¿Para qué? ¿para qué tanto esfuerzo de madres y padres, tantos niños y niñas tan solos, tanto sufrimiento en tantas familias? Es la pregunta que me he hecho a menudo cuando en mi consulta de psiquiatría infantil atiendo a gente que sufre lo inimaginable por la imposibilidad de conciliar trabajo y maternidad, paternidad o cuidados. A menudo mis pacientes han sido niños y niñas de familias de clase media o alta, que viven en urbanizaciones lujosas y que no carecen de nada en lo económico o material…Pero sufren las secuelas de haber sido separados de sus madres de forma temprana, de haber pasado muy poco tiempo con sus padres, de haberse vinculado con sucesivas cuidadoras que en ocasiones han desaparecido de sus vidas de forma abrupta, o que han estado “escolarizados” desde los pocos meses de vida. Bebés que son sacados dormidos de casa para ir a casa de los abuelos que luego les llevan a la guardería y que apenas ven a sus padres un par de horas al día, por ejemplo.
Cuando acompaño el sufrimiento de esas familias a menudo siento la necesidad de hacerles esta pregunta: ¿para qué trabajáis tanto? ¿para qué necesitáis tanto dinero? Los pequeños no necesitan casas más grandes ni coches más lujosos ni vacaciones en Disneyworld ni aprender chino o inglés en la primera infancia. Sus necesidades son bastante simples: amor, presencia de personas sensibles con las que vincularse de forma estable, tiempo para jugar libremente, entornos naturales en los que crecer y disfrutar. Algunas prácticas sencillas y gratuitas como la lactancia o el juego libre al aire libre son lo que más eficazmente ha demostrado promover el desarrollo de la inteligencia y habilidades sociales, sin ir más lejos.
El modelo de trabajo y de consumo en que el que estamos inmersos la mayoría es además un modelo insostenible para este planeta, que va a favorecer que nuestros hijos y sus descendientes probablemente se enfrenten a catástrofes ecológicas inimaginables. O que en cualquier caso les sea difícil vivir en entornos saludables, no contaminados ni destrozados.
Entonces, ¿realmente tiene algún sentido trabajar tanto para conseguir más dinero para mantener este ritmo de consumo que destruye la vida y pone en peligro la salud de las futuras generaciones? Creo que el debate sobre la conciliación laboral y familiar debe necesariamente incluir la perspectiva o la mirada de otros modelos como el decrecimiento o el ecologismo.
Eso pasa por la reflexión individual, el preguntarse cada madre o padre ¿para qué trabajo tanto o para qué quiero ganar dinero? ¿Realmente me compensa pasar tanto tiempo lejos de mis hijos o hijas? ¿Realmente necesitamos estos ingresos? ¿Es esto lo que nos va a hacer más felices a todos? Para de ahí pasar a la reflexión familiar y comunitaria, creando espacios de encuentro como ya está sucediendo en muchos grupos de crianza, que abogan por compartir recursos y vida familiar, por disminuir ingresos y consumo y gasto en viajes o coches o ropa para tener más tiempo con los hijos e hijas, más salud y en última instancia un mundo más justo y saludable para todos.
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