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Sobre la liberación

¡Oh, humanidad!, ¡Humanidad! ¿Y es posible que durante sesenta siglos hayas vivido en tanta abyección? Te llamas santa y sagrada y no eres más que la constante y gratuita prostituta de tus lacayos, de tus curas y de tus soldados. ¡Tú lo conoces, y sin embargo, lo sufres! Estar gobernado equivale a estar con guardias de vista, a vivir inspeccionada, espiada, dirigida, legislada, reglamentada, hollada, adoctrinada, sermoneada, violentada, estimada, apreciada, censurada, y mandada por hombres que para ello carecen de títulos, de ciencia y de virtudes… Estar gobernado equivale a estar registrada, tarifada, timbrada, medida, cotizada, licenciada, privilegiada, enmendada, amonestada, violada, impedida, reformada, dirigida y corregida en cada operación, en cada transacción, en cada movimiento que emprendas.”


Idea general de la revolución en el siglo XIX. Proudhon. 1851. 


“3°- Declaramos que la sociedad socialista que preconizamos, tendrá que ser autogestionaria. Las Nacionalizaciones y la Planificación no suponen necesariamente el socialismo. Queremos construir un modelo de sociedad que nos sea propio, en el que socialismo y libertad sean conceptos coadyuvantes y no contradictorios; en el que todos los hombres sean dueños de su trabajo y su conciencia; en el que el poder de decisión y los beneficios sociales pertenezcan, solidariamente a la comunidad y no a minorías dominantes, cualquiera que sea su signo. Para evitar la degeneración burocrática se exige levantar una democracia socialista, democracia en los Partidos y Sindicatos, en todos los órganos de poder y decisión que han de ser elegibles y revocables. Se exige la más amplia libertad de creación y crítica. En resumidas cuentas, el control y la autogestión de los trabajadores en todos los terrenos.”

Declaración de principios de la Resolución política del XXVII Congreso del PSOE. 1976.


Hace más de 500 años en el “Discurso sobre la servidumbre voluntaria o Contra uno” Etienne de la Boetié  plantea la cuestión de la legitimidad de cualquier autoridad sobre un pueblo y analiza las razones de la sumisión; concibe la servidumbre voluntaria, esto es la relación dominación/servidumbre, como un oxímoron político que designa los muchos casos en los que las personas, en apariencia libres, aprenden a amar sus cadenas y se olvidan de la libertad.


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Hablaremos de poder como una propiedad de las relaciones existentes entre grupos sociales e instituciones que se desarrolla mediante el control que ejerce un grupo sobre las acciones (conductas) y las mentes de los miembros del grupo, sobre la voluntad y la acción de los otros. Este control limita la libertad de acción de los otros o influye en sus conocimientos, actitudes o ideologías.

El poder puede ser distribuido en diferentes grupos de acción (política, médicos, ley, educación, comercio, salud…), mediante un ejercicio legal aunque moralmente ilegitimo del control sobre los demás buscando el propio beneficio.

El poder permite un acceso privilegiado a los recursos, materiales, simbólicos o físicos (violencia) de una forma organizada e institucionalizada para un control más efectivo, y autorizar determinadas formas de rutina de la reproducción del poder para su naturalización.


Dimensiones del poder

El poder tiene dos dimensiones desde el punto de vista de la forma de ejercerlo:

  • Dimensión cognitiva del control.
  • Dimensión de la fuerza

La dimensión cognitiva se despliega mediante el control de las aspiraciones, deseos, planes o creencias compartidas de los oprimidos. El poder opera a través de la mente de las personas a través de la persuasión, la manipulación, la sanción, etc. legitimando mediante atributos o posesiones valorados que están distribuidos de manera no equitativa favoreciendo a las clases privilegiadas, estas pueden ser la riqueza, la posición, el estatus o la autoridad.

El ejercicio y mantenimiento del poder se da en un ‘marco ideológico’ mediante cogniciones socialmente compartidas recurriendo a los deseos básicos de las personas como el bienestar, la necesidad de reconocimiento y vínculos sociales y la afirmación de la propia personalidad; provocando un salto cualitativo hacia unas pretensiones ‘pecaminosas’ como el deseo de poder, el ejercicio de mecanismo de dominación y legitimación de estas apetencias.

La dimensión de la fuerza se ejerce directamente mediante compulsión hacia las personas.


