Pedro Jara Vera - ReGenera
Una
mente en verdad lúcida, una mente madura y evolucionada, no se
limita a la vida contemplativa en el retiro, ni predica el amor y la
supuesta espiritualidad con un sentimiento secreto de superioridad
moral, ni huye a los mundos esotéricos, ni se confía a los ángeles
protectores o a las energías sutiles. Tampoco una mente que
comprende lúcidamente los cambios que ha de imprimir al mundo se
dedica a expresar rabia y visceralidad contra el opresor, ni a
quejarse de forma amarga para después vivir de manera altamente
incoherente con lo que predica. Ambos estilos son sibilinas y astutas
expresiones del mismo paradigma del ego.
El sistema se cambia desde dentro, actuando en él, pero estando en la mayor medida posible “fuera” de su dinámica patológica, creando nuevos estilos de vida y de relación que cultiven el equilibrio y la libertad, y exigiendo, sin odio y con constancia y determinación, que esa libertad y equilibrio sean respetados por sus líderes jerárquicos. Sanear realmente la mente del individuo implica algo tan profundo y complejo como trascender los mecanismos de su ego, algo que no puede prescribirse ni lograrse con el esfuerzo convencional, sino con el valor de la humildad, el entrenamiento de la conciencia… y el control de las consecuencias. Y una mente saneada experimenta un impulso natural y coherente hacia la proyección social, hacia la transformación también sanadora del entorno. El adecentamiento de la propia parcela individual no es enteramente tal si no emerge también una inquietud por llevar la transformación más allá de uno mismo. Si no hay coherencia es porque no hay comprensión.
El sistema se cambia desde dentro, actuando en él, pero estando en la mayor medida posible “fuera” de su dinámica patológica, creando nuevos estilos de vida y de relación que cultiven el equilibrio y la libertad, y exigiendo, sin odio y con constancia y determinación, que esa libertad y equilibrio sean respetados por sus líderes jerárquicos. Sanear realmente la mente del individuo implica algo tan profundo y complejo como trascender los mecanismos de su ego, algo que no puede prescribirse ni lograrse con el esfuerzo convencional, sino con el valor de la humildad, el entrenamiento de la conciencia… y el control de las consecuencias. Y una mente saneada experimenta un impulso natural y coherente hacia la proyección social, hacia la transformación también sanadora del entorno. El adecentamiento de la propia parcela individual no es enteramente tal si no emerge también una inquietud por llevar la transformación más allá de uno mismo. Si no hay coherencia es porque no hay comprensión.
(…)
El
centro general de la patología humana es el hecho de que hemos
evolucionado globalmente en el marco dominante de un paradigma mental
egoico, lo cual constituye un estadio bastante primitivo en la
evolución posible de la conciencia humana. Tocar
los extremos del sufrimiento puede tener la virtud de acelerar el
proceso madurativo, un mayor despertar de la conciencia, de manera
que el ser humano pueda dirigirse hacia un paradigma no egoico, sino
de algún modo naturalista.
Defender
un paradigma naturalista no
implica asumir que todo lo que ocurre en la naturaleza es bueno, pues
resulta evidente que el éxito evolutivo no equivale a bondad. Lo
que pretende significar es que más allá de los prejuicios
ideológicos podemos promover modos de vida que sean respetuosos con
la naturaleza humana, con los conocimientos establecidos acerca de la
misma. Ninguna
opinión puede ponernos de acuerdo; sólo el conocimiento tiene
alguna posibilidad de hacerlo. Las implicaciones morales de esto han
sido históricamente pervertidas de manera sesgada y prejuiciosa por
distintas ideologías. El correcto conocimiento no atenta en ningún
caso contra un adecuado funcionamiento moral que mayoritariamente
podamos considerar noble, sino que bien al contrario, lo fundamenta y
contribuye a hacerlo viable.
En las precisas palabras de Steven Pinker (2003): “La existencia de la naturaleza humana no es una doctrina reaccionaria que nos condene a la opresión, la violencia y la codicia eternas. Evidentemente debemos intentar reducir la conducta perniciosa, del mismo modo que tratamos de reducir calamidades como el hambre, la enfermedad y las catástrofes. Pero para luchar contra estas desgracias no negamos los hechos molestos de la naturaleza, sino que enfrentamos algunos de ellos contra otros. Para que los esfuerzos por conseguir el cambio social sean efectivos, deben identificar los recursos morales y cognitivos que hacen que determinados tipos de cambio sean posibles. Y para que los esfuerzos sean humanos, han de reconocer los placeres y las penurias universales que hacen que algunos tipos de cambio sean deseables” (p. 280).
En base a estas identificaciones y reconocimientos, un paradigma naturalista se caracteriza básicamente por principios de humildad, autenticidad, cooperación y comunalidad (frente a la auto-importancia, comparación, competitividad y diferenciación). Para que tales principios estén más allá de lo meramente teórico deben integrarse apropiadamente en nuestra vida desde la educación, la comprensión libre, y la madurez y autonomía de la mayor parte de la humanidad. Pero he subrayado también que más allá del estricto entrenamiento de la conciencia y el trabajo interior, la disolución del paradigma egoico a nivel social en términos no ingenuos requiere de forma añadida nuevas medidas ambientales de recompensa, castigo y restricción, puesto que la tendencia egoísta del ser humano puede ser minimizada y parcialmente controlada, pero no extinguida.
