Santiago Dunne – Rebelión
Pareciera
ser que agregar el adjetivo “sustentable” a las cosas las hace
ver inofensivas, que cuidan el medio ambiente y que son positivas.
Podríamos hablar de la “comida sustentable”, “agricultura
sustentable” o del “desarrollo sustentable”. En todos los casos
la connotación que le confiere esa adición es diferente. Para
nuestro caso, podríamos también hacerlo con el concepto de
crecimiento y entonces tendríamos el “crecimiento sustentable”.
Vamos a detenernos aquí y a analizar en detalle qué connotación
deriva de esta utilización, su eventual viabilidad y si es la receta
que necesita el mundo para enfrentar las diversas dificultades que
atraviesa.
Lo
primero que voy a sostener, y es desde el punto de vista literario,
es que la expresión “crecimiento
sustentable” constituye un verdadero oxímoron
, es decir, se manifiestan juntos dos conceptos de significado
contradictorio: el
crecimiento no puede ser sustentable
. El punto de partida para entender esto va a ser la Economía
Ecológica, que
estudia el problema entre la interrelación del sistema económico
con el sistema natural.
Hablar
de “crecimiento sustentable” es utilizar un artificio para
pretender solucionar nuevos problemas con viejas teorías. Éstas
constituyen hoy el mainstream en teoría económica, y tienen su raíz
conceptual en un mundo completamente diferente al nuestro. Pensar
el nuevo mundo bajo una concepción que ya no tiene correspondencia,
puede ser uno de los primeros cambios intelectuales que debamos
realizar.
El
mundo en el que se desarrollaron esas teorías era el “mundo
vacio”, según Herman Daly o la “Economía del Cowboy” según
Kenneth Boulding, y corresponde a toda la historia hasta unos
cincuenta años después de la revolución industrial. Hasta este
punto, los problemas medioambientales eran locales y de pequeña
escala. Conforme los avances científicos permitieron un boom
demográfico sin precedentes, el mundo se fue llenando y la
“frontera” a la cual uno podía siempre escapar si las
condiciones de vida eran inadecuadas dejó de existir porque ya se
encontraba habitada por otras personas, y entonces había que empezar
a convivir con los problemas consecuentes de la degradación
ambiental.
En
este contexto, es entendible que la ciencia económica se haya
concebido sin pensar en el medio ambiente en absoluto , sin
importar si el tinte ideológico era marxista, keynesiano o
neoliberal. Hoy día, la escala de los problemas ocasionados por la
contaminación no puede ser negada y son más que evidentes. El
mainstream en economía no puede dar una solución de fondo a ello
porque aún tienen en su concepción un modelo que no se corresponde
con la realidad actual. El problema que de aquí se deriva es que
realizar razonamientos bajo premisas erradas conducirá a
alternativas que no solucionarán el problema, a menos que se piense
en un nuevo modelo.
El
modelo clásico al cual hago referencia es aquél que se encuentra en
todos los textos y cursos de economía y es el del flujo circular de
la actividad económica. El mismo, muestra de manera simplificada las
distintas interrelaciones entre los agentes económicos: las
familias, las empresas y el Estado. Cualquier cosa que ocurra fuera
de este modelo es una externalidad, algo que descompensa el equilibro
y produce ineficiencia económica. El ejemplo clásico de una
externalidad negativa es la contaminación. El lenguaje mismo
indica que una “externalidad” se encuentra fuera de las
condiciones de borde del modelo y se lo debe entonces “corregir”
. Los economistas Pigou y Coase se han esforzado por esbozar
estrategias que internalicen los costos, sin embargo, aunque útiles
si son bien aplicadas, no contribuyen a dar con el problema en su
esencia.
Existen
dos maneras de pensar al medio ambiente: como un obstáculo, tal
como ocurre hasta el presente, o como una condición de borde. La
economía ecológica adopta un modelo según el segundo enfoque,
basándose en los principios de la Termodinámica, y explica que la
economía es un subsistema abierto perteneciente al sistema cerrado
Tierra . Un sistema cerrado es aquel que importa y exporta
energía solamente, mientras que la materia circula dentro pero no
fluye a través de él. Por lo tanto, se trata de un sistema finito,
de crecimiento cero y materialmente cerrado, aunque abierto a la
energía solar.
Puesto
en estos términos, se concibe entonces que la economía neoclásica
se ve a sí misma como un todo. El sistema se puede expandir en el
vacío, sin ningún costo ni consecuencias por seguir creciendo. La
economía ecológica define al crecimiento como el aumento
cuantitativo de las dimensiones físicas del subsistema económico
y/o de la corriente de residuos producida por éste . Si la
economía es el todo, puede crecer infinitamente porque no tiene
frontera. Pero el Primer Principio de la Termodinámica nos
dice que no podemos crear algo de la nada, por lo que toda producción
humana debe estar basada en recursos provistos por la naturaleza.
Estos recursos son transformados en el proceso productivo en algo que
los humanos puedan darle algún uso, y esa transformación requiere
trabajo. También nos asegura que cada residuo que se produzca no
podrá desaparecer y permanecerá en el sistema. El Segundo
Principio , llamado también la “Ley de la Entropía”, nos
dice que cualquier recurso que transformemos en algo útil va a
desintegrarse, decaer, romperse o disiparse, en algo menos útil,
volviendo en forma de residuo al sistema que generó dicho recurso.
