Luis González Reyes - eldiario.es
Este fin de semana se han celebrado en Madrid las jornadas por el Plan B para Europa.
Uno de los hilos conductores de varias de las participaciones ha sido
el de la búsqueda del crecimiento. En tales participaciones se
desconocía que el sistema económico depende de la biosfera y que la
naturaleza no es un recurso, sino la matriz donde actuamos.
La búsqueda del crecimiento está en el trasfondo del
primer lema de las jornadas (“contra la austeridad”). El lema se
refiere al desigual reparto de la riqueza y hubiera sido mejor usar una
fórmula de ese tipo, ya que la austeridad no solo es necesaria, sino
que, en los tiempos en los que estamos, con recursos cada vez más
difíciles de conseguir, es inevitable. Por supuesto, me refiero a la
austeridad justa, con reparto de la riqueza.
En las
jornadas pudimos oír a Kostas Lapavistas, profesor universitario de
economía y referente de la izquierda griega y europea, decir que el
petróleo ya no es un problema para Europa porque está barato. Es
preocupante que una persona de su categoría no exprese la importancia
central del petróleo para el funcionamiento de la economía, ni sea capaz
de analizar el precio del petróleo con una mirada más amplia.
Por su parte, Nacho Álvarez, una de las cabezas
económicas de Podemos, nos hizo una apología del crecimiento, y puso el
ejemplo de cómo Argentina lo consiguió gracias a una expansión monetaria
y un precio alto de la soja (entre otros factores). Sin embargo, obvió
dar un paso fundamental más en el análisis. La soja crece en Argentina
en monocultivos transgénicos dependientes de abonos y pesticidas de
síntesis (por cierto, todo ello gracias al petróleo) y es un modelo que
no tiene mucho recorrido por delante, fruto del agotamiento del suelo,
de los acuíferos y del petróleo barato. No podemos entender el
crecimiento sin entender la base material sobre la que se sostiene (lo
que no quiere decir que sea el único requisito).
Se acabó el tiempo de los recursos fácilmente disponibles
Actualmente, estamos viviendo la Gran Recesión económica y la crisis
terminal de hegemonía estadounidense. También el momento de la historia
de la humanidad en la que las desigualdades en el reparto de la riqueza y
el poder están siendo mayores. Pero los elementos que están marcando un
punto de total quiebra histórica son el fin de la energía abundante,
versátil y barata; la dificultad creciente de acceso a muchos
materiales; el cambio climático; la quiebra de las bases de la
reproducción social causada por la crisis de los cuidados (dejar
desatendidos elementos básicos para el sostén de la vida como la
alimentación saludable, la higiene o el apoyo emocional), y la pérdida
masiva de biodiversidad.
¿Por qué estamos viviendo el
final de la energía abundante, versátil y barata? Básicamente, porque
los combustibles fósiles más fáciles de extraer y de mejores
prestaciones se están agotando. Estamos viviendo ya el principio del
descenso en la capacidad de extracción de petróleo “bueno” (petróleo
convencional) y, en breve, del petróleo en su totalidad. Los que van
quedando son los crudos no convencionales: los más caros, difíciles y de
peor calidad (los que se extraen mediante fracking,
las arenas bituminosas, los de aguas ultraprofundas o del ártico). Y lo
mismo le ocurrirá en los próximos lustros al gas, al carbón y al
uranio.
Pero, ¿no hay mix
energético alternativo equivalente a los combustibles fósiles? Que el
petróleo, acompañado por el gas y el carbón, sea la fuente energética
básica no es casualidad. El petróleo se caracteriza (en algunos casos se
caracterizaba) por: tener una disponibilidad independiente de los
ritmos naturales; ser almacenable de forma sencilla; ser fácilmente
transportable; tener una alta densidad energética; estar disponible en
grandes cantidades; ser muy versátil en sus usos (combustibles de
distintas categorías y multitud de productos no energéticos); tener una
alta rentabilidad energética (con poca energía invertida se consigue una
gran cantidad de energía); y ser barato. Una fuente que quiera
sustituir al petróleo debería cumplir todos esos requisitos, pero
también tener un reducido impacto ambiental para ser factible en un
entorno fuertemente degradado. Ni las renovables, ni la nuclear, ni los
hidrocarburos no convencionales, ni la combinación de todas ellas, es
capaz de sustituir a los fósiles.
El mito del crecimiento
En un contexto de recursos limitados, la propuesta de volver al crecimiento se sostiene sobre varios mitos.
El primero es el de la eficiencia. Propone que el aumento de la
eficiencia es parte de la solución (o incluso la solución) a los
problemas energéticos y materiales, y que, por lo tanto, puede sostener
una fase expansiva de crecimiento. Sin embargo, tiene límites
insuperables e incluso efectos secundarios adversos.
En primer lugar, una parte de las supuestas mejoras en la eficiencia en
las regiones centrales no son tales, sino deslocalizaciones de los
procesos más consumidores de materia y energía a las zonas periféricas.
Por ejemplo, el grueso de la industria pesada ya no está en Europa, sino
en lugares como China o India.
