de sindicatos alemanes me envió un micro con sus
estudiantes a raíz de un libro que yo había publicado en 1980 y que
había sido muy debatido y hasta pirateado, Adiós al proletariado.
En Francia, a causa del mismo libro, el secretario general del
sindicato CFDT (Confederación Francesa Democrática del Trabajo), donde
yo había sido uno de los intelectuales orgánicos, me dedicó un largo
artículo en la primera plana de Le Monde para
romper conmigo. Fue la respuesta francesa. La respuesta alemana fue
enviarme estudiantes para debatir conmigo. Me pareció muy interesante,
fantástico. Fue así como reanudé contactos con Alemania.
-¿Qué tenía de virulento el libro?
-Anticipó en gran medida lo que ha pasado hasta el momento. Marcaba
una ruptura con la religión marxista del proletariado, que era el fondo
mismo del maoísmo y el stalinismo. El maoísmo francés tenía un fondo
profundamente cristiano : deificaba al proletariado como redentor de la
humanidad. Se suponía que los proletarios no tenían nada, ni siquiera
patria, que eran excluidos de la sociedad y por lo tanto los únicos
capaces de asumir su redención, moral y política. Al mostrar que ese
pensamiento, esa religión, no tenía consistencia, yo había llegado a
conclusiones en las que decía que, dada la forma en que se desarrolla el
capitalismo, el estrato que podía alimentar un movimiento de superación
de esta sociedad era la no-clase de los neo-proletarios
posindustriales. Ese neo-proletariado posindustrial lo tenemos ahora. Y a
él apuestan las personas con las que discuto en mi último libro
Miserias del Presente. Riqueza de lo Posible.
-Volvamos a Suiza en 1945. Termina la guerra. ¿Qué hace?
-Trabajitos, doy clases de inglés. En Lausana, conozco a una chica
inglesa, Dorine, que se convierte en mi mujer en 1949. En 1941 descubro a
Jean-Paul Sartre. Fue en Italia, en Génova, adonde había ido a ver a mi
madre. En la vidriera de una librería descubrí obras en francés de
Sartre. Eran “La náusea” y “El muro”. De él no conocía más que obras de
filosofía. Ver obras de ficción de un filósofo, me pareció interesante.
Las compré, las leí, las releí, me parecieron fantásticas. Era
exactamente lo que yo podía sentir, lo que podía gustarme, lo que podía
seducirme intelectualmente. En 1943, apareció “El ser y la nada”. Ensayo
de ontología fenomenológica. Siempre me había interesado la
fenomenología. La estudié durante tres meses. La asimilé totalmente.
Fui, creo, el primer sartreano convencido e incondicional. Cuando en
1946 Sartre vino a Lausana, lo conocí. Volví a verlo en Ginebra donde
estaba con Simone de Beauvoir. Para mí, poder ir a París era poder ir
adonde estaba Sartre. Me encontré con él en París y terminé lo que en
ese entonces era la continuación de “El ser y la nada”, la continuación
que él mismo nunca había escrito. Yo era un absoluto desconocido, mi
libro tenía 600 o 700 páginas. Esperaba que él me ayudara a publicarlo.
Apareció recién veinte años más tarde con el título Fundamentos para una
moral. Mientras tanto, me lancé a hacer otra cosa, la aplicación del
método que había elaborado : un método de auto-análisis, de conversión,
de transformación de uno mismo que me había aplicado a mí mismo y que
publiqué con el título « El traidor », para el cual me hizo un prefacio
de 40 páginas. Eso fue en 1958. Esa es otra razón de esta identificación
con Francia: fue para identificarme con el autor francés que en ese
momento era más odiado.
-¿Por qué se unió al movimiento sindical en Francia?
-Naturalmente, yo era revolucionario. Estaba en contra de esa
sociedad de mierda que me rodeaba, contra la represión, contra una
burguesía francesa que sigue siendo algo espantoso ; históricamente, la
burguesía francesa siempre fue de las más feas, o sea, convencida de que
el país le pertenece por derecho y que quien quiera despojarla de su
poder total sobre la economía, la sociedad, la cultura francesa, es un
enemigo que hay que destruir. Después de 1958 escribí libros que tenían
una orientación política. El primero fue « Historia y enajenación », que
era una explicación muy crítica hacia el marxismo. El segundo
« Estrategia obrera y neocapitalismo » fue una obra de referencia en el
movimiento sindical europeo. El primero, Historia y enajenación, que
contenía elementos de una teoría de la alienación, fue traducido en
México en 1959 y se sigue enseñando en la Facultad de Sociología y
Economía de la Universidad de México.