Bajo
estos dos principios, el economista Georgescu-Roegen, nos invita a
pensar a la economía como un “ sistema ordenado para
transformar materias primas y energía de baja entropía en residuos
y energía no disponible de alta entropía, proveyendo al hombre de
un flujo psíquico de satisfacción en el proceso ”. La
entropía aquí debe ser entendida como la calidad del recurso y su
disponibilidad para ser aprovechado por el hombre.
Se
deduce a partir de esta interpretación, que pensar la economía como
un flujo lineal es el modelo más abarcativo y representativo de la
realidad que necesitábamos, ya que incluye en su génesis la
explotación de los recursos naturales y la consecuente generación
de residuos que se produce en todas las etapas del ciclo de vida de
un producto . Enseñar a los futuros tomadores de decisiones que
la economía se comporta según el flujo circular es un pecado
intelectual y académico, ya que es lo mismo que profesar la
existencia de una máquina de movimiento perpetuo e ignorar el
agotamiento de los recursos y la contaminación.
Según
lo expuesto, el crecimiento no puede ser sustentable si apelamos a
la definición provista por la economía ecológica, ya que tiene
un límite físico impuesto por el mismo sistema natural. Por eso es
que el Informe Brundtland utiliza tan sabiamente el término
“desarrollo sustentable”. Mientras que el crecimiento
tiene un techo, el desarrollo no, y este sí puede ser infinito ,
ya que según H. Daly es una “mejora cualitativa en la capacidad de
satisfacer necesidades y deseos sin un aumento cuantitativo de las
entradas/salidas de materia/energía, a través de la economía, por
encima de la capacidad de carga del sistema Tierra”.
El
mismo autor ha propuesto realizar una transición de una economía
basada en el crecimiento físico y en el estancamiento moral a una
economía basada en el equilibrio físico y el perfeccionamiento
moral, llamada “ economía de estado estacionario ”.
Expresó que este cambio debe ser realizado voluntariamente antes de
que nos veamos obligados a hacerlo. Este planteo teórico no es
inconcebible desde el punto de vista lógico, aunque sí pueda
representar una imposibilidad política. No obstante, confía en que
los políticos se den cuenta que deben empezar a regular el
crecimiento mismo, en lugar de ocuparse sólo de los subproductos del
crecimiento.
Se
escucha hablar frecuentemente en los discursos de políticos y en las
recetas de los economistas que el crecimiento económico es lo que
necesita un país para mejorar la calidad de vida de las personas y
reducir la brecha entre ricos y pobres. La promesa del crecimiento
es la prosperidad para todos sin sacrificio para nadie. Es
ineludible pensar que en un mundo donde persisten necesidades
absolutas no satisfechas entre los pobres se requieren medidas
basadas en la redistribución más que en el crecimiento. Pero en
este caso sí debería haber sacrificio de algunos.
Es
claro, entonces, que el salto esencial que hay que dar está en el
plano de las ideas y los conceptos para poder pasar luego al de las
acciones adecuadas. Pensar en una sociedad que transite la historia
con respeto a todas las formas de vida es imposible si medimos la
calidad de vida en base a artículos superfluos de todo tipo que la
sociedad del consumismo nos hace creer que son indispensables, que
tienen una vida útil planeada de pocos años, que dependen
exclusivamente de combustibles fósiles y minerales agotables, y que
nuestra felicidad depende no del valor de uso del bien sino de su
valor de status, como lo señaló Thorstein Veblen en el siglo XIX.
Los bienes que nos dan el status satisfacen necesidades llamadas
relativas, o según Keynes: “aquellas que sólo experimentamos si
su satisfacción nos eleva por encima de nuestro congéneres”.
Éstas mismas son por su naturaleza insaciables.
Después
de 41 años de la Cumbre de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente
Humano, las mejoras absolutas son escasas y la esperanza en que la
tecnología vaya a resolver todos los problemas parece ser una
posición extremista basada más en la fe que en perspectivas
fundadas. Si la propuesta final es el “crecimiento sustentable”,
lo mejor que nos puede pasar es que disminuya un poco el ritmo al
cual nos vamos perjudicando, con un final conocido que sólo deja el
interrogante al cuándo.
Llegados
a esta instancia, y habiendo fundamentado la imposibilidad e
inconveniencia de un “crecimiento sustentable” se concluye sobre
la importancia de cambiar las reglas del juego. El ecologista
Brasileño Leonardo Boff escribe: “La misma lógica que explota
clases y somete naciones es la que depreda los ecosistemas y extenúa
el planeta Tierra”. Las nuevas conductas que debemos incorporar en
el plano político, jurídico y técnico, deben estar orientadas a
cambiar esa lógica y pueden tomar como buen punto de partida las
enseñanzas de la tradición ancestral de los pueblos originarios de
los Andes, bajo la figura de la Pachamama, o bien lo presentado por
James Lovelock desde la Teoría de Sistemas, bajo el nombre de
Hipótesis Gaia. Como lo explica Raúl Zaffaroni: “se trata del
encuentro entre una cultura científica que se alarma y otra
tradicional que ya conocía el peligro que hoy vienen a anunciar y
también su prevención e incluso su remedio”. Quizás la
incorporación al derecho constitucional de las personería
jurídica de la naturaleza (como lo han hecho Ecuador y Bolivia),
la adopción de una ética de cooperación derivada de las dos
concepciones mencionadas y una economía que tenga bien en claro
nuestra interrelación con la Tierra , nos muestren mejor el
camino para alcanzar el verdadero desarrollo sustentable.
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