En segundo lugar, las
medidas basadas en la eficiencia tienen poco recorrido si se persigue
el sostenimiento del crecimiento exponencial. Hace falta una reducción
del uso de energía y materiales del orden del 90% en las regiones
centrales para entrar dentro de los límites de la sostenibilidad. Para
alcanzar esta meta con medidas de ecoeficiencia sería necesario que los
materiales y la energía imprescindibles por unidad del PIB disminuyesen
10 veces. Pero si la economía sigue creciendo al 2%, sería necesario que
lo hiciesen 27 veces, y si crece al 3%, 45. De modo que, obviamente, no
es posible continuar la mejora de la eficiencia indefinidamente.
Por otra parte, la eficiencia no siempre conlleva una reducción en el
consumo de materia y energía. Por ejemplo, a pesar de la mejora en las
emisiones de CO2 de los vehículos en la UE (Volkswagen y Reanault
mediante), la reducción de emisiones por kilómetro recorrido se ha visto
desbordada por el impresionante aumento del parque automovilístico y de
los kilómetros recorridos en coche. El resultado es un incremento del
consumo global de petróleo por parte de los vehículos europeos. Esto es
lo que llamamos “efecto rebote”. La eficiencia sin reducción no sirve.
Este ejemplo dista de ser una excepción, ya que cuando los aparatos son
más eficientes salen más baratos al bolsillo y a la conciencia (parece
que se contamina menos), con lo que se incrementa su uso. Y a esto hay
que añadir la construcción de nuevas infraestructuras que, en ocasiones,
lleva acoplada la mejora tecnológica.
Además, no hay
que considerar solo el efecto rebote directo, sino también el
indirecto. Este consiste en que los ahorros se desvían a otros sectores
donde se incrementa el consumo. El fundamento último del “efecto rebote”
es que el aumento de la eficiencia libera recursos que permiten
aumentar la producción y el consumo. En realidad, es una consecuencia
intrínseca del capitalismo y de su necesidad de crecimiento continuo.
El segundo mito es el de la desmaterialización, es decir, la afirmación
de que la economía capitalista puede seguir creciendo reduciendo su
consumo de energía y materiales. Sin embargo, el consumo energético y
material desde la Revolución Industrial tiene forma de curva
exponencial, como la tiene el PIB. Y, en todos los periodos en los que
ha bajado el consumo de materia se han debido a una recesión económica.
Además, la correlación entre el PIB y el consumo energético mundial a lo
largo del tiempo es casi lineal.
El centro la la
propuesta de la desmaterialización está en una economía basada en los
servicios. Pero este tipo de actividad no es menos consumidora de
materia y energía: una cantidad equivalente de riqueza monetaria
procedente del sector servicios privado, incluido hoteles, comercios y
transporte, demanda casi la misma intensidad energética que el sector
industrial, y además requiere de este para existir.
En realidad, la desmaterialización es físicamente imposible. No es
factible el reciclaje de todo, en primer lugar por la Segunda Ley de la
Termodinámica, que marca que la utilización de energía implica
inexorablemente su degradación. Muchos elementos básicos se dispersan en
su uso: desde el fósforo utilizado en la fertilización, hasta los
óxidos de zinc presentes en los neumáticos que se van esparciendo por
las carreteras con el desgaste. Solo podrían ser reciclables si fuesen
biodegradables y ese trabajo lo hiciesen los ecosistemas con tiempo y
energía solar, y aun así este proceso no sería 100% eficiente. La
falsedad del mito de la desmaterialización lo ejemplifica el aparato por
antonomasia de la sociedad virtual, el ordenador, que tiene detrás
altos requerimientos materiales y energéticos.
En
realidad, estos dos mitos son hijos del mito de la ciencia y la
tecnología, que reza que nuestro intelecto podrá superar cualquier
obstáculo. Pero el sistema tecno-científico tiene límites. El primero es
que ya se ha inventado lo que era “fácil” de inventar, los
descubrimientos actuales requieren de inversiones temporales,
materiales, energéticas, económicas y humanas cada vez mayores. Contra
lo que podría parecer, el ritmo de innovaciones reales es cada vez
menor. Un segundo problema es que la tecnología la podemos definir como
conocimiento, materia y energía condensados, y los tres factores son
limitados. Además, lo que se espera no es que haya un avance en
genérico, sino que se descubra justo lo que haga falta en el momento
preciso y que se pueda implantar de forma inmediata a nivel mundial.
Esto está mucho más cerca del término “milagro” que de la palabra
“descubrimiento”.
Necesitamos un Plan B al crecimiento
Por todo ello, necesitamos un Plan B para Europa que luche contra el
desigual reparto de la riqueza, que busque una democracia real
(incompatible con la UE) y que entienda que esto no se puede conseguir
con más crecimiento, sino con un nuevo modelo socioeconómico que no
necesite crecer.
Afortunadamente, aunque en menor
medida, esto también estuvo presente en las jornadas del Plan B. Así,
escuchamos a personas como Marga Mediavilla, Florent Marcellesi, Yayo
Herrero o incluso Amaral abogar por un Plan B para las personas y para
el entorno, entendiendo que no son elementos desligados. Un Plan B al
crecimiento.
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