Estructuras de poder

Las personas estamos insertas en un mundo de mediaciones e instituciones (familia profesión, ciudad, economía, Estado, cultura, religión…); la comunidad humana es algo más que la suma de personas, existen las ‘estructuras de convivencia’; la humanidad está inscrita en diferentes órdenes (sexual, social, lingüístico, religioso, moral, económico, arquitectónico, laboral, científico, político, jurídico, militar…).
Cuando estas estructuras responden a la voluntad de un esfuerzo organizado para favorecer o defender a un grupo, con unos determinados intereses, en detrimento de otros, y para ello se basan en la explotación y en la injusticia; cuando ‘cristalizan’ los egoísmos individuales en estructuras permanentes y dejan sentir su capacidad de poder y opresión; estaríamos hablando entonces de ‘estructuras opresoras’ o ‘estructuras de dominación’.

En nuestra sociedad existen de una manera latente una serie de relaciones e interacciones que denominaremos estructuras de pecado y que provocan dolor a quienes las padecen y beneficio a una minoría dominante que se aprovecha egoístamente de este tipo de estructuras que aparentan naturalidad.

Las estructuras de poder impiden desplegar en toda su amplitud las facultades de las personas y los pueblos; convirtiendo las diferencias en desigualdades, existiendo multiplicidad de formas de opresión; estas estructuras provocan:

  • Explotación e injusticia
  • Marginación
  • Carencia de poder
  • Violencia
  • Dolor
  • Desarraigo social como incapacidad de dar sentido a la existencia por la desintegración de las instituciones que la sostienen
  • Pérdida de la propia cultura

Tipos de estructuras

Existen diversas estructuras de dominación en función del tipo de sociedad. La estructura nos indica el tipo de desigualdad existente. Algunas de estas estructuras son:
  • Heteropatriarcal: Basada en la superioridad de los varones sobre las mujeres y presentando como pecaminosas las relaciones sexuales entre las personas del mismo sexo.
  • Clasista: Orden por el cual las clases más pudientes, disfrutan de un mayor rango social que las clases populares, utilizando la propiedad como símbolo de poder.
  • Racista: Presenta la raza como un valor al que deben de subordinarse el resto de las etnias o razas con las que convive.
  • Colonialista: Se expone la historia universal como una forma de progreso, que presenta como punto culminante la victoria de Occidente, sirve como coartada para la rapiña de recursos sobre los pueblos colonizados.
  • Urbana: Se exhibe lo urbano como lo civilizado en detrimento de lo rural.
  • Científica:Se denuncian otro tipo de sabidurías como inferiores o incluso peligrosas.
  • Edadista: Lo joven como estado vital superior, la velocidad como un estado óptimo, la vejez como enfermedad y falta de vitalidad, la muerte se esconde, sólo aflora como espectáculo.
  • Adultista: Los niños como objeto de adiestramiento y domesticación, exhibidos como adultos en pequeño sin respetar la infancia.
  • Etnocentrista: Una actitud que consiste en considerar al grupo o cultura propia como superior, y es despreciativo respecto a otro tipo de sociedades.

Estas estructuras se inscriben dentro del sentido que una sociedad se presenta a las personas que la forman, son coherentes con la forma de vivir, estos se articulan entre sí, no pudiendo tratarse como variables independientes, sino que la opresión de cada relación está inscrita en las otras –es constituida por y es constitutiva de las otras-.

Las ‘estructuras de dominación’ configuran el comportamiento de las personas en función de la posición que ocupan en la jerarquía social. Se selecciona de esta manera a mujeres y a hombres para ser funcionales a las clases dominantes.


La cuestión de la liberación y el decrecimiento.

Una vez definido nuestro ‘problema’, como la formación de Estructuras de Dominación; Uno se siente tentado de emparentar la noción de ‘liberación’ con la búsqueda de una arcadia antigua, una vuelta al paraíso o una utopía futura.

Allí donde las personas viven en comunidad no están de una manera contigua, unos junto a otros sino que están insertos en un mundo de ‘mediaciones’ y de instituciones. Por ello la comunidad humana es algo más que la suma de individuos.

Pero, por esta misma razón, esa comunidad y sus estructuras de convivencia pueden con más facilidad crear una serie de situaciones que hagan necesarias (y por eso aparentemente razonables) aquellas conductas que favorecen las codicias individuales, aunque hieran la vida y la dignidad de otros muchos.  Por ellos cada persona individualmente dentro de la comunidad funciona como ‘víctima y verdugo’ de estas estructuras de dominación.

La dominación es gradual y puede topar con resistencia o contrapoder de los grupos dominados; siempre está presente la variable de la liberación.