-Uno de los temas recurrentes en sus obras, es la desaparición de la noción de trabajo como valor. Usted dice que eso es bueno.
-Potencialmente.
-Para los que buscan trabajo, resulta difícil comprender
esa desaparición. ¿Cómo se les explica que el trabajo no es tan
importante?
-No es la manera acertada de abordar la cuestión. Lo que está en vías
de desaparición es el trabajo asalariado a nivel de tiempo completo y
garantía de larga duración. Eso es un hecho. Ya hemos avanzado mucho en
esa abolición del trabajo-empleo. No digo del trabajo en sentido
filosófico, en el sentido de transformación del medio ambiente, de
realización de uno mismo, de producción de cosas con la mano y la
cabeza. Eso existirá siempre.
-¿Nos convertiremos todos en trabajadores temporarios?
-El trabajo asalariado está en vías de desaparición como base
principal para construir la propia vida, una identidad social, un futuro
personal. Pero tomar conciencia de este hecho tiene un alcance
esencialmente subversivo, pues mientras a la gente se le diga : su
trabajo es la base de la vida, es el fundamento de la sociedad, es el
principio de la cohesión social, no hay más sociedad posible que ésa,
con lo cual la gente se vuelve psicológica, política y socialmente
dependiente del empleo. Por lo tanto, se fuerza a los individuos a
tratar de conseguir a toda costa uno de esos empleos cada vez menos
frecuentes. Y cuanto más lo hacen, mayor poder ganan los empleadores
sobre ellos. El discurso sobre el carácter central del trabajo, sobre la
perpetuidad de la sociedad laboral, de la sociedad salarial, tiene una
función de estrategia de poder de parte de la burguesía, del capital y
de los empleadores.
-Usted afirma que la disminución constante, en términos
reales, de los ingresos del trabajo para los empleados convive con el
acaparamiento de las riquezas derivadas del trabajo por parte de un 1%
de la población.
-Es lo que ocurre en los Estados Unidos. En los últimos quince o
veinte años, los frutos del crecimiento fueron aprovechados en un 99%
por un 1% de la población estadounidense. Habría que pensar cómo
nosotros, la población, los trabajadores virtualmente desocupados o
precarios, podemos apoderarnos del proceso y volverlo a nuestro favor en
vez de dejar que se desarrolle a favor del crecimiento fantástico de la
potencia del capital sobre la vida de todos. Esa es la cuestión. La
naturaleza del trabajo cambió totalmente al mismo tiempo que las
relaciones de producción en la sociedad. La naturaleza del capital
cambió profundamente. Todos, incluidos los empleadores, coinciden en que
dentro del proceso de producción, el factor más importante es el saber.
Hasta tal punto que una bibliografía empresarial explica que el capital
fijo determinante para la productividad empresarial es el capital
humano.
-Sólo que, como usted señala, ese saber evoluciona tan rápido que se devalúa en un santiamén.
-Espere, espere. Ese capital saber no tiene propiedad privada
posible. Decir que el capital fijo es principalmente el capital humano,
el capital saber, significa decir que los verdaderos dueños de la
riqueza de la empresa son los que tienen el saber, pero no el capital
materia, el capital maquinaria. Según la lógica de la evolución actual,
de la revolución de la información, hay una desmaterialización cada vez
más rápida del capital. También se da, forzosamente, por parte de los
dueños del capital material, los que hasta ahora se denominaban
capitalistas, un intento de captar para ellos ese capital saber que no
es susceptible de apropiación privada.
-¿Cómo?
-La mejor manera de captarlo, es recortarlo en franjas y mantener a
los que actualmente tienen una parte de ese capital- saber en una
dependencia, recortando ese saber en rodajas e impidiéndoles renovarlo
tan rápido como para que se vuelva obsoleto. Normalmente, si miramos la
economía de la información, la economía inmaterial desde el punto de
vista de su totalidad, la prioridad debería ser permitir que todos
adquieran el máximo de capacidades intelectuales, idiomáticas,
comunicativas, de relación ; poner a todos en condiciones de renovar y
asimilar permanentemente aspectos cada vez más amplios, cada vez más
cambiantes del saber que se desarrolla. Es el discurso de macroeconomía
de los que desarrollan softwares para molestar a Microsoft. Pero en la
práctica es distinto. Lo que se dice es : el trabajo inmaterial, por
inmaterial que sea, debe quedar bajo la dependencia, bajo el control de
los propietarios de la maquinaria productiva para que el sistema pueda
seguir funcionando como lo ha hecho hasta ahora. Ese es el desafío
cultural central de la sociedad actual.