En las precisas palabras de Steven Pinker (2003): “La existencia de la naturaleza humana no es una doctrina reaccionaria que nos condene a la opresión, la violencia y la codicia eternas. Evidentemente debemos intentar reducir la conducta perniciosa, del mismo modo que tratamos de reducir calamidades como el hambre, la enfermedad y las catástrofes. Pero para luchar contra estas desgracias no negamos los hechos molestos de la naturaleza, sino que enfrentamos algunos de ellos contra otros. Para que los esfuerzos por conseguir el cambio social sean efectivos, deben identificar los recursos morales y cognitivos que hacen que determinados tipos de cambio sean posibles. Y para que los esfuerzos sean humanos, han de reconocer los placeres y las penurias universales que hacen que algunos tipos de cambio sean deseables” (p. 280).
En base a estas identificaciones y reconocimientos, un paradigma naturalista se caracteriza básicamente por principios de humildad, autenticidad, cooperación y comunalidad (frente a la auto-importancia, comparación, competitividad y diferenciación). Para que tales principios estén más allá de lo meramente teórico deben integrarse apropiadamente en nuestra vida desde la educación, la comprensión libre, y la madurez y autonomía de la mayor parte de la humanidad. Pero he subrayado también que más allá del estricto entrenamiento de la conciencia y el trabajo interior, la disolución del paradigma egoico a nivel social en términos no ingenuos requiere de forma añadida nuevas medidas ambientales de recompensa, castigo y restricción, puesto que la tendencia egoísta del ser humano puede ser minimizada y parcialmente controlada, pero no extinguida.
Un
modelo naturalista requiere
estimular una fuerte orientación espiritual en las personas,
si bien nada tiene que ver con una atención a
otras
vidas, planos o dimensiones de la existencia, sino con una mayor
profundización y conciencia en cada presente y realidad interactiva
de esta existencia (Tolle, 2006). Hay demasiadas cosas que hacer
aquí.
La
orientación de nuestro comportamiento hacia un paradigma mental
naturalista tiene multitud de implicaciones concretas, y nos remite a
cambios en nuestro modo de vida de gran profundidad y calado, lo cual
queda mucho más allá de los planteamientos meramente reformistas
que se centran en solucionar lo urgente (Trainer, 2010). El hecho es
que cuando ladeamos lo importante para prestar atención a lo
urgente, llega un momento en que lo importante se vuelve urgente y
apremiante.
(…)
Afortunadamente,
acorde con las conclusiones fundamentales de este ensayo, en los
últimos decenios han empezado a proliferar diversos movimientos y
teorías en torno a una visión decrecentista en cuanto al consumo y
la producción material que, lejos de perseguir la austeridad, la
pobreza y la mediocridad para todos, apuesta paralelamente por un
crecimiento en la frugalidad, la vida sencilla, la equidad, la
autosuficiencia, el tiempo libre, las relaciones y la atención más
directa a las necesidades humanas frustradas por el modelo de
crecimiento ilimitado (Illich, 1974; Latouche, 2008; Latouche y
Harpages, 2011; García Camarero, 2010; Taibo, 2009).
Dentro
de un modelo de pensamiento, de vida y de economía basada en el
crecimiento, el decrecimiento económico resulta un drama para todos
llamado recesión, tal como comprobamos en los años de crisis; sin
embargo, los movimientos decrecentistas subrayan en todo momento que
el decrecimiento ha de aludir a los aspectos productivistas,
consumistas y materiales, pero debe ir acompañado de una apuesta por
el crecimiento en los aspectos no materiales de la experiencia
humana, lo cual implica un cambio general en el modelo de
civilización, en nuestras estrategias, en
nuestras
creencias y en nuestros valores. Un cambio en nuestra identidad
misma. También, los modelos decrecentistas admiten que de forma
paralela es preciso ayudar a las sociedades más pobres para que
crezcan en términos materiales hasta un nivel de dignidad, antes de
buscar igualmente la estabilización en niveles de acrecimiento
(Gorz, 1998; Latouche, 2009).
(...)
Las
transformaciones personales que se quedan estrictamente en la pequeña
parcela individual son importantes, pero además de insuficientes en
cuanto a la conciencia que las sostiene, son también, por ello,
insuficientes para cambiar ciertas estructuras organizadas que
alimentan al paradigma patógeno. Pero, en la dirección inversa,
cada individuo que se suma a estos movimientos organizados de
transformación social, tiene que haber partido de un intransferible
trabajo interior de comprensión y liberación importante de sus
propios mecanismos egoicos; de lo contrario, como también nos
muestran la historia y la lógica, no cabe esperar más que la
reproducción de los mismos mecanismos enfermizos que se intenta
combatir. A la hora de poner en marcha un círculo virtuoso de amplia
transformación social, política y económica, la mayor dificultad
está siempre en la conciencia, integridad y coherencia de las
fuerzas pioneras que inician el difícil salto paradigmático.
El
desarrollo económico y laboral tendría que re-orientarse hacia
áreas relacionadas con los aspectos y servicios inmateriales (salud
física y mental, servicios sociales, cultura, desarrollo artístico,
ocio creativo…), así como con todo lo relacionado con la
reparación de la naturaleza, reciclaje de materiales y desechos,
alimentación más natural y ecológica no agresiva con nuestra salud
ni con el medio ambiente, medicina natural y energías renovables.
Toda la
energía utilizada tendrá que provenir, íntegramente, de fuentes
renovables,
adecuando por tanto el consumo energético a estas posibilidades.
Todo ello tendrá algunas consecuencias ineludibles en muchos
aspectos concretos, como por ejemplo la necesaria reducción a
niveles importantes del consumo de carnes en nuestra alimentación.
Extraído del texto: 'El mundo necesita terapia' de Pedro Jara Vera