El sentido último del cambio social es terminar con las estructuras opresivas mediante un proceso de deconstrucción de las subordinaciones.

Desde una visión decrecentista pondremos en valor dos enseñanzas para luchar contra las estructuras abusivas:

  • La autogestión colectiva y la democracia participativa
  • El valor de la persona y el valor de la vida

Autogestión colectiva y democracia participativa. Salir de la adicción jerárquica

Un modelo de dominio se basa en los mitos y en la retórica de la independencia, la superioridad y el control. La burocratización creciente de las sociedades y de sus servicios principales (administración, salud, educación, justicia, representación política – incluso comunidades de vecinos- …) visualiza una tendencia general a la cesión de las propias capacidades y responsabilidades, y a la delegación de una cuota de poder personal. Se siembra la sospecha, por otra parte, que quisieron participar en la política no sea civismo sino el síntoma de una ambición personal, y nos hacen creer que la lucha competitiva es obligada. Todos los racismos-por sexo, condición social, credo religioso o color de piel-nacen de esta cultura de la superioridad, incentivada por la mayoría de culturas. Hay que salir de este imaginario, de este modelo mental “único” y de las prácticas que genera en todas las escalas, grandes y pequeñas.

El decrecimiento apuesta por la autogestión, es decir, la gestión directa de la realidad que nos afecta: alimentación, comunicación, educación, salud… Por supuesto, la autogestión conlleva una necesaria simplificación y readaptación de las herramientas de las que nos servimos, junto con el abandono de muchos de los productos, en un amplio sentido de la palabra, actualmente presentes y que no necesitamos en una sociedad decrecentista (estados, burocracias, mercados bursátiles, corporaciones, ejércitos, supermercados, nucleares…).

La democracia participativa es clave en el éxito de un sistema colectivizado, de manera que se adapte a todas sus participantes de la mejor manera posible, y siempre abierto a modificaciones y mejoras decididas desde la base.

La aceleración de los últimos 50 años ha “liquidado” estructuras sociales y formas de convivencia muy antiguas. El ser humano es un mamífero, por el que la socialidad y la identificación en un grupo tiene valor de supervivencia. El haber sustituido los “bienes relacionales” con el consumo de bienes materiales no siempre ha supuesto una mejora de nuestra existencia. El reencuentro de la socialidad y de los bienes que las personas pueden intercambiarse sin hacer uso de dinero es un paso importante en la buena dirección. Un retorno a formas de propiedad pública o comunitaria del territorio (referido a la nula propiedad, con posible usufructo privado) permitiría dar solidez a experiencias de moneda local en beneficio de la comunidad, para favorecer intercambios dentro de un área geográfica concreta. El ámbito local también es propicio para formas de democracia más participada, con un mayor grado de consenso y de corresponsabilidad sobre el futuro colectivo.

El decrecimiento es una propuesta de cambio en el ámbito político, económico, social y ecológico. Supone una recuperación del espacio público mediante la democracia real (poder del pueblo que toma todas las decisiones, hay delegados y no representantes). Es una sociedad descentralizada y autónoma, con una economía local y reducida (de calidad, acabando con la importación, la obsolescencia programada, etc.). También supone una democratización de la comunicación para que todo el mundo tenga la misma voz y se pueda desechar de los medios el discurso materialista y llenar el vacío existencialista.


El valor de la persona y el valor de la vida

El decrecimiento tiene importantes puntos de encuentro con las luchas feministas y la deconstrucción del patriarcado, por ejemplo a la hora de valorizar y reconocer el trabajo no productivo, que muchas veces recae sobre las mujeres, y buscar una redistribución equitativa de las tareas.
La propuesta de la economía feminista de poner en el centro el mantenimiento de la vida es más sostenible puesto que el consumo deja de ser el motor de la sociedad. Además va de la mano de la propuesta del decrecimiento, que aboga por reducir el mercado, la producción y el consumo, para vivir mejor con menos y valorar las pequeñas cosas de la vida que nos dan alegría.

El decrecimiento propone construir otras formas de vida basándose en las relaciones sociales, la cercanía, la austeridad, la vida en común y la ralentización del tiempo. Elementos que lejos de ser limitantes son los que enriquecen la vida y la llenan de alegría. No son nuevos los estudios que apuntan que la felicidad subjetiva no está asociada al consumo y al dinero sino más bien a la vida comunitaria donde prima la relación. El feminismo añade que además se trata de construir formas de vida que tienen como sustrato el cuidado colectivo, reconociendo que las personas somos seres vulnerables e interdependientes.


Publicado en Ssociologos

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