Joan
Martínez Alier – La Jornada
El
despertar de dignidad y democracia que supuso en España el 15M
(en la primavera de 2011) está gestando un proceso constituyente que
abre posibilidades para otras formas de organización social y
política. La pacífica rebelión de Cataluña, el auge del nuevo
partido político Podemos y la candidatura de Ada Colau a la alcaldía
de Barcelona así lo indican. En consonancia con esta tendencia, hace
ya varios meses, a través de la web www.ultimallamada.org,
se hizo público un manifiesto desde diversos
lugares de la Península Ibérica, Baleares y Canarias,
que reclama cambios radicales para hacer frente a una crisis
ecológica que afecta a todos los ámbitos y provoca injusticias
sociales. El manifiesto señala que estamos atrapados en la dinámica
perversa de una civilización que si no crece no funciona, y si crece
destruye las bases naturales que la hacen posible.
Redactado
por ecologistas de larga trayectoria, el manifiesto fue firmado por
representantes de la nueva generación política como Ada Colau,
Pablo Iglesias Turrión y Alberto Garzón (respectivamente Guanyem
–candidatura municipal de Barcelona–, de Podemos y de Izquierda
Unida), y por otras 250 firmas de respaldo. Ha ganado decenas de
miles de adhesiones.
Esperemos
que esa nueva izquierda ibérica se incline hacia el ecologismo. Los
europeos, en su gran mayoría, asumen la idea de que la sociedad de
consumo actual puede continuar hacia el futuro. Sin embargo, el nivel
de consumo se ha conseguido a costa de agotar los recursos naturales
y energéticos, y causar cambios ecológicos irreversibles en el
clima y la biodiversidad. Mientras tanto, hay muchos movimientos de
resistencia en favor de la justicia ambiental. Muchos ambientalistas
del sur del planeta han sido victimados en sus luchas contra
proyectos mineros y petroleros, combatiendo el robo de sus tierras y
del agua. Hay que apoyar tales luchas. Hay que apoyar a quienes
quieren dejar el petróleo, el gas y el carbón en tierra.
Necesitamos
construir una nueva civilización capaz de asegurar una vida digna a
una población humana (de 7 mil 200 millones) que crece menos pero
crece todavía en un mundo de recursos menguantes. Necesitaremos para
ello toda la imaginación política, generosidad moral y creatividad
técnica que logremos desplegar. Pero esta gran transformación se
topa con la inercia del modo de vida capitalista y los intereses de
los grupos privilegiados. Para evitar el caos y la barbarie hacia
donde hoy estamos dirigiéndonos, necesitamos una ruptura política
profunda con la hegemonía vigente, y una economía que tenga como
fin la satisfacción de necesidades sociales dentro de los límites
que impone la biosfera, y no el incremento del beneficio privado.
En
Europa el dilema principal no debe estar entre austericidio
(pagen las deudas a cualquier costo social) y keynesianismo a lo
Stiglitz o Krugman (impulsen el gasto público para salir de la
crisis). Las políticas keynesianas llevaron, en los decenios que
siguieron a la Segunda Guerra Mundial hasta 1975, a un ciclo de
expansión que nos colocó en el umbral de los límites planetarios.
Un nuevo ciclo de expansión es inviable: no hay espacio ecológico
ni recursos naturales que pudieran sustentarlo.
El
siglo XXI será un siglo decisivo de la historia de la humanidad
donde se dirimirá la posibilidad de llamar humana
a la vida que seamos capaces de organizar después. Tenemos ante
nosotros el reto de una transformación de calibre análogo al de la
revolución neolítica o la revolución industrial. Hace falta
urgentemente un debate amplio y transversal para construir
democráticamente alternativas ecológicas y energéticas que sean a
la vez rigurosas y viables. No basta con gritar democracia
real, ya. Además de
combatir las injusticias originadas por el ejercicio de la dominación
y la acumulación de riqueza, hablemos de un modelo que asuma la
realidad y posibilite la vida buena dentro de los límites ecológicos
de la Tierra.
Una
civilización se acaba y hemos de construir otra nueva. Las
consecuencias de no hacer nada –o hacer demasiado poco– nos
llevan directamente al colapso social, económico y ecológico. Pero
si empezamos hoy, todavía podemos ser protagonistas de una sociedad
solidaria, democrática y en paz con el planeta. El manifiesto
recuerda que los científicos más lúcidos llevan dando fundadas
señales de alarma desde principios de los años 70 del siglo XX. Hoy
se acumulan las noticias que indican que la vía del crecimiento es
ya un genocidio a cámara lenta. El declive en la disponibilidad de
energía barata, los escenarios del cambio climático y las tensiones
geopolíticas por los recursos muestran que las tendencias de
progreso del pasado se quiebran. No sirven los mantras cosméticos
del desarrollo sostenible, ni la mera apuesta por tecnologías
eco-eficientes, ni una supuesta economía
verde que encubre la
mercantilización generalizada de los bienes naturales y servicios
ecosistémicos.
Joan
Martínez Alier
Universitat
Autònoma de Barcelona
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