-¿El ingreso debe ser en función del trabajo aportado o en función de la riqueza producida por la totalidad del trabajo?
-Habría que ponerse de acuerdo en cuanto al sentido de la palabra
trabajo. Ya no hay ninguna correlación entre una cantidad mensurable de
trabajo y un volumen de riqueza producido. Sobre todo porque las
principales riquezas son riquezas de saber y conocimiento. Usted puede
intercambiar y producir todo el conocimiento que quiera, no le cuesta
nada.
-Pero eso que es válido en el mundo posindustrial, ¿es válido también en los países en vías de desarrollo?
-No, hay mucho para hacer, pero toda la riqueza y todos los medios de
producción, las herramientas de trabajo, son captados por una
oligarquía. Ese es el problema. Lo vemos en la Argentina y México. La
industrialización, que creaba empleo tomando a los de la tierra y
llevándolos hacia las industrias de la ciudad ya no existe. Las fábricas
que los estadounidenses implantaron en México, la Argentina y Brasil
son más automatizadas e informatizadas que las de los EE.UU.
-¿Por qué?
-Porque en los Estados Unidos todavía hay sindicatos y una mano de
obra calificada que puede mantener normas de calidad sin esclavizarse a
máquinas automáticas. Ocurre menos en América latina donde esa mano de
obra calificada todavía no existe. Como los estodounidenses no tienen
ningún deseo de formarla porque podría sindicarse, toman mano de obra no
calificada y le suman máquinas más programadas para tener la misma
calidad.
-Entonces, ¿qué les dice usted a los indígenas, por ejemplo? ¿No vayan a la ciudad?
-Lo que hay que decirles ya lo saben perfectamente: el futuro no
pertenece a la industria del pasado sino al desarrollo de la economía
popular. Gente que recicla material mecánico e informático descartado y
es capaz de fabricar máquinas-herramienta, máquinas con programas
informáticos, con viejo material recuperado. Lo esencial de la economía,
en América latina y en Africa, no es la economía visible sino la que se
basa en la autoproducción y el intercambio. Esa autoproducción, es la
que tiene más futuro.
-Se le podría objetar que para que eso funcione hay que
partir de la base de que la gente tiene la formación necesaria para
poder hacerse cargo de sí misma.
-Tiene muchísimos ejemplos en los informes de la PNUD, el programa de
Naciones Unidas para el desarrollo. Cooperativas informales de
autoproducción, en China, Japón, y sobre todo en los estados más pobres
de India. Allí, se basan en la asociación cooperativa de habitantes de
pueblos, contra el terrateniente y el usurero. La misma gente construye
para sí misma: cañerías de agua, trabajos sanitarios, digestor de
desechos para hacer metano. El futuro de esas cooperativas es brillante,
sobre todo porque la informatización permite conseguir a bajo precio
talleres flexibles, máquinas-herramienta programables, que fabrican lo
que usted les pide que fabriquen, sin demasiados esfuerzos humanos.
Simplemente con materia gris. Es la idea que desarrolla Frithjof
Bergamnn bajo el nombre de “High-tech self-providing”, autoproducción
con apoyo en las tecnologías avanzadas. Según él, se puede cubrir 70 u
80% de las necesidades de una población local con dos días de trabajo
por semana, gracias al material disponible actualmente. El material que
estará disponible en diez años tendrá un rendimiento aún mejor.
-¿Cómo se concilian la economía basada en grupos y la superestructura de un Estado?
-Es el problema esencial de la democracia, un arbitraje entre las
autonomías de base y un poder heterónomo, el poder con reglas propias,
que son reglas del conjunto, que no son las de determinadas personas en
particular. Por eso el Estado es universal y al mismo tiempo es
abstracto. No podemos prescindir de él. La política es la perpetua
dialéctica conflictiva entre la aspiración de la base a la autonomía y
la aspiración de la cúpula a la universalidad.
-Entonces, esa riqueza de lo posible, ¿es algo inmediato?
-No. Hay cosas que son posibles de inmediato. Sobre todo lo que yo
llamo el éxodo, o sea, ser conscientes del hecho de que empieza a ser
posible una sociedad al lado, por debajo, por encima de la que deja de
existir. No es que deje de existir, pero ya nadie encuentra el camino en
ella. Ya nadie tiene su lugar. Para tener un lugar, hoy, hay que
ubicarse afuera.
(Tomado de diario Clarín / 1999 – Entrevista de Michel Zlotowski)
Entrevista Andre Gorz
octubre 09, 2016
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